sábado, 31 de diciembre de 2022

1.197. Resumen temático de mi año 2022

Vaya, es momento de hacer un resumen de lo que ha sido este, para mí, año de los prodigios, en el que no puedo tener la menor queja, porque todo me ha ido saliendo sobre ruedas, así que en estos momentos mi deseo es que el año que viene sea igual, virgencita-virgencita, yo no quiero más, sólo igualarlo si es posible, porque uno se va haciendo mayor y algunas cosas se van deteriorando por el simple transcurso del tiempo, de modo que yo no espero más que lo que ya tengo y me conformaría con que en los próximos 365 días ese deterioro no fuera demasiado radical ni demasiado irreversible. Este será el año en que me toca cumplir 72, que ya va siendo una edad importante. Me viene a la cabeza una reciente entrevista con el actor Eusebio Poncela, con motivo de su 75 cumpleaños. Le preguntan si no está un poco jodido de ser tan viejo y contesta que para nada, que cada edad tiene sus ventajas y sus formas específicas de disfrutar del mundo y que él ha sido feliz a todas las edades.

En ese punto, reflexiona un segundo y puntualiza: Bueno, menos en la adolescencia; para mí la adolescencia fue una etapa horrible, sigues siendo un niño y de pronto te encuentras en un cuerpo enorme que no sabes cómo gestionar; te empieza a crecer la clavícula y no entiendes lo que te está pasando. Me encanta esa valoración con la que coincido plenamente. Para mí la adolescencia no fue para nada una etapa grata. En cuanto a este período por el que ahora estoy pasando, pues he de reconocer que la clavícula va disminuyendo y perdiendo potencia y no queda otra que aceptarlo y adaptar las expectativas a las potencialidades reales. Pero los 70 tienen también su punto y yo los inauguré en 2021 con una bajada por la pared de mi terraza de la que me sigo sintiendo muy ufano y orgulloso. En ese contexto, los acontecimientos de mi vida en este segundo año de septuagenario pueden resumirse agrupados por temas: lo que ahora se llama un inventario temático.

Recuerdo una anécdota, cuando mis hijos eran muy pequeños y los llevamos a Port Aventura. Yo creo que Kike tendría unos seis u ocho años y ya decía cosas muy graciosas. Después de un día entero subiéndose a todas las atracciones, cayéndose y dándose toda clase de golpes muertos de risa, los niños llegaron baqueteados, sudados y agotados a la cafetería del parque a tomar unos refrescos antes de irnos al hotel. Entonces, en las bandejitas del bar en donde nos servían los refrescos, observé que rezaba: Port Aventura, Parque Temático. Y les propuse a mis hijos que me explicaran qué creían ellos que quería decir eso de temático, sobre el parque de atracciones del que acababan de disfrutar. Por qué ese parque era un parque temático. Con sus ojos más ingenuos y mirando al vacío, Kike apuntó: ꟷ¿Porque te matas…? Una respuesta genial.

Si lo recuerdan, hace un año empecé mi andadura con un primer hito en el horizonte: el concierto de Samantha Fish en el Bataclan de París, para el que tenía entradas compradas. Ese concierto se debía celebrar el 11 de febrero, pero Sam lo anuló por el tema del Covid. Entonces a mí me entró la neura de que la pandemia aun no se podía dar por vencida, y yo tenía que aprovechar ese impasse no finalizado para poner al día una serie de asuntos que tenía pendientes por estar dedicado a vivir la vida sin mayores preocupaciones. Algunas tareas eran necesarias, como hacer testamento o poner en regla determinados asuntos de gestión del día a día, de esos que uno nunca tiene tiempo de hacer. Estas cosas no son muy blogueras, pero hay otras de más enjundia, que sí se pueden agrupar por temas, para el prometido resumen temático.

1.- La salud. En relación con este tema, son tres los frentes de lucha en los que he peleado con resultados notables. En primer lugar, el ateroma en la arteria carótida derecha, que me descubrieron en un chequeo rutinario a finales del 21. Después de las vicisitudes narradas en su día, el doctor cantarín de la Sanidad Pública me emplazó a hacer un seguimiento del tema en sucesivas revisiones semestrales. La primera fue en mayo y me lo encontró igual. La segunda, este diciembre y el tema no había variado nada tampoco. Ante eso, esta vez me han citado para dentro de un año, navidades de 2023, lo que no deja de ser una buena noticia.

En segundo lugar, mi cuidado preventivo del cáncer de colon. En 2019 me había hecho la penúltima colonoscopia, hasta entonces bienal, que, por primera vez, no determinó que me extrajeran ningún urdangarín después indultado como benigno, tal como me había pasado en las pruebas anteriores. Ante eso me propusieron retrasar la siguiente a tres años. En este julio me sometí a la nueva prueba, con el mismo resultado: cero urdangarines. La siguiente me toca en 2025 y, así en una primera valoración, cinco años ya de colonoscopias niqueladas son para sentirse moderadamente optimista.

Y el tercer frente: las cataratas, felizmente extirpadas y arrojadas a los desechos médicos de la clínica donde me operaron de ambos ojos, con quince días de diferencia. Con mis nuevas lentes multifocales implantadas en los dos ojos, la verdad es que veo como Dios y es algo sensacional. Yo no era consciente de lo mal que veía pero, entre otros detalles, conduzco otra vez bien, puedo conducir por la noche y no me han vuelto a poner una sola multa, que antes me caían una detrás de otra. Y no me he vuelto a caer, salvo un pequeño accidente que se contó en el blog y que fue por mala suerte. Antes me caía todo el rato. Lo más espectacular fueron los quince días que pasé con un ojo operado y el otro no. Con el bueno veía el cielo muy azul, los azulejos de mi cocina súper blancos y hasta los cráteres de la luna. Con el otro todo era gris/sepia; como suele decirse: veía menos que Pepe Leches.

2.- La casa. Acostumbrado como estaba a vivir en la calle cuando estaba activo, los encierros por la pandemia me revelaron las delicias de la vida indoor y la conveniencia de cuidar la casa y darle una vuelta a su mantenimiento, para tenerla más cómoda y acogedora. Aparte algunos temas menores, como la conexión a toma de tierra, evitando los calambres que me daban determinados muebles de la cocina, la instalación de una manguera en la terraza o la renovación del grifo del fregadero, la principal batalla en este apartado fue la pintura de toda la casa y el acuchillado y barnizado del suelo, tareas que me obligaron a embalar todas mis cosas, tirar un montón de objetos obsoletos al punto limpio y emigrar a casa de mi querida amiga África, en donde pasé un par de semanas largas hasta poder volver a la casa renovada. De esta estancia de acogida hablo abajo con más detalle.

3.- Los asuntos profesionales. A lo largo del año, he tenido bastante actividad lectiva y de recepción de visitantes extranjeros. Destaca aquí como siempre, mi oficio de cicerone del Madrid Río, en el que este año he de computar una visita para los alumnos del máster de Esther Higueras en la ETSAM, más el tour con el curso de Inés R. profesora de planeamiento en Le Havre. Además, la inclusión de mi visita al río como actividad final del importante Congreso Internacional ISUF, con representantes de toda Latinoamérica. Esta visita se publicitó en redes y a través de ello me salió una última visita con el grupo de investigadores urbanos al que pertenece Alexandra Delgado, con los que hice numerosos contactos internacionales. Aquí un par de fotos de estos eventos.


En segundo lugar, mi historia sobre el realojo de Palomeras, me tocó contarla en el curso de la ETSAM de Sonia de Gregorio, y también en el viaje de estudios de un curso del Politécnico de Milán, que incluyó una visita al barrio, con la colaboración de Henry Guitar. Y el colofón de mi conferencia en el Ateneo de Madrid, como único espada, a la que no vino ninguno de mis lectores del blog, para gran cabreo mío. A esto hay que añadirle dos grupos de extranjeros traídos por Werner Dürrer, uno de una empresa del Metro de Copenhague y otro del Colegio de Arquitectos de Burdeos. Más el viaje a Valencia con mi compañera M. para asistir a la entrega de los premios Europan 15, una conferencia on line para las Grandes Ecoles de Francia coordinada desde Lille por mi amiga Ana Ruiz Bowen y la participación en una mesa redonda en el Ateneo sobre el programa Reinventing Cities. No me puedo quejar en cuanto a la continuidad de estas actividades. Aquí otra imagen, en plena disertación.



4.- Los viajes. Este tema ha estado bastante reducido por las circunstancias pandémicas, pero espero que al año que viene mejore. No obstante he de incluir aquí el ya citado viaje a Valencia, una escapada a Barcelona dentro de la zona de sombra que no se cuenta en el blog, tres viajes a Ciudad Real para mantener viva la llama del grupo viajero con el que fui a Birmania, Chile y Madagascar, y que ahora planea visitar Uganda. Dos escapadas a La Coruña, una con mi hijo Kike y otra para la aparición sorpresa en el cumple de mi hermano. Al menos dos excursiones senderistas con mi peña de veteranos andarines. Y los dos viajes a festivales de blues, a Cazorla y Jerez de la Frontera. No está mal para un año de restricciones de todo tipo.

Y, por supuesto, mi rentrée en los viajes europeos con el Interrail, visitando Bruselas, Ámsterdam, Lille, Tours, Nantes y París. Ha sido este el mejor viaje del año, sin duda, y veremos si puedo repetir alguno similar en los meses venideros. En relación a este tema, me congratulo de haber descubierto las delicias de que te hospede un amigo en su casa. Este año, he sido acogido por mis amigos África y Boni durante 18 días con motivo de las obras de mi casa. Más tres días en casa de Barbara en Tours, otros tres en casa de Tangi en Nantes, otros tres en casa de mi sobrino Javi en La Coruña y las consabidas estancias en casa de mis hijos, en Lille y París. También disfruté de la hospitalidad de Tantri cerca de Ámsterdam, aunque no me quedara a dormir. Y especialmente gratos los lugares de acogida en donde había animales: los gatos Ulises y Mina en casa de África, el gato Rakan en casa de Barbara y el perrito Bosco en casa de Javi. Con todos ellos hice buenas migas y se me revivieron las ganas de hacerme con un gato. Vean otra imagen del maravilloso gato de Barbara.

5. Encurtidos y variantes. Englobo aquí el running, el yoga, el inglés on line, el club de lectura Billar de Letras y la actividad del grupo de seguidores del teatro. En todos estos apartados he mantenido la actividad continua. No he dejado de correr, salvo cuando me lo prohibieron durante la recuperación de las operaciones de los ojos. En la época de lluvias de este otoño continué corriendo dentro de casa dos veces por semana. Cuando salgo al Retiro vengo haciendo 6,5 kms, que no está nada mal. En el yoga he avanzado bastante, dentro de mis posibilidades, y mis profesoras están bastante contentas. Por cierto, esta mañana he participado en la llamada San Silvestre Ashtangi, para lo cual estaba en la academia a las nueve en punto. He hecho mi rutina completa y luego me he ido con todos a desayunar al Federal. Con esta peña del yoga comulgo a medias, tienen un punto místico/mágico por el que no entro, pero son gente maja, original y amable. Sólo que mi mundo es más el del blues.

En el inglés, he subido al nivel B2 y he notado también bastante mejoría, sobre todo al recibir a grupos a los que he debido dirigirme en esa lengua y también con los holandeses y flamencos en mi tour por las Europas. También he mejorado mi comunicación en francés, aunque no estudio, pero me entendí con bastante facilidad a lo largo de mi periplo reciente. En el club Billar de Letras hemos tenido sesiones memorables en torno a libros muy buenos, como Hamnet (Maggie O’Farrel 2020), Piedras en el vientre (Jon Bauer 2010) o El lago (Bianca Bellova 2019). También tuve la suerte de descubrir algunos otros libros fuera del club, como Y llovieron pájaros (Jocelyn Saucier 2018). En cuanto a las obras de teatro, he visto Lectura Fácil, Paris 1940, Finlandia y Tea Rooms, por citar las que recuerdo como más destacadas.  

6. El blues. Bien, en mi proceso de aprendizaje con Henry Guitar he tenido una crisis intermedia de la que voy saliendo. Como saben, yo había tocado un poco la guitarra desde los 15 años hasta más o menos los 25. Después lo dejé completamente. Ahora, tras mi jubilación empecé de nuevo con el instrumento. Y avancé bastante durante el primer año. Cuando embalé mis cosas para trasladarme a casa de África, estaba empezando a tantear la guitarra eléctrica con un pequeño ampli que me compré. Pero a la vuelta a casa, ya no saqué la eléctrica de su envoltorio. Henry tuvo paciencia conmigo y poco a poco me ha ido sacando del pozo. Lo que me sucede, tal como lo veo ahora, es que yo tengo muy buen oído (por eso se me dan bien los idiomas). A los 15 años yo lo que hacía era aprenderme los temas de memoria y reproducirlos a base de oído y memoria.

Y ahora había llegado a ese mismo punto. Y es como toparse con un muro. Lo que tengo que hacer es aprender a interpretar y seguir partituras. En vez de aprenderme un tema de memoria y reproducirlo por puro oído, debo intentar seguir ese tema en la partitura, y no ocupar mi memoria con ello. Es arduo, es como aprender a expresarse con un idioma nuevo. Pero no hay otro camino, si quiero salir del atasco. Por lo demás, me he reincorporado al circuito de los conciertos en directo, lo cual es muy bueno también para fijarse en cómo se desempeñan los guitarristas. En ese sentido, fueron momentos mágicos el Festival de Blues de Cazorla, adonde fui con Henry y donde coincidí también con mi nuevo amigo Dani. Y el Festival Isla del Blues, en donde Dani y yo disfrutamos del arte de Samantha Fish y su grupo.

Pero también he ido a bastantes conciertos en Madrid. Con especial mención al día de Kase O, el ídolo del rap, en donde nos juntamos 15.000 personas en el Wizink Center y todas menos yo se sabían las letras de las canciones de este señor. Como les dije, es la primera vez en mi vida que voy a un concierto de rap y descubrí un nuevo mundo. Además de esto, soy miembro de la Sociedad del Blues de Madrid y he ido a diferentes conciertos en lugares como la Taberna Alabanda, El Intruso, el Rock Palace y La Coquette, cerca de Ópera, donde el otro día Henry y yo, con nuestro común amigo Carlos el arquitecto, pasamos una noche genial. La Coquette es el lugar mítico del blues en Madrid, un sótano con reminiscencias de la Cavern de Liverpool en donde empezaron los Beatles. Allí puedes seguir los conciertos tomándote una Alhambra de botella verde con un bol de pipas de girasol que te rellenan continuamente.

7. Samantha Fish. Terminé 2021 completamente cautivado por esta señora, posiblemente la mejor guitarra del rock en este momento, de quien sigo pensando que es una estrella emergente y que dentro de poco habrá que pagar bastante más para verla. Una vez que se aplazó el concierto de febrero en París, yo mantuve las entradas para la nueva fecha, en noviembre, que tampoco fue la definitiva, porque se aplazó de nuevo, esta vez a mayo del año que viene. Pero a comienzos del verano llegó la sorpresa. Samantha insertaba en su apretado calendario una minigira europea de verano, en la que había nada menos que cinco citas en España: Cazorla, Las Palmas, Tenerife, Jerez y Pontevedra. Me saqué entradas para el primero y el cuarto de estos conciertos y ya saben que fueron fabulosos y que hasta pude charlar un rato con la diva y hacerme unas fotos con ella realmente históricas.

Y en noviembre, intuyendo que el concierto de París se aplazaría de nuevo, me saqué entradas para verla en Bruselas y esa fue la excusa perfecta para enhebrar un viaje por Europa, en el que empecé viajando en business, continué encontrándome con Sam al lado de la Grand Place, acabé su concierto en buena compañía y seguí mi viaje para encontrarme con mis amigas Tantri y Bárbara, mis hijos y el gran Tangi Saout. Todo esto redondea un año del que realmente no puedo tener queja alguna. Por cerrar el tema del blues, durante estos últimos tiempos les he insistido en que Samantha ha derribado de una patada la puerta del edificio del viejo blues, acaparado por varones negros, mayores y malencarados. Ha entrado aire fresco y algunos de estos veteranos, que son grandes artistas, han interiorizado esa irrupción y están haciendo una música muy buena. Valga de ejemplo este sensacional tema de Robert Finley, un tipo casi de mi edad y medio ciego, pero que desarrolla una energía sorprendente.

8.- El mundo alrededor. Este tema merecería un segundo post, así que resumiré. El mundo ha seguido su deriva, sobresaltado por la guerra de Ucrania, cuando aún estábamos saliendo de la pandemia. Es como cuando tienes un dolor en un pie y te rompes un brazo: el dolor del pie desaparece al instante y te olvidas de él. Yo creo que el mundo está ahora mismo dividido en sociedades más o menos democráticas y sociedades en donde se reprime a los ciudadanos. Eso se detecta enseguida viendo cómo se trata a los homosexuales, a las mujeres y a los diferentes colectivos minoritarios por raza o religión. La democracia no es un sistema perfecto, pero hay que protegerlo. Ahora mismo, yo creo que el régimen de Irán es el más cerril y brutal en este sentido, tal vez con el de Corea del Norte. Y no es casualidad que pase lo que está pasando. Y que el ayatollah le dé la manita a Vladimir.

Es curioso el tema de China. Se trata de un régimen autoritario, sin duda, pero que ha sacado de la pobreza a millones de sus súbditos. Y el salir de la pobreza comporta cultura y comporta información. El régimen ha tratado de llevar adelante una absurda política de Covid cero y se ha estrellado. Y entonces ha sabido escuchar a la gente y rectificar. En Irán, en cambio, se especuló con que suavizarían las normas del velo obligatorio para las mujeres, pero enseguida lo desmintieron. En China, el problema es que el cambio brusco de política sanitaria está generando una cantidad de contagios tremenda. Esto se debe al aislamiento internacional que comportaba la política de Covid cero, más la peor calidad de las vacunas que fabrican, el porcentaje alto de ancianos sin vacunar y la escasa inmunidad de la población frente a las nuevas variantes. Todo ello en un contexto de represión y secretismo. Mal cóctel.

Estoy convencido de que las sociedades democráticas están mejor preparadas para luchar contra las calamidades globales. Los estados en los que se protege al ciudadano, como los que yo he visitado en mi reciente viaje, tienen los cimientos puestos para seguir siendo lugares en donde apetece quedarse a vivir. No sucede lo mismo en Irán, o en Rusia, o en Israel, en el fondo bombas de relojería sociales. Pero todo esto es muy complejo y se merece un desarrollo más largo y meditado que estos simples párrafos. Y lo cierto es que estamos en el umbral de un nuevo año y haciendo resumen del anterior. Este blog se suele distinguir por incorporar fotos curiosas, que no requieren mayor comentario. Les dejaré con un par de ellas que me han llamado la atención. En la primera pueden ver a mi amiga la poetisa y narradora rosarina Valeria Correa, toda una intelectual, celebrando la victoria de Argentina en el Mundial.

La segunda, me parece cojonuda. Es la que recoge el momento en que el presidente Biden firma una ley que protege el matrimonio homosexual. La disposición y los gestos de los diferentes personajes, remiten a una especie de cuadro barroco de la anunciación, o a algunas escenas de Renoir en el cine. Es una coreografía espontánea que también podría haber sido dibujada por Robert Crumb o alguna otra figura del comic. No se sabe si son personajes reales o teleñecos. Con esta foto, aprovecho para desearles un Feliz Año 2023. Que nos vaya bien a todos.



martes, 27 de diciembre de 2022

1.196. Es Navidad

Por fin he llegado a un tiempo de descanso, un receso en mi sinvivir. En Navidad, todo se detiene y es momento de recluirse un poquito en casa y tomar fuerzas para el año entrante. Para mí ha sido simplemente levantar un poco el pie del acelerador y dejarme llevar. El día de Nochebuena, después de publicar mi post, debía acercarme al mercado a por mis gambitas de Huelva. El pescadero había sido muy claro: ven a las 12, es cuando tenemos género recién cocido; como vengas a la una ya no queda nada. Pero, cuando me estaba vistiendo, me entró una llamada de una chica y ya saben que no puedo evitar entrar a este tipo de trapos. Me encerré en mi cuarto para que mis hijos no escucharan la conversación y tuve una larga y deliciosa charla de casi media hora inscrita, digamos, en esa zona de sombra de mi vida que no se cuenta en el blog.

Resultado: llegué a la pescadería a las 12.30 y las gambas se estaban acabando, apenas quedaban tres cuartos de kilo. Suelo comprar un kilo, así que completé el lote con un cuarto de camarones, también cocidos, que son más caros y también de Huelva, por lo que no están ni la mitad de buenos que los de mi tierra. Estuve un rato aun por el mercado, deseando feliz Navidad a los comerciantes que conozco y comprando alguna cosa que necesitaba. En estas fechas, el mercado es un lugar muy entrañable y hogareño, donde toda la gente se conoce y las chanzas, pullas y chascarrillos sobrevuelan los puestos en una contienda que supera en calidad y gracejo a la de nuestro vomitivo Parlamento. Una señora algo más joven que yo, miró al carnicero con ojos sugerentes y le dijo: ꟷPaco, ¿qué coño haces aquí todo el día en Nochebuena, en vez de estar en casa atendiendo a tu mujer como se merece? ꟷTengo que estar aquí hasta que cerremos porque soy el que lleva el dinero a casa; pero, a este paso, lo mismo no me deja ni entrar. ꟷ(ojos todavía más sugerentes) Si te quedas en la calle, llámame, que ya sabes que conmigo siempre tienes un arreglo.

Paco es un tipo muy guapo, que las vuelve locas, si bien hay que decir que las mujeres están muy crecidas últimamente, algo que me encanta, aunque, en este caso, la señora estaba al otro lado del mostrador que el Adonis del Entrecot no podía abandonar con la cola que tenía, en la que yo tenía un puesto ya próximo a ser atendido. En fin, volví a casa y me puse a mandar Whatsapps deseando felices pascuas all over the world, como hago todos los años en este día. Kike cocinó una pasta fabulosa para él y para mí, con los ingredientes que le había traído, mientras Lucas comía fuera con un amigo. Tras una pequeña siesta, envolví cuidadosamente nuestros tres regalos del amigo invisible, cerré el tema Whatsapps y aún tuve un rato de relax, antes de coger el coche para desplazarnos a la cena de Nochebuena en familia, que resultó tan divertida y cariñosa como de costumbre.

Con esto del sinvivir, no les he contado que Samantha Fish ha recuperado ya su cuarteto titular, con Matt Wade a los teclados y la extraordinaria Sarah Tomek a la batería. En los últimos conciertos, el formato ha cambiado y Jess Dayton aparece ya como un simple telonero con su propia banda, algo que parece más apropiado, dado el distinto caché de ambos. Imagino que lo tendrían todo previsto y bien atado en el contrato. Mientras Sarah y Matt disfrutaron de unas merecidas vacaciones, Sam y Jess dejaron alguna pequeña joya, como la que les traigo. En un momento del concierto, prescinden del resto de la banda y se marcan una versión muy sentida de un clásico del country: I’ll be here in the morning. Cierra los ojos, cariño, y descansa, que yo estaré aquí por la mañana. Recuerden que Jess proviene del mundo del country, aunque le pirren los punteos acelerados del punk más canalla. Y fíjense en cómo ambos se turnan para hacerle la segunda voz al compañero.

Un tema intimista muy apropiado para estas fechas. Apenas dos minutos, pero plenos de detalles. Tal vez se hayan fijado en que Sam ha puesto una cejilla en el segundo traste, mientras que Jess no, lo que sugiere un juego de afinaciones abiertas. Otro día se lo explico. El día de Navidad estuvimos tranquilos en casa, dedicados a tareas diversas. Yo barrí las hojas de la terraza y le di unos manguerazos de mantenimiento, tras los dos meses que lleva lloviendo. También coseché las naranjas de mi naranjo, del que ya les he mostrado fotos. Este naranjo, lo adquirí a finales del 2019, cuando puse la terraza guapa, y ese invierno no dio fruta, tal vez en protesta por el traslado y los tumbos consecuentes. En 2020, ya con la pandemia, dio cinco naranjas magníficas, que nos comimos por Navidad mis hijos y yo. El año pasado tiró todas las pequeñas naranjitas que se habían formado, no sé si en protesta por la Filomena, o porque le gusta este ritmo alterno. Pregunté a los floristas, que me dijeron que un naranjo es un ser vivo y tiene sus caprichos. El caso es que este año ha vuelto a dar cuatro naranjas estupendas. Pueden comprobarlo en este vídeo. Y en la foto, después de la cosecha.


El día 26 lunes era festivo y pasó también sin pena ni gloria. Mis hijos iban y venían a las citas con sus amigos y yo disfrutaba de los ratos en que estaban conmigo. Eso sí, por la mañana salí a correr por el Retiro. Desde que el miércoles anterior corrí en círculos por mi casa, no había vuelto a entrenar. Estando mis hijos conmigo, no me parece adecuado ponerme a correr en círculos por la casa. Son 50 minutos en que les tendría inmovilizados, porque si andan por el medio pueden hacerme tropezar y encima hago un ruido bastante molesto. Además, el tiempo era perfecto para salir. Hacía mucho que no bajaba al Retiro, desde que empezó el shitty weather, y lo encontré bien, todavía encharcado, con las praderas brillantes por el rocío (qué sería de una mañana sin el rocío) y con una temperatura de unos 7 grados, ideal para correr. A pesar de que era lunes, al ser festivo, no tenía clase de yoga, así que dispuse de todo el resto del día para seguir levitando en la insoportable levedad de estos momentos en que el mundo se para y uno puede olvidarse del estrés del día a día.

El año finalizado ha resultado ciertamente fabuloso para mí y estoy preparando un resumen para el próximo post. Y muy pronto empezará un año nuevo, en el que las expectativas son amplias, especialmente en el tema viajes, una vez que he roto el hielo en mi periplo por las Europas. Nada más volver de las vacaciones tengo ya en mi agenda unas cuantas fechas reservadas. Los días 24 y 25 de enero, la Dirección General de Planificación Estratégica ha organizado unas jornadas de divulgación del proyecto Bosque Metropolitano, la joya del programa electoral de Ciudadanos, que mis compañeros/as quieren llevar lo más adelante que se pueda, no vaya a ser que en la siguiente legislatura les dé a los políticos de turno por abandonarlo. Las jornadas son en el Centro-Centro en el Palacio de Cibeles y, obviamente, no puedo faltar.

El 2 de febrero tengo un meeting on line con la investigadora urbanística sueca Jenny Stenberg, que me entrevistará a mí y a otras dos colegas españolas, Alexandra Delgado y otra cuyo nombre no he fijado. Este tema me viene a través del grupo de investigación urbana a cuyos miembros paseé por el parque Madrid Río hace unos meses. Se quedaron muy impresionados con lo que les conté y me han seleccionado, junto con Alexandra que era la organizadora del congreso que terminaba con esa visita, para hacernos unas entrevistas e incluir nuestras reflexiones urbanas en un libro que están preparando. Espero dar la talla en esa conferencia on line, aunque ya en la visita me pareció que mi forma de entender el hecho urbano estaba muy en la línea de este grupo formado por urbanistas de muchos países europeos.

A partir del 3 de febrero estaré una semana bastante atareado atendiendo a los miembros de la ONG Afrique Reveil, radicada en Brazzaville, a los que todavía no les han dado el visado, pero confío en que no tengan mayores problemas para obtenerlo. Una vez que nos confirmen las fechas de sus vuelos, tenemos que cerrar el programa de la visita, que incluirá un acto institucional con la Dirección General de Planificación Estratégica. El Gabinete del Concejal también ha designado a dos personas más para que les acompañen ese día, en el que les daremos una charla sobre el Bosque Metropolitano y los llevaremos luego a ver los diferentes lotes ya ajardinados, en un autobús que la propia Concejalía ha puesto a nuestra disposición. Después de más de dos años de no usarlas, creo que tendré que rescatar las corbatas y las chaquetas de mi armario, para tan gran ocasión. Espero que no estén muy apolilladas.

Y el 23 de febrero toca en Madrid Ghalia Volt, que inicia una corta gira por España. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben quién es Ghalia Volt? Pues se trata de una guitarrista y cantante de blues belga muy joven, con muchos puntos en común con Samantha Fish, una de las jóvenes estrellas que han aprovechado la brecha abierta por Sam en el mundo del blues, para seguir su estela. Ghalia debe de tener poco más de 25 años y empezó como artista callejera que maravillaba a todo el mundo con sus performances en las plazas de Bruselas. Captada por los cazatalentos de la RUF Records, ahora vive largas temporadas en Nueva Orleans, donde es muy apreciada. Tiene algunas similitudes con Samantha: toca muy bien, canta con mucha soltura y tiene la misma determinación, la naturalidad y la simpatía en el escenario de Sam. Y también se maneja muy bien con la cigar box guitar de cuatro cuerdas.

Pero ahí se acaban las afinidades: Sam es muy alta y Ghalia es más bien rechonchita. La voz de Sam es aguda, timbre de soprano, mientras que el tono de Ghalia es más grave, más cálido, más mezzo. Y, lo más importante: Ghalia no tiene grupo porque ella lo toca todo. Es un ejemplo sorprendente de lo que se conoce como One Woman Band. No necesita bajo, porque ya lo hace ella con el dedo pulgar. Y maneja una batería con los pies. Digamos que, además, toca la guitarra sin púa, a mano abierta, lo que le permite simultanear el bajo con los punteos que hace con los dedos menores. Es un verdadero portento. Les traigo un vídeo en el que pueden escuchar cuatro de sus canciones, que ella misma compone. La última, Loving me is a full-time job, tiene un estribillo sensacional: Amarme a mí es un trabajo a tiempo completo, y tienes que demostrarme que estás cualificado. Disfrútenlo.  

En estos días concretos, como ya les he contado otros años, las tardes van estirándose, mientras las mañanas se demoran todavía por un tiempo. La hora del amanecer y la del anochecer se van modificando de manera desfasada, debido a la inclinación del eje de rotación de la Tierra sobre el plano de la eclíptica por el que trascurre la deriva cósmica del globo terráqueo alrededor del sol. Como consecuencia de esto, las tardes empiezan a estirarse el 13 de diciembre (refrán gallego: por Santa Lucía, mengua a noite e crece o día), pero las mañanas se siguen acortando, dando un saldo total negativo. El día 21 de diciembre, solsticio de invierno, el saldo es exactamente cero, por eso es el día más corto del año. Después, las mañanas se siguen acortando todavía hasta el 29, en que empiezan también a ampliarse.

Se dice también que la fiesta de Navidad ya existía antes de Cristo, que los paganos celebraban durante diez días el hecho, anunciado por sus astrónomos, de que el sol iniciaba su regreso un año más, fenómeno visto desde su convencimiento de que la Tierra estaba inmóvil, era el sol el que giraba a su alrededor y había que agradecerle que volviera y no se siguiera alejando. Y que Cristo, posiblemente nació en otra fecha, pero se adaptó la liturgia para integrar esa fiesta ancestral. Temas navideños muy interesantes que ya se han desarrollado en el blog en años precedentes. Otros años he manifestado aquí mi incomodidad ante estas fechas, que nos sacan de nuestras rutinas, pero últimamente me estoy volviendo más pro-navideño, tal vez influido por Paco Couto, que es el más navideño de mis lectores. Ahora con el Whatsapp, aprovecho estas fechas para mantener vivos mis contactos por todo el mundo.

Casi todos me han contestado ya muy cariñosos. Shannon Ryan y Carolyn Jefferson, desde LA. Diego Moreno desde Tijuana, Gonzalo López desde San Diego, Radcliffe, de Seattle, Flavio Coppola de Brooklin. Liana y Giselle de Curitiba. Y, ya desde este lado del charco, Barbara, Tangi y Tantri a los que he visitado hace poco. Ian Standish & Louise, de Londres, que siguen mi blog para mejorar su castellano. Y Clare Haley, también de Londres. Hélène Chartier de París, Claudia Sánchez Morzán desde Berlín y Michael Scholz-Hansen de Leipzig. Más Rumi Satoh desde Tokio. Y Masafumi Koga, de Osaka, pero que ahora vive en Berkeley (California). Por no hablar de todos mis contactos en España. Antiguamente, cuando aún no existía el Whatsapp, esto se hacía con postales navideñas, que se enviaban por el correo normal (el único que había entonces), usando esas tarjetitas con dibujos de árboles de Navidad, paisajes nevados y papanoelitos en trineos tirados por renos, que se compraban en las papelerías.

Hoy voy a cerrar este post con una de estas postales navideñas, que en los USA se llaman Christmas Cards. La autoría de esta se debe al gran Tom Waits, el músico más inclasificable del rock, que tiene ya 73 años y es el heredero de toda la temática de la generación beat, Kerouac y Ginsberg, mezclados con la sordidez de Charles Bukovsky. La sensibilidad de este señor es casi sangrante, refleja la vida tal como es, sin paños calientes, y tanto su voz como su piano son inimitables. La verdad es que no sé cómo es posible que no haya hablado de él en estos más de mil posts. La canción de la que les hablo se publicó en 1978 y se llama Christmas Card from a hooker in Minneapolis, es decir: Postal navideña de una puta desde Minneapolis. Se la ofrezco con subtítulos en inglés, para que practiquen, pero me he molestado en traducírsela al español. Aquí la tienen. Sean buenos, disfruten de las fiestas y no se pasen con el champán.

Postal navideña de una puta desde Minneapolis

Hey Charlie, estoy embarazada
Vivo en la calle 9
Justo encima de una librería sucia
Lejos de la Avenida de Euclides
Paré de tomar drogas
Y dejé de beber whisky
Mi hombre toca el trombón
Y se ejercita en la calle
Él dice que me ama
Aunque no sea su nena
Dice que sacará esto adelante
Como si fuera su propia hijo
Y me ha dado un anillo
Que llevaba su madre
Y me saca a bailar
Cada sábado por la noche
Hey Charlie, pienso en ti
Cada vez que paso por una gasolinera
Por cuenta de toda la grasa
Que solías tener en el pelo
Todavía tengo ese disco
De Little Anthony and the Imperials
Pero alguien me robó el tocadiscos
¿Qué te parece?
Hey Charlie, casi me vuelvo loca
Cuando Mario fue arrestado
Me volví a Omaha
A vivir con mi gente
Pero todos mis conocidos
Estaban muertos o en la cárcel
Así que regresé a Minneapolis
Esta vez creo que me quedaré
Hey Charlie, creo que soy feliz
Por primera vez desde mi accidente
Ojalá dispusiera de todo ese dinero
Que solíamos gastar en drogas
Me compraría un lote de coches de segunda mano
Y no vendería ninguno de ellos
Cada día conduciría un coche diferente
Dependiendo de cómo me sintiera
Hey Charlie, por el amor de Dios
¿Quieres saber la verdad de esto?
No tengo marido
No toca el trombón
Necesito que alguien me preste dinero
Para pagar al abogado
Y hey, Charlie, 

Voy a pedir la libertad condicional
Ven por San Valentín

sábado, 24 de diciembre de 2022

1.195. 성탄을 축하드려요

Bueno, les he puesto el título en coreano para que no queden dudas del carácter transversal, universal e irremediablemente sofisticado de este blog, en el que ya se escribió un post con el título y los primeros párrafos en esa lengua, hasta el punto de que mi hijo Lucas entró a leerlo y creyó que se había equivocado de página. También podríamos ponerlo en chino, 聖誕快樂, aunque esto pudiese interpretarse como un signo de complacencia con el régimen del señor Xi Jinping o, ya puestos, hasta en japonés メリークリスマス. Pero de momento nos contentamos con el coreano, idioma que se habla en ese curioso país que es Corea del Sur, muy similar a España en población y renta per cápita, en donde acaban de abolir una norma que se contó en esta tribuna aunque muchos de mis lectores se creyeron que era un invento mío.

Me refiero a la manera de medir la edad de las personas. En el mundo occidental, los años se cumplen, es decir, se terminan y entonces le sumas un año más a la edad de una persona. Los bebés no tienen ningún año, se dice que tienen tantos meses, hasta que, un año después de su nacimiento ya se empieza a decir que el niño tiene un añito. En el mundo asiático que conocemos como el Lejano Oriente, las cosas no son así. Los años no se cumplen, sino que se empiezan. La edad de las personas se mide en años empezados, no cumplidos. En cuanto una persona nace, ya se dice que tiene un año de edad. La forma occidental, parece celebrar el hecho de que has logrado llegar a tu siguiente cumpleaños sin haberte muerto, mientras que la oriental inaugura esperanzada el comienzo de un nuevo período anual. Así se hace, que yo sepa, en Sri Lanka, en Vietnam y en Myanmar, antes conocida como Birmania. Cuando yo en cualquiera de esos países le preguntaba a una persona por su edad, a la cifra que me decía debía restarle automáticamente un año.

Pero en Corea, la cosa era todavía más extraña, tal como me confirmó mi hijo Kike, que vivió en Seúl cuatro meses. Allí, por decreto, todo el mundo cumplía años el 1 de enero (es una ley que viene a sugerir que los coreanos del sur no son tan diferentes de los del norte como ellos piensan). Es decir, que un niño que nacía un 20 de diciembre, ya tenía un año y, diez días más tarde, ya tenía dos. Mi hermano Pepe, que es del 11 de diciembre, dentro de unos días tendría 82 años y no los 80 que tiene en nuestro mundo. La cosa era tan absurda que, a efectos de mayoría de edad, permiso de conducir y autorización para fumar o beber alcohol, se decretó que la edad se computaría desde el día del nacimiento, pero igualmente el cumpleaños sería el 1 de enero, es decir que los surcoreanos, a estos efectos, vivían primero un año más largo, hasta su primer cumpleaños.

Con esto, y dado que a efectos de negocios o asuntos internacionales se tenía en cuenta la edad occidental, los coreanos manejaban tres edades: la coreana, la considerada para poder fumar o conducir y la occidental. Con semejante guirigay, el resultado era que se hacían la picha un lío, como suele decirse, y por fin el gobierno ha decidido tomar cartas en el asunto y decretar que a partir de ahora todos los coreanos se regirán por la edad occidental. La medida entrará en vigor en junio y muchos de los coreanos están encantados, especialmente las señoras amantes de quitarse años que, a partir del verano, reducirán legalmente su edad uno o dos años según los casos. A los desconfiados de siempre, que piensen que todo esto es una milonga más que me he inventado, les sugiero que consulten esta noticia fechada el pasado 9 de diciembre, para lo que han de pinchar AQUÍ.

Pero en estos últimos posts estoy dedicado a contarles el sinvivir en el que vivo, valga la paradoja, que me ha llevado en volandas hasta las mismas puertas de la Navidad, en donde estoy a pique de sumergirme en el magma de la Cena de Nochebuena, Christmas Eve, que dicen los anglos, adonde llego sin bajar el pie del acelerador. Les cuento. El otro día, martes, en cuanto publiqué mi post anterior, me monté en el coche para acercarme a Chapinería, pueblo del oeste de la Comunidad de Madrid situado a unos 50 kms. de la capital. Bajo la omnipresente lluvia conduje hasta allí para visitar a mi amiga Ana, artesana del cuero, que fabrica unas zapatillas de casa sin punto de comparación con ninguna otra. Puede que haga 20 años que la conozco, desde que descubrí su puesto en el mercadillo navideño de Recoletos y compré zapatillas para toda mi familia. Después, esta señora ha sufrido toda clase de vicisitudes.

Cuando llegó Gallardón, en su empeño por cambiarlo todo, desterraron su puesto a la Plaza de España, donde estuvo varios años. En sus mejores años, Ana hacía toda clase de complementos en piel de cordero, desde guantes, cuellos o capas hasta bolsos. Pero, cuando llegó la pandemia, los mercadillos navideños desaparecieron. El año pasado volvieron, pero Ana no volvió a instalar su puesto de Recoletos. Con esta serie de tumbos, hace tiempo que le pedí una tarjeta y supe que su taller estaba en Chapinería. Y estoy también conectado con ella por Whatsapp. Así que hace unas semanas le mandé un mensaje para preguntarle en dónde iba a estar en estas fiestas. Me contestó que, por segunda vez desde que se inició en el negocio, no iba a bajar a Madrid para los mercadillos navideños. Así que quedé en subir yo a visitarla para reponer mis zapatillas que estaban ya un poco deterioradas.

Chapinería son cuatro casas. Aparqué por allí y me acerqué al número indicado. Allí no había letrero ni anuncio ninguno que identificara el taller. Desconcertado, la llamé. Me preguntó si estaba ante un portón verde. Así era. Enseguida salió. Ana es una mujer menuda y nerviosa, que no cumple ya los sesenta y probablemente tampoco los sesenta y cinco. Pelo gris, manos expresivas, mirada vigilante, lista como una ardilla, Ana es una representante de una época, una especie de hippy que derivó sus inquietudes artísticas al diseño de zapatillas y otros adminículos de cuero, campo en el que alcanzó un nivel de auténtica excelencia. Me la imagino con un pasado de joven atractiva, fumadora o ex-fumadora, pululando por el entorno de El Rastro, una de esas mujeres de su quinta que se bebían el mundo a grandes tragos, pero a la que la vida no ha tratado con demasiada justicia. El taller es una nave amplia, llena de montañas de pieles curtidas, listas para ser trabajadas. Hay pieles sobre los caballetes, en las paredes, en el suelo. Tenía un aparato de música con un fondo de rock a toda pastilla, que enseguida bajó de volumen aunque le dije que no me molestaba.

En medio de ese caos aparente, Ana gobierna su espacio con mano firme. Tiene las zapatillas ya terminadas ordenadas en cajas por tallas. Me sacó la caja del 41 y la del 37, para que eligiera colores y terminaciones, porque tenía pensado aprovechar el viaje para adquirir diversos regalos navideños. Ana está completamente sola en ese taller donde, por no tener, ni siquiera tiene un perro que la alerte de posibles intrusos. No sé mucho de ella, tiene al menos dos hijos, puesto que habla de ellos en plural, de vez en cuando cierra el taller y hace largas visitas a amigos (o tal vez hijos) en Europa, por zonas en las que hay poca cobertura. Imagino que sus vástagos declinaron la posibilidad de quedarse con el negocio de su madre y prefirieron volar lejos, al dictado de ese espíritu inquieto y aventurero heredado de ella. Del padre de las criaturas no sé nada, no tengo ni idea de si se murió o si abandonó a su familia. Imagino a Ana bastante aislada en el pueblo, no es la típica persona proclive a empatizar con los garrulos de la Sierra Oeste, históricamente pastores, hoy tal vez minuciosamente dedicados a sobrevivir conservados en alcohol.

Me confirmó que vive allí la mayor parte del año. Que vino hace una eternidad con la idea de quedarse una temporada corta, como un descanso de la vida urbana, pero ya se quedó para siempre. Allí nacieron sus hijos y allí está su lugar en el mundo. Le da pena no bajar a la ciudad para los mercadillos de Navidad, una tesitura en que se lo pasaba muy bien y veía a mucha gente. Pero es que el negocio está rematadamente mal, han cerrado la mayor parte de las curtidurías, y los artesanos no pueden competir con la manufactura industrial a gran escala. Ella ha tenido que reducir la producción, despedir a los ayudantes y no le da para pagar el puesto de Recoletos, seguramente caro. Le pregunté si no echaba de menos la ciudad y su bullicio perenne. Abrió ambos brazos y dijo: ꟷPero si es que estoy tan cerca… Desde el otro lado del foco, a mí me pareció que está en el culo del mundo, yo me moriría de pena en un lugar como ese.

A la hora de la cuenta, no tenía datáfono, sólo se podía pagar en efectivo y yo no tenía bastante. Me tuve que ir al único cajero del pueblo, que no era del BBVA, para sacar un billete de 20€, por el que me cobraron una comisión directamente indecente. Volví con el dinero listo. Ana me había preparado las zapatillas en bolsitas individuales, todas ellas con la tarjeta de la tienda, excepto mi par, para ver si hace nuevos clientes. Me despedí de ella con dos besos y enfilé la carretera de vuelta, en medio de la lluvia como a la ida y con una sensación agridulce. La vida no perdona y a ciertas edades ya es tarde para cambiar el rumbo. Si bien Ana ha tenido una vida plena, en la que ha desarrollado su vocación artística y ha logrado elaborar un producto único. Y seguramente ha sido muy feliz. Aquí pueden ver una imagen de las zapatillas que me compré para mí y que ya he estrenado.

Llegué a casa sin novedad, me calenté las lentejas viudas que me habían sobrado del domingo y me eché un ratito corto. Porque a las 19.30 tenía la sesión on line de cierre del año del club Billar de Letras. El libro que examinamos fue El lago, Bianca Belová-2019. Una novela más bien cortita, que les recomiendo sin dudarlo. Bianca es una escritora checa, casada con un escocés profesor de literatura y músico de una banda de rock. Abajo les pongo un par de fotos de esta mujer tan interesante. La novela, que ha recibido diferentes premios literarios checos y europeos, transcurre en torno a un lago que se está secando y a la vez se está pudriendo. La gente antes se bañaba, pero ahora contrae eccemas y toda clase de enfermedades cutáneas por hacerlo. Nacen niños con deformidades. Los pescadores se están quedando sin trabajo. Todo se está viniendo abajo en un mundo post-soviético retratado sin piedad.

En un pueblo al sur del lago, un niño de unos tres años, que se llama Nami, inicia su andadura. Es un lugar jodido por la historia, en donde la gente sobrevive en medio de la decadencia social, por la que pululan unos soldados rusos residuales que se dedican a beber vodka, asediar a las jovencitas del pueblo y disparar de vez en cuando tiros al aire por si acaso. Ese niño va creciendo de forma acelerada. Asistimos a su despertar sexual y a una vida que se verá sucesivamente sobresaltada por tremendas debacles vitales, ante las que responde marchándose del lugar que sea. En ese periplo, llega a la capital del país, donde intenta sobrevivir mientras se presenta cada día en un mercado en donde los ricos pasan de vez en cuando y contratan a algunos de los presentes (como sucedía en Legazpi no hace muchos años).

De allí lo saca un joven gangster de los que han progresado en los tiempos post-comunistas, que vive en la zona rica de la ciudad, en el ático de un moderno rascacielos, dedicado a follar, meterse cocaína y otras delicias. El tipo, que se llama Johnny, contrata a Nami como criado para todo. Después, diversas nuevas debacles lo conducirán a una isla en donde se dice que los rusos hacían experimentos de guerra biológica con animales y de allí al amparo de La Vieja Dama, una señora de la antigua aristocracia del lugar, que ayuda a la gente en problemas. Aparecen nuevos soldados rusos, que okupan la casa de la Dama, al mando de un comandante que le pide permiso a la señora para usar su piano y se pone a tocar de una forma deliciosa, porque durante el régimen soviético la educación artística era fabulosa. Todavía saldrá una plantación de algodón en una zona desértica, donde Nami localiza por fin a su madre, antes de regresar a su pueblo tras este viaje circular, de reminiscencias homéricas. Allí busca a una novieta que tuvo de joven, y la encuentra casada y embarazada. Sólo entonces comprende que el tiempo ha pasado de forma irreversible.

La narración remite en algunas partes a la literatura de Yuri Buida, quizá el mayor talento de esta generación que ya no tiene cuentas pendientes con el comunismo, pero que va más allá. Los personajes son todos arquetipos y símbolos de una situación bastante general tras la caída del régimen soviético. Y a Bianca le han preguntado en entrevistas si ese lago tiene una localización geográfica concreta, pregunta a la que siempre responde que ni lo confirma ni lo niega. Ella ha construido una especie de distopía pero no del futuro, sino del presente. Y resulta que en la parte asiática de la antigua URSS, existe el llamado Mar de Aral, un enorme lago que se está secando por la presión del desierto, proceso al parecer acelerado por la tozudez de las autoridades comunistas que se empeñaron en establecer al lado una explotación gigante de cultivo del algodón. No sé si en su centro hay una isla donde se experimentaba con armas biológicas, ni si los habitantes del entorno del lago sufren problemas de salud y deformidades de los recién nacidos, pero las similitudes saltan a la vista.

Por cierto, el Mar de Aral está entre Kazajistán y Uzbekistán. En el desarrollo de la novela no se dan muchas pistas culturales o gastronómicas que permitan localizar la zona en que se desarrolla la acción, pero sí que aparecen banquetes en torno a una pierna de cordero, o guisos de cuscús, bastante significativos. La sesión del club para despedir el año fue memorable, y dormí después como un auténtico cura. El miércoles empecé la intensa jornada que me esperaba, corriendo mis 50 minutos en círculos por mi casa. Tras el desayuno y la ducha reglamentarios, me vestí y bajé a coger el Metro para ir al edificio APOT. A las 12.30 era la fiesta de la Dirección General a la que pertenecí en los últimos años de mi carrera administrativa. Esta fiesta no se celebró en 2020 ni en 2021. Sí en 2019, cuando nos fuimos todos a cenar y luego a bailar a una discoteca, sin saber que venía una pandemia que nos iba a amargar la vida.

Este año, la fiesta estaba organizada desde la propia Concejalía, de modo que todas las plantas debían montar su sarao a la misma hora, asunto que obviamente tiene que ver con el hecho incontestable de que el señor Concejal es de Ciudadanos y tiene claro que se despide del cargo, en el contexto del harakiri en curso de su partido. Con Begoña Villacís a su vera, fue pasando por todas las plantas a decir adiós y dar las gracias por el estupendo desempeño de los funcionarios a su cargo. El cortejo se interrumpía a las 13.30, momento en que todos teníamos que salir a la escalera monumental del edificio, para que se nos hiciera un vídeo conmemorativo desde un dron. Si me hago con ese vídeo, no dejaré de colgarlo en el blog.

Me enteré de este sarao cuando fui a negociar con mi jefa las condiciones de la visita de la delegación de Brazzaville y enseguida me apunté, para lo que tuve que aportar diez euros. Y decidí acudir en Metro para poder beber lo que me diera la gana y no tener que conducir a la vuelta. Como calculé los tiempos a más ganar, me sobró cerca de media hora, que pasé en el bar de mis amigos, tomándome un descafeinado de máquina en compañía de mi querida Sonia, el gran Mon y los demás. Nada más llegar al APOT, los vigilantes de seguridad King África y un rumano, cuyo nombre he olvidado, se me abalanzaron y me dieron unos abrazos que casi me rompen las costillas. Todo el mundo estaba contento el día de la gran fiesta.

En eso bajó el Concejal a fumar a la puerta y aproveché para saludarlo también; siempre tuvimos buena relación, se acordaba hasta de mi nombre y le dije que seguía trayendo grupos de negros y gente de todos los colores, lo que le sorprendió mucho. Confraternicé también un rato con su jefa de prensa, que venía de punta en blanco para la fiesta, con unos tacones dignos de Samantha Fish y prolongamos el coqueteo sutil que nos traíamos hace casi dos años cuando me jubilé, como si el tiempo no hubiera pasado. Después me integré en la fiesta de mi planta, donde saludé a un montón de gente y me puse bien de cervezas, vino rosado, canapés, empanada y tortilla española. Me hicieron algunas fotos, entre las que he seleccionado para ustedes la que ven abajo, que yo creo que da una idea muy precisa de la cualidad del asunto.

Cuando se acabó el condumio, me despedí y volví a mi bar a tomarme un chupito de hierbas antes de coger el Metro de vuelta. Como en los días anteriores, tuve el tiempo justo para una siesta corta, porque a las 19.15 tenía mi clase de guitarra con Henry, también despedida del curso. Esto es una academia con todas las de la ley y las dos próximas semanas son de vacaciones. Henry me dijo que estaba progresando mucho en estos últimos tiempos, tanto en soltura con las manos, como en apoyarme en las partituras. Me puso deberes para las vacaciones y nos despedimos. Por esta vez había ido a Palomeras en coche. Porque desde allí me iba directamente al aeropuerto, donde llegaban mis hijos. Lucas, desde Londres a las nueve y Kike desde París a las once. Un posible plan era que recibiera a Lucas, nos tomáramos una hamburguesa o similar en el propio aeropuerto y esperásemos a que llegara Kike.

Pero ese plan se fustró por dos motivos sobrevenidos. Lucas había quedado a cenar con unas amigas en el japonés del mercado de Antón Martín. Y Kike me comunicó en un Whatsapp que su vuelo tenía un retraso de más de una hora. Así que me tocó hacer de chofer por partida doble. Lucas llegó bien, nos fuimos a casa, subimos su equipaje y mi guitarra y se fue a su cita del japo. Tuve tiempo hasta de cenar en casa un revuelto de gulas con una birra, antes de irme otra vez al aeropuerto. Kike llegaba medio constipado, embozado en una mascarilla negra gigante y no me quiso dar un abrazo hasta que, ya en casa, se hizo uno de los tests de antígenos que yo tenía, y le salió negativo. Como ven, una jornada típica de mi proverbial sinvivir.

El jueves amanecí con la agradable sensación de tener la casa llena de gente. Kike se levantó para empezar su teletrabajo a las nueve. Ed me comunicó por Whatsapp que la clase de inglés se suspendía. Y pasamos la mañana conviviendo y contándonos las novedades, alrededor de los cafés que elaboraba mi espectacular De Longhi Magnífica. La cuestión comida estaba más complicada. Yo me iba al yoga. Kike tenía un pequeño lapsus para comer a las 12.30, horario francés, antes de seguir con su trabajo. Y Lucas bajó a comprarse unas verduras para cocinarse un arrocito con pollo, aprovechando las dos pechugas que yo tenía en el congelador. A las 12.30, el pollo estaba aun helado, así que Kike se bajó a comprarse un sándwich por abajo.

Caminé hasta la academia de yoga donde hice una rutina estupenda, en un día en que estaba la sala bastante concurrida. Luego me comí unos judiones con callos donde mis amigos del Ricla, que yo creo que aprovecharon para mezclar lo que les quedaba de los dos platos que habían cocinado ese día. Desde allí, caminé a la librería La Central, en donde me compré los libros del siguiente trimestre de Billar de Letras y alguno más para completar los regalos del amigo invisible. De vuelta, pasé por el Día, para cargar dos cajas de leche semidesnatada sin lactosa, que siendo tres en la casa no es lo mismo que cuando estoy solo. Mi hijo Kike se tiraba por los suelos de la risa, cuando me vio llegar cargado con doce litros de Pascual-sin. Pero ya veremos cuantas me quedan cuando se vayan. Por la tarde, mis hijos estuvieron haciendo gimnasia intensiva en el salón, mientras yo descansaba en mi cuarto.

Por cierto, comprobé todos mis números de la lotería para el sorteo de esa mañana y no me había tocado ni un céntimo. Ni una triste devolución. Nada. La verdad es que no sé para qué juego. Pero este año me había comprado bastantes décimos de los diferentes bares que frecuento, por consejo de África, que me dijo que estoy en la buena racha. Desde luego, prefiero que no me toque la lotería y seguir teniendo buena fortuna en lo demás. Esa noche, mis hijos salieron a cenar con su panda de amigos locales y yo me cené la mitad de lo que había dejado Lucas al mediodía, que estaba muy rico. Ayer viernes, mi programa era desayunar y acercarme al mercado de Antón Martín para comprar algunas cosas más y encargar las gambas cocidas de Huelva que aportaremos a la cena de Nochebuena y que recogeré en cuanto publique este post.

A la vuelta, Kike cerró el teletrabajo y nos fuimos los dos al Corte Inglés a comprar más regalos del amigo invisible y algo que yo quería consultar con él. Resulta que, el día que recogí el frasco de descalcificador para la cafetera, me pasé luego por la parte de cocina. En mi reciente viaje, he comprobado que, en Francia, en todas las casas hay al menos una coquette, una olla de hierro de las de toda la vida, que no tienen comparación con las modernas ollas a presión, y que están volviendo como los vinilos. En el Corte Inglés vi unas que me gustaron mucho, pero quería que mi hijo me certificara que la marca es buena y el precio adecuado. Ayer vimos que son de la marca Le Creuset, la mejor según Kike, que estaban de oferta, y me compré una, así como un juego de tres sartenes, para tirar las que tengo, que se pegan todo el rato.

Esto viene determinado por las Leyes de Mendel. Mis padres tenían una pareja amiga, de sus tiempos de Alicante, que se había marchado de España después de la guerra y se había establecido en París. De vez en cuando viajaban a la capital francesa para visitarlos. Y todas las veces, mi madre regresaba cargada de trastos, inventos e innovaciones para la cocina y para la casa en general, lo que motivaba que mi tía Lola refunfuñara por lo bajo: ꟷ¡Hay que ver! Esta chiqueta ¡qué tonta ha venido de Paris! En fin, volvimos con las diversas compras y mis hijos se fueron a comer y a pasar la tarde con su madre, ocasión que aproveche para comerme el resto del arrocete de Lucas, echarme una siesta, esta vez sí, en condiciones y luego ponerme a escribir este post para dejarlo listo para hoy.

Esta mañana he de ir a por las gambas de Huelva y alguna cosa más que he encargado. El resto del día me lo pasaré empaquetando los regalos para esta noche (cenamos con mi hermano Antonio y familia) y mandando Whatsapps a diestro y siniestro para felicitar la Navidad a todos mis contactos. También a ustedes les deseo lo mejor para estas fiestas. Ya lo he hecho en coreano, en chino y en japonés. Me falta quizá la felicitación en árabe: عيد ميلاد مجيد Que pasemos todos una noche excelente, antesala de un año maravilloso. Para amenizarles la noche, les voy a dejar de regalo un blues navideño del mítico grupo de los sesenta y setenta Canned Heat, de Los Ángeles. Este grupo publicó en las navidades de 1968 (ya ha llovido) este Christmas Blues, con varios hallazgos en las letras. It´s Christmas time everybody, but it's raining in my heart. Es tiempo de Navidad, gente, pero está lloviendo en mi corazón. Y ya, más al final: What's a ship without the crew, what's a morning without the dew. Que es un barco sin la tripulación, qué es una mañana sin el rocío. Díganme: ¿Qué sería una mañana de Nochebuena sin mi blog? Lo dicho, que ustedes lo pasen bien.

martes, 20 de diciembre de 2022

1.194. Mi vida es un blog

Se lo vengo diciendo y no me creen, pero cuanto antes lo asumamos, mejor para todos. Esto ya no es un simple sinvivir, esto es un modo de vida y no hay que buscarle más vueltas ni más interpretaciones. En medio de la bronca del Parlamento y las demás instituciones, de lo que ya hablaré cuando haya más perspectiva, yo sigo adelante con los faroles, mientras el tiempo atmosférico se va normalizando, lo mismo que mi resfriado. El viernes pasado, mi intención era haber escrito el post anterior a lo largo del día, pero literalmente no tuve tiempo, de tan atareado como ando. Perdí la primera parte de la mañana intentando cerrar el tema de la visita de los de Brazzaville. Tenemos ya la fecha concretada entre el 6 y el 7 de febrero, pero resulta que nos demandaban una carta de contestación a la suya, debidamente conformada en un formato oficial y firmada por la Directora General, mi antigua jefa. Para no dar más murga de la necesaria, escribí yo la carta en un Word, la traduje al francés y la mandé a las chicas de la secretaría de la Dirección. Ellas tenían que meterla en el formato y buscar la firma electrónica de la jefa. Y mandármela a mí para que yo se la hiciera llegar a los congoleños.

Hecho esto, los aludidos me respondieron enseguida consternados. A ver si por favor podíamos insertar en la respuesta la lista de los visitantes que vienen, porque eso les vendría muy bien para el visado. Hecho esto, descubrieron que había un nombre mal escrito y vuelta a empezar. Después nos suplicaron que cambiáramos uno de los nombres, porque uno de los visitantes de la lista inicial no iba a poder venir y le iba a sustituir otro (todos ellos tienen nombres acojonantes: Kouloumbou Bouanga, Mpassi Nsaou, Fofana Diamanti). Y por último, también necesitaban una versión en español para presentarla en la Embajada. Es decir, que son unos pesados y yo lamento la lata que les he dado a mis compis. Pero al final, conseguimos hacer la carta a su medida en los dos idiomas y con sus correspondientes firmas electrónicas.

Perdida ya la primera mitad de la mañana, salí a la calle. Era el primer día sin lluvia y, como les dije, yo me sentía renacido y en paz con el mundo, después de mis buenos resultados médicos y epidemiológicos. Decidí que ese día no comería en casa, algo que no había hecho prácticamente desde que volví de las Europas. Así que, de paso hacia el centro, reservé en el Matilda, a la vuelta de casa. Mi destino era El Corte Inglés de Preciados, donde debía recoger un encargo. Como les dije, mi nueva máquina de café demanda mucha atención y ahora se me ha encendido un intermitente que indica que debe descalcificarse de nuevo. Ya lo hice una vez y gasté ahí el producto que me venía con la compra. Con el envoltorio de dicho producto, subí la semana pasada a la sección de pequeños electrodomésticos. Allí localicé enseguida a un empleado grandote y optimista, de esos con los que enseguida conecto.

Como el azafato al que le pregunté por qué me habían pasado a business y bajó la voz para decirme: usted no diga nada… O como el médico cantarín de la sanidad pública que me vio las carótidas las dos primeras veces. Por cierto, esta tercera vez no estaba. Había un suplente, que era ya de otro rollo y que encima se fue, porque yo era el último paciente del día y pensó que las dos residentes que tenía eran lo suficientemente competentes como para hacerme la revisión. Y lo que pasó es lo típico: que las chicas tardaron un montón, porque querían asegurarse, estaban aprovechando para hacer una práctica conmigo y pasaron un buen rato intercambiándose cifras que yo no entendía. Me tenían negro y llegué a temerme lo peor, pero al final todo salió bien. Por eso estaba yo tan contento el viernes.

Así que unos días antes había abordado al grandote de El Corte Inglés, diciéndole: ¿puedo hacerle una pregunta? Pseee, usted hágala; otra cosa es que yo le sepa responder bromeó, con una sonrisa de oreja a oreja. Había acertado: era uno de los míos. Como es natural, hablamos mucho rato. Por resumir: él tiene una máquina similar, de una marca más barata. Estas máquinas hay que descalcificarlas muy a menudo (esa era mi pregunta básica: si eso entraba dentro de lo normal). Para ello, él usaba un producto distinto del que yo buscaba, que sirve para una sola descalcificación. Este otro es un bidoncito, que te dura lo menos para cinco y resulta más económico. Pero no lo tenían y por eso lo encargué. Además, el tipo me confirmó que no debo usar café torrefacto, ni siquiera mezcla, porque deteriora el molinillo. Y que no pasaba nada por tener muchos días el piloto intermitente que avisa de la necesidad de descalcificar, que la máquina está programada para curarse en salud, miren ustedes si es lista mi De Longhi Magnífica.

Recogí, pues, el descalcificador encargado, me pasé por Cafés La Mexicana para comprar un par de paquetes más de café de tueste natural, en previsión de la llegada de mis hijos, que son muy cafeteros, sobre todo si es de calidad, y crucé de vuelta la Puerta del Sol. El estado de las obras es bastante lamentable, con mucha gente trabajando a la carrera para tenerla lista para las campanadas. Pero lo que resiste a todos los esfuerzos es el cascarón nefando de entrada al Metro, que la gente llama el huevo, la tortuga y otros epítetos similares. Es un elemento que siempre me ha parecido horroroso. Yo creo que la arquitectura consiste en resolver problemas funcionales de la manera más práctica y con una forma adecuada a esa funcionalidad.

El huevo de Sol (que no el de Colón) pretende copiar las excelentes entradas del Metro de Bilbao, obra de Norman Foster. Estas consisten en un agujero inclinado en el terreno, del que sobresale una marquesina que prolonga el cilindro de la propia perforación, lo que es coherente y sirve también como hito visual: cualquiera puede entender que por ahí se entra al Metro. Además, los nervios metálicos que unen las piezas acristaladas, son muy finos y resultan elegantes. El huevo de Sol en cambio está formado por dos cascarones contrapuestos, bajo los cuales hay un gran hall ¡¡cuadrado!! Es decir, es una entrada de Metro cuadrada, con un sombrero de cristal de dudoso gusto. Esto es anti-arquitectura, en mi opinión. Encima las nervaduras son mucho más bastas, lo que empeora el resultado formal. En su día, me resultó penoso leer la defensa del proyecto que hacía un ya anciano Antonio Fernández Alba, que fue uno de mis profesores más admirados y que más me influyeron en la ETSAM. Pero entiendo que hay que comer. Y la profesión está muy mal.

El huevo sigue incólume a pesar de los esfuerzos del Topillo con sus obras continuas, pero yo estaba de enhorabuena y decidí tomarme un manzanilla en La Venencia. Hacía meses que no iba y encontré dos novedades. Una: que ya se puede entrar libremente a tomar algo en la barra, de hecho el bar estaba abarrotado. Hasta hace no mucho, había que sentarse en las escasas mesas y, si estaban llenas, esperar en la puerta a que saliera alguien. Se lo comenté al jefe detrás de la barra y me contestó que no me imaginaba el alivio, el día que decidieron por fin terminar con las restricciones. La otra novedad es que tienen un gatito nuevo, al que saludé también y respondió regalón y zalamero a mis caricias, con surtido de marramiaus y restregones de cogote.

Históricamente, en La Venencia había una gata negra enorme que sabía latín. La puerta del bar se abre al contrario de lo que obligan ahora las ordenanzas del Ayuntamiento: hacia adentro. Y la omnipresente gata, cuando quería salir a la calle, se las arreglaba para llamar la atención del cliente más cercano para que se la abriera. Es que le faltaba hablar y decir: ¡abrirme ya, coñe! Sucedía esto generalmente en los escasos minutos en que el sol da a lo largo de la calle Echegaray, donde está el bar. Como esta calle tiene muy poco tráfico, la gata se tumbaba en el centro de la calzada panza arriba cuan larga era y se quedaba dormida del gusto. Cuando venía un coche, tenía que tocarle la bocina repetidamente para que se quitara. Sólo entonces la gata accedía a moverse, se desperezaba largamente y, a la velocidad de los futbolistas sustituidos cuando su equipo va ganando, caminaba majestuosa de vuelta y empujaba la puerta del bar con una pata, como una marquesa entrando en su palacio.

Esto lo he visto yo y más de una vez. Esa gata, que parece sacada de un relato de Yuri Buida, me conocía y estuvo en mi regazo muchas veces. Pero la pobre se murió de vieja antes de la pandemia. Ahora se han hecho con uno atigrado, muy jovencito y cariñoso, que ya es el rey del local. Estoy yo en el proceso de hacerme con un gato casero y resobón, pero no se me acaba de arreglar. Antes o después lo conseguiré y ya se contará en el blog. Tras el manzanilla y las consabidas aceitunas de Campo Real, me acerqué al Matilda para la comida, en la que cayeron dos copitas más de vino blanco, lo que me indujo una siesta fastuosa. Pero me tuve que espabilar otra vez, porque tenía teatro con mi peña: París 1940, en el Teatro Español y con un extraordinario Flotats. Si tienen ocasión, no dejen de ver esta obra. Flotats está inconmensurable, como siempre, con la particularidad de que ya tiene 83 años. 

Este gran actor se mantiene fenomenal de cabeza y físicamente. Con la ayuda de una actriz joven muy buena, sostienen en pie una obra bastante abstracta, sobre el propio proceso creativo del teatro, que hay que seguir con mucha atención para no perderse. Además de los dos formidables actores principales, había tres figurantes, de esos que apenas abren la boca, como la famosa aprendiz de actriz a la que siempre daban papeles mudos, hasta que por fin le dieron uno pequeño con voz. Tenía que hacer de criada y decir una sola frase mientras le servía una taza de chocolate al protagonista y, de los puros nervios, en vez de decir señorito, el chocolate, dijo señorate el chocolito, lo que determinó su despido fulminante de la compañía. Y por supuesto, la sesión fue seguida de un piscolabis en la cercana Cervecería Santa Ana. Y ya que estamos otra vez con ancianos venerables, les diré que este pasado 18 de diciembre, el gran Keith Richards ha cumplido 79 años. A modo de homenaje, vamos a escuchar lo que sucedió en 2013 cuando Eric Clapton le invitó a subir al escenario para tocar un blues de libro. El prodigio tuvo lugar en el Madison Square Garden de New York.

Con semejante programa de viernes, comprenderán que no me quedó tiempo para rematar el post anterior que era largo y complicado. Pero lo dejé casi listo cuando me fui a dormir. Y el sábado por la mañana lo publiqué sin grandes agobios. Pero mi programa de la semana no se había terminado. A la una y media estaba citado en el local llamado La Tacita de Plata, gestionado por la Asociación de Vecinos de Entrevías, en lo más profundo de ese histórico barrio de Madrid. Actuaba allí la Big Band Vallecana que dirige Henry Guitar, compuesta por 23 músicos del barrio, ya ven que mi amigo es un músico global: toca la guitarra y el trombón de varas y además dirige sin batuta esta banda que toca composiciones de Gershwin, Cole Porter, Duke Ellington, Louis Armstrong y similares, con arreglos del propio Henry, que presenta todas y cada una de las canciones, explicándolas sucintamente para un público de barrio que le escucha con mucho respeto.

En la segunda parte, incorporaron a María, una cantante, que se decanta más del lado de Sade y Amy Winehouse, con canciones que coreaba el público en espanglish. Luego cayeron las cervezas de rigor, Estrella Galicia por supuesto, que la marca también ha llegado al Entrevías profundo. En esta big band, toca como segundo trompeta mi amigo Carlos, un arquitecto al que conocí hace mucho en el trabajo, y que fue quien me presentó a Henry. Hacía casi dos años que no nos veíamos. Al final, nos fuimos los tres a buscar un bar donde picar algo. Eran más de las cuatro de la tarde y encontramos un mesón que tenía ya la cocina cerrada, pero nos calentó al microondas un plato de magro de cerdo con tomate y otras delicatesen suburbiales. Estaban dando el partido Marruecos-Croacia, empate a uno, y el público del bar era mayoritariamente marroquí. Cuando Croacia marcó el segundo, todos gritaron consternados.

Cogí el tren de vuelta en la estación Asamblea de Madrid y por fin pude descansar el sábado por la tarde. Y también el domingo, que me lo pasé en pijama ganduleando. Por la mañana estuve siguiendo el partido del Dépor, que parece que al menos gana, aunque sigue jugando fatal. Me hice unas lentejas vegetarianas, o viudas, como las llamaba mi madre. Es decir, sustituyendo el chorizo por simple pimentón, en este caso dulce, porque ya las cargo bien de curry picante y les echo tres chiltepines molidos. Las lentejas me dejaron listo para ver la final del Mundial. No voy a extenderme mucho al respecto, fue uno de los partidos más emocionantes que he visto en mi vida y me pareció merecido el triunfo de Argentina. Pero ya se han escrito ríos de tinta sobre el tema, así que no quiero añadir nada.

Ahora bien, les hago una pregunta. ¿Ustedes han escuchado alguna vez un comentarista tan soso como Iker Casillas? ¡Madre mía! Que tipo más sieso y zaborío. Es que no decía más que obviedades como si fueran cosas inteligentes y, cada vez que el locutor apuntaba algo que no necesitaba más comentario, de puro obvio, empezaba su intervención con la-verdaj-que-sí. Este tipo es muy corto y alguien debería decirle que deje ese trabajo de comentarista, porque da vergüenza ajena. Me recordó a aquella señora que trataba de venderme un piso y me mostraba las persianas diciendo: ꟷY aquí tiene usted la persiana; que quiere tener menos luz, la baja; que quiere más claridad, la sube. En este país hay personajes famosos y millonarios que están rodeados de aduladores, como los que rodean a Putin, que no les dicen que es mejor que no hablen, porque sube el pan.

Luego hay otros que deben de tener un departamento de marketing a su servicio realmente prodigioso. Vean por ejemplo, el caso de Fernando Alonso. Cada día aparece una información sobre él en los titulares del Marca e incluso en los diarios generalistas: Se espera al mejor Alonso en la carrera de mañana. Y, a toro pasado: otra hazaña prodigiosa de Fernando Alonso. Pero, cuando uno entra en la noticia, descubre que la hazaña consiste en que ha llegado el quinto, en vez del octavo como suele suceder, cuando no se ha dado un piñazo y se ha tenido que retirar. ¿Quién es este señor? Pues resulta que uno que ganó dos campeonatos mundiales, cuando tenía 24 y 25 años. Desde entonces no ha empatado con nadie, como suele decirse. Y ahora tiene más de 40 y no suele llegar por delante del octavo puesto. Pero todo el mundo habla de él. Otro tema surrealista. Y que conste que no le tengo especial manía. Y que reconozco que, de Formula 1, no entiendo una patata.

Ayer lunes hice algunos recados dispersos por la mañana, tuve mi clase de yoga y me zampé unas albóndigas del Ricla. Por la tarde pude escribir un rato, pero luego tenía una cita con una amiga para picar algo juntos y acercarnos a la sala Galileo Galilei a ver otro concierto de Navidad, el que daba el Coro Lavapiés, una agrupación bastante atípica, dirigida por el argentino Osvaldo Ciccioli, a quien todos llaman Chicho, y con componentes de todas las nacionalidades imaginables, que viven en el entorno del barrio. Este Chicho, igual que Henry Guitar, desarrolla una labor admirable para movilizar la cultura de los barrios. El coro canta canciones de Violeta Parra, los Beatles, Manu Chao o Fito Páez, lo que da idea de su carácter transversal. El concierto empezó a las nueve y media y terminó después de las once. A mí me había invitado una de mis amigas colombianas, que canta en el coro desde hace tres meses, de modo que volvimos a reunirnos varios de los que habíamos jugado al cañejo hace unas semanas. Y después, nueva caminata por la noche de Madrid para volver a casa.

Esta mañana he madrugado para terminar este post, que publico después de mi clase de inglés y antes de un nuevo sarao que ya les cuento en el siguiente post. Cierto que el tema del Parlamento y el Constitucional es grave, pero no por ello debemos olvidar que el régimen de los ayatollahs encabezado por el sujeto que le da la manita a Putin, ha ahorcado ya a dos de los manifestantes que reclamaban libertad para las mujeres del país, ambos de 23 años, estudiante uno y empleado de una cafetería el otro. Este último fue mostrado a todo el pueblo colgando de una grúa. Además tiene pendientes de ahorcar a otros varios, entre ellos el futbolista Amir Nasr-Azadani de 26 años, tema del que la FIFA no ha dicho nada durante el Mundial. También ha encarcelado a una de sus actrices más famosas Taraneh Alidoosti, protagonista de uno de los últimos Oscar a la mejor película extranjera, por publicar en sus redes la imagen que ven abajo.

Y, entre los detenidos, hay dos españoles: un aventurero de Guadalajara, que salió a pie de  su ciudad, con la pretensión de llegar a Qatar para ver a nuestra selección en el Mundial y tuvo la mala idea de visitar la tumba de la joven kurda asesinada por la Policía de la Moral por llevar el velo torcido. El mismo delito que se le achaca a una paisana mía de La Coruña, ecologista y feminista, que dejó su zona de confort para viajar por el mundo. Entiendo que no se hable demasiado de estos dos casos para no estorbar los esfuerzos por liberarles que seguramente están haciendo desde el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pero este es un blog zombie, con no más de 40 seguidores, y no creo que esta reseña les perjudique. Señores: este sí es un tema serio. Sean buenos y aprovechen para pasar unas buenas fiestas mientras se pueda.