Sí señor, menudo año este que estamos a punto de cerrar. Hace 366 días nos despedíamos de un 2019 normal, dentro de lo que cabe, y de pronto nos vimos inmersos en un mundo distópico, del que todavía no hemos salido, aunque se empiezan a ver destellos de luces, allá muy al fondo del túnel. Como si la situación no estuviera lo suficientemente a la altura de los entornos de pesadilla que narra Philip K. Dick, encima nos encontramos al Depor en Segunda B, cumpliendo la penitencia por todos sus pecados históricos, entre ellos haber ganado una Liga, dos Copas del Rey y tres Supercopas y haber jugado la Champions cinco años seguidos, llegando incluso a semifinales, sin ser el Madrí ni el Barça. Todo parece de ciencia ficción, pero la vida sigue y los distintos sectores de la población se adaptan a este nuevo mundo desquiciado. Por ejemplo, los humoristas. Recuerden la viñeta de El Roto que decía: se permitirá salir a la calle a los ciudadanos, a condición de que lo hagan encerrados en sí mismos. O este dibujo de O Gogue para El Faro de Vigo.
Un año raro de cojones. Y, como no podía ser de otra manera, estas navidades están siendo igual de raras, en consonancia con el año. Curiosamente, después de ocho años seguidos quejándome por estas fechas del coñazo de la Navidad, esta vez las circunstancias han hecho que el fastidio se suavice. Creo que nadie explica mejor estas ambivalencias que José Ovejero, en el post al que les pongo el link al pie de este párrafo. Con la salvedad de que yo no me metía con la Navidad para parecer moderno o sentirme por encima de la masa. Lo mío es algo visceral. En cuanto se acercan estas fechas empiezo a ponerme malo mental y anímicamente, no lo puedo evitar, y cuando terminan siento un gran alivio. Ya saben que no suelo acercarme a los temas con prejuicios: yo los abordo con la mente totalmente virgen. A partir de esa candidez preliminar, experimento una serie de sensaciones y sentimientos, que luego analizo y trato de explicar. Para leer a Ovejero han de pinchar AQUÍ.
En fin, creo que no se puede añadir nada a lo que dice este señor. También han comprobado, a lo largo de estos años de blog, que siempre trato de buscar las derivaciones positivas de los hechos que van sucediendo, incluso los más desastrosos. Sigo la línea de Franco que, cuando tuvo que leer su discurso navideño menos de un mes después de que Carrero volara por los aires, añadió de su puño y letra una morcilla al texto que le habían escrito, que decía textualmente: dice el refrán popular que no hay mal que por bien no venga. Y qué bienes serán esos que puedan venir del mal de la pandemia en la que estamos sumidos. Bueno, lo de las navidades menos coñazo es uno de ellos sin duda, pero hay otros de más calado.
A nivel personal, yo he recuperado viejas habilidades, como la cocina o la guitarra, además de otras nunca practicadas en serio, como la jardinería. He valorado lo agradable que es estar en casa, yo que me pasaba el día fuera y siempre comía por ahí. El confinamiento me ha descubierto la posibilidad de correr dentro de casa, lo que me ha permitido entrenar sin interrupciones desde mediados de marzo. Aunque ya estaba bastante en forma, ahora lo estoy más. Me he adaptado bien al teletrabajo y, tras relajarse el encierro, he entrado en un ritmo laboral que incluye acudir una o dos veces por semana al edificio APOT, lo que me da buenas sensaciones, mejores que las que sentía cuando iba todos los días. A este respecto, esto es como una situación intermedia hacia mi inminente jubilación, que la convierte en un proceso más gradual.
De estas situaciones, si se tiene la suerte de no pasar por lo peor, sale uno más reforzado y con mejor ánimo. En mi caso, he logrado dominar el miedo, de forma que no se convirtiera en terror paralizante. Además de acudir con regularidad a hacer trabajo presencial, hace tiempo que empecé a comer con amigos y amigas, primero en terrazas, como la del Jardín Botánico, la del Instituto Francés, la del Matadero (La Francachela) o las del Paseo de Rosales. En un momento dado rompí la barrera de pasar a locales interiores, barrera que muchos de mis conocidos y amigos no han roto todavía. Entonces empecé a comer en La Dehesa (cada vez que me pilla en el APOT en torno a la una), en Casa Tomás, o en el Matilda de mi barrio, además de tres veces en el Papúa-Colón y contadas en el Frida de Chueca, en La Platería o en La Pitarra. He ido dos veces al teatro y unas cuantas al cine. Y todo eso ha hecho que el encierro y las condiciones distópicas se hayan matizado bastante.
Sin irse muy atrás. Una vez que mis hijos se fueron de mi casa y me quedé sólo, el sábado pasado quedé con una amiga para dar una vuelta por Madrid Río y comer luego en La Francachela, aprovechando el sol poniente. Esa misma tarde/noche caminé hasta el Palacio de la Prensa en Callao para arropar a mi amigo Ramón en la presentación del documental Ramoncín, una vida en el filo. Ya lo había visto en Amazón Prime, pero me gustó repetirlo en pantalla grande y con sonido potente. Luego había una charla con el protagonista, entrevistado por un periodista. Estaba muy lleno, pero se dejaban las butacas libres preceptivas y todo el mundo llevaba su mascarilla reglamentaria. El domingo quedé para ir al cine. Me acerqué a los cines Méndez Álvaro y vi El Padre, una película terrible sobre el proceso gradual del alzheimer, contado desde la perspectiva del propio enfermo, con una interpretación sensacional del octogenario Anthony Hopkins, de quién ya se habla como candidato al Óscar.
Esta semana estoy de vacaciones y ayer por la mañana quedé con una amiga de la Escuela de Arquitectura, para negociar una posible clase mientras paseábamos por el Retiro. Ahora mismo tengo ya, con ésta, tres clases comprometidas para el comienzo del año, todas en versión telemática, que se irán contando en el blog. Como ven, mi vida se va pareciendo poco a poco a la que tenía antes de la pandemia, en espera de que llegue el señor Vacunin, que no Bakunin, y termine de arreglar el entuerto. Lo que más echo de menos es viajar, pero todo llegará. Mi grupo de colegas veteranos de Ciudad Real ya sueña con reanudar los viajes a final del año que empieza, pero yo soy un poco escéptico. De aquí al verano hay que dar el año por perdido y, del verano hasta la próxima Navidad, ya veremos. Hay que seguir con las precauciones al 100% y tocar madera: algunos ya podemos proclamar que no hemos sucumbido al miedo, pero aun podemos sucumbir al virus.
Pero hay otras ventajas del Covid a nivel colectivo. Al menos tres personas muy próximas me han confesado que este año no se han cogido una solo constipado o gripe, cuando otros años sufrían al menos dos a lo largo del otoño/invierno. ¿Saben por qué? ¿Cómo dicen? ¿Por las mascarillas? No, no. Es que no tienen ustedes ni idea; se nota que no leen revistas científicas, como yo, que leo La Voz de Galicia. Así me he enterado de que la ausencia este año del virus de la gripe, se debe a la llamada Regla de Gause, o principio de exclusión competitiva. Según esa ley, dos especies en competencia biológica por los mismos recursos, no pueden coexistir en forma estable si los demás factores ecológicos permanecen constantes. ¿A que no lo sabían?
Igual que las cotorras argentinas expulsan a los gorriones, el Covid ha hecho ¡¡BUH!! y el virus de la gripe ha salido pitando cual eurodiputado húngaro en calzoncillos al relente brumoso de la noche de Bruselas. Bueeeeeeno, vaaaaaale, también es por las mascarillas y las medidas de distancia social. Obvio. Las mascarillas han venido para quedarse y tendremos que acostumbrarnos a ellas, como hicieron hace años los asiáticos. No sé, piensen por ejemplo en lo erótico que puede resultar que una chica te deje quitarle la mascarilla, casi como lo que era antes quitarle una media. Y hay más de uno que está más guapo con mascarilla, y no me voy a referir a ese en el que todos ustedes están pensando. Así lo ve el otro humorista de El Faro de Vigo.
En otro orden de cosas, el Covid ha actuado de catalizador para la derrota de Trump, que iba directo a la reelección. Ese puede ser el punto de inflexión para que empiecen a declinar a nivel mundial cosas tan perversas como el nacionalismo, el populismo, el racismo, el negacionismo conspiranoico y la burricie en general. Con Trump de presidente otros cuatro años, yo creo que esas tendencias se hubieran apoderado del mundo. Los 74 millones de votos que ha cosechado, después de una presidencia tan calamitosa como la suya, son un aviso de los riesgos de un mundo en el que los ignorantes tienen acceso libre a las redes sociales y pueden tragarse cualquier mensaje. Es una pena que el Covid no hubiera brotado unos años antes, porque a lo mejor también se había cargado el Brexit. Las elecciones USA han sido uno de los temas estrella de este año, un asunto aún sin cerrar, porque Trump todavía no ha doblao y, además, aun quedan las decisivas elecciones para cubrir los dos puestos del Senado del estado de Georgia. Vean aquí una escena de cómo se pusieron de contentos los negros de Atlanta, cuando se confirmó la victoria de Biden en ese estado.
El blog se ha beneficiado también de las largas horas de encierro, que me han permitido atenderles como se merecen. Para un narrador como yo, esta coyuntura brinda una ocasión única de contar sucesos insólitos, ya saben que cada crisis comporta una oportunidad, que dicen los economistas al uso. Además, el encierro me ha hecho descubrir a los nuevos artistas blancos del blues, con Samantha Fish a la cabeza, pero también con Larkin Poe, Tab Benoit y los demás. Músicos todos muy buenos en directo, que triunfan a partir de la caída en picado del mercado del CD, como muy bien diagnosticó Paul Krugman en su página del New York Times. No sé si es por la abundancia de música americana en mi blog, o por la cobertura que he dado a sus elecciones, o por las dos cosas a la vez, pero ahora mismo tengo más visitas desde Estados Unidos que desde España. Un motivo más para seguir en la línea.
Otra de las cosas que he descubierto en estos meses extraños, es mi gusto por las series de TV, especialmente las americanas. Tenía un cierto retraso en esta materia, porque nunca me había enganchado a ver series. Prácticamente sólo había visto algunas contadas, como The Wire, True Detective, The Deuce o Breaking Bad, todas muy buenas. Desde que empezó el encierro, me he visto completas Los Soprano, La maravillosa señora Maisel, Mad Men, The good wife y The good fight. Y ahora estoy terminándome El Ala Oeste de la Casa Blanca, ya voy por la sexta y última temporada. Es esta una serie muy apropiada para ver en este momento, con un guion muy bueno, que imagina como presidente a un demócrata que ha sido premio Nobel de Economía y que gana por los pelos, de manera inesperada. Aquí se puede ver el juego del Senado, el papel del Supremo y la forma en que se deciden cuestiones clave en USA.
La serie cuenta con un magnífico elenco de actores, encabezado por el inconmensurable Martin Sheen, que interpreta al presidente. Este actor, a quien Francis Ford Coppola casi vuelve loco en el opresivo rodaje de Apocalypse Now, aporta muchísimos matices al personaje que interpreta, un político con poca experiencia, que tiene que ir aprendiendo sobre la marcha. Por cierto, no sé si saben que Martin Sheen, en realidad es gallego y se llama Ramón Estévez. Nació en Ohio (ya saben que os galegos nacemos onde nos sai do carallo), hijo de un emigrante de la tierra oriundo de Parderrubias, una parroquia de menos de 1.000 habitantes, a medio camino entre Tuy y Porriño. Tiene dos hijos también actores famosos, que se llaman Charly Sheen y Emilio Estévez, y otros dos menos conocidos, Renée y Ramón Estévez. Como ven, los tres pequeños reivindicaron como propio el apellido de su abuelo.
Todo esto pueden saberlo consultando la Wikipedia o el Fotogramas, no es muy difícil de averiguar. Lo que estoy seguro de que ninguno de ustedes sabe es que Martin Sheen tiene una hermana por parte de padre, que ejerció hasta su jubilación de maestra de primaria en un pueblo de Lugo. Y que, cuando Martin se interesó por averiguar cosas de la familia de su padre, descubrió que había dejado a su mujer y sus tres hijos gallegos para emigrar a América y formar allí otra familia. Desde entonces ha venido de incógnito a visitar a su medio hermana todas las veces que ha podido. En el pueblo lucense donde tenía su escuela, nadie lo reconoce y puede pasar unos días tranquilo. Y ahora se estarán preguntando ustedes: ¿todo esto que nos cuenta Emilio será verdad o será otra bola de las suyas? Bueno ya saben que soy gallego: lo que les cuento, lo mismo es cierto, que lo mismo no lo es.
Mis mejores deseos para el año que empieza. Peor que el 2020 no puede ser. Anteayer en el cine vi los anuncios antes de la película. Todos partían de la situación de pandemia, de los encierros, de las mascarillas, para vendernos todo tipo de productos. Fue justo ahí cuando visualicé que la guerra está ganada. Tardará más o menos, pero el virus no ha podido con nosotros. Seguiremos nuestro camino. Tal vez la Humanidad haya aprendido la lección y se dedique a lo que de verdad importa: proteger el planeta y luchar contra la desigualdad social y territorial. Estamos todos en el mismo barco, un barco llamado La Tierra y hemos de remar juntos sin dejar a nadie en el agua. Los modelos como el americano, con decenas de miles de homeless y desheredados, no son válidos. Por eso USA tiene más contagios que nadie: porque tiene un sistema de sanidad y atención social incapacitado para luchar contra pandemias y similares.
Tenemos que apoyar lo público. Temas como la sanidad, la enseñanza, el transporte colectivo, no pueden privatizarse. Porque su retorno financiero no es económico, sino social. Los estados habrán de ayudar a los pequeños empresarios para salvar la crisis. Y, en España, a ver si de una vez se diversifica la economía, que no podemos ser un parque temático dedicado monográficamente al turismo y la construcción. Y ojalá se empiecen a ir a la mierda los nacionalismos. La Humanidad camina hacia un mundo globalizado y no sólo en lo económico. Seremos ciudadanos del mundo, o no seremos nada. Entre todos los vídeos que han circulado por el mundo confinado, les voy a dejar de despedida uno que me parece perfecto para subrayar este concepto. En París, un par de niños surcoreanos cantan, acompañados a la guitarra por su padre, una versión preciosa del bolero de Omara Portuondo Veinte años. Se han aprendido letra y música, subrayan las erres con tenacidad coreana y consiguen un resultado realmente conmovedor. En la muerte de Armando Manzanero (por Covid) no puede haber mejor despedida del año. Pónganselo en pantalla grande, por favor. Y feliz 2021 para todos.