lunes, 6 de abril de 2015

364. La lucha contra el chabolismo en Madrid II

Mi intención con esta serie era contar lo que sé sobre el Programa de Barrios en Remodelación, la gran iniciativa pública que solucionó en un alto porcentaje el problema del chabolismo en Madrid y otras ciudades. Este Programa, desarrollado entre 1977 y 1986, es el resultado de la conjunción de una serie de circunstancias históricas, socioeconómicas y políticas únicas, que difícilmente volverán a repetirse en alguna parte del mundo y eso es lo que lo hace especial. Mi idea inicial era dedicar a ello tres posts, el central específicamente dedicado al Programa, el primero contando un poco el origen del problema y la situación previa, y el tercero centrado en la lucha posterior contra el chabolismo residual que se quedó fuera de dicha iniciativa, el núcleo de población marginal al que los propios gestores e implicados en el Programa calificaban despectivamente como demanda no estructurada.

Sin embargo, amigos que han leído mi primera entrada sobre el tema (Post #362), me piden que precise algunos matices, y eso me lleva inevitablemente a un segundo post previo. En primer lugar, en la división entre demanda estructurada y no estructurada, había un innegable componente racista. Gitanos y payos eran entonces dos colectivos sin la más mínima relación ni empatía. Los payos trabajaban en la construcción (por eso se hacían unas chabolas tan estupendas), estaban afiliados a asociaciones vecinales, llevaban a sus niños al cole y eran menos sinvergüenzas. Los gitanos vendían chatarra, trapicheaban lo que podían, no se asociaban y, en cuanto podían, ponían a los churumbeles de ayudantes o a pedir limosna. Si alguien quería salirse de la norma y romper esa dicotomía, las dos comunidades se lo impedían con furia. En las nacientes asociaciones no querían ver a un gitano ni en pintura. Y, en el otro lado, la gitana que se enamoraba de un payo, sufría el desprecio de sus padres y hermanos, que dejaban de hablarle y proclamaban a gritos que, para ellos, era como si se hubiera muerto.

En segundo lugar, salvando el componente racista, había una cierta permeabilidad entre los diferentes colectivos sociales que formaban la mayor parte de la población madrileña, excluyendo la clase alta, de modo que había familias que mejoraban en la escala social (y otras que retrocedían), generalmente por golpes de fortuna, ayudas inesperadas o mejoras laborales. Había gente que dejaba la chabola para acceder a un piso de la variada oferta social con la que el régimen franquista trataba de paliar el problema y a la que me referiré más abajo. Las chabolas vacantes eran rápidamente ocupadas por gente que venía de detrás (de chamizos ínfimos, o hasta de dormir al raso o bajo puentes). También se daban casos de gente que recorría el trayecto inverso, por culpa del juego o el alcohol, o por alguna desgracia concreta. Uno de los mejores relatos sobre este ambiente es Tiempo de silencio (Luís Martín-Santos, 1962) novela altamente recomendable, que contrapone el ambiente lúgubre del cinturón chabolista que rodeaba la ciudad, con el mundillo de la clase alta profesional.

El Programa de Barrios en Remodelación dio solución al problema gigantesco de las 40.000 familias que componían la demanda estructurada, eliminando la parte más extensa del cinturón chabolista. Los no estructurados se vieron excluidos y fueron desde entonces un problema de menor escala, para el que se siguieron arbitrando soluciones en los años posteriores a la finalización del Programa. En este grupo de gente que siguió en sus chabolas, hay una excepción importante por su tamaño: la Cañada Real de las Merinas. Desconozco el motivo por el que este colectivo se quedó fuera, imagino que su exclusión se debió en parte a su lejanía de la ciudad consolidada, sumada a la presencia de mucho gitano y personal marginal del que las asociaciones no querían saber nada. Hoy en día son uno de los mayores problemas sociales de la Comunidad de Madrid. Debo aclarar también que, como se imaginan, en los sesenta el problema era idéntico al que sufrían Barcelona, Bilbao y algunas otras urbes, y también su solución fue única y corrió a cargo del Estado democrático.

Otra cosa que me piden que precise es que, antes del programa de Barrios en Remodelación, el régimen franquista había intentado paliar el problema con múltiples iniciativas, leyes y programas, que habían constituido soluciones a medias, sin llegar a abordar el núcleo del asunto. Como conté en el post citado, el fenómeno de inmigración interior masiva a las grandes ciudades surgió a partir de las medidas de fomento de la industria puestas en marcha por el gobierno de Franco a partir de 1960 y se convirtió en una especie de bucle que se realimentaba de forma exponencial: hacía falta vivienda para alojar a esa población, la industria de la construcción crecía para atender esa demanda y eso atraía a nuevos trabajadores para dicha industria.

En 1957, el Ministro de la Vivienda José Luis Arrese, arquitecto y falangista radical, lanzó el llamado Plan de Urgencia Social, por el que se pretendían construir nada menos que 60.000 viviendas en apenas tres años, para lo cual se decretó que todas las constructoras nacionales vinieran a Madrid a promover viviendas, en una medida típicamente cuartelaría, que no consiguió que el objetivo se alcanzara ni de lejos pero, en cambio, sirvió para crear el concepto de vivienda subvencionada. El INV, Instituto Nacional de la Vivienda, gestionaba esas subvenciones, que llegaban a las 30.000 pesetas por vivienda a fondo perdido, cantidad nada desdeñable.

En 1962 se promulga el Plan Nacional de la Vivienda, donde se crea la VPO, Vivienda de Protección Oficial, que unifica todas las formas anteriores de ayuda. Entre promotoras públicas, como VISOMSA, y otras privadas, se construyen numerosos barrios obreros. Banús promueve los de la Concepción y el Pilar y aparecen también el Gran San Blas, la Ciudad de los Ángeles, los Polígonos A y C de Moratalaz y tantos otros. Pero el problema subsistía. Alrededor de Madrid había un cinturón de chabolas en 28 núcleos cuyos nombres aún perviven en el imaginario popular: Palomeras Altas y Bajas, el Pozo del Tío Raimundo, Orcasitas, Santa Ana en Fuencarral, el Pan Bendito, San Fermín, Almendrales, Caño Roto y tantos otros.

La población que vive en las chabolas está fuertemente politizada e implicada en la lucha antifranquista que lidera el Partido Comunista y su sindicato Comisiones Obreras. Personajes como Marcelino Camacho o el cura Paco desarrollan por allí su labor social y política incansable. Estamos en los últimos años del franquismo y el régimen ha tratado de iniciar una tímida apertura, con la Ley 191/1964 de 28 de diciembre, de Asociaciones. Esta Ley, aprobada en el Día de los Inocentes, abre la posibilidad de fundar asociaciones ciudadanas, dentro de los Principios y Normas Inspiradoras del Movimiento Nacional (así se dice en su preámbulo). A pesar de las cautelas de los legisladores, que establecían una vigilancia estrecha sobre el funcionamiento de estas asociaciones, lo cierto es que a la postre fueron un vehículo que estructuró poderosamente el movimiento obrero. La intelectualidad de la izquierda aún ilegal se puso al servicio de estas asociaciones en un momento en que los partidos políticos estaban prohibidos, de forma que los poblados chabolistas contaban con el asesoramiento de los mejores abogados, los mejores urbanistas, los mejores economistas y toda una serie de grandes profesionales de todos los ramos. Sólo faltaba que se muriera Franco y llegara la ansiada democracia.

Bueeeeeeno, les añado una foto, para que no dejen de tener presentes las condiciones de vida de estos núcleos de infravivienda. Duerman bien, si pueden.












*Las fotos reproducidas son propiedad del Ayuntamiento de Madrid 

viernes, 3 de abril de 2015

363. ¡Qué bruto!

Mañana, día 4 de abril, se cumplirán 47 años del asesinato de Martin Luther King, en Memphis (Tenesse). Martin Luther King es una figura clave en la historia de los Estados Unidos y un personaje de talla mundial. Es el hombre que consiguió aglutinar y liderar el movimiento por la igualdad de la población negra, a partir de su apoyo a Rose Parks, la mujer que se negó a ceder su asiento de autobús a un blanco en Montgomery (Alabama), iniciando con ese gesto un movimiento de resistencia imparable. King era por entonces un simple pastor baptista, casado con una hermosa mujer llamada Corinna, que poco a poco se hizo con las riendas del movimiento, hasta desembocar en la marcha sobre Washington y su conocido discurso que empezaba con I have a dream

Toda su trayectoria estuvo marcada por el carácter pacífico de sus actuaciones, inspirado en Ghandy, a pesar de las presiones de otros activistas partidarios de responder con violencia a las provocaciones de la policía, el Klu-klux-klan y la población blanca en general. Eso no le impidió sufrir él mismo esa violencia extrema en varias ocasiones, hasta ser asesinado. En 1958, mientras firmaba ejemplares de un libro en Harlem (New York), fue apuñalado por una mujer negra medio loca, que le acusaba de ser comunista. Se salvó por los pelos. En 1963 una bomba destrozó el motel en el que se alojaba, pero él no estaba dentro. En 1968, consiguieron finalmente matarlo. Tenía sólo 39 años y ya estaba en posesión del Premio Nóbel de la Paz.

King se había desplazado a Memphis para apoyar la huelga de basureros negros, en cuyas revueltas ya se había producido un muerto. El 3 de abril pronunció su último discurso, en el Mason Temple, en el que dijo estar ya de vuelta en su vida, que estimaba plena y llena de logros en beneficio de su comunidad. Afirmó que no esperaba alcanzar la longevidad y que Dios ya le había permitido visualizar la tierra prometida y con eso se daba por satisfecho, aunque no estuviera presente cuando finalmente la alcanzaran. Unas palabras proféticas que se hicieron tristemente realidad al día siguiente. King salió al balcón de su motel a tomar el aire y fue tiroteado. El primero de los amigos que le acompañaban, que llegó corriendo al balcón, fue el músico Ben Branch, al que pidió que esa noche tocara en su honor Precious Lord take my hand, su canción favorita. Pero tienes que tocarla muy bien –añadió, antes de morir. Aquí les adjunto la impresionante versión de este hermoso tema que hizo Beyoncé en una ceremonia de los Grammy de hace unos años.



Si han visto la película Selma, producida el año pasado por Brad Pitt y otros, estarán al tanto de muchos de estos emotivos detalles. Pero yo quiero traer aquí una anécdota sobre cómo se difundió la noticia en la España franquista, en aquellos años lejanos en que no había Internet y los periódicos daban informaciones entre líneas que había que saber descifrar. Es ésta una historia que mis amigos me han oído contar (algunos no se la creen), e incluso la narré en uno de mis libros de viajes relacionados con mi trabajo en Sri Lanka, pero creo que está bien traerla hoy al blog. En abril de 1968, vivía yo todavía en La Coruña, de donde me iría finalmente en octubre de ese año para empezar mi carrera en Madrid. Estudiaba el Preu y venía cada día a comer a casa, porque, según creo recordar, en Preu ya no había clases por la tarde.

Ese año, solíamos comer mis padres y yo con la televisión en blanco y negro puesta a buen volumen, para ver el telediario del mediodía. No había en esos tiempos más que dos canales: Televisión Española y el UHF, que años después darían lugar a La 1 y La 2. En los noticiarios se contaban las novedades del día, debidamente filtradas por la censura, tarea que, a veces completaba mi padre con algún comentario demoledor. Un mes después, por ejemplo, empezaron los disturbios de mayo en París y mi padre decidió que un movimiento liderado por melenudos con la camisa por fuera del pantalón campana no podía ser algo serio y correcto, y que pronto les daría su merecido el general De Gaulle, que era uno de sus ídolos (también mío).

Era costumbre que, en aquellos telediarios, la noticia principal del día se diera de forma escueta, para ceder la palabra enseguida al “comentarista de fondo”, un personaje generalmente del régimen que, sentado al lado del locutor, analizaba y valoraba el asunto. Como ya les he contado en alguna ocasión, tengo una memoria a grumos, que me hace recordar a veces los detalles más nimios, entre la niebla que me difumina el resto. A menudo, la memoria me juega malas pasadas, consistentes en que, sin saber porqué, me acuerdo de lo que todos han olvidado. El caso es que recuerdo perfectamente los nombres, las caras y las voces de aquellos impagables “comentaristas de fondo”.
Estaba, por ejemplo, Roberto Reyes, batracio calvo, iracundo y sudoroso, de ojos achinados y bigotito del régimen que, al hablar, escupía a la pantalla. Este elemento, abogado sevillano y Consejero Nacional del Movimiento por Madrid que acabaría en las filas de Fuerza Nueva (datos que he recuperado de Internet), tenía predilección por el tema de Gibraltar, asunto que le indignaba visiblemente, lo que recrudecía la lluvia de escupitajos a la cámara. También recuerdo a Gabriel Elorriaga, entonces joven cachorro franquista, que en democracia se reciclaría en el seno de Alianza Popular y hoy es el padre de dos conocidos políticos de la derecha. En Internet dicen que era comentarista deportivo, pero yo lo recuerdo más como analista de las noticias del extranjero en clave macroeconómica. A lo mejor estoy equivocado. El más pintoresco de todos ellos era el general Cuartero Larrea que, de pie y provisto de un plano y un puntero, explicaba con voz atiplada los movimientos estratégicos de las tropas en la guerra de Vietnam.
Y por último, el más lamentable de todos: el inefable Luis Méndez-Domínguez, un tipo con cara de peón caminero jubilado, con una caída de ojos que le hacía parecer continuamente a punto de dormirse, un bigote de dudosa higiene, y una voz gangosa con la que dejaba arrastrarse los comentarios más peregrinos. Es curioso este personaje, al que sin duda dieron esa sinecura por algún contacto familiar con el poder. He buscado y rebuscado en Internet, pero no queda ninguna huella del paso de este señor por Televisión Española. Era tan insignificante que su rastro se lo ha llevado el viento. Ya saben, supongo, que en ese tiempo los telediarios y demás programas no se grababan.
En fin. El día en que mataron a Martin Luther King, tras la escueta reseña de la noticia, pasaron la cámara a Luis Méndez-Domínguez quien carraspeó como de costumbre, se perfiló e inició su parlamento con las siguientes palabras:
Todos los negros toman café. Martín Lutero King no volverá a tomar café. Francotiradores apostados bajo su balcón le dispararon esta mañana, etc…

Esta es una anécdota que he contado a diferentes públicos, cosechando a menudo incredulidad o al menos escepticismo sobre su autenticidad, reacciones alimentadas por el hecho de que no he encontrado a nadie más que se acuerde, pero puedo jurar que es cierta. Yo tenía 17 años y estaba con mis padres en el comedor de casa, preparado para comerme un caldo gallego. Mi madre estaba sirviendo la comida y, cuando dieron la noticia, se quedó en suspenso mirando a la pantalla, con el cazo sostenido en el aire y la boca abierta. Al escuchar la frase introductoria del analista de fondo, hizo un solo comentario por lo bajo: ¡Qué bruto! Y siguió sirviendo el caldo.

miércoles, 1 de abril de 2015

362. La lucha contra el chabolismo en Madrid I

En el reciente acto sobre el futuro de Madrid, del que ya les he contado los aspectos más superficiales o pintorescos, uno de los popes del urbanismo que participaban en el debate, tuvo el acierto de decir una cosa que pocos reconocen y que con el tiempo se va perdiendo en el olvido: la extraordinaria y exitosa campaña de erradicación del chabolismo en Madrid, puesta en marcha en los años iniciales de la democracia, con el gobierno de UCD en el Estado y en un momento pujante de la estructura asociativa de los barrios de la capital, fue el elemento decisivo en la construcción de la ciudad, tal como la conocemos ahora. Todo el Madrid moderno parte de esa iniciativa. En realidad, si no fuera por esta actuación compleja e imaginativa, Madrid mostraría hoy un perfil de su periferia similar al de Lima, Bogotá o Río de Janeiro.

Cuando yo participé en el programa LASDO de cooperación con la ciudad de Colombo en Sri Lanka, se me requirió para dar una conferencia al respecto en el Launching Seminar (Seminario de Presentación) del proyecto. Era éste un tema que interesaba mucho a los locales, por tratarse de una ciudad de un millón de habitantes, la mitad de ellos desplazados de la guerra civil instalados de forma provisional en alojamientos irregulares. A mí me gusta informarme de los temas al milímetro, así que acudí a visitar a varios de los gestores clave en la lucha contra el chabolismo en Madrid y les apliqué un tercer grado riguroso. La mayoría no me conocían de nada y les abordé por teléfono (buscado en la guía por su nombre), para pedirles cita. Todos me atendieron con amabilidad y extensión. Valoraron mi vehemencia e, incluso, creo que a algunos les satisfizo especialmente encontrar a alguien tan interesado en su anterior trabajo, que ya se empezaba a perder en el olvido de acuerdo con la manía patria de enterrar el pasado, como si nunca hubiera existido. 

Supongo que ya imaginan lo pesado y maniático que puedo ser en estas lides. Yo quiero saber todos los detalles, visualizar las escenas casi cinematográficamente, hacerme una idea del ambiente en todos sus matices, antes de decidir que ya conozco el tema a fondo. Sólo entonces me siento capacitado para hablar de ello en público. Eso nos llevaba a preguntas del tipo: “Entonces, cuando el chabolista ya había firmado el acuerdo de realojo, qué era lo que pasaba/Pues que se le desalojaba de la chabola/Pero eso ¿cómo era? es decir: tú te ponías delante de la chabola y qué”. Mis interlocutores demostraron una paciencia admirable. Tengan en cuenta que a mí se me estaba pidiendo una conferencia en inglés, idioma que no dominaba como ahora. De hecho fue la primera vez que hablé en inglés en público. La conferencia tuvo lugar en un centro de congresos de la ciudad de Colombo, el 11 de diciembre de 2001 y se tituló: Shantytowns remodelling experiences in Spain. Se imaginan el éxito.

Les cuento esto, no sólo para tirarme el rollo (que también), sino para que entiendan cómo es que sé tantas cosas de un asunto en el que nunca trabajé y que ya estaba casi completado cuando yo entré en la plantilla del Ayuntamiento. Imaginarán también que el tipo de historias y anécdotas colaterales que me contaron, no encontraron lugar en mi conferencia, más técnica que literaria. Tal vez sea en el blog donde lo pueda explicar finalmente. Les diré por último que, a partir de esa primera conferencia he seguido manteniendo algunos contactos e incorporando documentos, como fotografías y artículos, de forma que éste es ahora un tema más de mis nuevas conferencias. También les advierto que el asunto da para mucho y que, al menos, me llevará dos o tres posts, aunque espero que no sea una serie tan larga como la de Ceaucescu. Vamos a ello.

Al acabar la Guerra Civil, Madrid era una ciudad exhausta y arrasada, en la que malvivían 1,2 millones de habitantes. En los cuarenta y primeros cincuenta la población se mantuvo estable. Eran los años de la llamada autarquía. En un contexto internacional de Guerra Mundial, España se mantenía, al menos formalmente, como país neutral. El gobierno de Franco esperaba el final de la contienda y, mientras tanto, su política era la de la autarquía: el país debía ser capaz de sostenerse a partir de sus propios recursos y eso llevaba a fomentar los usos rurales, la agricultura, la ganadería, la minería. La gente permanecía en los pueblos y en las aldeas, trabajaba donde podía y a nadie se le pasaba por la cabeza emigrar, algo posiblemente medio prohibido.

Pero las cosas cambian a partir de la paz mundial. España deja de ser un país cerrado al mundo, a pesar de seguir bajo el yugo de una dictadura afín a los perdedores de la guerra. Los Estados Unidos rompen el bloqueo, valorando nuestra capacidad como país aliado contra el comunismo, lo que le lleva a apoyar nuestro ingreso en la ONU, la OCDE, el FMI y demás foros internacionales. Hay dos fechas clave en esta apertura de España al mundo. En 1957, Carrero Blanco logra meter en el gobierno a una serie de tecnócratas vinculados al Opus Dei, como Navarro Rubio, Ullastres y sobre todo López Rodó, desplazando a los elementos nacionalistas, retrógrados y pronazis que lo integraban anteriormente. Este cambio no es casual: a pesar de la ayuda norteamericana (algunos de ustedes recordarán la leche en polvo y las latas de queso yanqui que se repartían en los colegios), España es en esos momentos el segundo país más pobre de Europa, sólo por delante de Portugal, y su economía cada vez se hunde más. La gente malvive penosamente con sus cartillas de racionamiento, donde se apunta el arroz y el aceite a que tiene derecho cada familia. Es urgente invertir la tendencia.

En 1959 tienen lugar dos hechos significativos. En diciembre de ese año se produce la histórica visita del presidente Eisenhower, al que recibimos con banderitas todo a lo largo de la carretera del aeropuerto hasta Madrid. Franco tiene por fin la ansiada foto del apretón de manos con el máximo mandatario mundial y eso certifica el final del aislamiento. Pero hay algo más importante, que ha sucedido antes. El 21 de julio de 1959, el gobierno ha aprobado el Plan Nacional de Estabilización Económica, programa ideado por los tecnócratas antes citados, en cuyo diseño han colaborado jóvenes economistas de gran proyección, como Enrique Fuentes Quintana. Este Plan certifica a su vez el final de la autarquía y el inicio del despegue económico de los sesenta. Se deja de fomentar el empleo rural, se crean los polos de desarrollo industrial, comienza el auge de la construcción y el turismo y el país inicia el proceso de crecimiento que lo llevará a las puertas de la Unión Europea a finales de los ochenta.

Espoleada por esas medidas, la población rural emigra masivamente a las ciudades. Madrid se llena de extremeños, andaluces, gallegos y castellanos, atraídos por el empleo en la industria y en la construcción. Los levantinos y murcianos se orientan más hacia Barcelona. Madrid pasa en apenas diez años de 1,2 millones a dos, dos y medio, tres, tres doscientos. Ahí se para y empieza a bajar. Pero en los años de esa avalancha de inmigración interior, la gente viaja desde sus pueblos y se instala como puede. Desde el primer momento se diferencian los que se montan chamizos con cartones, de los que se construyen unas casitas de ladrillo con cubierta de tejas, a la manera de las del pueblo, junto a otras ya existentes. Utilizan para ello fincas que ocupan ilegalmente y otras de dueño desconocido, tras el caos de la guerra. Aparecen intermediarios que se hacen con algunas de estas fincas periurbanas, las dividen en lotes y las venden o alquilan en esta especie de mercado estraperlista de la vivienda.

El régimen saca pecho del aumento exponencial de las cifras de población y celebra el nacimiento del habitante dos millones, el dos y medio y el tres millones, con reportajes en el NODO en los que se ve a la feliz madre en la clínica con su bebé en brazos. Franco quiere que Madrid sea una ciudad muy grande y por eso ha dado la orden de que absorba a Carabanchel, Vallecas y una docena de municipios más. Pero el bebé tres millones y medio nunca llegará, porque la cosa se para en 3,2 en torno a 1970. En los aspectos de detalle, la policía franquista se ve desbordada por una avalancha que generalmente se construye su chamizo por las noches, en la que es difícil deslindar los que se han radicado de forma más o menos legal de los ocupantes ilegales que, a menudo, esgrimen también papeles. La gente es hábil para conseguir enganches a la red de luz y lugares de donde obtener agua corriente. Si los grises desalojan a alguien a petición de un propietario cabreado, al día siguiente se instala un poco más allá. Se empiezan a pedir órdenes judiciales para esos desalojos y todo ello desemboca en una cierta tolerancia. Es imposible poner puertas al campo, y nunca mejor dicho.

Por otro lado, la gente que habita esas chabolas se asocia y forma poderosas agrupaciones con la ayuda de los sindicatos aun ilegales y diversas instituciones benéficas, como Cruz Roja o Cáritas. El movimiento asociativo cobra una gran potencia en los umbrales de la democracia. Cuando muere Franco, existen ya unas cifras de población chabolista, en la que se tiene en cuenta la división de siempre. Los inmigrantes que se han instalado con sus familias, que se han construido una casita con buenos materiales, que están fuertemente integrados en asociaciones vecinales, que trabajan en empleos legales y llevan a sus hijos al colegio, totalizan una población de 40.000 familias. Una cantidad acojonante, que da la dimensión real del problema. Además hay un sector de población flotante, no cuantificada pero minoritaria, compuesta por el lumpen, los delincuentes, los borrachos y gente de mal vivir, a los que ni les admiten en las propias asociaciones. A estos outsiders se les bautiza con un mote peyorativo muy preciso: son la demanda no estructurada. Ya tenemos el escenario. Año 1975. El gran programa está a punto de ponerse en marcha. Continuará. Para ir abriendo boca les dejo unas cuantas imágenes.




















*Las fotos reproducidas son propiedad del Ayuntamiento de Madrid