Sí señor, falta un mes todavía para la Nochebuena pero ya las calles de mi barrio están petadas de gente con cara de arrobo y montones de bolsas colgando de los brazos con los regalos que acaban de comprar, personal venido de todos los pueblos y ciudades del entorno para ver las luces navideñas, escuchar los villancicos omnipresentes, quedarse de piedra viendo la instalación Cortylandia, hacer colas de horas para comprarse el décimo de Doña Manolita o tomarse un bacalao rebozado en Casa Labra, y sobre todo pasear arriba y abajo, las familias completas, con el padre con gesto indisimulado de vaya coñazo me estoy tragando, las madres con un aire de determinación y la satisfacción en el bigote de que por una vez se está haciendo lo que hay que hacer y los niños abrigados con los típicos verdugos de lana, en ocasiones con orejitas de oso de peluche, bien agarrados de la mano para que no se despisten.
Esto obliga a redoblar la dotación de la policía municipal, cortar determinadas calles a las horas punta, cerrar estaciones de Metro como la de Sol e impedirme a mí acceder a mi garaje, salvo mostrando el DNI que certifica que vivo allí al agente de movilidad correspondiente. La obligación de estar muy contentos y exteriorizar todo el rato esa especie de felicidad impostada, es algo bastante agotador y yo ya expresé hace once años, en mis primeras navidades del blog, lo cargante que me resultaba todo esto. Pasados los años, he suavizado un poco esta percepción, sobre todo por el hecho de que mis hijos han tomado la costumbre de venir a pasar las fiestas conmigo, lo cual es siempre motivo de gozo y además procuro encontrarme con amigos y conocidos para desearnos mutuamente un feliz año nuevo.
Pero este año, la cosa me vuelve a resultar bastante estomagante (expresiva palabra que forma parte de nuestro léxico), porque no es más que un grado superlativo del coñazo que me toca vivir cada fin de semana por el Barrio de Las Letras, en donde el viernes noche se empieza a abarrotar el espacio público de turistas, dispuestos a ver miles de cosas y escuchar horas de textos semi-inventados por guías de tres el cuarto, como si no hubiera un mañana, en ese fenómeno que se ha agudizado al volver de los encierros de la pandemia. Qué bien nos vendría que nos decretaran un confinamiento selectivo, en el que encerraran sólo a los pedorros y gilipollas; la ciudad quedaría en exclusiva para los demás.
Además, este año, he perdido a unos cuantos amigos, en especial dos de los seguidores del blog más fieles y constantes, y el alcalde Almeida ha ganado por mayoría absoluta dejando el urbanismo en manos del inefable Borja Carburante, que lo primero que ha hecho es cesar a mi querida jefa, tal vez una de las personas más brillantes del urbanismo local. Las luces de Navidad, que Gallardón dotó de un punto moderno y estilizado, con esta panda vuelven a ser de nuevo horteras y cada vez más ridículas. En la esquina de Gran Vía y Alcalá se solía colocar una bola del mundo muy vistosa, a la que la gente acudía en manada para hacerse selfies. Pues este año, han decidido sustituirla por una supuesta flor de pascua gigante, cuya imagen les pongo abajo. El saber popular rápidamente ha procedido a asignarle un nombre chusco de mucha precisión: el monumento al mojito de fresa.
Pero, en fin, la Navidad he venido, nadie sabe cómo ha sido, y hay que intentar disfrutar de la parte buena, de quedar con los amigos y ponerse al día que, como les digo siempre, a los amigos hay que cuidarlos si se los quiere mantener, igual que a las plantas hay que regarlas: si se las deja secar, luego ya es inútil regarlas otra vez. Y yo estoy este año en una dinámica de salir y encontrarme con amigos y conocidos para mantener viva la llama, dinámica que ni siquiera he interrumpido durante mis dos semanas en Londres. Lo malo es que, en nuestra sociedad, esos encuentros están inevitablemente unidos a la cuestión gastronómica, de modo que, para ver a los amigos has de pegarte unas comilonas que pueden dejarte hecho polvo, sobre todo por la reiteración. Para esas tesituras, yo tengo un remedio magnífico; se llama Pankreoflat y lo venden en las farmacias sin receta. Mi madre no salía a comer fuera de casa sin llevarse su cajita de Pankreoflat en el bolso, y yo hago exactamente lo mismo.
Esta semana pasada ya he tenido un anticipo del aquelarre digestivo que nos espera. El miércoles, quedé a comer con cuatro ex-compañeras del trabajo con las que suelo encontrarme de vez en cuando, aunque llevábamos sin vernos desde antes del verano. Comimos en Casa Carmen, un restaurante nuevo frente al edificio del Ayuntamiento en Cibeles en el que trabajan algunas de ellas, en la calle Alcalá, un lugar de bastante buena relación precio calidad. Por la tarde, subí a Palomeras para mi clase de guitarra y después cayeron también unos cuantos botellines en el bar de al lado. El jueves, salí de mi sesión de yoga a las nueve de la noche y me dirigí al Ricla, donde Ana, la dueña, me había guardado un plato de cocido del día anterior, que estaba extraordinario, de los mejores cocidos que he comido nunca. Me habían convocado el día anterior a mediodía, pero ya tenía la cita con mis amigas.
El viernes tuve un poco de alivio gastronómico, pero el sábado me tocó ayudar a mi amiga a terminar de montar los muebles de IKEA, lo que comportó acudir otra vez a la tienda a por unas piezas que nos faltaban, ocasión que aprovechamos para comernos una hamburguesa doble en un Friday, que es una cadena bastante mejor que las habituales americanas. Y por la noche, bajé a coger el tren hacia Entrevías, para asistir al concierto de Navidad del Colectivo La Palmera, en el local de la asociación de vecinos, conocido como La Tacita de Plata. Allí cayeron también unos cuantos tercios de cerveza Estrella, acompañados por patatas fritas, que me zampé con Henry Guitar, Críspulo, El Bruja y los demás, mientras se preparaba el concierto.
La primera vez que me acerqué al mostrador a pedir cerveza, el chaval que atendía la barra me recordó que no se puede pagar con tarjeta. Rebusqué en los bolsillos y encontré exactamente 2,30€. La cerveza valía tres, pero el chaval me dijo que le diera lo que llevaba, que daba igual. Era un joven sonriente y muy amable, con los dientes delanteros muy estropeados, lo que le daba un aire de drogadicto rehabilitado. La Palmera, es un colectivo en el que entran y salen músicos, hasta un total de quince, que se reunieron para los bises. Hacen un jazz-bossa bastante meritorio, con diversos saxos, trompetas, flautas y fiscornos, apoyados en la guitarra de Henry, el contrabajo de Christian el alemán de Carabanchel, los teclados de Ángel y la batería de Crispulo. Estos cuatro se suelen situar detrás de los metales, pero son los que dirigen la cosa. Como siempre, les grabé un pequeño clip, de un tema en el que no participó mucha gente y que les pongo abajo. No me dio margen a grabar la parte de la trompeta, que, en este tema, ejecutaba la única mujer del grupo, que es buenísima.
Pedí dinero a mis amigos para las siguientes cervezas y volví donde el joven de la dentadura en ruinas. Le ofrecí pagarle 3,70€ por la segunda, pero no quiso cobrarme más que los tres de rigor. Con su sonrisa rota, puntualizó: tú y yo estamos en paz; estábamos en paz desde el principio. Cuando fui a por la tercera, con un montón de monedas, le dije que había estado en la puerta pasando la gorra a los que entraban y se partía de risa. La afluencia de público no fue exagerada, yo creo que estaba todo el mundo en el centro comprando regalos y viendo las luces. Pero los músicos se llevaron unas merecidas ovaciones y pararon porque el lugar tenía que cerrar. Ayudé a Críspulo a recoger sus tambores y me fui en el primer coche que salía para la academia de música, porque a esas horas ya no hay tren y en Palomeras se puede coger el Metro hasta la una y media.
Nos tomamos el vino de cierre, un rioja joven en mi caso, en un bar que no conocía. Se llama el Papalaguinda y es un lugar de copas muy recomendable, con pantallas de tv en las que estaban dando el partido del Rayo Vallecano y diversas actuaciones musicales. A la una y cuarto, caminé desde allí hasta el Metro Alto del Arenal, bajo una niebla fría bastante insidiosa, para volver a casa con mi querido Tarik Marcelino, que ya me echaba de menos. Esta mañana he acudido al yoga y luego he atravesado la masa de turistas de la Plaza Mayor para ir a desayunar a la Casa de las Torrijas. Después me he recogido en casa, a descansar de las comidas excesivas y seguir los partidos de fútbol por la radio, mientras escribía para ustedes. Porque el programa de la semana que entra es de auténtico aquelarre pantagruélico.
Se lo resumo para que vean que no exagero. Mañana lunes, he de encontrarme en Madrid Río a media mañana con una delegación de planificadores urbanos de Shanghái, que viene con Lucía Cano, una arquitecta de primera línea que desarrolla parte de su trabajo en esa ciudad china, y a la que una amiga común le ha dicho que nadie como yo para contar el proyecto del río. Veremos cómo me arreglo, porque parece que los chinos, que son ocho, no hablan ni una palabra de ningún otro idioma que no sea el chino. Si todo va bien, volveré a casa a comer algo ligero. Porque por la noche he quedado con mi sobrina Eva a tomar unas cervezas con algo de tropezón para que entren mejor. El martes comeré un sándwich en casa para ir con el estómago vacío a la sesión vespertina de yoga, tras la que seguramente me comeré algo en la Cervecería Santa Ana, dado que el Ricla cierra ese día.
El miércoles he quedado a comer en la Casa de Campo con la madre de mis hijos (es decir, la madre que los parió) con quien me veo con frecuencia para charlar y tratar de nuestros negocios comunes. Por la tarde noche vuelvo a mi clase de guitarra, no sé si esta vez seguida de piscolabis o no. El jueves, tengo clase de inglés por la mañana y luego tengo comida con mi jefa defenestrada y mi querida compañera M. a ver si consigo que se animen un poco. La semana pasada fui un día al edificio APOT y se me cayó el alma a los pies. Nuestra antigua Dirección General de Planificación Estratégica ha sido desmantelada. MI jefa está ahora en el Área de Obras en la calle Alcalá. Una de las dos subdirecciones que teníamos ha pasado al Área de Vivienda. Y el equipo de confianza más próximo a mi jefa y a mí, incluyendo todo el team de delineación, ha sido desterrado a una planta diferente, en donde los han colocado en una hilera infame en el centro, estabulados como burros en un establo.
Tal vez recuerden lo que yo sufrí cuando me defenestraron y me enviaron a un chiquero, delimitado lateralmente por dos muebles bajos, en el que me veía obligado a escuchar las conversaciones de todas las secretarias que poblaban la llamada pradera. Pues esto es peor, porque ni la espalda tienen resguardada. Así que el jueves tengo esa comida que les he dicho. Sin demasiado tiempo para una larga sobremesa. Porque a las 18.15 tengo que tomar en la estación de Atocha un AVE a Ciudad Real, en donde tengo la cena anual del grupo de viajeros veteranos con los que fui a Madagascar, Birmania y Chile. Este grupo está ahora mismo al ralentí, a la espera de que se reponga uno de los elementos clave, que tuvo un problema de espalda y no acaba de estar bien. Pero además, todos ellos forman parte de una ONG que se llama SOLMAN y que desde Ciudad Real desarrolla determinados proyectos sociales en África. Esta ONG es la que organiza la cena anual, en donde se reparte lotería, calendarios y demás merchandising.
Y el viernes, tras bajarme del AVE de vuelta, cogeré el coche para acercarme a Torrelodones a comerme un rabo de toro con mi querido amigo A. también conocido en el blog como el Padre de Corro, junto con mi sobrina Eva, el único amigo o seguidor del blog que tuvo a bien asistir a mi conferencia sobre Palomeras en el Ateneo de Madrid, que no se crean que se me ha olvidado la ofensa que sentí ante su escasa respuesta a la convocatoria. Como ven, he de llevar la caja de Pankreoflat lista para tamaña serie de eventos gastronómicos. El sábado y domingo podré descansar un poco, pero esto no ha hecho más que empezar. Lo que pasa es que del programa de la semana siguiente ya daré cuenta en entradas posteriores.
Por lo demás, basta que en el post anterior dijera que estaba encantado con el hecho de que cada uno de mis textos registra más de cuarenta visitas, para que ese post en concreto se haya quedado en 36. Y eso que muchos me reclamaban para que me pronunciara sobre la situación política. Como les pronostiqué, los cayetanos ya se van cansando de acudir cada noche a Ferraz con la que está cayendo y Sánchez ha empezado fuerte, que lo que hace falta es que trabajen y callen bocas. Yo espero que no lo hagan tan mal y que dejen sin argumentos a la derechona y a fachapobres amargados, podemitas resentidos y catalinos hiperventilados. En estos días hemos visto cómo triunfa esa nueva ultraderecha populista en Argentina y hasta en Holanda. Hemos de estar bien atentos, que la lucha continúa. Les dejo de propina una imagen de una pintada ultra, hábilmente retocada. Un ejemplo de esa lucha cotidiana en la que debemos seguir perseverando. Sean buenos.
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