lunes, 13 de abril de 2015

367. La lucha contra el chabolismo en Madrid III

Nos habíamos quedado en que se muere Franco, al final de 1975. Como hemos contado, Madrid está en esos momentos rodeado de un cinturón de chabolas, en el que la población venida de las áreas rurales de Extremadura, Andalucía y otras regiones, ha trasladado sus hábitos y costumbres tradicionales. Implantados los primeros pioneros, los que van llegando después conocen siempre a alguien ya instalado, un familiar o un paisano, que les introduce en la vida del núcleo. Aparecen tabernas, estancos y parroquias. Todo ello permite el mantenimiento de la estructura familiar y los lazos de amistad y paisanaje. Los cabezas de familia cuentan con un empleo en actividades legales, lo que permite a las familias un nivel de subsistencia mínimo, pero digno. La situación genera unas condiciones de empatía que facilitan la asociación, la conciencia de clase y el convencimiento de que esa cohesión social les dota de una gran fuerza.

El sistema permite que los más listos o los más currantes o simplemente los que tienen más suerte, mejoren en la escala social. Los hay que dejan la chabola y a veces la alquilan a inmigrantes de segunda oleada, que se meten donde pueden. También aparecen intermediarios que se hacen con la propiedad, más o menos legal, de muchas chabolas y las ofrecen en alquiler. Según los datos de las propias asociaciones, a mediados de los setenta, la población de estos asentamientos se componía aproximadamente al cincuenta por ciento de inquilinos y propietarios, unos y otros respaldados por documentos de dudosa legalidad. El orden urbanístico es precario y comienza a despuntar una cierta expectativa de promotores y propietarios de suelo privados, que inician obras donde pueden, a menudo yuxtapuestas con los propios núcleos de infravivienda. Aquí pueden ver una foto aérea de 1965. Al fondo, una UVA (Unidad Vecinal de absorción). En el centro la gran masa de chabolas. Aquí y allá bloques de privados brotando en las áreas libres. Es una foto muy significativa de la problemática de partida.


El caos es notable pero, como también se ha dicho, la Ley de Asociaciones ha abierto la puerta a la creación de organizaciones vecinales y, en un país en el que los partidos políticos son ilegales, toda la oposición al régimen aprovecha ese resquicio. Para cuando llega la democracia, la gente está organizada y unida en un objetivo común. Los dirigentes vecinales tienen censos completos de afiliados, con información detallada: en qué trabajan, cuánto dinero ganan, cuántos hijos tienen, a qué colegio los llevan. Las diferentes asociaciones se federan en una Coordinadora, que agrupa a las 40.000 familias chabolistas. Cuando se convoquen las primeras elecciones democráticas, resultará de ellas el Gobierno de la UCD, formado, digamos, por disidentes y aperturistas del régimen franquista, junto con opositores moderados. Este Gobierno será el interlocutor de la Coordinadora de Barrios en Remodelación. La negociación entre ambas partes es dura y laboriosa, pero finalmente los líderes vecinales consiguen una solución aceptable, que respeta sus pretensiones fundamentales.

Leyendo artículos y libros, se suelen dar por ciertas dos afirmaciones, que yo pongo en cuestión (aunque puedo estar equivocado). La primera es que, en la contienda de unos ciudadanos agrupados y fuertes contra un gobierno débil, el resultado estaba cantado. Vale, que se lo crea el que quiera, pero a mí me parece que eso es quitarle méritos al hombre que representaba al gobierno en tal contienda: Joaquín Garrigues Walker, flamante Ministro de Obras Públicas y Urbanismo (tiempos dorados aquellos en que el urbanismo merecía un ministerio). Este señor, a cuya figura dedicaré algún día un post específico, era un verdadero demócrata, que entendió la importancia de lo que se jugaba, comprendió que la reivindicación ciudadana era justa y la hizo suya, defendiéndola en las reuniones de gobierno y convenciendo a sus colegas de gabinete más renuentes de la imperiosa necesidad de acometer una operación que implicaba un gasto importante para el Estado.

El segundo lugar común es que el gobierno reconoció la deuda social, es decir, admitió que la culpa de la situación a que se había llegado la tenía el régimen anterior y eso justificaba el que el Gobierno, elegido democráticamente, devolviera esa supuesta deuda. Eso es lo que se vendió a los vecinos, para calmar los ánimos y para que las asociaciones y sus dirigentes sacaran pecho. Para mí es, en cierto modo, una excusa para un resultado que yo interpreto de otra manera. Yo creo en dos axiomas. 1.- Determinadas problemáticas urbanas requieren la intervención de la iniciativa pública, no se pueden confiar a actores privados, porque no se puede esperar de ellas un rendimiento económico. Su rendimiento es únicamente social y eso supone un balance de cuentas negativo, que sólo una administración puede asumir. 2.- Dando por admitido lo anterior, está claro que, para solucionar un problema de este tipo, hay que poner dinero. Dinero público. A fondo perdido. Y si el problema es gigantesco, como era el caso, se necesita mucho dinero.

Todo eso lo entendió Garrigues Walker, que promovió, consiguió y firmó la asignación de un dineral para acabar con el chabolismo en España. Por devolver la deuda social, o por las razones que yo digo, lo cierto es que el Estado se desabrochó una cantidad que se estima en 220.000 millones de pesetas. Casi nada. Imaginarán la desolación de mi auditorio en Sri Lanka cuando les revelé este dato. Pero, además del tema financiero, la operación tenía un componente urbanístico de gran dificultad. Se trataba de sustituir un tejido aleatorio, de chabolas implantadas en subdivisiones de la estructura rural original del territorio, por una verdadera ciudad, con calles, plazas, glorietas, transporte público, parques, escuelas y servicios de todo tipo. Y aún más difícil era la gestión y programación de todo ello. Había que ir construyendo los nuevos bloques en los huecos libres que quedasen, trasladar uno a uno a los chabolistas a esos edificios, demoler los chamizos y conseguir nuevos espacios para los siguientes bloques.

Pero la mayor dificultad fue la participativa, que requirió un esfuerzo pedagógico y didáctico notable. Había que convencer a los inmigrantes de que lo que se les ofrecía era cojonudo, una oportunidad única de salir de la miseria y convertirse en verdaderos ciudadanos de Madrid. Eso supuso muchas asambleas y sesiones maratonianas, para vencer la reticencia de los disidentes y desconfiados. Además, mucha gente tenía en la chabola huertos, gallinas y hasta un burro, asuntos a los que debía renunciar. La negociación se cerró sobre la base de unas cuantas condiciones fundamentales. El realojo sería in situ; no se trasladaría a nadie lejos de su lugar de implantación. El coste de la vivienda nunca superaría el 10% de los ingresos familiares del beneficiario. El proceso sería participado, con presencia vecinal en todos los organismos gestores, en colaboración estrecha con la administración. La nueva ciudad tendría todos los equipamientos exigidos por la Ley. Y se necesitaba un acuerdo con los bancos para facilitar las condiciones de pago a unos señores que, con perdón, no tenían un duro y se pretendía que se convirtieran en propietarios de las nuevas viviendas, como forma de implicarlos en la operación. 

Pero no puede entenderse este proceso sin el vuelco histórico que está dando el país en ese momento incierto, lleno de riesgos y oportunidades. El día 1 de julio de 1976 el rey Juan Carlos ha destituido a Arias Navarro (el mismo que, siete meses antes, había anunciado entre pucheros la muerte de Franco en televisión) y nombrado a Suárez, que toma posesión el día 3, con el encargo de pilotar la transición a la democracia. Garrigues Walker se pone a trabajar enseguida. El movimiento vecinal había conseguido antes un primer éxito, con el Real Decreto Ley 323/1976, de 23 de enero, que determinaba la remodelación completa del Poblado Dirigido de Orcasitas, uno de los 28 núcleos de la lista, cuya edificación estaba en situación de ruina inminente. Abierta esa primera brecha en el muro estatal, Garrigues visitó los poblados y tomó conciencia de las dimensiones del problema. Se convenció él y convenció al Gobierno del que formaba parte de que había que adoptar la decisión de extender la remodelación a los otros 27 núcleos, aprobando la partida presupuestaria correspondiente. El monumental trabajo empezó, si bien no tuvo cobertura jurídica hasta la Orden Comunicada del MOPU de 24 de mayo de 1979, en la que Sancho Rof, sucesor de Garrigues, da oficialidad al proceso. El cómo se desarrolló el asunto en sus aspectos de detalle, se queda para la entrega siguiente.

*Las fotos reproducidas son propiedad del Ayuntamiento de Madrid 

viernes, 10 de abril de 2015

366. Víctor o victoria

Hace mucho que no hablo del Dépor, pero es porque este blog es el reducto del optimismo y las noticias de mi equipo eran todas para tirarse al suelo y echarse a llorar. Ahora por fin hay algo que puede ilusionar un poquito: el Consejo de Administración ha decidido echar al entrenador. Ha cambiado a Víctor Fernández por Víctor Sánchez. Parece un chiste, pero lo cierto es que VF, aragonés a quién en Coruña llaman el Vende Fumes, estaba llevando al equipo al abismo de la Segunda División, por pura cabezonería maña. El primer Víctor era incompatible con la palabra victoria. Esperemos que el segundo nos pueda sacar del pozo. Ya he dicho alguna vez que esto del fútbol es para sufrir, pero es que lo de este año del Dépor más bien se define por el viejo dicho de mear y no echar gota.

El domingo pasado me animé a ver el partido con el Getafe, aprovechando que tenía que subir a la plaza de Callao a última hora, a comprar unos libros. En esa zona se concentran La Casa del Libro, el FNAC y La Central, librerías que abren los domingos. En concreto, compré Los últimos días (Raymond Queneau, 1936) y Stoner (John Williams, 1965). El primero es para mi club de lectura y lo estoy empezando a leer. Queneau es un escritor francés inclasificable, amigo de Breton y los surrealistas y autor de novelas como Zazie dans le Metro, que dio origen a una divertida película de Louis Malle. Stoner es el libro que me regaló mi hermano mayor en Navidad. Luego me lo volvió a regalar por mi cumpleaños y tuve que ir a cambiarlo por otro. Cosas de la edad. Es una novela cojonuda que acabo de leer. Narra la vida completa de un profesor de la Universidad de Missouri. Las putadas que le hace el claustro de profesores de una institución típicamente endogámica, digo yo que han de basarse en su propia experiencia porque, si no, es imposible describirlo con tanta fidelidad y exactitud.

Con la misma precisión de cirujano, disecciona su relación matrimonial, un aspecto del libro que es como una venganza contra el género femenino. Es terrible el retrato que hace de la típica esposa americana. Así que, ya que iba a por el libro de Queneau, pensé en comprar otro ejemplar de Stoner para regalárselo a un buen amigo argentino con el que comparto una misoginia amable y resignada. Para ello cogí el Metro, pasé por la estación Vodafone-Sol, deseché la línea 2 Vodafone-Cuatro Caminos y me bajé en Gran Vía, no sin antes tirarme unos cuantos Vodafone-pedos en el andén. Estaba la Gran Vía como imaginan. En Semana Santa, los madrileños huyen de la urbe, y la capital se llena de turistas del entorno (Segovia, Ávila, Toledo). Las calles del centro bullen atestadas de bolos y lugareños de Villarejo de Salvanés y otras aldeas primigenias, que recalan por aquí a ver las procesiones y ponerse ciegos de torrijas.

Regresé a casa andando y, de camino, encontré un bar en el que daban el Getafe-Dépor en pantalla grande, por el entorno de la Plaza de Santa Ana, ya saben, una de las plazuelas que consiguió crear José Bonaparte por el sano sistema de demoler el convento que la ocupaba, previo desahucio de los frailes. Para que luego vinieran cuatro analfabetos y, tras ponerle el mote de Pepe Botella, lo echaran a patadas del trono. Allí me pedí una cerveza con un plato de jamón, esperanzado de ver renacer a mi equipo, en una fecha tan señalada como el Domingo de Resurrección. Pero no hubo resurrección: el Dépor salió con la torrija puesta y al descanso ya perdía 2-0, así que pagué lo que correspondía y me fui a casa. El Getafe es un equipo malísimo, pero metió dos goles casi sin querer, mientras los defensas del Dépor practicaban un sistema que han inventado y que deberían patentar: el marcaje al delantero con la vista, también llamado estrategia de defensa visual.

Al final, quedaron 2-1 y parece que jugaron algo mejor en la segunda parte, pero yo ya no lo vi. Este miércoles había nueva jornada de Liga y la cosa era ya a vida o muerte. Jugaban con el Córdoba, de lejos el peor equipo de la Primera División. El Córdoba llevaba diez derrotas seguidas y hubiera batido un récord histórico, de haber perdido también con el Dépor, que además jugaba en su casa. Pues ni así. El Vende Fumes hizo su última chapuza y el equipo se superó a sí mismo. Cerca del final del partido, la situación era crítica. El Dépor perdía 0-1, tenía un jugador menos y estaba a merced del Córdoba, que le pudo meter media docena, pero sus delanteros son tan malos que, a pesar de que los marcaban con la vista, disparaban y la echaban fuera. A continuación de ese partido se jugaba el Granada-Celta y todo el mundo daba por hecho que el Celta no se esforzaría mucho en ganar (está salvado hace varias jornadas) y perdería con el Granada, que se jugaba la vida. Y de paso fastidiaba un poco más al Dépor, su enemigo secular. La victoria del Granada, combinada con la derrota del Dépor, nos dejaría por detrás de los granadinos, en puesto de descenso a Segunda.

Pero sucedieron dos milagros. El Dépor, que era incapaz de dar dos pases seguidos y estaba hundido en la desesperación, no se sabe cómo, consiguió forzar un corner, casi en el último minuto. El saque de corner, que nadie acertó a rematar, le rebotó en el culo a uno del Córdoba y entró. Gol en propia meta. Final del partido. Dando por segura la victoria del Granada sobre el Celta, los nuestros se quedarían todavía un punto por delante de los granadinos. Un punto por encima del abismo. Este segundo partido siguió la pauta esperada entre un equipo desesperado y otro que no se juega nada: el Granada ganaba 1-0, cuando el árbitro asistente levantó el tablón con el tiempo de descuento. Cuatro minutos de añadido. En ese tiempo se produjo el segundo milagro. Un suplente del Celta que acababa de salir al campo, se acercó al área y la enchufó. Resultado final: 1-1 y el Granada tres puntos por detrás del Dépor.

El suplente que marcó es un chaval belga de raza negra (seguramente de origen congoleño, porque todos los belgas negros vienen de la única colonia que tenían). Se llama Bongonda y parece que todavía no entiende muy bien el castellano. Los seguidores recalcitrantes del Celta, que querían que perdiera para joder al Dépor, se echaban las manos a la cabeza: ¡Arre coño! ¿Pero es que nadie le explicó al belga que hoy no había que marcar? ¡ARRE CARALLO! En fin, esto del fútbol es como la vida misma, no sabes por qué, pero de pronto suceden cosas milagrosas. Hace poco he revisado la película Un ángel pasó sobre Brooklin, un film español de los 50, dirigido por Ladislao Vajda, que cuenta una historia de este tipo: están a punto de desahuciar a todos los inquilinos italianos de un bloque, cuando una vendedora callejera le echa un conjuro al malvado casero y lo convierte en perro. Como es natural, el personaje requiere dos actores: Peter Ustinov y un chucho de aspecto feroz. Los dos hacen excelentes interpretaciones. Y, por cierto, las calles de Brooklin se reconstruyeron en los estudios de Chamartín con mucho acierto; si no lo sabes, no se nota.

Pero, como un club de fútbol no puede depender de milagros como esos, la misma noche del miércoles echaron al Vende Fumes y contrataron al otro Víctor. El tipo viene con ilusión y seguro que nos da alguna chance más. El Vende Fumes perdía casi siempre y luego daba unas ruedas de prensa dignas de Breton y sus amigos surrealistas, sobre la base de Yo creí que íbamos a jugar mejor y otros lugares comunes. Excusas. De niño tuve un profesor muy cursi y repolludo que, cuando le íbamos con excusas del estilo Yo creí que…, nos cortaba con un epigrama demoledor: El Creíque y el Penseque son hijos de Doña Ignorancia y Don Perdereltiempo. Estaba yo en lo que entonces se llamaba Párvulos, pero aún me acuerdo.

Habrá que confiar en VS, que es buen tipo, y deportivista acreditado. Durante los siete años del mejor Dépor fue el extremo que corría la banda derecha. Ganó una Liga y participó en el Centenariazo. Su hijo mayor es coruñés. Bien es cierto que esta es su primera experiencia como entrenador, pero en el fútbol lo principal es el corazón. Ahora lo que hace falta es que tenga suerte. Los dos golpes del destino que han dejado a su equipo tres puntos por encima del nivel del mar, son un buen augurio para esta nueva andadura. Tocaremos madera. Porque, como bajemos a Segunda, nadie nos detendrá. Llegaremos hasta el fondo, como el Titanic. En cambio, si el Dépor logra mantenerse a flote, habremos superado el primer año de calvario. Aún habremos de sufrir otro, antes de que llegue la nueva normativa que va a permitir repartir los ingresos de TV de forma equitativa, como ya se hace en Inglaterra y en Alemania. Aquí, hasta ahora, se lo quedaban todo el Madrí y el Barça, pero el sabio Rajoy de Moncloa está ya a punto de aprobar la nueva Ley. Por cierto, este señor, tras cuatro años haciendo lo que hay que hacer, ha alcanzado el siguiente nivel de sabiduría: Habremos de corregir lo que haya que corregir. Es un crack. 

Que pasen un buen finde. 

miércoles, 8 de abril de 2015

365. El vermú

Nos han subido el IVA de los chuches, pero seguiremos tomando cañas y vermús de grifo hasta donde llegue el último céntimo, y después nos arreglaremos como podamos.

Este párrafo está sacado de mi Post #1 “Hágase la luz”, con el que inauguré este blog, allá por septiembre de 2012, en el momento más crudo de la crisis, cuando la incertidumbre era máxima y nadie sabía si íbamos a acabar todos viviendo bajo los puentes de Madrid Río. Pueden comprobarlo. Sin embargo, en los textos sucesivos hasta llegar a esta cifra mítica de 365 posts, se ha hablado mucho de cerveza y más bien poco de esa otra bebida castiza, popular y modesta que es el vermú de grifo. Curiosamente, el mejor vermú que se expende en los viejos bares del foro, está fabricado en Cataluña, más en concreto en el entorno de Reus, municipio del norte de la provincia de Tarragona, cuna del general Prim, el más ínclito de los reusenses, sólo emulado de lejos en los tiempos modernos por el humorista Andreu Buenafuente. Hay muchas marcas de vermú de Reus, pero la más común en los bares de Madrid es la Iris.

Según todas las fuentes, la invención del vermú corresponde nada menos que a Hipócrates (el del juramento, padre de la Medicina), quien, allá por el año 400 antes de Cristo, confeccionó el llamado “vino hipocrático”, mezcla del vino corriente con flores de diversas plantas, con papel destacado para el ajenjo. Este vino, de propiedades medicinales acreditadas, era un verdadero vermú. Porque han de saber que lo que da al vermú su característico sabor un poco amargo es precisamente el ajenjo, eso sí, endulzado con azúcar caramelizado, que mata un poco el amargor y le da el tono tostado característico. Según diversos testimonios, los romanos consumían un licor similar muy apreciado, seguramente basado en la receta hipocrática.

Tras el lapsus negro de la Edad Media, encontramos la pista del moderno vermú en Bavaria, a finales del Siglo XVI, donde se le asigna el nombre definitivo (wermut es como se dice ajenjo en alemán), pero su popularidad no arranca hasta el XVIII, y es en el Piamonte, al norte de Italia y la zona inmediata de Francia, donde se empieza a elaborar industrialmente una receta de este licor, ya con el nombre de vermú, en cuya elaboración se utilizan hasta 60 hierbas, entre las amargas como el propio ajenjo o la raíz de genciana, las aromáticas autóctonas, como el tomillo y el romero, las orientales como el clavo de olor, el jengibre o el cardamomo, y algunas frutas como limón, cereza, frambuesa o corteza de naranja. Estos ingredientes se dejan macerar en agua con alcohol durante un tiempo, a continuación se le añade vino blanco corriente y azúcar caramelizada que mata el amargor y le da el color definitivo. La mezcla se mantiene refrigerada 15 días, se envasa y se deja reposar tres meses hasta estar listo para el consumo.  

Se desconoce a ciencia cierta cuál es el origen de la tradición de fabricar vermú en la comarca de Reus, pero se suele ligar a la alta graduación del vino de la zona, ideal para la maceración de las hierbas de su receta, hierbas por otra parte fáciles de encontrar en el entorno. El vermú de grifo Iris se fabrica en las Bodegas De Muller, fundadas en 1851 por una familia de origen alsaciano, aunque su principal negocio proviene de la fabricación de vinos del Priorato. En La Coruña existe desde siempre un bar llamado El Priorato, al final de la calle de la Franja. Allí acudíamos de adolescentes a terminar la tarde bebiendo vino dulce en porrón, frente a enormes fuentes de cacahuetes. Tengo en mi memoria el olor de ese bar, de suelo de madera tapizado de cáscaras de cacahuete y charquitos de vino dulce de lo que se le caía a los que no sabían beber en porrón. En realidad yo no descubrí el vermú hasta que vine a la capital.

Durante años se ha tomado vermú de grifo en Madrid y últimamente parece que anda resurgiendo, saliendo del ámbito de las tabernas castizas para convertirse en un producto más hipster. Cierto que no se puede beber tanto vermú como cerveza, porque es cabezón, pero hasta dos aguanta el cuerpo sin problemas antes de comer, constituyendo un inductor del apetito notable, sobre todo acompañado de aceitunas o encurtidos diversos. Otra diferencia con la cerveza es que el vermú no requiere un arte especial para tirarlo: basta poner el vaso debajo del chorro, abrir el grifo y llenarlo. A finales del Siglo XIX, el vermú era una bebida que gustaba a todas las clases sociales, que de alguna forma unificaba al pueblo con la aristocracia. Así lo reconocía el gran Ramón Gómez de la Serna en una de sus conocidas greguerías, aquella que dice: El vermú es el aperitivo al que se trata de tú.

En la primera mitad del Siglo XX, el vermú goza de tal popularidad que se generaliza la expresión salir a tomar el vermú para cualquier tipo de excursión a un bar, para beber cualquier cosa con una tapa antes de comer. También incide en el nombre de las clásicas sesiones de cine: matinal, vermú y noche. La sesión vermú era en torno a las seis o seis y media, hora en que salían del trabajo la mayoría de los oficinistas del centro de la ciudad que, en general, vivían en los suburbios y tenían la ocasión de tomarse un vermú o unas cervezas con los colegas, o bien invitar a alguna compañera pizpireta a una sesión de cine, a ver si, al conjuro de la oscuridad y las emociones de la película, se podía pillar cacho o al menos soñar con ello. No era muy frecuente, pero a veces caía una breva.

El vermú gozó de gran popularidad durante los largos años del franquismo. La gente lo tomaba seco, o con sifón, bastante apreciado este último. Uno o dos vermús en el bar, con sus tapas correspondientes, degustados lentamente como complemento de una buena conversación, y seguidos de una comida casera de la dieta mediterránea con un consumo moderado de vino o cerveza, garantizaban una siesta de las buenas, es decir, de las de pijama y persianas bajadas. En aquellos años, se podía incluso salir a tomar el vermú en familia, y era tradicional que los niños se regalaran con una zarzaparrilla.

En los años sesenta, el vermú tradicional se vio amenazado por una campaña supuestamente basada en motivos higiénicos, que pretendía eliminar los grifos y sustituirlos íntegramente por vermú embotellado. Una gilipollez como la que ha proscrito el orujo de alambique (que se sigue fabricando clandestinamente en toda Galicia), los platos de madera para el pulpo o, en tiempos más recientes, el aceite  servido en las entrañables aceiteras, junto con el vinagre, en lo que en familia solía llamarse el convoy. ¿Me pasas el convoy, por favor? Como en todos los casos, se descubrió que detrás de esa campaña estaba una conocida marca italiana, cuyo nombre no diré para no buscarme líos, pero era exactamente esa en la que están pensando. A pesar de estar en los oscuros años del franquismo, los propietarios de los bares se organizaron y consiguieron parar el desatino.

Entre los bares madrileños que ofrecen un vermú más recomendable, hay que citar en primer lugar la Taberna de Ángel Sierra, en plena plaza de Chueca, frecuentemente llena, aunque tiene una especie de rebotica trasera a la que se accede por la calle San Gregorio. Allí se pueden degustar los vermús de grifo con buenas aceitunas y anchoas, entre grandes barriles y cajas de cervezas apiladas, en un ambiente de conspiradores tenuemente iluminado.



Tampoco es manco el vermú de Casa Maravillas, cuya fachada ven abajo. Es un buen lugar para comer, con una cocina bastante sofisticada y moderna. Está situada en Manuela Malasaña 13.



La Ardosa, en la calle Colón 13, es también un lugar mítico, aunque aquí lo mejor es la cerveza checa Urkel de barril y las croquetas y demás tapas. Aquí hay también una zona trasera, a la que sólo se puede acceder pasando por una especie de gatera bajo la barra. Todos estos lugares están bastante de moda, por lo que no es recomendable ir en fin de semana. Lo mejor es en diario, a mediodía y, por la tarde, a primera hora.



Menos agobiado por el turismo está un clásico: El Anciano Rey de los Vinos, en Bailén casi enfrente de la Almudena. Tiene vino dulce que suelen acompañar con una galletita Gullón, buenas tapas, cerveza bien tirada y camareros exultantes que vocean las comandas a la manera tradicional.


Sin embargo, mi preferido sigue siendo un bar más suburbial y menos machacado por los turistas: Bodegas Casas en el 23 de la Avenida Ciudad de Barcelona, del que ya se ha hablado en este blog. Tienen un segundo bar en el 57 de la misma avenida, aun más de barrio, pero yo prefiero el primero, donde se desenvuelve el dueño, Gregorio Casas, nieto de Saturnino, un antiguo pastor que vino a la ciudad a trabajar en un ultramarinos y pudo ahorrar el dinero suficiente para fundar el negocio en 1923, como bodega y taberna. Aún conserva la reja de forja que separaba ambos negocios, de modo que las mujeres que venían a comprar vino a la bodega se situaran a un lado sin peligro de moscones achispados, ni mengua de su honradez. Ahora la gente se distribuye de forma homogénea a los dos lados. Allí hay que acompañar el vermú con unos pepinillos gigantes rellenos de anchoa y boquerón, o bien la típica ración de boquerones en vinagre con gran plato de patatas fritas. Abajo pueden ver al bueno de Gregorio, a la derecha de la foto. Su padre, que todavía anda por allí echando una mano, fue el tipo que lideró la protesta cuando intentaron prohibir los grifos de vermú en los sesenta. Genio y figura.