El título es parte de algún viejo
dicho manchego y, como tal, me lo revelaron mis colegas de Ciudad Real, con los
que ya he viajado a Birmania y Chile, y estamos empezando a preparar una nueva
aventura que ya se comunicará en el blog a su debido tiempo. Escribo desde París,
de donde partiré mañana hacia Lille, y tengo que empezar diciendo que me alegra
un montón que le hayan dado el Óscar a la mejor película, a Green Book, una
maravilla que pude ver en Madrid y que les recomiendo encarecidamente si es que
todavía no la han visto. Además, con toda justicia, se ha llevado también el
Óscar al mejor guión original y algún otro de menos calado. Realmente, cuando
los guionistas de Hollywood se ponen a trabajar en serio, el resultado es
insuperable. La película cuenta una historia real: la relación entre un pianista
negro de música clásica de los años 60 y el chófer italiano que contrata para
hacer una gira por los estados sureños de los USA, todavía fuertemente racistas.
La ambientación, el vestuario,
los maquillajes, son insuperables. Pero sobre todo el guión, cómo te dibuja los
perfiles de todos los personajes y como se va desarrollando sobre la base de
unos diálogos perfectos. El italiano vivió muchos años tras los hechos
relatados en la película y llegó a hacer algunos papeles de gangster en Los
Soprano. Precisamente es un hijo suyo el que ha colaborado en la confección del
argumento del film, basándose en los recuerdos de su padre. La interpretación
de Viggo Mortensen es sencillamente maravillosa, sobre todo conociendo cómo es
el actor y qué diferente es de ese personaje inolvidable. El film destila el ángel de las viejas películas de Frank Capra o de Billy Wilder. Pero, sobre todo, la
película describe con precisión absoluta el proceso por el que surge una
amistad entre dos personajes inicialmente muy distintos.
Se habla mucho de que el mundo se
mueve por el poder, el sexo, el dinero, la salud y el amor. Creo que todos estos
motores del mundo tienen un componente más o menos interesado, obvio en los
tres primeros, pero también presente en la salud (uno quiere estar sano para no
sufrir molestias, dolores) y en el amor. En el hombre, el amor surge en la
búsqueda del sexo y en la mujer también, pero no lo pueden confesar para que no
las llamen putas. También hay, desde luego, otros intereses, como la búsqueda de protección o de compañía, la estabilidad, la formación de una familia, etc. La amistad es algo diferente, es
algo puro, que surge porque sí y que no está ligado a ninguna compulsión
interesada. Si hay interés por medio, ya no se trata de una verdadera amistad. Y
lo que se cuenta en Green Book es una amistad de las de verdad.
En los títulos finales, sobre las
fotos en blanco y negro de los personajes verdaderos, se cuenta que siguieron
siendo amigos hasta el final de sus vidas. Los amigos no necesitan proclamar en un
documento que lo serán hasta que la muerte los separe (en mi opinión, la
fórmula de los matrimonios debería ya sustituirse por hasta que la vida nos separe). Los verdaderos amigos son para
siempre. Llevo desde el sábado pasado instalado en la casa que mi hijo Kike
comparte con dos amigos italianos. Ellos tres se conocieron de Erasmus hace
unos seis años (en el primer viaje que yo hice tras inaugurar el blog, les conté que terminé visitando a
Kike en Rotterdam). Desde entonces son amigos. Mi hijo ha visitado buena parte
de Italia con ellos y hasta ha aprendido italiano para poder comunicarse mejor
con ellos, aunque, por otra parte, también ellos hablan correctamente el español por la
misma razón. Son como hermanos.
El domingo, me invitaron a algo
que para ellos es una ceremonia obligada: la comida en casa. El sábado habíamos
estado cenando fuera y nos acostamos más bien tarde, así que ellos no
madrugaron (es el único día de la semana en que pueden permitirse ese lujo). Yo,
en cambio, me levanté pronto, me duché y me largué a patear París, para
rememorar uno de mis recorridos favoritos, que ya les contaré en detalle en el
próximo post. Estaba cómodamente sentado tomando una cerveza en la terraza del Café
des Editeurs, cuando me llegó una llamada de mi hijo, con una instrucción
terminante: –Papa, no comas nada por ahí. No pensaba hacerlo, pero por si
acaso. Regresé y me encontré en la casa a un montón de comensales. Mi hijo
tiene una peña amplia y cada domingo se reúnen en su casa, que es la más grande
y la más bonita y mejor situada del grupo. Y allí se cocina, como Dios manda, la pasta.
Habían hecho la compra para la ocasión en el mercadillo que cada domingo se instala en el bulevar cercano y, cuando yo llegué, la cocina estaba llena, un montón
de amigos y amigas se afanaban en tareas diversas, como picar cebolla muy fina, para un aperitivo de
guacamole, rallar el queso pecorino, recién traído de Roma, o trocear pequeñas sepias y pomodorini
(en Italia no son tan horteras como nosotros y llaman así a los tomates
sherry), para la pasta. Había también algunos envases de humus libanes y tapenade, preparados que se pueden comprar, además de algo de embutido y queso, para completar. Para quien no lo
sepa, el tapenade es un aperitivo
muy francés que se hace machacando aceitunas y anchoas. Nos juntamos once
personas alrededor de la tavola y dimos cuenta de la pasta que estaba
sensacional, al dente, y no como se hace en España, en donde todos estamos
acostumbrados a comerla pasada. Corría el vino bianco y después hubo café y
algunos nos tomamos una copita de Amaro Formidable, una exquisitez romana.
Después salimos a caminar por Pigalle y Montmartre, como suelen hacer ellos
cada domingo.
En el grupo había algunos
españoles y franceses, pero sobre todo italianos. Y se hablaba continuamente una
mezcolanza de los tres idiomas, más el inglés que casi todos usan en sus
trabajos. La relación entre todos ellos es maravillosa, destila humor, juventud, vitalidad y complicidad. Y yo hice lo posible por integrarme, a pesar de que me
separan 40 años de este grupo estupendo. Pero, ya que hablamos de amigos, yo tenía
uno prioritario en París. El gran Philippe Billot. Cada vez que venía a esta
ciudad lo llamaba para quedar con él. Me he alojado en su casa mil veces y todo
lo que sé de París me lo ha enseñado él. Cuando estuve hace un año por aquí,
con mi jefa y mi compañera M. con motivo del Meet Up Paris de Reinveting
Cities, lo llamé, se inscribió en el sarao y luego comió con nosotros tres. En
esta ocasión, lo llamé unos días antes, como de costumbre, y escuché su voz
bastante debilitada. Le pregunté cómo estaba y me contestó que bastante mal.
No les había dicho nada en el
blog, porque esta es una tribuna alegre y positiva, en la que ustedes entran
para reírse y salir confortados por mi visión heterodoxa y animosa de la vida. Pero, por
esta vez, me van a permitir que la utilice también para contar mis propias aflicciones.
Philippe sufrió en el mes de junio un ACVA, accidente cerebro-vascular agudo,
que lo ha dejado con una hemiplejia severa, postrado en una silla de ruedas.
Está internado en una institución para personas que han sufrido percances
similares. Así que el lunes, yo salí de casa por la mañana y caminé a través del Marais, hasta llegar a la estación Châtelet-Les Halles, el mayor
intercambiador de transportes del mundo, en donde tomé la línea 4 de Metro
hasta la cabecera de Porte d’Orleans. Allí cambié al autobús 128, que me llevó
a las puertas de la residencia donde tienen recluido a Philippe. Llegué puntual a la
hora de visita que me había indicado el propio Philippe y, en la puerta, me encontré
con su mujer, que no sabía que yo iba a ir, porque Philippe tiene afectada la
memoria próxima y se le olvidan las cosas que le van sucediendo.
Estuve con él toda la tarde (su
mujer aprovechó mi presencia para irse pronto a hacer alguno de sus miles de
recados pendientes, una vez que vio que yo me manejaba muy bien con la silla de ruedas y
la ayuda al enfermo). También hablé al final con los médicos, que me dijeron que, con toda seguridad, su situación es irreversible. Con él tuve la sensación
ambivalente de que la persona con la que yo estaba ya no es Philippe y a la vez
es más Philippe que nunca. Su situación ha sacado a flote sus cualidades
peores, que yo conocía y aceptaba, porque a los amigos se les quiere con todo,
con lo bueno y lo malo. Conserva una memoria prodigiosa, estuvimos hablando de
nuestro trabajo en Sri Lanka, en donde se forjó nuestra amistad y recordaba al
milímetro los nombres de todos los implicados, con su ortografía enrevesada.
Por ejemplo, yo había olvidado el nombre del alcalde de Colombo en esos
tiempos. Philippe me lo dijo: Prasanna Guyawardena.
Diré que es posible comunicarse
con Philippe por teléfono y enviándole un SMS. El puede leer SMSs pero no
escribirlos. Constaté que le alegra que le llamen los amigos, especialmente yo, según me dijo varias veces. También me quedé con el whatsapp de su mujer para
que me mantenga informado de su evolución. Dentro de su deriva mental, él está
convencido de que en el próximo verano va a volver a andar con un bastón y
hasta maquina vender su casa de París y comprarse una en España, en la playa,
para no tener que subir escalones. Prometí llamarle con regularidad desde
Madrid, ya sé cuáles son los mejores horarios para hacerlo. Y he de decir que estas
historias son una mierda, no sé si es algo atribuible a la mala suerte, o a una jugada de ese Dios malévolo y travieso
del que hemos hablado en ocasiones. También tengo que aclarar que Philippe
tiene 78 años y no había ido nunca a un médico, ni siquiera para medirse la
tensión o hacerse una analítica.
El cardiólogo que le vio la
primera vez dijo que nunca había visto cosa igual. Así que ya no sé si se puede
hablar de mala suerte. Esto me lo contó cuando ya no estaba su mujer, y
no estoy seguro de si me está tomando el pelo, porque sigue siendo Philippe. Recuerdo
que en el primer vuelo a Sri Lanka, le preguntaron qué quería beber con la
comida, dijo que agua y me aclaró que era abstemio. Luego, con el café se pidió
un whisky doble y observó la cara que yo ponía. Era un bromista continuo y tal
vez es falso que nunca haya ido al médico. Lo que sé es que es uno de mis
mejores amigos y estaré a disposición suya y de su familia para todo lo que se
pueda hacer. Hace unos cuantos posts hablamos de Sade y les conté su historia. Cómo se
negó a firmar ningún contrato discográfico si no incluía a sus tres amigos del
colegio y del barrio. Y cómo 30 años más tarde reunió a su grupo para la gira
de presentación de su disco de 2011, y allí estaban los tres colegas. Es otro
ejemplo de amistad innegociable e imperecedera.
He encontrado otro video del
concierto de Sidney. Cuando la música termina, Sade presenta uno a
uno a sus músicos. Es un vídeo en inglés, en el que no hay forma de ponerle
subtítulos, con lo que no se entiende casi nada. He intentado que me ayudaran a
traducirlo mis compañeros de piso, pero están ocupadísimos. Del primer músico
dice que es un auténtico cowboy (es uno de sus amigos de adolescencia, que
ahora vive en USA). El segundo, uno de sus negrotes coristas, lo presenta como
uno de sus amigos más antiguos y revela que hasta cantó en su boda, por lo que le pide que
entone esa canción. Del cuarto dice que es el más tímido del grupo. Dos
de los blancos siguientes son los del grupo original, uno de ellos, Stu, parece
haber hecho un pacto con el diablo: está igual que 30 años antes. Por último, presenta a su
hermano del oeste de África, el percusionista nigeriano, al que no le hace adelantarse y
del que revela su impronunciable nombre africano. Aunque no entiendan nada, les pido
que lo vean. Se puede captar el cariño, el buen humor, la complicidad, la
proximidad y la amistad eterna que existe entre Sade y sus colegas. Para verlo han de pinchar AQUÍ. Que lo disfruten
y que vayan acercándose venturosamente al weekend.