sábado, 21 de diciembre de 2013

213. Azerbaiyán y otros países postsoviéticos

Los de mi generación crecimos en un mundo con dos modelos, el capitalista y el comunista. Los dos se retaban y se mojaban la oreja por turno en la llamada Guerra Fría, hasta que, de pronto, el universo soviético se disolvió como un azucarillo. Muchos como yo, que sentíamos una curiosidad velada de matices admirativos por conocer ese mundo que se nos ocultaba tras el llamado telón de acero, habíamos abandonado hacía mucho toda opinión favorable hacia el modelo soviético, después de presenciar el aplastamiento de la Primavera de Praga y, en mi caso, tras visitar Cuba, Yugoslavia, Berlín, o una entristecida Praga, donde pudimos comprobar en directo el tono gris que uniformaba tanto la forma de vestir como la de pensar de las gentes de esos atribulados lugares, y su contraste con el colorido de Londres o Ámsterdam.

No sé si pueden ustedes imaginárselo, pero en aquellos años uno cruzaba el telón de acero y podía vender en los mercados negros cosas como pantalones vaqueros, discos de los Beatles, camisetas decoradas o pendientes hippies. Te los quitaban de las manos. Entonces pensábamos que el sistema controlado desde Moscú caería antes o después por la presión de la gente en las calles. Teníamos recientes la revolución de los claveles en Portugal y la propia transición española y todo eso nos hacía soñar con la posibilidad de que los pueblos combativos y animosos lograran instaurar regímenes democráticos por todo el planeta. Con la perspectiva del tiempo transcurrido desde la caída del Muro de Berlín, creo que el tinglado se vino abajo por otros motivos, y que el empuje del pueblo sólo fue responsable del empujoncito final sobre unas estructuras caducas, inoperantes y ruinosas desde el punto de vista económico.

La caída de la Unión Soviética fue un eslabón más del proceso de transición desde una economía basada en la industria pesada, hacia la era de las comunicaciones y la tecnología punta. Las estructuras soviéticas, fuertemente centralizadas y basadas en el control estatal de los medios de producción, funcionaron bien durante 40 años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y llegaron a constituir una alternativa económica real al modelo americano, como se vio en la carrera por el control del espacio. Pero lo cierto es que, poco antes de la caída del Muro, en el mundo occidental las nuevas tecnologías iniciaban una carrera hacia el progreso engrasada por la iniciativa privada, la competencia, las políticas de desregulación de Reagan & co. y el abaratamiento de las materias primas necesarias para los nuevos aparatos que empezaban a vendernos como imprescindibles.

Recuerdo un breve paso por Bulgaria poco antes del derrumbe. El vídeo era una quimera, cuando en occidente ya empezaban a funcionar los primeros ordenadores. Los comercios ni siquiera habían oído hablar del código de barras y los mejores hoteles de Sofía disponían de viejos teléfonos de bakelita en los que había que marcar cuatro cifras. Vamos, una situación que recordaba a mi querida Coruña de los años 50. Ustedes seguramente no habían nacido por entonces, pero en  mi casa de la Plaza de Lugo, había uno de esos teléfonos, como un escarabajo negro gigante. El número de mi casa fue durante muchos años el 2108. Recuerdo la conmoción que supuso el momento en que pasamos a cinco cifras, añadiendo un dos al principio. La gente estaba tan acostumbrada a dar su número antiguo, que seguía diciéndolo igual, pero añadía “con el 2 delante”. En el año 66, se rodó en España una película que se llamaba “Agente 007 con el 2 delante”. Era una parodia de los films de James Bond, que protagonizaba el genial Cassen, que interpretaba al agente Jaime Bonet, un espía con acento catalán.

Con semejante panorama, era cuestión de tiempo que estos Estados, que habían perdido definitivamente la carrera por la modernización, se vinieran abajo. Lo acojonante es el daño infligido en las estructuras, no sólo económicas, sino también morales y mentales de estos países, por 40 años de dominio de la ideología estalinista. Más de 20 años después de la unificación de Alemania, todos los indicadores de calidad de vida, sanidad o cultura de la parte oriental siguen a años luz. A día de hoy siguen existiendo dos Alemanias, a pesar del notable esfuerzo de las políticas de reequilibrio que se diseñan desde Berlín.

En otros lugares, se limitaron a sustituir a los líderes más visibles por otros de segundo rango, pero manteniendo las mismas estructuras predemocráticas. El caso más dramático fue el rumano, en donde se cargaron al presidente y a su señora delante de las cámaras de televisión, para escenificar el punto de inflexión de una transición que nunca se produjo en la realidad. Ceaucescu era un líder provinciano y poco culto que estaba obsesionado con mantener la deuda exterior en cero. Cuando fue sumariamente juzgado y fusilado, tenía al país pasando hambre, acosado por enjambres de moscas, con bandas de perros callejeros agresivos por las calles de las ciudades y con unas pocas horas de luz eléctrica al día, para no tener que endeudarse. Y la televisión contaba con un solo canal, que emitía cuando había luz, y dedicaba el 100% de su programación a hablar del presidente y su familia. Este caso extremo dio pie, tras la llamada transición, a un régimen idéntico, sólo que menos personalista. Los rumanos, que soñaban con la llegada de la democracia, ahora están casi igual de desencantados.

En lugares como Kazajstán o Uzbekistán, las familias que controlaban el cotarro, siguen al frente de regímenes presidencialistas autoritarios, mimados desde occidente para que sirvan de contrapeso al creciente poder de la Rusia de Putin. Un caso emblemático es el de Azerbaiyán, el estado caucásico que se anuncia en las camisetas del Aleti, a quien por cierto espero de líder esta noche, y tal vez también mañana. Azerbaiyán es un pequeño país en el que, en cuanto excavas unos metros, encuentras petróleo. Su presidente se llama Ilham Aliyev, y sucedió en el cargo en 2003 a su padre, el viejo Heydar Aliyev, que fue el presidente durante buena parte de la época soviética, y recuperó el poder en 1994, mediante un golpe de estado en el que derrocó al breve mandatario democrático salido de las únicas elecciones libres celebradas tras la caída de la URSS. En el link que les pongo, pueden ver cómo el petróleo puede hacer que vayan a trabajar a estos países los arquitectos con más caché.

Hace unos años me tocó pasear por el Madrid Río a una delegación de Azerbaiyán. Eran unos quince alcaldes de pueblos pequeños, a los que el partido único que gobierna el país había mandado a que se dieran una vuelta por occidente, como una especie de premio de fidelidad, que no tenían opción de rechazar. El Ayuntamiento de Madrid les había montado una mañana muy apretada con un recorrido por el parque del río y una visita a las instalaciones de Valdemingómez, en donde se procesa toda la basura de la urbe, junto al término municipal de Rivas, que antes se llamaba significativamente Vaciamadrid. Eran todos varones y del mismo corte: fuertes, chaparros, paticortos y con aires de tentetieso. Cabezas potentes, pelo a cepillo, grandes bigotes cuadrados y ojos claros de mirada soñadora.

El viaje de avión ya los había dejado tocados, mareados y agotados. A poco de empezar a caminar por el paseo del río bajo un sol de justicia les dio una especie de soroche colectivo y nos hicieron saber que, en su tierra, a esa hora se solía tomar un té, para afrontar la mañana en condiciones. Paramos en un bar cutre en donde todos se sentaron y tardaron una hora en tomarse el té. Luego dijeron que ya no querían caminar más, que ya habían visto bastante. Adelantamos la visita a la planta de tratamiento de basuras y nos subimos al autobús. Al llegar, al menos tres dijeron que esperaban en el bus, que estaban medio enfermos. Los otros bajaron pero, en cuanto entraron a las instalaciones, el mal olor pudo con ellos (la verdad es que huele muy mal en esos lugares). Volvimos corriendo al bus y les preguntamos qué querían hacer hasta el mediodía. Su respuesta unánime: visitar El Corte Inglés, para comprar regalos.

El conductor y el intérprete aceptaron y entonces todos se pusieron muy contentos. Pidieron música al volumen más alto y se pusieron a dar palmadas y a cantar a coro: se sabían algunos de los últimos éxitos de los 40 principales. A mí me dejaron en Atocha. No se me había perdido nada en El Corte Inglés. El embajador nos pidió disculpas por carta unos días más tarde. Estaba previsto que acompañara a la delegación en todas sus visitas, pero ese día tenía una reunión de negocios inaplazable. Al verse solos, los díscolos alcaldes habían montado una estrategia para cambiar el programa oficial por otro más divertido. Una anécdota indicativa del nivel de este país, controlado por unos dirigentes paternalistas, que hacen por mejorar la vida de sus ciudadanos pero sin perder nunca la manija, y que tiene la suerte de que el petróleo le sale casi a ras de suelo.

Que sigan pasando las fiestas sin problemas. Piensen que en otros lugares están peor.

lunes, 16 de diciembre de 2013

212. Ya estamos en Las Vegas

La gente se felicita de que el gangster Addelson se haya ido con sus ruletas a otra parte, y yo también. De todas formas creo que todo el tejemaneje ha sido un ejemplo de indignidad por el lado de nuestro país. El tipo quería inicialmente venir, pero puso unas condiciones. Y se las aceptaron todas: libertad de fumar, acceso a menores, prostitución libre, condiciones de semiesclavitud de los empleados y lo que hiciera falta. En un momento dado, el hombre vio más disposición y mejores perspectivas de negocio en tierras asiáticas y decidió pasar de nosotros. Entonces añadió unas condiciones inaceptables, para salvar la cara de Rajoy, Nachito (así se le conocía en sus tiempos de jefe de gabinete de la ministra de incultura) y la propia señora Aguirre. Esa es la versión de lo ocurrido que me sugiere mi imaginación (pienso mal, luego acierto). No me extrañaría que primero les hubiera comunicado la decisión de no venir y luego hubiesen pactado la explicación entre todos.

Es sólo un indicativo de la talla de los políticos con los que nos desempeñamos. No quiero ser pesado, pero ¿se imaginan a De Gaulle o a Adenauer aguantando carros y carretas como estos inútiles? ¿O a Kennedy? Los políticos de ahora no mandan nada. Fíjense en la omnipotente señora Merkel. Hace dos días presentó su nuevo gobierno. Muy bien. El único pero que le pongo es que a ella la reeligieron el 22 de septiembre. Ya sé que las negociaciones con sus enemigos socialdemócratas han sido arduas, pero ¿hacen falta casi tres meses para formar un gobierno y empezar a tomar decisiones? El que al final hayan conseguido ponerse de acuerdo indica a su vez que su modelo socioeconómico es idéntico. No se crean que Zapatero estaría haciendo cosas muy distintas a las de Rajoy (los dos en comandita reformaron la Constitución al dictado de los poderes económicos, que son los que mandan de verdad).

Hace tiempo que les dije que estaba leyendo artículos y textos sobre economía, para intentar entender un poco lo que está pasando y tratar de explicarlo en algún post. Después de esa declaración, nada. Silencio absoluto. No es que no lo esté haciendo. Es que uno de los principios por los que se rige este foro es que el tono de los posts ha de ser optimista y positivo. Saquen ustedes sus propias consecuencias. Pero yo sigo consultando las fuentes, tomando notas y enterándome de cosas. Por ejemplo, el otro día, en uno de esos libelos leí por primera vez la palabra tapering. El simple amago de la Reserva Federal (así se llama el Banco Central de Estados Unidos) de empezar a reducir sus incentivos a la economía del país, había producido un pequeño tapering, del que nos habíamos recuperado enseguida.

Vayamos por partes. Resulta que la FED (siglas inglesas de la susodicha Reserva), está llevando a cabo una política de ayuda a la economía de su país. Algo de eso había oído ya, incluso una consideración complementaria en el sentido de que la señora Merkel es muy cabezota y no quiere tomar ese tipo de medidas, que están en su mano, y que por eso estamos como estamos, porque nosotros no podemos hacerlo solos, como cuando pagábamos en las añoradas pesetas. Bien, estamos en que hay unas medidas y, el solo hecho de que la FED diga “mira, no sé si empezar a suavizarlas un poquito”, ya produce un efecto tapering, concretado en bajada de la bolsa, subida de la prima de riesgo, temblores en el nasdaq, turbulencias en el euribor y flatulencias en los tipos de interés.

Tal vez ustedes sepan de qué va el párrafo inmediatamente anterior, pero yo soy un ignorante en estas materias, no sé de qué me hablan y la única explicación de ese texto que viene a mi cabeza es “la gallina”. Así que me he puesto a investigar y he encontrado lo siguiente. Desde el arranque de la crisis en 2008, la FED ha desarrollado ya tres programas de incentivación de la economía nacional, conocidos por el bonito acrónimo QE, que significa nada menos que Quantitative Easing. ¡¡Toma castaña!! El actual QE es el QE3 y arrancó en septiembre de 2012, a la vista que el QE1 y el QE2 no habían dado los resultados esperados. ¿Y en qué consiste un QE? Pues lisa y llanamente en darle gas al maquinillo de imprimir nuevos billetes para introducirlos en el mercado. A esto lo llaman inyecciones de liquidez.

Usted y yo no lo podemos hacer, porque nos tildarían de falsificadores y nos meterían al trullo en un periquete. Pero el Estado (al menos el americano) tiene el privilegio de hacerlo legalmente, en régimen de monopolio. De manera análoga, usted no puede pegarle un mamporro a ese tipo a quien le tiene tantas ganas, y la policía sí. ¿Por qué? Pues porque tienen el monopolio de la violencia coercitiva (a usted no le sacuden porque sí, sino de forma justificada y con una ley detrás). Así que el Estado americano enfrenta la actual crisis mediante actuaciones llamadas QE, que cuentan con una memoria explicativa: lo vamos a hacer para conseguir este o este otro objetivo, en una cuantía determinada, con un horizonte temporal ligado al cumplimiento del objetivo y con la aprobación preceptiva del Congreso.

Bueno, todavía no deben escandalizarse demasiado (aún no les he hablado de las cantidades). No he investigado la QE1 ni la QE2, me basta con la QE3. En septiembre de 2012, Estados Unidos se encontró con una tasa de desempleo cercana al 10%. Entonces puso en marcha la QE3, prometiendo mantenerla hasta que la tasa alcanzara un 6,5% de forma sostenible. Pero ¿en qué coño consiste al final la QE3? Pues nada menos que en imprimir 85.000 millones de nuevos dólares ¡¡¡AL MES!!! Sí. Lo han leído bien. Desde septiembre de 2012, la FED imprime billetes por ese valor todos los meses y los inyecta en el mercado por el procedimiento de comprar valores lastrados por las llamadas hipotecas basura (por valor de 40.000 millones) y recomprarse a sí mismos los bonos que emite el propio Estado (los otros 45.000 millones).

Eso, hasta que el paro se reduzca al 6,5%. A finales de septiembre de 2013, después de un año de perpetrar esa fechoría un mes sí y otro también, la propia Ley que había creado el QE3 obligaba a hacer un pequeño balance, antes de decidir si se prorrogaba. La tasa de paro estaba ya en el 7,3% y las expectativas de que siguiera bajando eran moderadamente optimistas. Eso generó el rumor de que, tal vez, los sesudos economistas de la FED decidirían ir disminuyendo la cantidad mensual inyectada, a ver qué pasaba. Y ese rumor fue el que produjo el arriba citado tapering. Al final, los sabios decidieron prorrogar la QE3 tal como estaba. Y se acabó el tapering.

Si creen que todo esto es ciencia ficción, o me lo acabo de inventar, busquen en la prensa especializada. El truco es cojonudo, la pena es que no nos lo dejen hacer a los demás. ¿Imaginan que a Gallardón lo autorizaran a imprimir euros a porrillo? Inmediatamente nos ponía la ciudad guapa y se hacía un túnel hasta La Pedriza, para los fines de semana. ¿Y si a Lendoiro le dejasen imprimir euros por valor de una miseria de 156 millones? Pues arreglaba las cuentas del Deportivo en dos días. Y le sobraba para fichar a cualquier Cretino Ronaldo. El maquinillo de la FED es el huevo de Colón, es la quinta esencia, es la cuadratura del círculo, es el ungüento amarillo, es la piedra filosofal y la purga de Benito y la tripa de Jorge, todo a la vez.

Ahora en serio: ¿no les parece que es todo una gigantesca estafa? Estamos en manos de los poderes económicos más despiadados, y lo único que se nos permite (aparte del pataleo de las manifestaciones) es elegir cada cuatro años entre varias opciones políticas, todas dominadas o compradas por esos poderes planetarios. Formaciones dirigidas por políticos capaces de tardar tres meses en formar un gobierno de coalición, como en Alemania, o de ganar las elecciones con un programa y, a partir del día siguiente, poner en marcha la política contraria, como aquí. Qué más da que no hayan traído Las Vegas a Alcorcón. Estamos todos inmersos en un gigantesco Las Vegas. Ya ven por qué no quiero hablar de economía. Porque donde rascas sale mierda. Hablar de economía y ser optimista es, a día de hoy, una contradicción en sus términos. Lo siento. Viene la Navidad y ya les expliqué el año pasado, más o menos  por estas fechas, cómo afectan estas fiestas a mi ánimo. Hagan por pasarlo lo mejor que puedan.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

211. El Trofeo Akiles

El domingo pasado corrí el Trofeo Akiles. Siento escribirlo así, con k, pero ese es el nombre del club deportivo que organiza esta carrera, tomado del héroe griego que nunca conseguía alcanzar a la tortuga. El Akiles es uno de los clásicos del calendario madrileño y seguramente la prueba en la que he participado más veces. Fue mi primera carrera, en diciembre de 1986, y la primera carrera, como la primera novia, no se olvida ya nunca. Se celebra el segundo domingo de diciembre, con un tiempo generalmente frío, ideal para el fondo, y además pilla a la gente en el momento dulce de la temporada, antes de los excesos gastronómicos navideños tras los que el personal ha de decidir si mantiene el tran tran y continua corriendo pruebas de 10 kms, o intensifica el entrenamiento para afrontar alguna prueba más larga en abril/mayo.

Me apunté a primeros de la semana pasada, recogí el dorsal el viernes y me dijeron que había unos 2000 inscritos. No es ésta una prueba multitudinaria, porque es dura, hace frío y la gente sale mucho de Madrid en el puente de la Constitución. Para mí, mejor que no haya grandes aglomeraciones. La carrera empieza a las 10 de la mañana y todo su recorrido es en el interior de la Casa de Campo, por las carreteritas que surcan este gran parque, el mayor de Madrid abierto al público. No sé si lo saben ustedes, pero los principales parques de Madrid son todos antiguas propiedades reales. En la prehistoria, esta región era un inmenso bosque, pero poco a poco los árboles se fueron talando. Los ejércitos necesitaban madera para sus flotas y sus armadas invencibles. El pueblo combatía el frío a base de leña. Y el tendido del ferrocarril y las sucesivas guerras interiores se llevaron lo que quedaba. La comarca inició un proceso irreversible de desertización del que sólo se libraron las propiedades reales.
 
La carrera tiene la salida junto al lago, en dirección a la estación del teleférico. Los dos primeros kilómetros son de suave subida. Entonces dobla a la derecha e inicia el ascenso al Cerro Garabitas, un doble muro muy duro que termina en la cima, donde está el kilómetro 4. A partir de ahí hay una larga bajada hasta pasar otra vez por el punto de salida, más o menos en el kilómetro 8. Después se hace un último lazo para completar los diez y se termina otra vez cerca del lago. La parte final es compensada, llena de subidas y bajadas suaves, aunque te pilla ya un poco matao. Supongo que también saben que en esta zona se mantuvo estable el frente de guerra durante casi tres años, entre el 36 y el 39. La Guerra Civil fue en realidad un golpe de Estado fallido. El plan de los sublevados era hacerse con las principales ciudades en unos días, pero el pueblo de Madrid tomó las armas y resistió.

En noviembre del 36 las tropas del general Varela llegan a la Casa de Campo y toman el Cerro Garabitas. Los atacantes fanfarroneaban diciendo que, en unos días, el General Mola estaría tomando café en la Puerta del Sol. El Gobierno se tomó en serio el envite y trasladó su sede a Valencia. Pero el pueblo se quedó y peleó. Los sublevados emplazaron sus baterías de artillería en el cerro y desde allí estuvieron bombardeando la ciudad hasta el final de la guerra. Varias veces intentaron los republicanos reconquistar esa posición estratégica, especialmente la división al mando de Buenaventura Durruti, pero nunca se consiguió. Como saben, los sublevados ganaron la guerra, pero Mola nunca llegó a tomarse el café prometido, merced a un oportuno accidente de aviación. En la Casa de Campo quedan todavía restos de la Guerra Civil. Hay una visita guiada para verlos, que se organiza algunos domingos por la mañana, pero lo cierto es que nunca me ha venido bien sumarme a ella.

La carrera del Trofeo Akiles recorre cada año esos lugares llenos de historia, en medio del frío de diciembre. Como es una carrera de poca gente, yo solía ir en coche, aparcaba por allí y, veinte minutos antes de la salida, bajaba del coche, me quitaba el chándal y me quedaba con mi camiseta de tirillas en medio de la gente superabrigada. A los compañeros les daba frío verme, pero yo tenía una respuesta preparada para ellos: “el frío es una cuestión psicológica, tío: si no quieres tener frío, sencillamente no lo tienes”. Esta vez no tenía claro si ir en coche o en Metro (la estación El Lago está bastante cerca de la salida y la llegada). El problema de ir en Metro es que debes llevar el chándal puesto y luego dejarlo en los roperos que habilitan. Al final, para recuperar la bolsa, hay que hacer una cola interminable en la que te quedas helado.

Decidí acostarme pronto la noche antes, después de comerme una ensalada con una cerveza, y aplazar mi decisión hasta la misma mañana de la carrera, en función de la hora en que me levantase. Así lo hice y, a las 6.30, tenía los ojos como un búho. En consecuencia, opté por desayunar tranquilamente, vestirme y acudir a la Casa de Campo en coche. Llegué al parque helado a las 8.45 y encontré una plaza de parking junto a la entrada de Puerta del Ángel. Allí esperé tres cuartos de hora con la calefacción y la música a todo volumen. A las 9.30, salí del coche y me quité el chándal. El termómetro marcaba dos bajo cero. Con mi camiseta mínima fui trotando hasta las proximidades de la salida. A orillas del lago empezaba a dar el sol, pero no conseguía disolver la escarcha que embozaba los parterres. Seguía haciendo un frío de narices. Hice mi tanda de estiramientos y me metí entre la masa de corredores que aguardaban la salida muy apretados, para aprovechar el calor humano.

Salí con el pelotón y me encontré bien. Afronté con fuerza el doble muro que asciende al Cerro Garabitas y llegué arriba bastante entero. En la cima, donde marca el kilómetro 4, miré mi cronómetro. No iba mal para haber hecho una subida tan fuerte. Me dejé llevar y me olvidé de las marcas durante la larga bajada que te lleva otra vez al lateral del lago. Esta bajada es un verdadero placer. Recuerdo un año en que había una niebla espesa y no se veía nada. De pronto, al llegar a la cima del Cerro, la niebla quedó debajo, el cielo se abrió y apareció al fondo la vista de la cornisa de Madrid, como flotando sobre el mar de niebla, con el Palacio Real y la Catedral, por entonces aún inacabada. Fue una aparición totalmente cinematográfica, que no me ha tocado presenciar de nuevo.

En los penúltimos kilómetros apreté lo que pude, aunque estaba ya bastante cansado. Y entonces vi el marcador del kilómetro 9. ¡¡Joder!! Si no llevaba ni 50 minutos… Era la ocasión de hacer una marca cojonuda, hacía años que no bajaba de los 57/58 minutos. Apreté los dientes, saqué fuerzas no sé de dónde y empecé a adelantar corredores asfixiados de ambos sexos. Entré en la meta esprintando, aunque no lo suficiente como para adelantar a un tipo de luengas barbas que me ganó por medio cuerpo. Traspasada la meta, nos dimos un abrazo. El tiempo que marcaba mi cronómetro: 54.27. Me bebí un par de Aquarius, alcancé mi coche y salí pitando para mi casa. Allí me esperaba una larga ducha y un segundo desayuno.

Tal vez piensen que les he contado un nuevo capítulo de Hazañas Bélicas, pero, si recuerdan lo contento que estaba tras hacer 59 minutos en la Carrera del CSIC, pues imaginarán lo que supone para mí bajar casi cinco minutos dos meses más tarde. Estoy haciendo la temporada bastante correctamente pero no esperaba llegar a estas marcas a mis años (tengo que decir que, cuando era joven, hacía esta carrera en 44 minutos). He corrido una carrera en septiembre y otra en octubre. Pensaba correr en noviembre la de Canillejas, pero me pilló de viaje. Un viaje en el que, por primera vez en mucho tiempo, me llevé las zapatillas de correr y las usé en Bruselas. Todo esto, más el frío de dos bajo cero, me ha llevado al punto en el que estoy. Aquí no hay milagros. El fondo es entrenamiento, regularidad, buena alimentación, ejercicios complementarios y cabezonería. En esto como en cualquier otra cosa, está todo inventado.  

Añadiré que ésta fue la última carrera de mis viejas zapatillas Mizuno, que están prácticamente destrozadas. Me acabo de comprar unas Brooks Adrenaline, y pienso volar con ellas. Que pasen una buena noche.