lunes, 13 de noviembre de 2023

1.257. De vuelta en casa

He aquí el relato de mis tres últimos días de viaje a Londres y mi aterrizaje de vuelta en un Madrid que dejé trece días antes en un eterno veranillo de San Miguel y al que he regresado en pleno invierno climático, en un ejemplo de año sin otoño bastante preocupante. Con lo que me gustaba a mí el otoño y este año me lo han birlado. Empezaré por el jueves 2 de noviembre, el undécimo día de mis aventuras. Ese día desayuné con mis anfitriones como de costumbre y salí a la calle. Otro día más de lluvia prácticamente continua, desde luego en estas tierras londinenses el tiempo es bastante desagradable, aunque he de reconocer que no hacía frío. Tomé el bus 55 y en Liverpool Street me subí al Metro hasta la estación de Charing Cross.

Mi primer destino de ese día era la gran librería Foyler, en donde esperaba encontrar un libro que me había encargado mi amiga África, relacionado con el aprendizaje del latín para angloparlantes. Encontré la librería y pregunté por el libro pero, tras consultar el ordenador, me dijeron que no lo tenían. Me recomendaron intentarlo en Waterstone, otra librería que está en Trafalgar Square, adonde podía llegar caminando por la Duncannon street. Me hice finalmente con el libro y ya aproveché para ver la gran  plaza, con la columna de Nelson, las fuentes y la estatua ecuestre de Jorge IV, frente al impresionante edificio de la National Gallery, que ya se me queda para la próxima visita, lo mismo que la Tate Britain y otros lugares de interés. Vean un par de fotos de las que fui tomando, la National y un selfie al pie de la columna.


Solucionado el tema del libro, tenía esa mañana un segundo negocio que les cuento. Mi hijo Lucas lleva aquí desde agosto, pero ya se ha apuntado a un grupo de teatro en francés, con el que ensaya normalmente los sábados y que localizó a través de los contactos que le proporcionó otro grupo de Lille del que formó parte durante años. El grupo londinense utiliza para sus ensayos y representaciones un local situado en el sur profundo de la ciudad, parte de una serie de edificaciones industriales abandonadas que fueron compradas en su día por una entidad benéfica (una de las charities tan frecuentes en Inglaterra y de las que les he hablado), que cede los distintos locales para diversas actividades culturales y sociales. Pero hete aquí que la charitie ha cambiado recientemente de dirección y los nuevos rectores están bastante decididos a aceptar la oferta de una gran inmobiliaria que tiene el plan de demolerlo todo para construir un gran complejo de vivienda y oficinas en unas torres gigantescas. Dicen que, con la enorme suma de dinero que van a recibir, podrán financiar muchas más actividades filantrópicas de las que apoyan ahora.

Por cierto, en Londres, según tengo entendido, para una operación de este tipo no hace falta más que disponer de la capacidad financiera necesaria, Londres es el paraíso de los grandes inversores inmobiliarios, que tienen carta blanca para hacer lo que quieran, resultado de años de desregulación iniciados en los tiempos de Thatcher que, entre otras barrabasadas, propició la supresión del Greater London Council, que más o menos intentaba controlar el cotarro con un mínimo de orden. Volviendo a nuestro grupo de teatro, parece que está ya bastante decidido que los van a desahuciar de su local y ese jueves habían convocado una manifestación de protesta. Lucas me preguntó si quería sumarme y, obviamente, no me lo tuvo que pedir dos veces. Él se había quedado en casa teletrabajando, pero me dijo que se acercaría con su bicicleta. Así que allí mismo en Trafalgar Square tomé un Metro hacia el sur.

Me bajé en la estación de Elephant and Castle y salí a una especie de barrio de Entrevías, atravesado por varias líneas de tren en altura, con numerosos locales de oficinas, comercios y bares en las arcadas de ladrillo que sujetaban las vías. Encontré rápidamente el 46 de Loman street, en donde todavía no había nadie, y decidí darme una vuelta por el barrio. Abajo algunas tomas de esta zona suburbial en proceso de transformación urbana, en la que hay cerca alguna universidad por lo que está llena de gente joven e inquieta.





Poco a poco fue la gente llegando, apareció un tipo con un megáfono y empezó el sarao. No llegamos a ser más de cuarenta personas, pero aparecieron por allí unos policías bondadosos, de los llamados bobbies, que pidieron los permisos y se retiraron a un lado. También vinieron periodistas y cameramans de dos televisiones, la BBC y otra local. A mí me dieron una pancarta y me sumé a los gritos y coreografías que se organizaron. Les voy a dejar unos cuantos testimonios de mi participación en este evento, como un auténtico activista internacional. En primer lugar, la convocatoria del acto. Si quieren verla, han de pinchar AQUÍ. Abajo unas fotos y un vídeo que tomé en el lugar. Por último, el podcast del reportaje de la televisión local, en el que se me puede ver perfectamente (no tanto en el de la BBC).




Terminada la demonstration (que es como se dice manifestación en inglés), Lucas debía volver a casa para seguir trabajando, que ya se había gastado toda la pausa de mediodía, y yo caminé en dirección a un pub al que le había echado el ojo previamente, durante mi paseo por el barrio. El pub The Charlotte, que estaba debajo de una de las arcadas del tren y donde me obsequié con una hamburguesa súper, con la consabida pinta de cerveza de presión. Tras una ligera sobremesa, volví a dirigirme a la estación de Metro más cercana, para tomar una línea en dirección norte. Atravesé toda la ciudad y fui a salir a la zona de Tottenham, en el norte londinense, un barrio lleno de indios, paquistaníes y gentes de Bangla Desh y Sri Lanka. Allí vive mi querida amiga Clare Haley, con la que había quedado a las cuatro.

Conocí a Clare en marzo de 2017, en mis primeros contactos con el grupo C40, para el que trabajaba. La red la había mandado a Madrid en donde se acababa de instalar y, en compañía de Julia López Ventura, la directora de la red para la región europea se presentaron en nuestras oficinas y las recibió mi jefa conmigo y otros del equipo de Planificación Estratégica, en una reunión que cambió mi vida municipal, tal como se contó puntualmente en el blog. Porque en esa misma reunión mi jefa insistió en que yo fuera el enlace con la red y empezamos a participar en webinars, que solían ser por la tarde, lo que motivó que mis demás compañeros empezaran a poner excusas y finalmente me quedase yo solo. En verano nos invitaron a participar en el workshop presencial anual que se celebraba en Portland (Oregón) y mi jefa decidió que fuera yo, decisión que yo me encontré tomada a la vuelta de un viaje a Nápoles y Roma.

Clare fue la persona que dirigió y coordinó el workshop, que para mí fue un evento grato y memorable, puesto que allí hice unos cuantos amigos para siempre, como Hélène Chartier, de París, Shannon Ryan, de LA, Tantri de Yakarta o Radcliffe Dacaunay de Portland. Clare dirigió el taller con mano de hierro y yo hice buen papel participando en todos los debates y contando la política de movilidad del Ayuntamiento en los tiempos de la señora Carmena, tema que me tocó, porque las presentaciones sobre vivienda y regeneración urbana ya estaban encomendados a otros. Clare siguió todo el año en Madrid  y nos vimos muchas veces para diferentes saraos. Llegando al verano de 2018, la red C40 le comunicó a Clare que la trasladaban a Copenhague, algo que no le gustó demasiado, porque estaba encantada en Madrid y ya se manejaba bastante bien en castellano. Quedamos a desayunar en el Café Comercial para despedirnos y no la había vuelto a ver desde entonces, pero seguíamos en contacto. De ella tenía el recuerdo de una chica bastante joven, con un toque un poco infantil, muy potente profesionalmente y súper simpática. Vean por ejemplo la foto que le hicimos en Portland, con el cartel que usaba para cortar a los que se excedían en el tiempo de sus intervenciones.

Clare estuvo poco más de un año en Copenhague. Después decidió dejar el grupo C40 y aprovechar la oferta que le hizo la TfL (Transport for London) para trabajar en temas de planificación de la movilidad urbana en su Londres natal. Lo último que había sabido de ella es que se había vuelto a cambiar y estaba trabajando ahora para el Ayuntamiento en temas de regeneración urbana de barrios vulnerables. Le había escrito desde Madrid para decirle que iba a Londres un par de semanas y quedamos en vernos el jueves 2. En principio, habíamos quedado en encontrarnos en la zona de Spitalfields, donde me dijo que está su oficina.

Pero, para el jueves de marras, anunciaron en las noticias la llegada de una gran tormenta con mucha lluvia y viento, que luego no fue para tanto, aunque llovió con ganas. Así que, cuando la llamé por la mañana para concretar la cita, me dijo que finalmente se había quedado en casa teletrabajando y que si no me importaba acercarme al norte. Quedamos entonces en un café de la calle principal de Tottenham, que se llama Pasero. Llegué primero, dejé el paraguas empapado en el paragüero, me senté y la vi venir por la calle. Y me quedé de piedra. Aquella chica aniñada de hace cinco años es hoy una mujer guapísima, espléndida, maravillosa. Creo que hace tiempo que no quedaba con una mujer tan atractiva. Vean el selfie que nos hicimos al final de nuestra cita y juzguen por ustedes mismos.  

Aparte de guapa, sigue siendo tan simpática y próxima como siempre, ha perdido el nivel de español que tenía al final de su año madrileño, ya que no tiene con quien practicar, pero recuerda ese año como algo maravilloso, especialmente la vida en la calle, los amigos, las noches de bares y fiestas y los desayunos con tostada con tomate, una de las pocas cosas que aun sabe decir en castellano. Estuvimos más de una hora poniéndonos al día, en torno a unos tés con unas pastitas. Me contó que en Copenhague lo había pasado algo peor, por lo que decidió volver a casa. Y que en Londres ha pasado por diferentes trabajos, porque acepta ofertas que le suponen mejorar de sueldo, algo clave en una ciudad tan cara. Ahora está en un estudio privado al que tanto la TfL como el Ayuntamiento le subcontratan trabajos específicos de zonas de la ciudad. Pero que le gustaría ya quedarse un tiempo largo en algún trabajo. Preguntada por su vida sentimental, me dijo que iba en paralelo a la profesional, pero que pensaba que ya era el momento de estabilizarse, porque está a punto de cumplir los cuarenta, otra sorpresa para mí.

Me acompañó al Metro y nos dimos un largo abrazo. Completé aquí los hechos prodigiosos del undécimo día, y el programa de encuentros que traía para Londres. El Metro y luego un bus me llevaron a casa, donde ya me quedé hasta la cena, para la que Lucas preparó una sopa de pollo con verduras riquísima. El viernes 3, mi penúltimo día de viaje, no tuvo ya demasiada historia. Esperé a que todos los de la casa se fueran y me puse a escribir mi post para ustedes titulado Suma y sigue. Como a la una bajé a dar una última vuelta por el barrio de Hackney Wick, ya con un cierto toque de despedida de Londres, recorrí la calle principal hasta el final, siempre bajo la lluvia y me paré a comer algo en el pub The Cat and the Mutton. 

Después cogí bus y Metro para hacer una visita al Barbican, un conjunto edificado histórico, que un arquitecto no debe dejar de ver. Es uno de los ejemplos más depurados del llamado brutalismo, una línea estética muy en boga en los años 50/60, en los que fue construido el Barbican, en unos terrenos cuyos anteriores edificios habían sido bombardeados en la Segunda Guerra Mundial. Es una promoción pública, de la administración londinense y pretende ser un conjunto de usos mixtos, con tres torres enormes de apartamentos, unos espacios libres centrales amplios y un gran centro cultural gestionado por la City of London Corporation una de las más potentes fundaciones de arte del Reino Unido. El centro cultural organiza conciertos clásicos, teatro, cine, exposiciones y actividades culturales de todo tipo. Este tipo de conjuntos impuso un modelo urbanístico que puede rastrearse, por ejemplo, en el Azca de Madrid, aunque sin el punto brutalista. Anduve por allí recorriendo los espacios interiores y exteriores hasta que se hizo de noche y tomé algunas fotos del lugar.








Me quedaba un rato para dar una vuelta nocturna por alguna de las concurridas arterias de la ciudad, a la hora en que la gente sale del trabajo y aprovecha por hacer algunas compras. Elegí Tottenham Court Road y me la recorrí entera, en medio del bullicio, como una última imagen del centro urbano de Londres. Luego volví a casa en el bus. Laura volvía ese día tarde, así que Lucas y yo caminamos, otra vez bajo la lluvia, hasta el bar de ramen del primer día, donde hicimos nuestra cena de despedida y contrastamos nuestras preocupaciones y nuestros planes más inmediatos. Después volvimos a casa a preparar el colchón hinchable para mi última noche londinense.

El sábado 4 de noviembre, tampoco tuvo mucha historia; mi vuelo salía a última hora de la tarde. La lavadora se les había estropeado así que hicimos una salida matutina con las bolsas de la ropa sucia, incluyendo mis sábanas, hasta el cercano barrio de Bethnal, en cuya calle principal, llena de comercios hindúes y musulmanes, Lucas y Laura controlan una lavandería. Mientras la ropa se lavaba, buscamos un bar para obsequiarnos con un brunch. Elegimos finalmente el 338-London, donde yo me tomé un café con leche, con unos huevos Benedict extraordinarios. Luego recogimos la ropa lavada y volvimos a casa a colgarla en el tendedero. Tras una breve siesta en el sofá, me despedí de mis anfitriones y cogí mi equipaje, que había hecho a primera hora. Tomé el bus hasta Liverpool Street, el Metro hasta la estación de Paddington y el tren hasta el aeropuerto de Heathrow. Allí, las formalidades fueron menos latosas que en Barajas y llegué hasta la puerta de embarque con tiempo suficiente.

El vuelo de Iberia fue bien. Contra mi costumbre, decidí pagar por un bocadillo de jamón y una cerveza y llegué sin mayores cosas a reseñar. Tomé el Metro a Nuevos Ministerios y el tren a Atocha, desde donde caminé a casa. Una casa que estaba helada. Hasta el día siguiente en que me acerqué por la tarde a casa de África a recoger a Tarik Marcelino Martínez, no sentí que finalmente el viaje había concluido. Con la casa poco a poco caldeándose, me sumergí en mi rutina madrileña, en la que ya les dije que antes y después del viaje había concentrado muchas de mis actividades para abrir hueco. El lunes fui a primera hora al dentista, para una limpieza rutinaria. Como el tonto de Almeida había cerrado el Retiro (no se sabe por qué; hacía un día espléndido, aunque frío) tuve que rodearlo por fuera y llegué tarde a mi cita. A la vuelta, entré donde Jurgen a cortarme el pelo. Por la tarde fui al funeral de la madre de una amiga y luego al yoga. El martes tuve yoga de nuevo y también inglés por la mañana.

El miércoles por la mañana fui a IKEA a reclamar unas piezas que me faltaban en el mueble que le dejé a medio montar a una amiga. Y por la tarde tuve una hora de guitarra con Henry en Palomeras. El jueves, festivo en Madrid, tuve inglés a primera hora y dediqué el resto del día a terminar el mueble de Ikea con las piezas recuperadas, tarea que terminé ya de noche. Y el viernes, después de comer, cogí el coche, recogí a mi cuñada Mini y nos pusimos en carretera hasta Don Benito, donde teníamos un hotel reservado para una actividad senderista de sábado y domingo. El sábado, la actividad consistía en hacer una caminata de 16 kilómetros por la vía verde que une las estaciones de tren de Logrosán y Zurita, dos estaciones de una línea minera construida antes de la guerra, que nunca llegó a funcionar. De hecho, no llegaron a tenderse las vías ni colocarse las traviesas. Estuvo abandonada hasta que a primeros de este siglo, el ministro Borrell la incluyó en su programa de vías verdes para bicicleta y senderismo.

Acabamos comiendo a las cinco de la tarde en un bar de Logrosán que teníamos reservado para las dos y media, para 22 personas, con gran cabreo de camareros y cocineros, que tuvieron que prolongar sus turnos. Volvimos a Don Benito a descansar al hotel y por la noche bajamos al pueblo a tomar una cerveza con algo de picar. El domingo, de nuevo en Logrosán, visitamos las antiguas minas de fosfatos y el museo minero, que es bastante interesante. El fosfato se extrajo en estas minas durante la primera mitad del siglo XX, llegando a ser la mayor mina de Europa. El fosfato es un  producto clave para la fabricación de abonos para la agricultura. Logrosán llegó a tener 10.000 habitantes (ahora tiene 2.000), pero en 1946 los dueños ingleses y belgas de la mina decidieron cerrarla, a cuenta del descubrimiento de los yacimientos de Bukraa en el Sáhara, de donde se sacaba más fácilmente y con una mano de obra más barata. Óptica capitalista pura y dura.

Después de comer, volvimos por carretera a Madrid, con el consabido atasco de la A5 por el puente de la Almudena. Como no tenía nada apetitoso en la nevera, decidí bajar a cenar al bar asiático de sushi de mis amigos y me acosté para satisfacción de Marcelino que ya empezaba a pensar que lo iba a dejar solo otra vez. Hoy lunes no tenía yoga por ser día de luna nueva, así que he dedicado el día a bajar a comprar al mercado, poner al día determinados asuntos personales y por la tarde escribir para ustedes. Ya con la perspectiva de unos días, creo que puedo decir que mi viaje a Londres ha sido redondo. He dado un primer vistazo a una ciudad que no conocía apenas y de la que he visitado diversos barrios de toda su geografía.

Y sobre todo, he tenido encuentros venturosos con una serie de gente: mi hijo Lucas y su chica Laura, Pedro Cubino dueño de un restaurante español, Samantha Fish por supuesto, mi sobrina Elena y su familia, Ian y Louise mis hermanos londinenses y mi querida Clare Haley. A todos los he encontrado muy bien y he renovado mi relación con ellos. Algo muy importante, porque a los amigos hay que cuidarlos. El mismo sentido tiene para mí el reencuentro con mi grupo de senderistas, con los que hacía más de un año que no salíamos. Este grupo ha perdido unas cuantas unidades por la maldita pandemia, pero nos hemos conjurado para mantenerlo. En fin, que sean buenos. Que se cuiden y cuiden a sus amigos.

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