Aquí me tienen de lunes, tras mi fin de semana por tierras coruñesas. Como todo es surrealista y vivimos en un mundo al revés, no les extrañará saber que salí el viernes de Madrid en medio del shitty weather concretado en una lluvia continua que ya dura varias semanas; paró de llover llegando a La Coruña y no he vuelto a ver una sola gota de lluvia en los tres días que he pasado en mi tierra, hasta que anoche bajé del tren en Madrid y comprobé que el diluvio seguía. Y anuncian que va a durar toda esta semana. El agua viene muy bien por aquí para paliar el año tan seco que hemos tenido pero, para el urbanita solitario, la lluvia es un cierto incordio, aunque Dios me libre de quejarme: que llueva todo lo que tenga que llover. Es hora de que les desvele lo que he ido a hacer a La Coruña.
De vuelta de mi tour a las Europas, repasé un poco la agenda que me quedaba hasta el fin de año y encontré una fecha significativa. El 11 de diciembre, es decir, ayer, mi hermano Pepe cumplía nada menos que 80 años. Imaginé que haría un gran festejo, como corresponde a fecha tan señalada, reuniendo en una comida a sus hijos y nietos. Y una idea me empezó a rondar la cabeza: ¿y si me presentaba de incógnito en esa comida, para darle un abrazo y felicitarle en directo? Lo que pasa es que saben que tengo una agenda muy apretada, marcada por el sinvivir en el que he caído desde que me jubilé, y la posibilidad de hacer esa travesura que se me había ocurrido, requería algunos cambios de agenda y ajustes diversos, como los que hizo Samantha Fish con su último tour europeo.
Lo primero era llamar a uno de mis sobrinos, para ver si podía alojarme discretamente en su casa para aparecer por sorpresa en la comida de aniversario. Hablé con mi querido sobrino Javi y me confirmó que tenía sitio para mí, que le parecía una idea cojonuda y que me guardaría el secreto. Después había que pensar en un programa. Yo podía salir perfectamente el viernes y volverme el domingo o el lunes, según cuadrase. Pero tenía que elegir un medio de transporte. El coche, primera opción, no parecía muy adecuado; la carretera está regular desde el derrumbe de los puentes de la autovía del que les hablé en el blog (con foto incluida), lo que obliga a circular un rato por la antigua Carretera Nacional, un carril por sentido y con tráfico continuo de camiones. Ello, añadido al shitty weather, complicaba mucho el viaje. El tren parecía la mejor alternativa. Mi sobrino me dijo que sacara rápido el billete, que luego se agotan porque es un modo muy popular, tras la reciente apertura del AVE.
Así pues, me saqué un billete de ida para el viernes 9, para llegar a mediodía a la ciudad. Mi plan era encontrarme esa tarde y el sábado con algunos amigos locales, como Alfred y Berto, seguidores fieles del blog, para sumarme al festejo de aniversario el domingo y regresar enseguida a mis rutinas madrileñas. Respecto a la vuelta, había la posibilidad de volverme el domingo por la tarde, lo que parecía un poco demasiado apurado. O bien volver el lunes. Pero esto segundo tenía una complicación: tenía mi sesión de yoga a las dos de la tarde. Un problema que tenía una fácil solución: hacer esa sesión on line desde mi casa de acogida. Eso me llevaba a cogerme un billete de vuelta para la segunda hora de la tarde del lunes. Compré un billete para las siete de la tarde del lunes 12 (hoy) y reservé una sesión on line de yoga para ese mediodía. Un segundo problema es que tenía una cita para hacer una revisión del coche esa misma mañana. Pero ya les he contado que la anulé, después de averiguar, por una casualidad, que era una revisión innecesaria.
Surgió después el tema del impuesto que teníamos que pagar los hermanos a la Xunta de Galicia y que ni mi hermano Antonio ni yo conseguíamos hacer, porque nuestro banco (el BBVA) no nos daba esa posibilidad, después de intentarlo de mil maneras. Entonces yo propuse que, como iba a estar en Coruña el lunes por la mañana, podía hacer esa gestión para todos y ya me harían luego transferencias con lo qué me debieran. Lo siguiente que me sucedió es que un jodido algoritmo que sabe de mi devoción por la pianista clásica Yuja Wang, me empezó a bombardear por tierra mar y aire con anuncios de su concierto en Madrid precisamente para ese día 12, con fotos como la que ven abajo. En fin, en este sinvivir que llevo, me veo obligado a renunciar a algunas citas a las que me gustaría acudir; no se puede estar a todo. Por ejemplo, hace un par de miércoles, no acudí a la presentación del último libro de Ronaldo Menéndez en la librería Tipos Infames, por no perderme otra clase más de guitarra.
Llamé al bueno de Alfred, que me confirmó que estaría en Coruña y que se apuntaba la fecha del sábado para quedar conmigo y hacer una visita por los alrededores de la ciudad, con comida incluida. Entonces surgieron novedades. Por un lado, Javi me informó que la comida del 80 cumpleaños de su padre sería en un restaurante, pero no el domingo sino el sábado. Muy bien, llamé a Alfred y no tuvo inconveniente en trasladar nuestro encuentro al domingo. Y entonces, como también les he contado, mi sobrina Eva descubrió que el muro bancario contra el que nos estrellábamos una y otra vez Antonio y yo, era un muro exclusivo del BBVA; que la gestión se podía hacer en cinco minutos en cualquier otro banco. Efectivamente, el miércoles pude resolver ese tema, el jueves le expliqué a Antonio el paso a paso, caldo gallego mediante, y el viernes mi hermano me llamó alborozado (estaba yo en el tren ya cerca de Zamora), para decirme que había podido hacerlo también, siguiendo mi paso a paso.
Pero esto introducía un cambio. Ya no tenía nada que hacer el lunes por la mañana en La Coruña. ¿Por qué no cambiar el billete de vuelta al domingo? Eso me permitiría hacer el yoga en versión presencial y tal vez ir al concierto de Yuja, si es que quedaban entradas. Así lo hice y por eso me volví en el tren de ayer. Me quedaba el posible encuentro con Berto para la tarde del viernes. Pero ya me adelantó que ese día era casi el peor del año para él, porque estaba en medio de una mudanza para la que no le llegaban las 24 horas del día. Muy bien, nos veremos en el siguiente viaje. El viernes 9 cogí el tren en Chamartín a las 10.05, cambié de tren en Orense y llegué a Coruña a las 13.45. Es un viaje súper cómodo. Salí al aire dulce de mi tierra natal, que es un bálsamo para mi piel y mis fosas nasales y eché a caminar por una ciudad que conozco y cuyos taxistas no están a cubierto de mi fobia al gremio.
Javi estaba todo el día en Vigo por trabajo y su chica no salía del trabajo hasta las tres. Así que, después de empezar a caminar con mi maletita de cuatro ruedas, le llamé a Berto para pedirle consejo sobre qué sitio era bueno para tomar unas tapas con una cerveza en el trayecto desde la estación a la casa de mis sobrinos. Me aconsejó desviarme hacia la plaza de Vigo y trastear por allí, especialmente por la calle Marcial del Adalid. Así lo hice y enseguida vi un bar moderno muy bonito, que se llama Mil Aromas. Pero estaba lleno a rebosar. Eché un vistazo a otros dos cercanos: estaban vacíos. Literalmente. Y eso es una máxima: si en un grupo de bares, uno está lleno y los demás vacíos, por algo es. Conviene ir al lleno y esperar a que haya un hueco. Entré y me recibió un tipo muy amable. Me indicó un rinconcito, me puso una cerveza y me dijo que enseguida me podría acomodar mejor, como así fue.
Me comí una serie de tapas: ensaladilla, croquetas y carpaccio de salmón y calabacin, mientras el bar se iba despejando. La gente se iba ya a comer. Hice amistad con el camarero, al que le conté que soy coruñés, pero que me fui de la ciudad hace más de 50 años. Y que, si la ciudad hubiera sido entonces como es ahora, tal vez no me hubiera ido. En los 60, La Coruña era un lugar cerrado y provinciano donde yo me asfixiaba. Ahora es una ciudad magnífica, donde se vive muy bien y que ha acentuado su lado dandy, señorito, cosmopolita, elegante. Un bar como ese no era ni imaginable en los tiempos antiguos, aunque nunca olvidaré los cafés solos con achicoria que me tomaba en el Canton Bar, las pulpeiras de la zona del Orzán o las tortillas de la Viuda de Alfredín. Pero ahora la ciudad es estupenda. El camarero se llama Manuel y quedé en que no dejaría de visitar su bar cada vez que fuera a la ciudad.
Llegué a mi casa de acogida y la chica de mi sobrino me enseñó la habitación, me dio las llaves y la clave de WiFi y se fue a unas gestiones que tenía que hacer. Me quedé con el perrito, que se llama Bosco y es un shih-tzu tibetano, al que ya conozco de otros viajes y me quiere mucho. Descansé un rato y, ya de anochecida, salí a pasear por la ciudad. No llovía y había mucha gente por las calles de los bares, como corresponde a una tarde de viernes. La ciudad se ve próspera, limpia y llena de actividad. Como tenía tiempo, me acerqué a ver la exposición Meisel 93, un acontecimiento de ámbito estatal, que hasta tiene anuncios en el Metro de Madrid. La exposición, promovida por la Fundación Marta Ortega, está instalada en unos antiguos almacenes del puerto y reúne las imágenes que tomó en el año 1993 el fotógrafo neoyorkino Steven Meisel, un hombre clave en el mundo de la moda, que ese año copó las portadas del Vogue y el Harper’s Bazaar con sus retratos de Linda Evangelista, Claudia Shiffer y otras. Otra muestra de la modernidad coruñesa. Aquí una imagen del acceso a la expo.
Regresé a la zona de vinos y llamé a mi sobrino, para ver qué planes tenía. Estaba aún en Vigo, pero salía ya de vuelta y le apetecía salir a cenar algo conmigo y con su chica. Así que nos reunimos luego en su casa y bajamos al mismo restaurante donde iba a ser el festejo del día siguiente, donde nos obsequiamos con una ración generosa de camarones, un revuelto de erizos y un par de calamares a la plancha, de esos grandes. Todo ello regado con dos botellas de Ribeiro buenísimo, de las que dimos cuenta entre los tres. En la barra estaban ya preparados los centollos para el festejo de aniversario. Les hice una foto, en la que pueden ver abajo a la izquierda los camarones, una de las delicias gastronómicas de esta tierra. En mi opinión, los camarones, junto con los percebes, son lo más rico que ofrece el mar gallego. Vean la foto.
El sábado nos levantamos tarde, nadie tenía obligaciones laborales y yo había dormido como un auténtico cura, como siempre que estoy al nivel del mar, y encima con la compañía del perrito Bosco, con el que hice las cucharitas toda la noche sin que me molestara ni un instante. Me afeité, me duché y, en compañía de mis sobrinos, me acerqué al restaurante. Mi hermano estaba ya sentado y se llevó una sorpresa morrocotuda, nadie le había dicho nada y no se lo esperaba. Después de los abrazos de rigor, dimos cuenta de los centollos, a los que siguió un cocido gallego, que tiene grelos, repollo, patatas de Coristanco, chorizo local, algunos garbancillos y diversas piezas de cerdo, pero no tiene ni pollo ni nada de vacuno. Tras los postres y los aguardientes, empezamos a desfilar, momento en que me hice algunas fotos con mi hermano, entre las que he seleccionado esta de abajo.
Por la tarde, todo el mundo se iba a echar sus siestecitas, pero yo estaba a reventar y necesitaba caminar un rato, así que me ofrecí a darle un paseo al perrito Bosco. A algunos les inquietaba que tuviera algún problema, especialmente cuando nos cruzásemos con otros perros, porque es un chucho muy bravo, pero los tranquilicé: he paseado por Madrid perros de todos los tamaños y caracteres y sé lo que se hace. Le puse la correa y salimos hacia el paseo marítimo. Allí le indiqué que íbamos para la derecha. Pensaba seguir indefinidamente, porque necesitaba andar y decidí que, si el perro me hacía ver que estaba cansado (tumbándose en el suelo), lo cogería en brazos y me lo llevaría de vuelta. Pero, al llegar a la altura de los Salesianos, el animalito dio media vuelta y me miró directamente como diciendo: nos volvemos. Lo dejé que guiara él y no dudó en el paso de peatones que nos llevaba a su calle, ni a la hora de elegir el portal de su casa.
Como todos habían descansado, nos fuimos a casa de mi hermano a ver el partido Francia Inglaterra. Al terminar, nos fuimos todos a dormir, nadie habló de cenar. El domingo, me levanté también tarde, desayuné con mi sobrino, hice la maleta, pasé un ratito a despedirme de mi hermano y bajé a la puerta con el equipaje. Allí me recogió Alfred, para la excursión dominguera que tenía preparada para mí. Me llevó primero al Monte de San Pedro, a ver los cañones del siglo XIX. Desde allí condujo a la zona de Mera y Santa Cruz. Visitamos una serie de paisajes privilegiados, algunos que yo conocía de la infancia y otros que me resultaban desconocidos por completo. Comimos en Santa Cruz, mejillones y zamburiñas en una salsa deliciosa, chipirones encebollados y un guiso de carne gallega que compartimos, todo ello regado esta vez con un Godello de primera. Después, bajamos la comida dando una vuelta por el Castillo de Santa Cruz, donde nos hicimos algunas fotos, como estas.
Ven que todo el rato hizo un tiempo bastante bueno y con temperaturas suaves, no como en Madrid, donde llevamos con el shitty weather como tres semanas. Finalmente, volvimos a la ciudad a descansar un poco antes de que me llevara a la estación. El Alvia salía a las 19.35 y llegaba a Madrid a las 23.26. Un viaje muy cómodo, sin cambio de tren. Fui todo el rato con una chica jovencísima que enseguida sacó el ordenador y se puso la película Las Nadadoras. Pero no paraba de mandar mensajitos frenéticamente con los dos pulgares engarfiados sobre el móvil, incluso durante las escenas más dramáticas de la película. Es decir, una miembra de la generación idiota, o cretina digital. En Chamartín cogí el Cercanías a Atocha y allí el Metro a mi casa (una parada). Me preparé un revuelto de espárragos trigueros y me acosté.
No sé si me van a creer, pero anoche dormí bastante peor que los días anteriores, por estar en el centro de la Meseta. Estaba lloviendo todo el rato y, por ahora, no ha parado. Hoy me he calado parcialmente para ir al yoga, luego el Ricla y el concierto de Yuja Wang, que ya les cuento otro día. Me viene una semana, que espero sea más tranquila. Veremos cómo se reanudan las competiciones de Liga, interrumpidas por el calamitoso Mundial de los horrores, porque ahora tocaría que los futbolistas se tomaran el descanso navideño. España sale escaldada, pero con seleccionador nuevo, al que nadie conoce, pero que ya tiene una ventaja sobre el anterior: que su padre no es Amunike. Con eso tenemos ya mucho ganado. Intenten ser buenos, que viene la puñetera Navidad y hay que afrontarla con las fuerzas redobladas.
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