jueves, 28 de septiembre de 2023

1.249. Mi carta abierta al Defensor del Pueblo

En la larga lista de textos que tengo pendientes de escribir para ustedes (incluyendo dos necrológicas ineludibles de los dos amigos que he perdido recientemente), hay un tema que hace ya tiempo que tengo en cartera, aunque quizá hasta ahora no he tenido la suficiente perspectiva para verlo con ánimos calmados. En el mes de marzo fui objeto de una actuación en mi opinión injusta e inadecuada por parte de un servidor de la Ley. Haciendo uso de mis derechos, escribí al Defensor del Pueblo y creo que lo mejor es que transcriba aquí esa carta, donde se describen los hechos, para seguir más abajo con los correlatos e historietas derivadas. Vamos, pues, a ello. Como digo en el texto, tuve la oportunidad de conocer un día al señor Gabilondo, lo que me lleva a caer en un cierto colegueo un tanto almibarado e indecente, del que les pido disculpas, únicamente destinado a que el tipo me hiciera más caso, con los resultados que se verán.

                              Carta abierta al Defensor del Pueblo

En Madrid, a 21 de mayo de 2023

Estimado Ángel, perdona que me dirija a ti directamente, ya sé que seguramente esta carta será leída inicialmente por alguno de tus ayudantes, pero es que se da la circunstancia de que tuve el privilegio de saludarte en una ocasión. Siendo todavía funcionario municipal en activo, mi amigo Antonio Lucio, letrado de la Asamblea de Madrid, me invitó a comer con él en la cafetería del edificio. A medio almuerzo apareciste por allí y saludaste a Antonio, que nos presentó de inmediato. Te diré también que he servido en el Área de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid durante casi 40 años, hasta que cumplí los 70 (ahora tengo 72).

Al saludarte, supe al instante que eres un buen lector; yo soy escritor, estoy en posesión de un premio de novela corta y tú sabes que el hecho de la literatura se produce cuando alguien escribe algo y otra persona lo lee y disfruta con ello. Por eso me gustaría que leyeras esto, no vas a perder mucho tiempo en ello. Ciertamente he sido objeto de un trato inadecuado, en mi opinión, por parte de alguien que representa a la autoridad municipal, un asunto nimio, pero del que creo que es mi deber como ciudadano defenderme. Vamos a los hechos.

Por circunstancias, he terminado por vivir solo en el centro de Madrid y llevaba tiempo intentando hacerme con un gato, animales por los que siento una gran afinidad. Por fin me anunciaron que me traían el ansiado gato el 28 de marzo pasado. El día anterior, lunes 27, cogí mi coche para acercarme a la tienda Kiwoko de la Avenida de los Toreros. De allí salí cargado con una serie de pertrechos voluminosos y pesados. Un saco de arena de 16 kilos, otro de comida para gatos jóvenes más o menos del mismo porte y peso, un arenero con caperuza, un poste de cuerda con su base para el afilado de uñas, una camita acolchada y algunos objetos más. Debía descargar todo ello a la puerta de mi casa, calle Alameda 22, porque mi plaza de garaje está muy lejos, y avisé por teléfono al portero de la finca para que me ayudara y no tuviera que tener mucho tiempo el coche detenido frente al portal, estorbando el posible tráfico.

Frente al número 22 está la llamada Plaza de las Letras, urbanizada en tiempos de Ruiz-Gallardón. Esta plaza estaba originalmente rodeada de bolardos, pero los dos de la esquina fueron arrancados por los vecinos hasta tres veces, momento en que el Ayuntamiento decidió no reponerlos más. La falta de esos bolardos permite meter un coche o furgoneta en la esquina para descargas más complicadas, como en una mudanza. Desde entonces los vecinos utilizamos la esquina de esta forma de manera natural. Cuando tuve que prepararme mi oposición de funcionario TAE del Área de Urbanismo, aprendí que las fuentes de la Justicia son tres: las leyes (los textos escritos y aprobados como tales), la jurisprudencia (resoluciones anteriores de casos similares) y la costumbre. Después de años de actuar así, los vecinos de la zona hemos hecho de la costumbre de descargar en ese lugar un asunto de justicia.

Llegué al lugar, hube de maniobrar para meter mi coche en el rincón citado y, cuando ya me iba a bajar, por el retrovisor vi a un joven enfundado en un chaleco naranja reflectante, provisto de gafas negras, casco y numerosos pertrechos colgantes de la pechera que, medio subido a una bicicleta, me hacía gestos negativos con el índice a guisa de limpiaparabrisas: que no, que no, que no. Bajé el cristal, le aclaré que era sólo un segundo para descargar unos bultos muy pesados (el portero ya andaba por allí al quite). Me dijo que no se podía aparcar allí y que por favor sacara el coche inmediatamente. Bajé la cabeza, metí la marcha atrás y desde el asiento le dije: Entonces, si no me deja usted utilizar la esquina, tendré que descargar en la calle. Reconozco que esto fue un error, pero a mí no me enseñaron de pequeño a ser sumiso cuando alguien me atropella. Tal vez debería haber dicho algo así: Cómo no, señor agente de movilidad, agradecido de cumplir sus órdenes que tanto ayudan a los ciudadanos.

Dije, sin embargo lo otro. El señor agente se puso inmediatamente muy tenso: ¿Eso es una amenaza? No, no, no señor agente, para nada, sólo es el anuncio de lo que voy a hacer. El tipo se puso histérico, y empezó a gritarme: −Es que no se puede parar ahí, váyase, váyase. Yo ya me afanaba con el portero en bajar todas las cosas, con la mayor presteza, diciendo: ya me voy, ya me voy. Subí al coche y, desde atrás, el enfurecido agente gritó: −¡¡Ya se acordará usted de mí cuando le llegue una multa de 200€ por pararse en medio de la calle!! ¡¡Y otros 200 por desobediencia!! Por cierto, el agente tenía una compañera, que durante todo el episodio miraba al suelo y movía la cabeza negativamente, tal vez desolada ante el cirio que estábamos montando. Pero así fueron las cosas y el portero (que está más indignado por todo esto que yo) me dice que él iría a ratificar mi versión donde hiciera falta.

En realidad, lo que hice fue una operación mucho más rápida que la que hace, por ejemplo, un taxi que trae a un vecino desde el aeropuerto con sus maletas, o alguna señora impedida a la que han de ayudar a bajarse. Es algo permitido y yo no estorbaba a nadie, puesto que ningún vehículo venía por la calle. ¿Estoy obligado a obedecer una orden injusta o desproporcionada? Yo creo que estos agentes de movilidad están para ayudar; en realidad, lo que tendría que haber hecho este señor es facilitarme la descarga, tengo 72 años y los aparento. Como conservo contactos en el Ayuntamiento, unos días más tarde conecté con gente del Área de Seguridad, a los que ingenuamente les planteé que tal vez las amenazas de este señor fueran de farol y, una vez desahogado, se abstuviera de tramitar las sanciones indicadas. Mi colega me desengañó. Un tipo que se ha portado de esa manera contigo –me dijo– revela ser una clase de persona; ni lo dudes que te pondrá la mayor sanción que pueda.  

Un mes después me llegaron los dos temidos sobres. Con dos sorpresas, una agradable y la otra no. La agradable era que la multa primera, por estacionar en vía pública de tránsito (sic), era sólo de 90€. He de decirle que la pagué inmediatamente, como tengo por costumbre: por 45€ se terminó el problema. Eso no quiere decir que esté de acuerdo. Según el código de la circulación, que tuve que aprenderme para sacarme el carné, yo no estacioné el coche, sino que me detuve. Me baso para afirmar eso en que no apagué el motor ni cerré la puerta del conductor durante todo el trámite, el portero puede certificarlo. Eso es detenerse, no estacionar. Pero ya está pagada y punto. La sorpresa desagradable venía en el otro sobre. No por la cuantía de la sanción por desobediencia (los 200€ previstos), sino porque comporta la pérdida de 4 puntos del carné.

Francamente, a mi edad y con mi forma de conducir ultraprudente, no voy a tener tiempo de perder los once puntos que me quedan. Pero otra de las cosas que he aprendido en mi larga vida funcionarial es que las sanciones tienen que ser proporcionales a los delitos sancionados. Quitarme 4 puntos por esta historia es tan desproporcionado como ahorcar a manifestantes iraníes, con perdón de la comparación. La carta me instaba a identificar al conductor, cosa que hice enseguida. Ahora estoy a la espera de que me llegue la sanción y, salvo que tú me indiques lo contrario, pagaré la cuantía reducida, 100€, cuyo ahorro no me sacaría de pobre. Mi experiencia con los recursos a las multas es que no sirven para nada, sólo para alargar el tema y terminar pagando el doble, así está organizado.

¿Por qué te escribo entonces? Pues tengo cuatro razones. La primera es obvia: soy escritor y tengo la rutina compulsiva de, cuando me sucede algo como esto, escribirlo. No lo puedo evitar. Segunda razón: como ciudadano de Madrid, creo que es mi deber denunciar un comportamiento de un supuesto servidor del orden que me parece inapropiado, excesivo y bordeando el acoso a un pacífico ciudadano de edad avanzada. Tercero: como he dicho, la circunstancia de que me quiten cuatro puntos del carné por esa mamarrachada es algo que añade al tema un punto humillante del que entiendo que me debo defender con mis armas, que son las de la escritura.

Pero la razón número cuatro es la fundamental y es por la que me dirijo a ti. Porque quisiera pedirte, respetuosamente, que indagues sobre este asunto y que hagas por ponerlo en conocimiento de los superiores del agente de movilidad de marras. Creo que este suceso revela un talante muy distinto del que debe tener un servidor público y me gustaría que este asunto, previas las comprobaciones que correspondan, cristalizara en una anotación en su expediente. ¿Con qué objeto? Bueno, creo que lo más probable es que este señor no sea objeto de nuevas quejas o denuncias. En ese caso, quedará acreditado que es un buen agente de movilidad, que simplemente el 27 de marzo tenía un mal día, algo que nos puede pasar a cualquiera. Tal vez padece del estómago, tenía acidez o reflujo, o su señora no le había prestado la atención que él esperaba la noche anterior. O estaba luciéndose ante su compañera, como me pareció intuir. Todo esto son fabulaciones, discúlpame, los escritores traemos de serie una cierta capacidad de fabular.

Pero también es posible que este señor induzca más sucesos como el relatado, que indignen a otros ciudadanos. En ese caso, ya no se trataría de alguien con un mal día, sino de una pauta de comportamiento. Y creo que, ante un agente con pautas como esa, sus superiores sabrían enseguida lo que hacer. Perdona la longitud de este texto, no tengo facilidad para el microrrelato, esto es casi un desahogo, y me da apuro distraer tu tiempo de asuntos imagino que más graves que llegarán a tu escritorio. Sí me gustaría que me contestes, y no con una respuesta automática, de las que elabora el algoritmo correspondiente, sino con algo más personal, si ello es posible. En cualquier caso, aprovecho para enviarte un fuerte abrazo.

Hasta aquí la carta. Recapitulemos. Recién sucedido el asunto que he contado, yo estaba súper indignado. El dinero pagado por las multas lo daba por perdido y creo que bien empleado, como una especie de impuesto adicional. Pero lo de que me quitaran cuatro puntos del carné, me parecía (y me sigue pareciendo) un despropósito. Como suelo hacer en estos casos, yo se lo contaba a todo el mundo: a los del grupo de inglés, a los vecinos, a los del Ricla, a mis amigos. Un día bajé a la calle y vi un coche de policía municipal estacionado en la plaza (los polis también conocen el rincón de marras), seguramente controlando que no se vendiera droga por allí. Me acerqué y les conté el incidente, señalando los diferentes lugares. Me escucharon y me dijeron que yo tenía derecho a denunciar cualquier actuación que considerase injusta, llamando al 010. Así lo hice y la chica que me atendió no se lo podía creer. Me pidió que le dictara un escrito contando lo que me había pasado, me lo leyó y me dijo que inmediatamente lo mandaba al sistema SyR de Sugerencias y Reclamaciones.

En ese momento supe que esa gestión no serviría para nada. Antes de los brillantes últimos cinco años de mi carrera administrativa, me tuvieron un tiempo semidefenestrado, durante el cual me ocupaba, entre otras tareas coñazo, de coordinar las respuestas del SyR que enviaban al Área de Urbanismo. Por decirlo con crudeza, el SyR es un sistema que creó Ruiz-Gallardón para simular una especie de participación ciudadana, que brillaba por su ausencia hasta que llegó la señora Carmena, que no lo suprimió porque se supone que algo hace, o al menos es una vía para que el ciudadano se desahogue. Les diré que yo no pensé en quejarme hasta que me comunicaron que me quitaban cuatro puntos del carné. Entonces abrí la vía del SyR y la del Defensor del Pueblo. Y esperé. Como vi que nadie me contestaba y que se me acababa el plazo para pagar la multa al cincuenta por ciento, la pagué también, como la primera:100€.

Mucho después, me llegó la respuesta del Defensor del Pueblo. Ciertamente elaborada por un algoritmo: esa institución interviene únicamente cuando el afectado ha agotado las vías de reclamación pertinentes, en este caso las del Ayuntamiento de Madrid, a quien debía dirigirme primero. La verdad es que no esperaba mucho más del señor Gabilondo, a quien en este foro se ha calificado reiteradamente de mandiles y que fue el responsable de aupar a la presidencia de la región madrileña a la señora Ayuso, haciendo una campaña electoral blandita y floja, que no ilusionaba a nadie. Para responderme con eso no hacía falta tenerme esperando un mes. Algo más tardó la respuesta del SyR, y esta sí que tenía un poco más de chicha.

Para empezar, se disculpaban por la tardanza en responder, que justificaban por haber requerido la versión del agente de movilidad implicado en el incidente. Le localizaron, hablaron con él y el tipo les dijo que yo había desobedecido su orden de detenerme en una zona peatonal para descargar unos bultos. En consecuencia, su actuación se consideraba correcta. Supongo que pillan los matices. Este señor miente como un bellaco. Es lógico y es humano: si admitiera que las cosas fueron como yo las cuento, no tendría agarradera ninguna. Para empezar este señor unifica en un solo incidente, un suceso que tuvo dos partes, como los partidos de futbol. En el primer tiempo, yo intento ciertamente detenerme en una zona peatonal y el agente, que es un novato en el barrio y desconoce que todos los vecinos lo hacemos así, me da la orden de quitarme de allí, orden que yo obedezco (no de buen grado, pero refunfuñando con educación).

Eso abre el segundo tiempo del partido, en el que el agente, histérico perdido, me da una orden injusta, tratando de impedirme descargar en la calle. Esta orden injusta yo la desobedezco. Aunque un abogado hábil podría argumentar que en realidad la cumplí, si bien no a la velocidad que me pedía el agente. O sea que lo que dice este señor es mentira. Pero en esa mentira, dice una cosa cierta: lo que yo intentaba era detenerme. Sin embargo, a mí me han multado por estacionar. Unas contradicciones suficientes como para que yo reclamara de nuevo al SyR y pidiera un careo con este señor. Esta contestación denegatoria también me abría la puerta a volver a escribir al Mandiles, tras haber agotado aparentemente la vía reclamatoria municipal. Pero aquí se me planteó una cuestión de tipo ético-práctico, que voy a tratar de explicarles.

En el mundo hay dos clases de personas. La clase 1 está básicamente disconforme con el mundo en que le ha tocado vivir, acumula un rencor sordo en su alma y sale cada mañana de su casa decidido a buscar ocasiones en las que alguien le ofenda, para lanzarse a protestar a gritos echando fuera su frustración acumulada. Eso explica la cantidad de tipos que se vuelven auténticos energúmenos al volante, tocan la bocina reiteradamente, o proclaman al mundo la injusticia que acaban de sufrir, con grandes aspavientos dedicados a un público muchas veces inexistente. Yo claramente pertenezco a la clase 2, la de los que no salen de su casa vigilando a ver si alguien les falta o les ofende, porque están básicamente a gusto en el mundo. Para un tipo de la clase 1, un incidente como el que a mí me sucedió, sería un auténtico tesoro. Con un punto de partida como el que yo tengo (dos vía de reclamar, sobre la base de que el agente de movilidad miente), este hipotético indignado presunto, tendría un entretenimiento maravilloso en el que centrar su esfuerzo y su vida, al menos hasta Navidad, si no más.

Yo sin embargo, no soy amante de estas pendencias. A mí perder el tiempo en semejantes gestiones me resulta aburrido y lamentable. Pero, por ejemplo, mi querida África, a quien he comentado por encima los hechos, me dice que, si está convencida de tener la razón en un asunto de este tipo, ella va a seguir peleando hasta el final. Una opinión respetable. Pero, vayamos a lo práctico. Este incidente ha tenido sobre mí tres efectos. UNO: he pagado injustamente 145€. Estoy convencido de que es imposible recuperarlos y en caso de que lo imposible fuera posible (Rajoy dixit), recuperar esa cantidad no me iba a secar de pobre. DOS: la pérdida de cuatro puntos del carné. En relación con este tema le digo al Defensor del Pueblo una pequeña mentira. No tengo once puntos sino nueve. Me quitaron dos hace casi dos años por un exceso de velocidad anterior a mi operación de cataratas y estaba a punto de recuperarlos.

Pero he entrado en la página de la Dirección General de Tráfico a informarme de los detalles. Los cuatro puntos me los han quitado en julio. Y, si durante dos años no me pillan en ninguna otra infracción, automáticamente recupero los 12 iniciales del carné por puntos. Con otros dos años limpios volvería a 14 y con otros dos más a los 15. Con la forma que tengo de conducir, prudente y respetuosa de las señales ahora que vuelvo a verlas con nitidez, lo normal es que vuelva a recuperarlos. Así que tampoco es para tanto. Quedaría sólo el efecto TRES: la humillación que todo esto me supone. Por un lado, estos sentimientos se van disipando con el tiempo. Pero además, es que la diferencia de talla y de trayectoria de los dos implicados en el incidente es descomunal.

De un lado, un señor que ha trabajado casi 40 años al servicio de la ciudad, con un desempeño excelente reconocido por todos; que además ha logrado un premio de novela corta dotado con 6.000€, ha corrido diez maratones y tiene dos hijos cojonudos que se ganan la vida por sí mismos en plazas tan prestigiosas como Londres y París. Y lleva once años manteniendo un blog de puta madre, tiene un gato maravilloso, da conferencias en tres idiomas, hace yoga y toca blues con bastante hondura. Y que no tiene abuela, como saben. ¿Quién hay al otro lado? Pues discúlpenme, pero al otro lado hay un mierda. Un tipo de unos 30 años que no ha sido capaz de estudiar carrera o profesión alguna y se ha de conformar siendo un simple agente de movilidad y ni siquiera eso lo hace bien. Decía yo al Defensor del Pueblo que este señor tal vez era una buena persona que tuvo un mal día. Su mentira posterior me hace pensar que es un mierda. Su incidente conmigo es similar a que me picara un mosquito, algo molesto sin duda, pero con similar diferencia de tallas.

Así que he decidido no hacer nada más y estoy feliz de haber terminado con este enojoso y aburrido tema. Para el efecto TRES, basta con desahogarse y eso es lo que estoy haciendo yo con este texto. Además, es bueno aprender a gestionar las decepciones, ejercer la tolerancia a la frustración, que dicen los psicólogos. No siempre se puede tener lo que se quiere, a veces uno se frustra y debe gestionarlo de alguna manera. A mí me gustaría que mis dos amigos recién perdidos no se hubieran muerto, pero tengo que convivir con ello y tratar de que no me afecte demasiado. Ese sí es un tema grave y trascendente. En cualquier caso, me gustaría que mis lectores aportaran su opinión. El Ateo Piadoso, por ejemplo, que ha reaparecido después del verano, seguro que tiene sabias aportaciones al respecto. En fin, hablando de asumir las frustraciones, creo que viene al pelo un blues que les voy a dejar de propina, para que se relajen. El tipo que lo interpreta es inglés, muy joven y muy bueno. Se llama Connor Selby y cuenta su historia con una sensibilidad realmente conmovedora. Disfrútenlo, sean buenos y tengan cuidado con los agentes de movilidad.

domingo, 24 de septiembre de 2023

1.248 En un mundo ajeno

Ayer todos los diarios generalistas dedicaron amplios reportajes al celebrar el 80 cumpleaños de Julio Iglesias. Entiendo que a este señor se le homenajee en los medios llamados del corazón (que yo llamo de melón), pero: qué importancia tiene esta efeméride para que aparezca en lugar destacado en El País y los demás. Para colmo, resulta que también ayer era el 74 cumpleaños de Bruce Springsteen y hubiera sido el 97avo de John Coltrane, conmemoraciones a las que la prensa no dedicó ni un renglón. Cosas como esta explican que en mi ciudad acabe de ganar por mayoría absoluta el señor Almeida, un enano físico y político, secundado por su hombre fuerte Borja Carburante, también enano de estatura, aunque más formadito, como solía decirse. Es que está claro que el que está descolocado en este mundo de mierda soy yo, los demás están encantados de que los hayan parido y se sienten muy protegidos en este entorno dominado por los Rubiales y similares.

Escribo esto con inusual amargura, después de que anoche falleciera mi queridísimo amigo X, el segundo de los ilustres seguidores de este blog que pierdo en un mes y estoy de un humor de perros. Ambos, Mariano y X, hacían el mundo más agradable y divertido, ambos terminaron sus días con una dignidad pasmosa y los voy a echar mucho de menos. A los dos les debo sendos posts exclusivos, que antes o después publicaré. Y maldita la gana que tengo hoy de escribir un post. Lo que pasa es que, si no dejé de escribir cuando falleció mi hermano Viti hace ya cerca de diez años, pues está claro que tengo que seguir manteniendo vivo este blog. The show must go on. Y, como tampoco tengo muchos ánimos para otras digresiones, pues dejaré fluir la pluma un poco al tuntún, empezando por contar algunas cosas que me han mantenido entretenido en esta semana desde mi texto anterior.

El martes, quedé a comer con mi última jefa del trabajo y mi compañera M. iniciativa que partió de mí para ver si las animaba un poco, puesto que a la primera la ha cesado el Carburante y la segunda está bastante huérfana de trabajos y objetivos también. No tenía muchas ganas de volver a la oficina, la última vez que les visité fue cuando fui a recopilar firmas para que se pudiera presentar a las elecciones locales mi amigo Luis Cueto y me tocó aguantar que me dieran lecciones de izquierdismo determinados compañeros que iban en pantalón corto cuando yo me estaba pegando con los grises en los campus universitarios y las calles de la dictadura. La posterior debacle de la izquierda y el desembarco del Carburante terminaron por echarme un poco más de ese lugar donde cada vez conozco a menos gente.

Pero sucedió que, desacostumbrado de ir en coche a los Recintos Feriales, junto a los cuales está mi oficina, calculé mal y llegué con mucha antelación. Así que decidí subir un rato a la planta en la que trabajé siete u ocho años. Me pareció que el lugar estaba muerto. No se escuchaba ni el runrún típico de los lugares de trabajo. Vi muchas caras desconocidas y muchos cambios de personas en los despachos. Por fin encontré a un par de delineantes de los que estuvieron un día a mis órdenes y les pregunté qué tal con la nueva jefa. Me desvelaron el chiste que circula por la planta: han cambiado un Ferrari por un Twingo. Salí rápido de allí y me fui a tomar una caña donde mis amigos Sonia y Mon, que estaban ocupadísimos porque había una feria importante ese día. Desde allí caminé hasta el restaurante donde había quedado con mis amigas. Lo que hablé con ellas es ya secreto del sumario. Sólo diré que no conseguí grandes logros en mi empeño de animarlas.

El miércoles reanudé mis clases de guitarra. Henry y yo veníamos los dos con ganas de hablar un poco para plantear el nuevo curso. Yo intervine primero. Le dije que tengo muy claro que lo que yo quiero tocar es blues y para eso tengo que pasarme a la guitarra eléctrica y aprender a tocar con púa. Estuvo de acuerdo, pero él iba más allá. En el curso anterior, cada alumno disponía de media hora de clase en exclusiva pero, a medida que avanzaba el año, todos empezamos a quedarnos más tiempo para tocar un rato juntos, hacer tríos e incorporar una batería que Henry tiene por allí. La cosa culminó en la audición que hicimos el último día para los familiares de algunos de los alumnos. La cosa nos salió tan bien, que Henry quiere profundizar en esa línea, con la idea de ir montando una especie de combo.

Para ello, yo tengo dos guitarras eléctricas en casa y me vendría bien llevarme una a la escuela y dejarla allí, para tener la otra en casa para practicar. También nos vendría bien hacernos con un bajo para completar el aparataje del combo. Entonces recordé. En mi casa hay ahora mismo cuatro guitarras: una eléctrica que me regaló mi amigo P. y otras tres que son de mi hijo Kike: una española, una eléctrica y un bajo. Recordarán que Kike tocó en un grupo de hardcore rock durante cinco años y que por esas fechas vivía en mi casa. Cuando el grupo se disolvió y él se fue a París, dejó los instrumentos en su cuarto. Así que le llamé para preguntarle si podía hacer uso libremente de todo ello: Me dijo que por supuesto y se sorprendió de mi pregunta. Desde luego, los instrumentos citados son de su propiedad y van a seguirlo siendo y entiendo que yo no puedo hacer nada con ellos sin preguntarle primero. Qué menos.

Así que, el próximo miércoles me iré con una de las guitarras eléctricas, además del pequeño amplificador que me compré hace más de un años, a ver si lo ponemos en carga. Hasta que reabran la Línea 1 de Metro, tengo que ir a Palomeras en coche, lo que me viene bien para estos traslados de los pesados aparatos. El jueves, como acostumbro últimamente, comí un pequeño sándwich para llegar a mi clase de yoga con el estómago vacío. Y sucedió que mi profesora no estaba y la sustituía el director de la escuela. Aproveché para cantarle las cuarenta y decirle que todos los cambios que han introducido me van mal. Que el yoga a mediodía era perfecto. Que eso de parar dos semanas en Navidad, otra en Semana Santa y un mes entero en agosto es una faena para mí. Y que la supresión de las clases on line me impide seguir asistiendo virtualmente cuando esté en París o Londres.

Me habló de razones económicas. La clase del mediodía apenas tenía alumnos y perdía dinero con ella. Claro, a esa clase íbamos cuatro gatos y teníamos mucha más atención personalizada del profesor de turno. Realmente era un lujazo, completado con mis comidas en el Ricla, tras las que volvía a casa con una sensación de paz notable. Ahora voy a las 19.30, estoy hasta las 21.00 y salgo a comerme algo al Ricla los jueves. Los lunes está cerrado, lo mismo que el Revuelta, el Parrondo y otros lugares de mi gusto. Estoy yendo a la Cervecería Santa Ana, no sé si encontraré algo mejor. Para la cuestión de los biorritmos y los ciclos digestivos, me sugirió encarecidamente que me pase al turno de por la mañana, argumentando que el yoga en ayunas de toda la noche es perfecto.

El problema es que el turno de por la mañana empieza a las 6.45 y yo necesito media hora de caminar para llegar a la academia. No sé a qué hora me tendría que levantar, tal vez a las cinco y pico. Así que le dije que ni de coña. Desde que me he jubilado, uno de los mayores placeres que disfruto es el de no madrugar y dejar que la luz del sol y el gato me despierten sin apuros. Estaría loco si renunciara a eso. En definitiva, desde que se ha ido Elena que era el sostén de la academia, los demás profesores han adaptado sus rutinas para seguir trabajando en otras cosas y ofrecer clases para gente que también trabaja: un turno tempranísimo, desde el que la gente se va a la oficina y otro a última hora de la tarde para después del curre. Yo, que soy el único alumno jubilado, he de adaptarme. En cuanto a lo de las clases on line, me dijo que había sido una solución de emergencia para no cerrar la academia en los momentos peores de la pandemia y ya no tiene sentido mantenerlo.

En fin, ayer sábado  me fui a las ocho a la parroquia alemana cercana a Colón para asistir a un concierto al aire libre en el que tocaban tres bandas de dixieland jazz muy buenas, aderezado con salchichas bratwurst, bretzels y cerveza de trigo, llamada en alemán Weiss Beer. Acabamos todos bastante briagos bailando la conga hasta altas horas de la mañana. Los tres grupos que tocaban tenían un elemento en común: un  tipo que tocaba la tuba y que se cambiaba de vestuario para adaptarse al de cada grupo, pero era el mismo. Estuvo varias horas haciendo el bajo con la tuba pequeña que tenía, en la que tenía una pinza con la que sujetaba pequeñas partituras, o incluso el móvil para ayudarse con las armonías. Era inglés, bastante mayor, con aires de profesor de química y tocó toda la noche sin fallar una sola nota. Al final hasta se animó a cantar. Vean un vídeo que les grabé cuando aún estaba sobrio.

Caminé desde Colón y, cuando llegué a casa estaban transmitiendo el Crossroads para el que me había sacado un ticket, pero estaba muy cansado y me fui a dormir, con la intención de ver hoy o mañana la primera jornada, de unas siete horas, en la que ha intervenido Samantha un poquito, lo mismo que el gordo Kingfish. No sé si en la segunda jornada, que se retransmite esta noche tendrán otra oportunidad de lucirse. El mundo del rock es muy clasista y estos artistas que tanto me gustan son las estrellas de un universo más modesto, el del blues, que es como una segunda división entre las grandes discográficas. Al final, hoy me he levantado con la mala noticia que les he comunicado al principio, he tenido que ir al tanatorio y eso me ha descabalado un poco el programa. Ya les informaré en detalle del Crossroads.

Por cierto, camino del tanatorio me he encontrado con un atasco morrocotudo, motivado por el aquelarre del facherío de esta mañana. Era en Felipe II, pero ya saben que estos fachas no saben ni cómo se entra en el Metro, así que se van todos en sus todoterrenos, con las banderas al viento y las bocinas a todo trapo y se quedan atrapados en su propia trampa. Con la política de movilidad (o más bien de inmovilidad) del señor Carburante, esto está a la orden del día. Pero no hay que preocuparse: la libertad-libertad-libertad de la señora Ayuso nos permite tomar cañas en las terrazas petadas y dejar el coche en doble fila sin mayores apuros. Con ese mensaje han ganado por mayoría absoluta y están como gorrinos en charca recién llovida. Esta claro que el raro soy yo. Vean abajo una foto de todo este personal, de cuando se conocieron en el colegio concertado. A ver a cuántos reconocen.

Lo de las fotos trucadas con inteligencia artificial, es lo que tiene. Dice un articulista al que sigo que este personal, en vez del Chat GPT, usa el Chat Mireusté. Detrás de todo este runrún está El Del Bigote, también conocido como Stiff Upper Lip. Que, por cierto, cada día está más feo. Vean una foto reciente y verán que no les engaño. 

Mientras tanto, los puigdemoníacos siguen dando mucho por culo. Es muy triste que, para que en nuestro país continúe un gobierno progresista, tengamos que depender de estos mamoneos, que un muralista callejero ha sintetizado en la imagen que les dejo de cierre. Sean buenos.




sábado, 16 de septiembre de 2023

1.247. Los nonagenarios y las trampas de la memoria

Las lluvias de la dana se han quedado por aquí unas cuantas semanas y ya nadie habla de la sequía, esperemos que las lluvias sigan pero no se pongan tan burras como en Libia. Mientras tanto, yo sigo en mi casa a la espera del otoño, atrincherado con el bueno de Tarik Marcelino, que ya no se asusta de los rayos y truenos que nos caen alrededor, sin otras novedades que lo relacionado con el Festival Crossroads, que finalmente se va a poder ver en directo en streaming y yo ya me he sacado un ticket para ver los dos días, que me ha costado 50€, lo cual me parece bien, todo lo que sean versiones del antiguo pay per view es estupendo para mí, lo que no quiero de ninguna forma es que me obliguen a suscribirme a una plataforma durante un año para que encima me mareen con ofertas de cosas que no quiero ver.

El precio pagado no me parece caro, teniendo en cuenta que se trata de dos jornadas enteras de conciertos en directo de los mejores guitarristas del mundo y que, si el concierto es a la una de la madrugada por el cambio de horario, como es el caso, con el ticket dispongo de las 48 horas siguientes a cada jornada para verlo de forma más cómoda y práctica. Les recuerdo que en este festival participan exclusivamente guitarristas escogidos por el organizador Eric Clapton, que Samantha Fish ha sido invitada por primera vez, lo mismo que el gordo Christone Kingfish Ingram, y que, en cambio, artistas de la talla de Larkin Poe, Ally Venable o Ghalia Volt no han sido objeto de esa distinción. En el cartel inicial del festival figuraba el gran Robbie Robertson, que se ha muerto en el ínterin a la respetable edad de 80 años. Ya le han sustituido en los carteles para conformar el programa definitivo, como pueden ver abajo.

También se ha caído del programa un tal Doyle Branhall II, al que no conozco y espero que éste no sea por fallecimiento. Y aparecen dos sustitutos: Citizen Cope y Judith Hill. Esta Judith es la quinta mujer que participará  y es también bastante buena. Yo sigo buscando información y vídeos de Molly Tuttle que además de rodearse de unos instrumentistas muy buenos demuestra una gran cultura musical al haber rescatado el tema White Rabbit, todo un himno de los 70, cuyo vídeo en directo les puse el otro día. Y he descubierto una cosa. Esta chica es hija de una pareja de músicos de bluegrass, la versión más enxebre del country y, cuando tenía tres años, le fue diagnosticada una alopecia areata. Se le caía el pelo a puñados y a los ocho años la dolencia derivó a alopecia universal, o sea que está calva como una bola de billar. El pelo que suele lucir es peluca, pero en los últimos conciertos ha decidido quitársela cuando canta un tema determinado, como gesto de apoyo a los afectados por esta rara enfermedad autoinmune. Pueden verlo abajo.

Tal vez los del grupo deberían raparse también en solidaridad, pero no les demos ideas. Me queda la duda si esta chica que canta y toca tan bien se descubrirá también en el transcurso del Crossroads. A Eric Clapton lo mismo le da un soponcio. Hablando de Clapton, en estos días ha publicado un video de homenaje al gran Willie Nelson, el patriarca del country y la figura más gigantesca de este estilo de música desde Hank Williams. Un caballero del que ya les informé de su aparición en televisión muy compungido, para anunciar que tenía que dejar de fumar marihuana por prescripción médica a los ochenta y pico de años y que estaba muy triste por ello, después de fumarla desde su adolescencia. El homenaje que le hace Clapton es precisamente con motivo de su 90 cumpleaños y se trata de una versión de una de las canciones más conocidas de Nelson. Véanlo.

Los noventa son ya una edad bastante jodida, dentro de este proceso de deterioro que llamamos vejez y que yo trato de espantar y alejar a base de running, yoga y buen ánimo, hasta donde pueda llegar, toco madera. Los dos hermanos que me quedan vivos pasan ya de los ochenta y se van manteniendo, sobre todo por el buen ánimo. Sin embargo, yo miro a mi alrededor, a la generación de los boomers, y lo que veo, como ya les he contado, es una auténtica escabechina. También entre los músicos, Robbie Robertson se murió a los 80 y estos días se han publicado unas fotos de Ozzy Osbourne, el que fuera líder del grupo de heavy metal Black Sabath. El tipo tiene 74 años, o sea, más o menos de mi quinta, y vean que pinta más mala tiene. Dice la noticia que hace unos meses que se retiró de la escena, pero no aclara si se retiró porque estaba pachucho, o si es que se ha puesto así por retirarse.


Qué pena, por Dios. Hablando de nonagenarios, otro que alcanzó esa categoría fue el gran pintor colombiano Fernando Botero, que se acaba de morir a los 91. Botero llenó los museos de sus retratos de gordos y los aeropuertos y principales plazas de todas las ciudades con esas esculturas de obesos simpáticos y risueños. A mi madre le hacía mucha gracia el arte de este señor y tuve tiempo de regalarle un libro sobre él. Lo curioso es que, si hubiera empezado a pintar esas figuras en este siglo, se le acusaría de gordofobia, así de idiotas nos hemos vuelto, que ya no sabe uno qué decir para no molestar a ninguno de los colectivos de gente diferente, que en los últimos tiempos han desarrollado una piel tan fina que están todo el día ofendiditos. A mí no se me puede acusar de gordofobia, después de que mi mayor ídolo en el mundo del blues es el tal Kingfish, que cada día parece pesar más y más. Véanlo aquí, poniéndose al frente del grupo de blancos veteranos de Joe Bonamassa y retándose con el mismísimo jefe de la banda. 

Nada, ni Samantha ni nadie, el gordo Kingfish es ahora mismo el mejor guitarrista de blues del mundo. Y tiene sólo 24 años, es increíble. Pero yo creo que, con esa enorme masa corporal, es imposible que este chaval llegue a los 90 años. Para ser longevo hay que ser delgado, eso está bien claro. Pero estábamos hablando de nonagenarios y de eso va la siguiente historia que les cuento. El pasado martes acudí al COAM para asistir a la presentación de un libro que han escrito diversos intelectuales granadinos sobre el futuro de los macro centros comerciales situados en la periferia de las grandes ciudades. Se basan en una investigación que han hecho sobre el Nevada Shopping, un mastodonte construido hace unos años en las afueras de Granada. Los autores del libro son muy críticos con este complejo, por su excesivo tamaño, baja calidad arquitectónica y nefasta situación, en el medio de la vega del río, que era uno de los activos paisajísticos de la ciudad.

Pero contaron también que este tipo de centros, que parten de un modelo norteamericano, a menudo entran en picado, dejan de recibir los clientes esperados, empiezan a cerrar sus tiendas y acaban en una situación de quiebra financiera que los aboca al cierre total. En ese momento, es difícil reutilizar esos edificios, concebidos como elementos aislados, totalmente dependientes del automóvil y de muy difícil reutilización para otros usos. Ellos proponen reconvertirlos en centros de actividad social y cultural, una utopía bienintencionada, pero que yo estimo bastante imposible. Este fenómeno del cierre de centros comerciales que se van a la mierda por diferentes motivos (a veces porque se construye otro cerca que se lleva la clientela) está sucediendo de forma bastante extendida en los USA y empieza a producirse también a este lado del Atlántico.

En realidad, aunque el tema me parece muy interesante, yo acudí al COAM para encontrarme allí a diversos amigos, como Sonia de Gregorio, Jesús Sanvicente o José Miguel Fernández Güell, con el añadido de poderme llevar a algunos de ellos a la Taberna de Ángel Sierra, en la plaza de Chueca, a continuar el debate delante de un vermú de grifo. Pero, para mi sorpresa, en la mesa del acto, además de los autores del libro y el presentador Luis Moya, se sentaron dos personajes bastante venerables del urbanismo madrileño: Damián Quero y Eduardo Mangada. En particular, el segundo a quien siempre he admirado y cuya presencia en un acto garantiza debate, discusión y pasiones desatadas. Pues Eduardo Mangada, según confesó él mismo, tiene ya 91 años. Llegó al lugar un tanto encorvado, ayudándose con un bastón y tuvieron que echarle una mano para subir al estrado, pero la capacidad dialéctica y de bronca la conserva intacta.

Para los que no lo recuerden, Mangada fue el Concejal de Urbanismo del primer gobierno municipal de Tierno Galván, un gobierno de coalición entre el Partido Socialista del Alcalde y el Partido Comunista de Carrillo. Por entonces, el PP no existía: se llamaba Alianza Popular y todavía no había cogido el vicio de anunciar que se iba a romper España por la existencia de un Ayuntamiento como ese, en el que el área de urbanismo quedó en manos del Partido Comunista, entre otras razones porque contaba con arquitectos muy buenos como Mangada, mientras que el PSOE no tenía a nadie de esa categoría. Pasando los años, se desató en el PC una especie de guerra civil, con escenario en Euskadi. Había una facción mayoritaria, encabezada por Roberto Lertxundi, que abogaba por una línea más nacionalista y hasta independentista, y otra minoritaria más españolista, apoyada por la dirección central.

En un reflejo un tanto estalinista, Carrillo expulsó del partido a todos los nacionalistas (por cierto, Lertxundi regresó a su profesión de ginecólogo y se forró de por vida montando una clínica privada en la que la alta sociedad vasca llevaba a las niñas a parir o a abortar, según los casos). Entonces, la intelectualidad de abogados, ingenieros y arquitectos del PC publicaron en todos los periódicos una carta abierta de censura a esta actitud, firmada por todos ellos. Y Carrillo los expulsó también a ellos. Mangada, como todos los grandes técnicos de la Oficina del Plan, estaba entre los firmantes. Y tuvo que dimitir como concejal. Pero en ese momento, el PSOE ya tenía cuadros preparados para sustituir a un PC que se estaba diluyendo como un azucarillo. Unos años después, Joaquín Leguina nombró a Mangada Consejero de Urbanismo de la Comunidad, donde se desempeñó hasta que el PSOE perdió las elecciones de 1995, que dieron la presidencia a Gallardón. Desde entonces, Mangada aparece en todos los debates o conferencias a los que le invitan, donde siempre actúa con mucha brillantez.

Esta vez, entre el público estaba Rafael Moneo, que tiene 86 y últimamente está hecho un viejo cascarrabias. A Moneo no le había gustado el libro, porque no se parecía al tipo de libro qué él esperaba. Y Mangada entró al trapo de defender a los autores, en una discusión bastante bizantina que no tiene mayor relevancia. Pero en un momento dado se suscitó un tema: los centros comerciales de las periferias, son lugares para mí deleznables (y para casi todos los presentes). Pero hay que reconocer que cumplen una función y que hay mucha gente a la que le gustan (hay gente pa’ to). Se lo explico con un par de ejemplos extremos de los míos. Yo acudo a los supermercados a demanda. Es decir, me pongo a hacerme un plato caliente y pienso: qué bien le iría a esto una ensalada. Entonces bajo y me compro una lechuga. Es el sistema antiguo, de los boomers como yo. Yo jamás voy a un supermercado a ver qué ofertas hay o a comprar cosas que no llevo ya previamente en una especie de lista mental.

Hago eso porque, como jubilado, dispongo del mayor de los tesoros: el tiempo. Sin embargo hay, por ejemplo, parejas con niños que han de trabajar mañana y tarde para poder pagar la hipoteca del chalé, la piscina, la sanidad privada y el colegio concertado de los niños. Esta gente sólo dispone del sábado para hacer la compra. Entonces se van con el coche, dejan a los niños en la piscina de bolas, colocan por allí a la abuela, hacen la compra y, ya que están, se comen luego unas hamburguesas y se quedan a ver una película infantil, que los mayores aprovechan para echar la siesta. Lo que les he contado son dos modelos extremos, pero que existen. Cuando alguien dijo eso en el debate del COAM, Mangada se apuntó a la teoría y dijo que los centros comerciales no tenían por qué considerarse como algo intrínsecamente malo y que, si el Nevada Shopping, en vez de ser un mamotreto cúbico puesto como tapón en el centro de la vega, fuera un grupo de pequeñas edificaciones a la manera andaluza con patios y muchas macetas, a lo mejor hasta era un lugar urbanísticamente correcto.

Hasta aquí todo interesante, pero faltaba lo más gordo. Porque Mangada, con la voz escasa de anciano que va teniendo a sus 91, se embarcó en una ensoñación sobre su propia experiencia. Cuando yo era Consejero de Urbanismo en Madrid, había una zona en Pozuelo que estaba destinada a llenarse de chalés adosados como los que se estaban construyendo por toda la periferia de Madrid. Y yo me reuní con Isidoro Álvarez y le dije: por qué no ponemos aquí un Corte Inglés. Y resultado de ese acuerdo, se construyó el Corte Inglés de Pozuelo, un centro comercial modélico, con un acceso directo a la autopista que nunca tiene atascos y una estación de cercanías que pagó íntegramente el promotor. Ahora vuelvo a hablar yo. La idea es maravillosa, la concertación público-privada que genera un centro de actividad servido por una estación de ferrocarril y con buena funcionalidad hasta hoy en día.

Pero aquí viene el tema de las trampas de la memoria. Porque las cosas no fueron así, como las contó Mangada, confiando en que entre el público no hubiera ni un solo asistente con buena memoria, o tal vez inducido por una cierta esclerosis neuronal. Las cosas no fueron así para nada. El suelo en el que se situó el centro comercial, no estaba calificado para albergar usos de vivienda. Ni siquiera era suelo urbanizable. En el planeamiento entonces vigente, ese suelo estaba calificado como rústico, no urbanizable. Y en un suelo no urbanizable, sólo se pueden autorizar usos agrícolas en su caso o conjuntos de especial interés público y social. En este último caso, la licencia requiere de la autorización personal del Consejero del ramo. Y Mangada firmó esa autorización. Con dos cojones, como Rubiales. Imagino que lo que sucedió fue que Isidoro encontró un suelo barato por ser rústico y estableció sobre él una opción de compra antes de ir a ver a Mangada y negociar con él. Y es cierto que éste le impuso una serie de condiciones para mejorar la funcionalidad y accesibilidad del centro.

Mangada, no sólo firmó la autorización de implantación de un Corte Inglés como uso de especial interés público y social, sino que, ante el escándalo que se montó, salió a defender su acción en la prensa, proclamando: a ver quién me dice a mí que no es de interés social un conjunto que va a crear 2.000 empleos para el entorno. En fin, este tipo de actuaciones, se les presuponen a los gobiernos de derechas, que luego se llevan la comisión correspondiente. Pero es bastante escandaloso que alguien supuestamente de izquierdas cometa un atentado urbanístico que a muchos de derechas les hubiera producido sonrojo en aquellos tiempos. Fue también un precedente de cómo manipular las normas a favor de los grandes intereses. ¿Qué autoridad moral le queda a la izquierda para criticar cosas como el Complejo Canalejas junto a la Puerta del Sol? Ninguna.

Yo no quise intervenir en el coloquio, porque no me gusta este tipo de bronca y además con la discusión Moneo-Mangada ya habían aburrido hasta a los ordenanzas. Pero me quedé de piedra y lo comenté luego en la taberna de Chueca. Es obvio que la memoria nos juega malas pasadas; que todos, y yo el primero, intentamos endulzar los hechos acaecidos y quedar de héroes o de correctos. Pero es bastante insólito que un conferenciante haga alarde de una operación que en su día fue un auténtico escándalo. ¿Se creerá él que fue así, como lo cuenta? Pues vaya usted a saber. Y, por cierto, ya sé lo que están pensando. ¿Y si resultase que la memoria tergiversada fuera la mía y no la de Mangada? Mi respuesta: consulten las hemerotecas y encontrarán lo que les digo.

Incluso ayudé a una asociación de vecinos de Pozuelo, a la que pertenecía un compañero mío de oficina, a redactar una alegación contra aquel despropósito, durante el exiguo período de 15 días que se reserva a la información pública sobre este tipo de permisos excepcionales. Joder, y yo no tengo noventa años, no voy por ahí con un bastón y tengo la memoria en bastante buen estado. Lo de Mangada no es sólo degeneración neuronal. Este señor, a quien reitero que admiro mucho (como tertuliano no tiene precio), siempre ha sido bastante pillo en sus posicionamientos. Un ejemplo. El proyecto M-30 fue rechazado por el COAM, la ETSAM, el Club de Debates Urbanos y otros foros de los arquitectos, por considerarlo antiurbanismo. Después, cuando se construyó el parque Madrid Río (en cuyo diseño y obras ya participaban los arquitectos con minutas bastante voluminosas), los organismos que antes lo denostaban no sabían cómo cambiar de bando.

Yo recuerdo a los autores del diseño del parque en una conferencia en la que contaban que ellos se habían enfrentado a la ordenación de 110 hectáreas de zona verde, que aparentemente habían surgido en el centro de la ciudad por arte de magia. Obviaban que esa superficie ganada para la ciudad era el resultado de un proyecto urbano que todos los arquitectos habían rechazado. A mí esta postura me pareció siempre de mucha cara dura. Pero el que rizó el rizo en este debate urbano fue nuestro querido Mangada. En un artículo que le publicó una de las mejores revistas de arquitectura, este señor lanzaba el siguiente mensaje: ¡Menos mal que hemos venido los arquitectos a resolver el desastre que habían perpetrado los ingenieros!

Hace falta mucho cinismo para eso. Pero este artículo fue muy bien recibido en los medios de la profesión. Muchos profesores de la ETSAM pudieron por fin hablar bien de Madrid Río, terminando con la situación rocambolesca de que los alumnos escuchaban que eso era un ejemplo de antiurbanismo y luego se iban a verlo y no entendían nada. Y acababan patinando por el parque con sus tablas de skate. Dicho lo cual, le deseo de todo corazón al señor Mangada que Dios le dé muchos más años de vida y a ustedes, queridos lectores, que puedan llegar a los 91 con sus capacidades mentales y su cinismo intactos, aunque tengan que caminar con un bastoncito. Y que sean buenos, por descontado. 

domingo, 10 de septiembre de 2023

1.246. La vida sigue, pero no igual

Sí, eso que cantaba Julio Iglesias es mentira, la vida va evolucionando y cada año es diferente de los anteriores; hace unos cuantos posts les hablé de la auténtica escabechina que vamos teniendo alrededor al llegar a edades como la mía y de la alegría que me entra cada día que me levanto de la cama y constato que no me duele nada ni tengo ninguna molestia. En una casa bonita como la mía, que me la he hecho a la medida, con el suelo y la pintura recién adecentados, un gato tan maravilloso y buen compañero como Tarik Marcelino Martínez, los ojos operados de cataratas con los que veo como Dios y el clima suave de estos días preotoñales, pues qué quieren que les diga, que a vivir que son dos días.

Sólo faltaría que en estas condiciones estuviera triste o preocupado. Lo que he de estar es agradecido de que las riadas de la dana no se hayan llevado todos los puentes que me conectan con el mundo, como les ha pasado a los de Aldea del Fresno y de que la Tierra no se haya abierto bajo mis pies en un terremoto demoledor como el de Marruecos, que está aquí al lado. En los comics de Asterix, el gran jefe Abraracurcix vivía amargado y súper preocupado por la posibilidad de que el cielo se derrumbara y le cayera sobre la cabeza. En los días de la dana, tal parecía que estaba sucediendo eso, qué manera de diluviar. Fueron tres días que me pasé encerrado en casa, con las ventanas cerradas y con Tarik procurando sentarse a mi ladito bien tieso por si las moscas. Además, no tenía coche, que está todavía en el taller de chapa.

Pero, poco a poco, nos vamos incorporando a las rutinas después del corte del verano. Todavía no he empezado las clases de guitarra ni el Billar de Letras, pero ya estoy a tope con el yoga, el running y el inglés. Respecto al inglés, resulta que por diferentes motivos me he perdido unas cuantas clases y la forma de recuperarlas es en unas sesiones de dos horas que el bueno de Ed organiza los sábados de diez a doce. El único problema es que el sábado es uno de mis dos días de correr, tema que hasta ahora compaginaba saliendo muy temprano (muy bueno para los calores extremos del verano) y volviendo con tiempo para desayunar y afrontar las dos horas de clase de inglés. Pero este sábado pasado sucedió que me levanté tarde, porque ya no hace tanto calor y los días van acortando.

Me desperté tarde, me vestí con mi equipación habitual y salí de casa prácticamente a las nueve. Iba muy justo para estar sentado frente al ordenador a las diez. Entonces se me ocurrió algo. Como les he contado más de una vez, yo acostumbro a regular la velocidad de carrera llevando en la mente una melodía que me fija un ritmo continuo. No puedo llevar cascos con música porque eso supone cambiar de canción todo el rato, algo que me despista. En estos últimos tiempos solía acompañarme de un rock’n roll de ritmo bajo, tipo La Bamba o similar. Como tenía prisa, decidí cambiar a un ritmo más vivo y pensé en el C’mon everybody de Eddie Cochran. ¿Cómo dicen? ¿Que no lo conocen? ¡¡Venga ya!! Se lo voy a refrescar y ya verán como sí lo conocen. Esta es una versión para la tele yanqui, nada menos que de 1959. No dejen de fijarse en el aspecto de las chicas y chicos que componen el público.

Menudo tema. Una auténtica bomba. Las chicas y chicos del público ya se habrán muerto, o serán octogenarios. Para que luego haya gente que dice que no hemos cambiado. Eddie Cochran, en cambio, podría salir así por una de nuestras calles y nadie se daría cuenta de que viene del pasado. El rock fue la verdadera revolución y seguimos viviendo de ello. Pero volviendo a mi carrera, aguanté todo el recorrido sin cansarme y paré el cronómetro al llegar al portal: marcaba 42.30 minutos. En los últimos tiempos estaba acercándome peligrosamente a los 46 minutos, no cabe duda de que me estaba adocenando. Así que me puse muy contento y subí a casa como en una nube. Conecté el ordenador y me encontré un mensaje de Ed: que tenía que suspender la clase por una emergencia personal. Así que aproveché para pegarme un desayuno de puta madre, que hay que hacer de la necesidad virtud.

Pero el mundo evoluciona y yo he debido, por ejemplo, acomodar mis rutinas a los cambios en la academia de yoga, que me han fastidiado un poco. Todo ello se debe a que se ha ido de la academia Elena, la chica que me metió en el asunto. Ella vivía por y para el yoga, está sola y, tal como yo lo hago, se solía coger vacaciones fuera de temporada, para irse de viaje. Eso permitía tener clases todo el año sin interrupción y tener muchos turnos, entre ellos el de mediodía, que me venía a mí de perlas, puesto que lo combinaba con la posterior comida en el Ricla, conjunto de actividades que me dejaba ya suave para toda la tarde. Al haberse ido Elena, los demás profesores no pueden mantener el ritmo, puesto que todos tiene otro trabajo que les da de vivir y han de compaginarlo con las clases de yoga.

A partir de este punto, para este año se introducen diversas modificaciones en la academia, todas molestas para mí. Primero, se suprime el turno de las 14.00. Quedan otros de madrugón o de tarde. Entre estos, he empezado a ir a las 19.30, los lunes y jueves. Los lunes, encima, el Ricla cierra por la tarde, así que ya sólo voy un día por semana; los lunes estoy yendo a la Cervecería Santa Ana, a medio camino de casa, porque el Revuelta también cierra ese día. Esto es una mierda, porque yo tenía unos biorritmos perfectamente adaptados a la otra rutina. Es como los ritmos de carrera. Yo desayunaba bien, pero a las 14.00 tenía el tubo digestivo vacío. Ahora he de acostumbrarme a comer poquito los lunes y jueves para no llegar con la digestión a medio hacer, que es muy malo para practicar yoga. Por no hablar de la posibilidad de llegar con gases. Al haber suprimido el turno intermedio, el de la tarde está lleno y no es cosa de ponerse uno a soltar cuescos en medio de la masa de chicas sudorosas.

Pero no es el único cambio. También se suprime la posibilidad de clases on line, que me permitía a mí conectarme desde París o desde cualquier otro sitio. Y anuncian que, como esto es una actividad lectiva, se parará desde Nochebuena a Reyes, la Semana Santa completa y el mes de agosto, que los profesores tienen que descansar como cualesquiera otros docentes. La justificación es vergonzante, por no reconocer que su problema es que ya no está Elena y que esta chica se ha ido por tener la sensación de que la estaban explotando, de que todos se apoyaban en su disponibilidad absoluta y no se lo valoraban lo suficiente. Elena es amiga mía, sigo en contacto con ella y no me cuenta nada al respecto porque es muy discreta, pero yo la oí varias veces rezongando y quejándose de cómo la trataban. Por mi parte, ajo y agua, no me queda otra. Tengo ya el nivel mínimo para seguir practicando por mi cuenta en casa, aunque continuaré yendo a la academia para ir mejorando.

En cualquier caso, no es este del yoga el único cambio en mi vida para el cuarto trimestre del año, porque lo que más me va a incidir en las rutinas y querencias es el hecho de que mi hijo Lucas se haya mudado de Lille a Londres y esté allí instalado con casa y trabajo. Eso me ha llevado de mis habituales escapadas a París, a proyectar un viaje a Londres, ciudad que conozco muy poco. Yo en París me siento como en casa, sé cómo moverme y he visitado casi todos los barrios, y algo parecido, aunque en menor nivel, me sucede en relación con Ámsterdam y Bruselas. Pero en Londres he estado en dos ocasiones, una hace una eternidad, con una compañera que apenas se interesaba por los monumentos y los museos, y otra más reciente, para contar el proyecto Madrid Río a los técnicos de la TfL, Transports for London.

Esta visita, en la que apenas pude ver nada de la ciudad, fue contada en el blog y tal vez ustedes recuerden que, a la vuelta, me caí entrando al Metro de Madrid y me rompí el húmero izquierdo, justo el día en que cumplía 65 años, incidente en el que perdí un paquetito de bombones Cadbury, que había comprado para invitar a mis compañeros de trabajo por mi cumple, para gran cabreo de mi querida amiga África, que estuvo varios días llamando a los diferentes servicios de objetos perdidos para recuperar el paquetito de marras. Creo que, con mi encuentro con Samantha Fish en Jerez de la Frontera y las fotos que dan fe de ello, es la historia más impactante entre todas las que he contado a lo largo de estos once años de blog (que se cumplen en unos días). No exagero cuando digo que mi vida es un blog.

Así que ya he encajado el viaje londinense entre mis múltiples ocupaciones (en octubre iré a la ETSAM a contar mi historia sobre el realojo de Palomeras y he de recibir a unos estonios que me trae Werner). Una vez fijadas las fechas en que me puedo marchar, he tenido unos contactos preliminares con mis posibles anfitriones, para asegurar que no estuvieran fuera. También he comprobado que mi querida África puede hacerse cargo de Tarik Marcelino porque, ya que viajo, no me voy a limitar a cinco días, que es el margen que puede aguantar el gato solo en casa. Y, asegurados estos extremos, me he sacado ya un billete de ida y vuelta. Me ha costado exactamente 162€. ¿Y cómo se hace para encontrar un billete de avión tan barato? Pues es muy fácil: UNO, planificar con una cierta antelación y DOS, elegir días específicos más baratos. ¿Y cuáles son esos días? Pues los lunes a primera hora y los sábados. Nadie viaja en sábado ni en lunes a primera hora. Sólo los que no tenemos un horario de trabajo estable.

Mi viaje será a finales de octubre, ya les iré contando; hasta entonces voy a informarme bien de qué se puede hacer en Londres en esas fechas. Entre las actividades que puedo pillar, está el concierto que Samantha Fish dará en el 100 Club, una sala de conciertos de Londres, pero ya no quedan entradas, según la página Web de la chica. Puede que hayan reservado algunas para vender en el propio lugar el último día pero, teniendo en cuenta que Sam viene con Jess Dayton en la versión que menos me gusta y que ya he visto en París, quizá no me esfuerce mucho en conseguir acceder al lugar. Ahora mismo, todos sus fans estamos preocupados e intrigados por saber cómo va a ser su participación en el Crossroads de Eric Clapton, en LA los días 25 y 26 de este mes. Espero que no sea tan cabezota de llevar a Jess Dayton y cederle la mitad del tiempo del que dispongan. A Jess no lo han invitado al Crossroads que yo sepa.

Respecto a este tema, se me han venido a la cabeza dos posibles explicaciones. Una: Sam está enamorada y Jess es su pareja. En París estuve con ambos al final del concierto y se les veía con bastante complicidad entre ellos. Dos: hay algún tema de derechos de las canciones en el que Sam está ahora mismo litigando. Es muy raro que en París apenas tocara tres de sus grandes temas de todos los tiempos. Sam es su propia empresaria y es bastante fenicia como les he explicado en los sucesivos textos que le he dedicado. Ella sabrá. Después del Crossroads tiene bolos prácticamente seguidos hasta después de Navidad, incluyendo hacer de telonera de la Steve Miller Band y participar en un Crucero del Blues, de tres días, que sale de Fort Lauderdale y acaba en Nueva Orleans. Alguna vez se me ha pasado por la cabeza apuntarme a este tipo de saraos (que se hacen también por el Mediterráneo), pero puede más mi alergia básica a los cruceros, una forma de viajar a la que le tengo un odio básico, esencial, ontológico, como el que me suscita el deporte del golf.

Voy a cortar aquí, que es ya bastante tarde. Pero arriba les he puesto un tema histórico, el C’mon everybody de Steve Cochran. Y creo que no viene mal terminar con otro tema histórico, esta vez del rock en francés, de la cuerda de Johnny Halliday, Antoine, Eddy Mitchel o Jacques Dutronc. No tan conocido como ellos, aunque no menos genial, estaba Nino Ferrer, un cantautor de voz ronca bastante loco, de formación jazzística y muy dado a las parodias humorísticas. Les cornichons (los pepinillos) fue uno de sus éxitos más grandes en Francia, nada menos que en 1965. Se lo dejo de despedida. Es, además un buen tema para perfeccionar su francés gastronómico, con los subtítulos que se muestran. Sean buenos.

lunes, 4 de septiembre de 2023

1.245. Bajo la dana

Supongo que ya saben que estamos afectados por una dana, palabro o neologismo resultante de la manía de los especialistas en las diferentes ciencias, de ponerle a las cosas corrientes nombres abstrusos, con el único fin de hacerse los enteradillos para darse pisto y sentirse superiores a los legos. Esto que sucede estos días siempre se había llamado una tormenta o temporal de fin de verano, hasta que hace como una década ya fue denominada por los expertos como gota fría. Pero no bastaba con eso. Ahora, si dices gota fría quedas como un antiguo. Los expertos han decidido llamarlo nada menos que Depresión Aislada en Niveles Altos. De ahí las siglas DANA, a las que luego se le quitan las mayúsculas para hacerla más cotidiana.

En el libro Guía para orientarse en el laberinto vasco (Mario Onaindía, 2000), se contaba cómo a la policía vasca recién creada se la empezó a llamar la Ertzaina, pero hubo un momento en que ya todo el mundo conocía ese término, por lo que hubo que inventarse otro más exclusivo, para que los realmente enterados pudieran mostrar su pertenencia a la crème del independentismo. Por eso, la Ertzaina mutó a Ertzantza. Y los médicos son especialmente dados a poner nombres que sólo entienden ellos, para designar las dolencias que ya tienen un nombre en el imaginario popular. Pero es que esto de la dana resulta bastante ridículo. Es como si al vulgar resfriado se le empezara a designar como irva, Infección Respiratoria de las Vías Altas. Imagínense a los señores doctores en sus cónclaves, diciendo: mi hija se ha pillado un irva de lo más molesto. En fin, tengamos la fiesta en paz y no les demos ideas.

La cosa es que hoy lunes es el tercer día de lluvia bastante intensa, sobrevenida tras los coletazos de la cuarta ola de calor del verano que, a finales de la semana pasada nos dejó ya unos días bastante agradables. El viernes hacía un día de temperatura perfecta, circunstancia que aproveché para quedar a tomar el vermú con Henry Guitar y su amigo Félix a quien solemos llamar El Rapsoda, porque es un coleccionista de versos de Quevedo, Calderón y otros, que recita a veces como parte de las performances del Colectivo La Palmera: Henry y su banda le ponen un fondo sonoro de bossa nova o jazz y Félix se lanza a declamar con su voz potente y apasionada. Félix es, cómo no, vallecano y muy implicado en la vida cultural del barrio, aunque el amor le ha llevado últimamente a residir en Bonn (Alemania), pero estaba por aquí de paso. Nos tomamos unas birras en la Cervecería Santa Ana; luego El Rapsoda se tuvo que ir y Henry y yo la rematamos en el Parrondo de Antón Martín.

Era ya uno de septiembre y sabido es que cuando entran los meses de nombre acabado en bre, uno se da de bruces con el hecho insoslayable de que el verano se terminó. Además, vuelven los chistes de El Roto y muchos de los veraneantes de las playas. El sábado 2, anunciaban lluvias generalizadas, pero a mí me tocaba correr en el Retiro. Según los pronósticos, las lluvias debían empezar a las 3 de la mañana, pero cuando me desperté a las 7 no había caído ni una gota. Dudé si salir o no, pero finalmente me vestí y bajé a la calle. Estaba ya chispeando, pero paró enseguida. Habían sido cuatro gotas, que cayeron sobre los caminos de arena clara del Retiro sin siquiera dejar manchas más oscuras; la tierra estaba tan abrasada después de los meses de sequía, que absorbía el agua con avidez de náufrago rescatado. Volví a casa sin mayores problemas y entonces es cuando empezó a llover en serio.

Por cierto, en el portal me encontré al portero, recién llegado de sus vacaciones playeras. Me acerqué a saludarlo, pero huyó de mí como del diablo en calzoncillos, se metió en su cubículo y salió después cubierto con una aparatosa mascarilla. Le dije que yo estaba sano, que no contagiaba nada, pero me aclaró que el enfermo era él, que se había pillado el Covid nada más llegar de la costa. Esto del Covid es un coñazo, no se acaba de ir y no nos deja olvidarnos de los malos ratos pasados. En los años pasados, a los porteros suplentes de agosto les pasaba siempre alguna faena, como les conté en un post llamado La maldición de los porteros suplentes. Pero este año, al suplente no le ha pasado nada, ha ido todo como la seda y se ve que le ha transferido la mala suerte al titular. Le saludé a distancia y le dije que mejor se encerrara en su cubículo y pusiera fuera un letrero. Así lo hizo y manda carallo el letrero que perpetró nuestro amigo. Si no se ve, no se cree.

Es imposible juntar tantas incorrecciones gramaticales en cuatro líneas. Y eso que el hombre se ha esmerado, como evidencia el hecho de que ha usado rotus de dos colores. Pero parece que el virus del Coby le ha afectado a las neuronas o a la capacidad de concentración. Aparte del hilarante nombre que le pone al virus, confundiéndolo con una mascota olímpica, se come una ene en la primera palabra, se olvida de cualquier signo de puntuación, escribe unas eles dignas de un practicante de palotes y, para colmo, incurre en el anacoluto habitual de sustituir el tiempo imperativo del verbo por el infinitivo, como Lola Flores cuando dijo: Si me queréis, irse. Este letrero entra por derecho en la pléyade de los carteles históricos, donde yo guardo uno en lugar preferente: No cagarse en los sembrados, que un día mato a uno.

Busco información sobre esa nueva cepa de Covid que nos acecha y resulta que se trata de la variante Pirola. ¿Que no se lo creen? Pues pinchen AQUÍ. En mi tierra, la palabra pirola es una de las diversas que se usan para designar al miembro viril, ese que le hubiera gustado enseñar a Rubiales en la asamblea de la RFEF en la que se defendió del ataque de las falsas feministas. A comienzos de los ochenta, en plena explosión del primer punk, el grupo vigués Siniestro Total editó una canción de crítica al régimen iraní, que se llamaba Ayatollah y rimaba ese título con la pirola de marras. Como tampoco se lo creerán, pues aquí se la traigo.

Nada, que yo no quería hablar más de Rubiales, pero el tema del verano se te cuela por las rendijas. Ahora resulta que no se le puede cesar, que el tipo se ha pegado a la poltrona con superglue. No sé qué se esperaban de un gangster que, por llevarse la Supercopa de 2022 a Arabia, se embolsó una comisión millonaria a medias con Piqué, según las conversaciones telefónicas que les pincharon y en las que se llamaban entre ellos Geri y Rubi, ya ven qué tiernos. En el post anterior, una lectora anónima hace un largo comentario, que yo creo que completa lo que se puede decir de este lamentable caso. A mí, lo que realmente me interesa es el futuro de la selección de futbol femenino, ahora mismo sin jugadoras ni cuerpo técnico, puesto que los once ayudantes de Vilda han dimitido en bloque. El Vilda este ya está tardando en irse. ¿Por qué? Pues porque sus aplausos a Rubiales en la asamblea culminan todo un festival de gimnasia gestual babosa entre ambos, que empezó en Australia nada más ganar la final. ¿No lo vieron? Pues aquí tienen un par de fotos, en el propio campo al terminar el partido.

En la de arriba, se ve que Rubi es un besucón. En la otra, Vilda parece decir: este, este es el que tiene todo el mérito por haberme apoyado a muerte. Vilda se tiene que ir y ser sustituido por alguien que promueva la unión de todas las futbolistas, las que se descartaron de la selección y mantuvieron su postura hasta el final, las que al final cedieron y se sumaron al equipo y las que nunca se plantaron. Si las reunimos a todas, vamos a ganar muchos títulos. Nuestras chicas juegan muy bien al fútbol y suponen una vuelta a las esencias del juego, la pillería, el regate, el encarar, el pase de primeras y la carrera por las bandas. De la mano de las selecciones nórdicas y anglos, el fútbol femenino se estaba convirtiendo en algo más próximo al rugby, protagonizado por mujeres con aires de campeonas de lanzamiento de peso. España pasó por encima de cuatro de esas selecciones: Suiza, Holanda, Suecia e Inglaterra. Vean una imagen extraída del vídeo de la final, que está disponible en RTVE Play, la que corresponde a la salida al campo de ambas selecciones. Comparen la altura de Olga Carmona con la de la capitana de Inglaterra. Una imagen vale más que mil palabras. 

Frente a semejantes gigantas, las españolas eran verdaderas ardillas. En una semana empezará la llamada Liga F, la competición de futbol femenino de Primera División, con el Barça como favorito y un Real Madrid que cada vez se le acerca más. El Dépor competirá en segunda y a ver si esta vez consigue subir para jugar con las mejores. Pero, de momento, los sindicatos de futbolistas han convocado una huelga de dos jornadas para reclamar una serie de reivindicaciones históricas. Después de ganar nada menos que el Mundial, es el momento de pedir todas las mejoras. Yo lo que siento es que el futbol femenino es ya un fenómeno imparable y pronto será imposible ver los partidos gratis por la tele. Veremos cómo me las arreglo yo para verlos. De momento, el miércoles pasado la UEFA eligió a los mejores deportistas del año pasado y, como no podía ser de otra manera, el premio a la mejor jugadora recayó en Aitana Bonmatí, la ardilla más lista del grupo. Vean qué contenta estaba ella con su trofeo en el avión de vuelta. 

Hasta ahora, la futbolista española más laureada era Alexia Putellas, dos veces Balón de Oro. Pero Aitana está destinada a marcar una época, ninguna otra tiene su inteligencia táctica ni derrocha tanto esfuerzo, ni tiene su capacidad para improvisar en segundos. El futbol que despliega Aitana es un verdadero escándalo, fruto de muchos años de jugar con los chicos en los descampados y un proceso de aprendizaje y mejora continuos. Durante el partido está todo el tiempo pendiente del balón, indicándole a la compañera que lo conduce a quién se lo tiene que pasar o lista para cortar las internadas de las contrarias, como en la jugada del gol de la final. Además, tira con ambas piernas con una potencia sorprendente. Desde luego que Putellas es muy buena, pero tiene una cara de pena casi permanente y carece de un rasgo que en Aitana es algo natural: el sex-appeal.

Y esto nos lleva a algo que tiene un poco intrigados a mis lectores. Por qué no hablo ya apenas de Athenea del Castillo ni de Samantha Fish, de las que parecía perdidamente enamorado hace menos de un año. Bueno, en primer lugar, yo nunca he presumido en este blog de ser un amante confiable, que no vaya a salir detrás de otra que aparezca en mi horizonte. Pero estos son dos casos muy diferentes. Athenea era la figura diferencial del Dépor en su año de gloria, cuando quedó cuarto de la Liga F. Por entonces era una mujer rapidísima y liviana que regateaba a su sombra y era indetectable para las defensas. Fichada por el Real Madrid, se ha empeñado en ganar cuerpo y lo ha conseguido en buena parte, además de mejorar un montón en su sentido táctico. Pero en el Mundial, Vilda apenas la utilizó. Fue titular en el primer partido, donde fue sustituida. Luego jugó unos minutos en el segundo, momento en que se lesionó. Y ya no volvió a saltar al cesped.

Yo creo que Vilda, a quien ya he dicho que tengo por un buen entrenador, pensó que Athenea es demasiado liviana para enfrentarse a las gigantas de los equipos nórdicos, que la anulaban a base de faltas y la desplazaban al suelo con un simple empellón, incluso lesionándola si era preciso. Estoy convencido de que Athenea tiene una larga carrera en ciernes y no ha roto todavía, algo que sí ha hecho Salma Paralluelo, que tiene 19 años, por 21 de Athenea. En otro orden de cosas, Athenea es una chica que también tiene sex-appeal de forma natural. A los seguidores del Real los tiene encandilados. Incluso, los machistas que hay a cientos entre los seguidores del fútbol (los de forocoches y otros medios similares), esparcieron el año pasado el rumor de que esta chica estaba liada con Vinicius, jugador del masculino a quien, como negro, se le presupone una pirola de las dimensiones de la del legendario Makelele, lo que alimentaba los sueños eróticos de estos impresentables.

La chica, que es muy discreta y no cuenta nada habitualmente de su vida privada, tuvo que salir a la palestra a decir que tiene un novio, algo que yo ya sabía. Athenea tenía ya ese novio en sus años en el Dépor, y por Coruña se comentaba que era un futbolista de algún equipo de regional. Por eso lloraba tanto cuando se consumó el descenso del Dépor a segunda, en una imagen que les traje al blog: nada más terminar el partido con el Betis, Athenea se desplomó llorando en el césped y todas las jugadoras del equipo contrario fueron a consolarla. Cuando salió la fake news de su relación con Vinicius, Athenea se limitó a publicar en sus redes una foto besando a su novio en alguna playa gallega, en la que apenas se le ve, para preservar su intimidad. Abajo la tienen, y no me digan que esta chica no tiene un encanto especial.

Lo de Samantha es diferente. Me sigue pareciendo una artista sensacional, lo que pasa es que no me gusta lo que está haciendo ahora. Hasta este momento, su carrera llevaba un rumbo ascendente, basado en que ella era la estrella, se rodeaba de músicos potentes a su servicio y maravillaba a las audiencias en directo, porque ya dije que sus discos no son tan buenos como su desempeño en el escenario. Su penúltimo grupo, con Matt Wade a los teclados y Sarah Tomek a la batería, era espectacular, yo los vi tres veces en directo y hubiera seguido viéndolos muchas más. Pero ahora comparte escenario con Jess Dayton y la impresión que da es que es él quien impone su línea. Y a mí no me gusta ver a Sam dominada por un macho.

En los conciertos, como el que yo les vi en París, ella canta la mitad de las canciones, que en su mayoría son de su último disco, apenas alguno de los temas antiguos que tanto me gustan. Viéndola en París, no me quedó ninguna duda de que ella se lo está pasando bien, que está haciendo exactamente lo que quiere hacer en este momento. Pero es como si a Aitana Bonmatí la pusieran de recogepelotas a un lado del campo. Un desperdicio. Pero Sam es muy cabezota, como ya sabemos y va a seguir un tiempo en su versión actual. Yo estoy deseando que se quite de encima a Dayton y vuelva a dar giras con sus temas más potentes y con una banda a su servicio. Para que me entiendan, les voy a poner dos vídeos, uno de por qué me fascina tanto esta mujer, una versión más del clásico Killing Floor que le sirve para improvisar como ella sabe. Realmente, creo que nadie toca la guitarra así en estos momentos. Debajo, un ejemplo de lo que hace ahora, para que comparen.


Sin comentarios. La mitad de los conciertos de Sam y Jess es así, en la otra mitad es ella la que lleva la voz cantante, nunca mejor dicho. Pero, viendo estos dos vídeos, supongo que entienden lo que les quiero decir. Y un feminista como yo no puede dejar de sentirse mal viendo a su diva bastante dominada por un colega que no es malo, en su línea de punk-country, pero que no le llega a la suela del zapato. Pero, en fin, ella sabrá. Si sigue por esa línea, yo creo que su carrera puede sufrir un parón. Aunque a finales de este mes está incluida en el cartel del Crossroads de LA, elegida personalmente para ello por Eric Clapton. De ese festival, cuyo cartel les he traido al blog al menos dos veces, se ha caído por fallecimiento el gran Robbie Robertson. Tenía 80 años y supongo que le dedicarán el festival.

Samantha tiene comprometido para después un bolo como telonera de la Steve Miller Band, un grupo que me gusta poco, pero que para ella es sin duda un salto adelante en su ascenso al estrellato del rock. Veremos por dónde tira, pero repito: yo estoy deseando que se quite a Jess Dayton y recupere su carrera anterior. Creo haberles destacado el hecho de que en el Crossroads, que es una reunión de buenos guitarristas, hay muy pocas mujeres. Sheryl Crow, Samantha Fish, Sierra Hull (una chica delgada y llena de tatuajes que hace country) y Molly Tuttle, de la que hasta ahora no sabía nada. No están ni Larkin Poe, ni Ghalia Volt, ni Ally Venable que son muy buenas, pero han de esperar a una siguiente edición.

Bien, pues buscando información sobre esa Molly Tuttle, he encontrado una pequeña joya. Nada menos que una versión del White Rabbit, el himno a las drogas y a Alicia en el País de las Maravillas, de la gran Grace Slick, que les traje hace poco en su versión en directo en Woodstock. Molly no había nacido cuando Grace cantaba este tema sensacional, pero lo versionea a su manera. Si Grace lo concibió como un crescendo breve sobre un fondo repetitivo, Molly lo viste con unos solos instrumentales preciosos, a cargo de su grupo que se llama The Golden Highway, la autopista dorada: contrabajo, mandolina, violín y banjo. Merece la pena verlo. En cuanto el contrabajo inicia el riff de fondo, el público lo reconoce y aúlla expectante. Molly no canta con tanta profundidad vocal como Grace, pero los distintos instrumentistas son buenísimos. Escuchen esta maravilla. Y sean buenos, por Dios.


PD. Con el post ya publicado, he encontrado el vídeo del homenaje que se le hizo el sábado en el Bernabeu a las campeonas del mundo que juegan en el Real Madrid, al principio del partido del masculino con el Getafe. Pueden verlo pinchando AQUÍ.