Les supongo enterados de la peripecia del eurodiputado húngaro József Szájer, al que pillaron en Bruselas a las tantas de la noche literalmente con las manos en la masa, aunque uno, que es desconfiado, más bien diría con las manos en masa ajena o, digámoslo cabalmente, en partes pudendas de prójimo eventual aleatorio in púribus (o séase, en pelota picada), realizando alguna forma de coyunda libidinosa o entregados ambos contendientes a vaya usted a saber qué clase de desenfreno lascivo, concitado por la luz tenue del lugar, la música chill-out y el uso de sustancias psicotrópicas coadyuvantes. Participaban en la cuchipanda o bunga-bunga un número determinado de personas adultas, en su mayoría varones, en todo caso incumpliendo las normas del distanciamiento social que prohíben específicamente el contacto entre personas no convivientes y mucho menos ceder a las bajas pasiones, el libertinaje y la depravación inmoderada con allegados y desconocidos. Veamos una foto del sujeto antes de seguir.
Contemplando ese rostro adusto, esa barba asilvestrada e hirsuta, ese abascaliano y severo gesto de desaprobación, seguramente dirigido contra alguna de esas leyes liberaloides o pseudo-izquierdistas que la Cámara Europea acostumbra a promulgar, legalizando conductas reprobables contrarias al sentido común tradicional, nadie diría que este conspicuo caballero, con aires entre teórico del anarquismo, teósofo fundacional y experto mundial en esperanto, fuera en realidad un sátiro mayúsculo, peripatético y sin límites. Se agotan las esdrújulas para hablar de este caso singular. Pero vayamos a la narración estricta de los hechos. Es viernes 27 de noviembre en Bruselas, esa ciudad con fama de gris, aburrida y funcionarial, pero en la que, como en cualquier otra urbe de buen tamaño, la velada del Friday Night nos puede reservar muchas sorpresas, a pesar de la situación de confinamiento por la pandemia, que acentúa aún más el sesgo aburrido de una ciudad en la que no pasa nada.
La noche del viernes se presenta sin grandes incidencias para los agentes de la Comisaría de Policía del distrito centro de Bruselas, en el nº 30 de la Rue du Marché au Charbón a pocos metros de la Grand Place. La pandemia ha reducido drásticamente la actividad nocturna de la urbe, en donde la mayoría del personal se recoge pronto por miedo al contagio. Únicamente algunos jóvenes se reúnen a beber en sus lugares de referencia, pero también han de retirarse rápido, en virtud del toque de queda, que lleva en vigor más de un mes. Los policías están tranquilamente viendo el partido de fútbol de la Jupiler Pro Ligue, entre el Eupen y el Charleroi, adelantado de la jornada 14, cuando reciben una llamada anónima. El comunicante alerta de que unos vecinos tienen montada una fiesta ruidosa en la que seguramente se están cometiendo unos cuantos delitos. El asunto tiene lugar en la cercana Rue des Pierres, una calle peatonal llena de bares, normalmente abarrotada de gente, pero en horas bajas por la pandemia. El partido de fútbol es aburrido y el lugar denunciado está a dos pasos, así que los policías deciden ir a echar un vistazo.
Una avanzadilla se acerca sigilosamente con las luces apagadas y se detiene en medio de la niebla. La fiesta parece estar transcurriendo en un primer piso, encima de un bar cerrado y las señales visuales y acústicas del sarao delatan una reunión numerosa. Los policías hablan por la radio del coche patrulla y piden apoyo. En cuanto llegan los refuerzos, proceden. En el acceso desde la calle hay una cortina con un aviso impreso: Entra si te atreves. Los policías, en número de 15, ingresan estrepitosamente en el lugar, en donde hay 25 personas, casi todos hombres, desnudos y dedicados con esmero a las diversas tareas que ustedes pueden imaginar fácilmente. Quedan todos detenidos y serán llevados a la cercana comisaría, a identificarse y declarar, tras lo que quedarán libres. Dos de ellos se identifican como diplomáticos y solicitan inmunidad.
Pero, en un descuido de los agentes, uno de los implicados se ha escabullido por la ventana. Es un tipo entrado en años, con una barba asilvestrada e hirsuta, que conserva la suficiente agilidad como para salir al tejadillo y dejarse deslizar por una bajante de pluviales hasta el nivel de calle. Cae a una perpendicular de la Rue des Pierres y echa a correr, pero un vecino que estaba cotilleando intrigado por tanta actividad nocturna, lo ve y alerta a la policía, que rápidamente lo atrapa. El barbas va en calzoncillos, tiene las manos llenas de sangre de su descenso por la bajante de pluviales y lleva una mochila pequeña, de las llamadas en su día mariconeras. Los policías le detienen y, al constatar que está indocumentado, lo acompañan hasta su domicilio, en donde verifican que se trata de József Szájer. Al rebuscar en su mariconera han encontrado una pastilla de éxtasis. Queda en libertad tras declarar. En el informe policial lo nombran como J.S.
El asunto es de alcance. El detenido es un eminente miembro del partido húngaro de extrema derecha Fidesz, el mismo del presidente Viktor Orban, que ha promulgado una serie de leyes homófobas, contra los transexuales y promoviendo la prohibición de adoptar para parejas gays. No sólo eso, sino que promueve una reforma constitucional en la que se determina que el único matrimonio que existe es el de un hombre con una mujer. Esa enmienda a la Constitución está pendiente de lograr la preceptiva mayoría de dos tercios en el parlamento, y ha sido redactada precisamente por el europarlamentario de día, loca de noche. Y la mera reforma propuesta da pié a Orban a adoptar toda clase de medidas homófobas. En ese ambiente, Hungría incluso ha declinado acudir al Festival de Eurovisión (luego cancelado por la pandemia), alegando que es un nido de maricones desde que lo ganó Conchita Wurst.
Szájer, 59 años, es un hombre casado, con una hija de 33. Su mujer es una eminente juez del Tribunal Constitucional de Hungría. Es difícil ocultar algo así y la historia empieza a circular por los mentideros bruselenses el mismo sábado. Desconozco cómo se filtra la noticia de su detención, pero el sábado por la tarde es la comidilla de toda Bruselas. El domingo 29 de noviembre, József Szajer presenta su dimisión irrevocable, sin dar ninguna explicación. El martes 1 de diciembre la prensa belga cuenta el asunto y la policía publica un comunicado, en el que narra lo sucedido, calificando la fiesta de Gang Bang, hay que ver lo que saben los maderos de estas cosas. El miércoles 2 la noticia sale en toda la prensa mundial. Jozsef hace una declaración en la que pide perdón a su familia, sus colegas de partido y sus votantes. Les solicita a todos que enmarquen ese paso en falso, estrictamente personal, en el conjunto de 30 años de servicio leal a la sociedad. E insiste en que él es el único responsable y pide que la condena del hecho no se extienda a su país ni a su comunidad política.
¿A qué comunidad política se refiere? Pues al EPP, el Partido Popular Europeo, del que Szájer ha sido durante años vicepresidente. Hace tiempo que los partidos de derechas de los países escandinavos están presionando para que se expulse al Fidesz del grupo, por sus políticas homófobas y racistas. Pero la iniciativa no prospera por el voto en contra de algunos partidos, entre ellos el PP español que dirige el fraCasado. El ruego de Szájer es rápidamente denegado. La eurodiputada socialista holandesa Lara Wolters proclama: Por supuesto que extiendo mi condena y mi escándalo a su comunidad política, una comunidad dedicada a promover el odio contra el colectivo LGTB. Absolutamente. Otros colegas del Parlamento se expresan en términos parecidos. Y lo más cojonudo es que el organizador de la fiesta, o Gang Bang, se convierte en una celebridad.
Arriba lo tienen en la foto, con mascarilla y todo. Este sujeto, de 29 años y que al parecer vive de lo que saca en tales saraos, ha aparecido en todas las revistas y televisiones locales y ha contado con pelos y señales la mecánica y el funcionamiento de esas reuniones, que en Bélgica son legales, salvo por las medidas antipandemia. Las reuniones se organizan en los domicilios de los adeptos a estas prácticas y se convocan a través de una aplicación para eventos de sexo en grupo. La gente ha de registrarse, aportar una PCR o acreditar que ya han pasado el Covid y también una prueba de sida, ya que los condones están vetados. El lema de la cortina exterior es para que los asistentes localicen el lugar, pero luego hay un registro de entrada severo. A continuación, disponen de una zona de taquillas, para dejar la ropa. Y, desde allí la gente ya entra desnuda, salvo una pequeña mochila con lo más imprescindible, incluyendo un calzoncillo.
¿Y qué es lo que se hace allí?–le pregunta un periodista haciéndose el despistado. Es todo muy inocente: la gente charla, escucha la música, bebe un poco y luego tiene relaciones sexuales con quien quiere. Los policías que entraron eran unos brutos, no traían ninguna orden o papel que autorizara su entrada, pidieron la documentación a los presentes y profirieron comentarios insultantes. Fíjense: cómo va a tener la documentación alguien que está desnudo. El joven añade su convencimiento de que todo ha partido de un chivatazo y señala a otros organizadores de fiestas similares que quieren hundirle y quitarle la clientela. Sostiene que él trataba de ajustarse a las normas de la pandemia y por eso eran sólo 25; que en circunstancias normales él organiza encuentros de más de 100 personas (yo creo que esto es un farol, por una cuestión de aforo: ¿dónde metes a esa multitud?). En cuanto al barbas, era la primera vez que venía, pero le cayó muy bien: era educado y atento.
Parece que Szájer llevaba viviendo 16 años en Bruselas, alejado de su mujer y su familia en Hungría. Sus más próximos seguramente sabían que había cambiado de acera, pero callaban, porque él no salía oficialmente del armario, aunque es obvio que en Bruselas desarrollaba plenamente su nueva vida y estaba encantado. ¿Se conocía todo eso en Hungría? ¿Lo sabía su mujer? No tengo ni idea. Lo que sé es que la historia rezuma una cierta justicia poética, o una especie de karma: yo siento una especie de ternura por la gente que la caga de forma estrepitosa por no saber medir sus impulsos, pero no debemos perder de vista que estamos hablando de un indeseable, que se rige por la ley del embudo: pretende prohibir al resto de los mortales los placeres de los que él abusa y termina atrapado en la situación más cutre, haciéndose polvo las manos por bajar por el canalón y huyendo de la policía en calzoncillos por las calles solitarias y brumosas de la ciudad. Es como una fábula con moraleja.
Pero el asunto puede tener otras claves. Hungría, junto con Polonia, tenía en ese momento vetados los fondos europeos de ayuda a los estados miembros, un paquete de 1,8 billones de euros, porque la Comunidad Europea quería ligarlos a que los estados receptores se ajusten en todo momento a las reglas de la Democracia y el Estado de Derecho. Esta salvedad estaba precisamente dirigida a estos dos países por sus políticas ultras, racistas y filofascistas. Y, como es natural, ni Hungría ni Polonia estaban de acuerdo. Pero, sorprendentemente, el 10 de diciembre ambos países retiraron el veto y los fondos se aprobaron, incluyendo la famosa cláusula, que permite bloquear los fondos al estado receptor que incumpla alguna de las normas básicas del Estado de Derecho. ¿A qué se debe ese cambio de actitud? ¿Tiene algo que ver en esto la caída en desgracia de Jozsef Szájer? No podemos saberlo, pero es plausible. Al fin y al cabo, este señor había sido la mano derecha de Viktor Orban.
No soy yo muy conspiranoico, pero hay algunas cosas en la historia que huelen regular. Empezando por la llamada anónima a la policía. Luego lo de la pastilla de éxtasis en la mochila, que él afirma que no sabe quién la puso ahí. En todo el informe de la Fiscalía no se habla de ninguna otra droga, de hecho Szájer es el único acusado de posesión de drogas. Además, el éxtasis es algo que normalmente se tomaría antes de la fiesta y no se tendría para después. También es raro que todo se sepa enseguida, que la policía no lo pueda mantener en secreto. ¿Quién filtró la noticia? Y hasta la cancha mediática que se le ha dado al organizador, conocido ahora en toda Bélgica, es un poco sospechosa.
Huele a que al amigo Szájer le han tendido una trampa. Nadie ha profundizado en este matiz, pero aquí viene a cuento el magnífico artículo que Enric Juliana publicó en La Vanguardia el mismo 9 de diciembre, un día antes de que se desbloquearan los fondos, cuando nadie se esperaba ese giro. Este señor, que sabe mucho de todo, también de Hungría, hace una exhibición de conocimiento de la historia húngara y termina con una conclusión: Orban y su colega polaco estaban en ese momento deseando retirar el veto, porque en la nueva situación geoestratégica, sin Trump en la presidencia USA, piensan que ya no van a poder ser tan radicales. Pero no sabían cómo hacerlo sin que pareciera que reculaban. Les pido que lo lean, para lo que han de pinchar AQUÍ.
¿Quién le puso la trampa a Szájer? ¿Los países más avanzados socialmente en la Unión Europea? No parece el estilo de Merkel, Macron, etc. ¿Miembros del Europarlamento representantes de países que se juegan la vida en esos fondos, hartos del bloqueo de los dos estados renuentes? 1,8 billones no pueden dejarse al albur de un par de países retrógrados, hay que intentar evitarlo con cualquier medio. Pero hay otra teoría posible. ¿Y si el señor Orban encontró por fin la excusa que buscaba para retirar los vetos, y de paso se quitaba de en medio a un colaborador que había sido muy valioso en el pasado pero que se había vuelto loco y había entrado en una deriva personal frenética que era un riesgo para todos? Es una interpretación bastante retorcida, pero yo no la descartaría. Las andanzas de Szájer debían de ser conocidas por mucha gente, era un elemento cada vez más imprudente, estaba lanzado y su caso era una bomba de relojería. Y no olvidemos que Orban es un homófobo convencido. Se cuenta que la última vez que intervino en el parlamento europeo, se le vio muy frío con Szajer, a quien apenas saludó. Orban tenía el móvil, tenía acceso a Szájer y conocía sus rutinas, debía de estar hasta los huevos de él y sí parece que este tipo de actuación sea de su estilo.
Como dice Enric Juliana, Hungría tiene una identidad nacional fuerte, es una sociedad patriarcal muy tradicional, con señas de identidad marcadas, un machismo consustancial muy arraigado, lazos sociales potentes y un sentido del humor característico. Son cazurros y gregarios como los vascos y por eso una ideología como la de Orban concita tantos seguidores. Tengo un amigo que estuvo años de diplomático en Budapest y que le tiene mucho aprecio al pueblo húngaro. Como sabe que a mí me gustan los idiomas, suele mandarme chistes y memes en húngaro, de los que circulan por las redes sociales del país. Les muestro dos recientes, con sus traducciones a la derecha, porque creo que reflejan muy bien una idiosincrasia y pueden aportar una clave más a esta curiosa historia.
Traducción: Esta noche a las 10: ¡SEXO!Como suele decirse, para muestra basta un botón, dos en este caso. Pero sería injusto demonizar a todo un país y tacharles a todos de carcas y salidos. Como en todas partes, hay gente muy maja en Hungría, que son progresistas pero no pierden el sentido del humor patrio. Y se revela en el estrambote que tiene la historia de József Szájer, que cierra el relato de forma cojonuda. El día 8 de diciembre, alguien instaló una placa conmemorativa del hecho en la tubería por la que bajó Szájer. La placa, de la que les voy a dejar la foto como regalo de despedida, está escrita en húngaro y en inglés. La traducción es la siguiente:
La carrera política de József Szájer, eurodiputado del Fidesz y del EPP, terminó aquí, cuando trató de huir de las autoridades por esta tubería, tras asistir a una orgía ilegal con suministro de éxtasis, en medio de la pandemia del Covid-19, el viernes 27 de noviembre de 2020.
Según la prensa húngara, los promotores de la idea son cuatro ciudadanos húngaros residentes en Bruselas, alineados con la oposición a Orban, que han querido inmortalizar así el asunto y dejar constancia humorística de él para la posteridad. Resumiendo: Szájer era un tipo al que muchos sectores querían quitarse de en medio hace mucho. Cualquiera de ellos puede haber sido el que le tendió la trampa. Sean buenos y apártense de la doble moral.
Emilio, tus adjetivos calificativos son muy suaves para definir a este sinvergüenza de perfil abascalesco y moral farisaica. En Carranque dirían que es un "tío guarro", una descripción muy apropiada, que lo dice todo. Lo de la delirante huida por el canalón y la pillada es descacharrante. Me encantan los finales de justicia poética; si han sido los suyos, como el caso Cristina Cifuentes aquí, es aún más doloroso para el tipejo. Le han dado su merecido, ya lo dijo don Rajoy de Moncloa: ¡Joder, qué tropa!
ResponderEliminarQuerida, ya sabes que a mí me producen una cierta ternura los perdedores y los que "se caen con todo el equipo". Por eso no he sido más duro con él. Lo que más me molesta del personaje es la doble moral, el ser una cosa en su perfil público y otra opuesta en su vida privada. Pero también hay un cierto fariseismo en el escándalo del entorno. Recuerda que, cuando el caso del atleta Ben Johnson, el que más sobreactuaba rasgándose las vestiduras era Carl Lewis, que ya de viejo ha admitido que también se dopaba como todos. Por lo demás, el tipo tiene también un cierto aire de personaje de Tintín y resulta difícil creer que sea real. Abrazos y besos.
EliminarBuenísimo.
ResponderEliminarGracias Mari, yo creo que era un personaje perfecto para hacer un poco de literatura fantástica; todo él parece el resultado de una creación literaria.
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