viernes, 9 de junio de 2017

640. El Madrid y el cognás del prusés

Llevo un cierto retraso de temas, porque estoy bastante agobiado de trabajo, pero hoy quiero hablar de la Final de la Champions. He de decir que me alegré un montón con la victoria del Real Madrid, un soplo de buen rollo en medio de unos días un poco negros para mí, por un motivo que no les voy a contar y del que me voy recuperando. A priori, podía pensarse que es el mejor partido que se puede ver en este momento. Sin embargo, a menudo estos partidos se convierten en un pestiño infumable, agarrotados ambos equipos por tácticas férreas destinadas a no perder, que hacen que no se juegue a nada, que nadie se atreva a dar un paso adelante, lo que lleva a la prórroga y la lotería de los penaltis. Para que eso suceda, basta con que uno de los dos entrenadores sea, por ejemplo, Mourinho, siniestro personaje que hace jugar a sus equipos como si fueran muy inferiores al contrario. Ya les he dicho que sueño con ver a este sujeto de vuelta en su tierra para entrenar al Pazos Ferreira o algún equipo de la parte baja de la tabla portuguesa, algo, en fin, acorde con su talento. Sin embargo, a pesar de sus últimos fiascos en el fútbol inglés, el tipo sigue en la élite ganando un pastal. No me explico cómo no le dan una patada en el culo.

Nada de eso sucedió en esta ocasión, en que pudimos asistir a un espectáculo fabuloso, con dos equipos desbocados luchando como jabatos y poniendo en la liza todo lo que tenían, sin guardarse nada. En la segunda parte del partido se jugó el mejor fútbol que he visto en años. Pero, aun así, la alegría que me llevé con el resultado (justo desde cualquier perspectiva), fue algo que no me esperaba. Ya he dicho muchas veces que yo soy una persona que se guía por sentimientos y pasiones y luego trata de explicárselas. En realidad, yo soy del Dépor y se da la circunstancia de que en la Juventus (el contrincante del Madrid) hay un par de elementos que me caen muy bien. En concreto, el gran portero Gian Luigi Buffon, un verdadero mito deportivo y todo un caballero. Y el gran Chiellini, cuya imagen pueden ver al lado. Este gran defensa, cuyo rostro le permitiría ganarse la vida como actor interpretando a mafiosos calabreses, resulta que tiene otros planes para cuando deje el fútbol y el pasado mes de abril se doctoró en Administración y Gestión de Empresas por la escuela de Turín, con una tesis sobre El modelo de negocio de la Juventus F.C. en el benchmark internacional, tesis que obtuvo el grado de cum laude. Como nunca se creen estas cosas, AQUÍ pueden comprobar la información. Por cierto, este Chiellini fue el último jugador (por ahora) que fue mordido por el uruguayo Luis Suarez, al que inmediatamente ficharon en el Barça, supongo que para ver si seguía dando bocados en los partidos con el Madrid.

A lo que íbamos. Que me llevé una alegría desmesurada, como hacía años que no me sucedía viendo fútbol, excepto en lo concerniente al Dépor. ¿Y por qué? Pues se me ocurren al menos siete razones. UNO. Siempre que juega un equipo español con uno extranjero, yo voy con los míos y me alegro de que ganen, aunque en este caso ya quedó dicho que no me hubiera importado que perdieran, para que Buffon y Chiellini se llevaran un trofeo que se merecen por sus carreras y talante. DOS. Como ya se ha dicho, el partido fue vibrante y ganó el que se lo mereció en el campo. TRES. Fue también un triunfo del fútbol ofensivo y alegre, sin tácticas, dejando que los jugadores hagan lo que les dé la gana. CUATRO. Me alegro especialmente por Zidane, un tipo que me tiene totalmente seducido, como quedó patente en un post reciente. Me parece un tío cojonudo, del que me gustan hasta los cabezazos que daba a los contrarios. Y supongo que ya escucharon su respuesta a la pregunta "cuál es el secreto de este equipo": que la relación entre los jugadores es de puta madre. La expresión de puta madre, yo creo que debería excluirse de la condición de palabrota o taco, después de escuchar cómo la usa Zidane. Igual que cuando el rey Juan Carlos dijo "los espárragos navarros son cojonudos" y el calificativo dejó de ser considerado malsonante y hasta se comercializaron latas con ese nombre.

CINCO. No puedo dejar de alegrarme por los diversos amigos madridistas que tengo, como mis compañeros del viaje a Birmania o mi amigo X, seguidor insigne de este blog, que no tiene nada que ver con el señor X del post anterior, fallecido hace más de treinta años, tal vez cuando yo ni siquiera conocía a X. SEIS. Como madrileño de adopción no puedo dejar de congratularme de un triunfo como este, que ayuda a la difusión de la Marca Madrid, cuya promoción es parte esencial de mi trabajo. Pero la razón que me puso definitivamente de parte del Madrid desde antes de empezar el partido, fue la SIETE: el vídeo que publico TV3 en los días previos. ¿No lo han visto? Pues aquí lo tienen.


No hay mucho que comentar de este vídeo, una muestra más de que algunos, más que nacionalistas, son antiespañoles. A mí, el tema este del prusés es que ya me aburre mucho. Es como un dolor de huevos y discúlpenme la expresión. Y además, ya he escrito todo lo que tengo que decir al respecto. Llevo casi cinco años dando la matraca al respecto y me cabe el honor de haber empezado a denunciar este asunto y su peligrosidad, antes que casi todo el mundo. Ahora estamos en el llamado choque de trenes, sobre el que Savater apuntaba acertadamente que sólo uno de los trenes circula en el sentido correcto. Hace poco ha corrido por Facebook el fragmento de la entrevista que le hicieron a Borrell en El Intermedio hace dos años y que permanece vigente. Abajo pueden verlo.


El independentismo catalán es una amalgama de tres grupos, que no tienen mucho que ver entre ellos. Por un lado los de ERC, que son ideológicamente coherentes. Ellos quieren empezar desde cero y ser los héroes de la nueva patria. Les importa un bledo si la población catalana va a pasar penurias económicas o de cualquier otro tipo, porque, a fuerza de repetir que son una nación, se lo han llegado a creer. Este tipo de grupos los hay en todas partes y normalmente suelen ser minoritarios (no tanto en este caso). A ellos hay que añadirles a las CUP que son un grupo aún más minoritario, formado por gente indignada y jodida por la crisis, homónimos de Podemos. He de decir que estos dos grupos tienen todos mis respetos.

El problema es que hay un tercer grupo, que está formado por la derecha más rancia y extractiva de la sociedad catalán, las llamadas 300 familias, que controlan el cotarro de forma gangsteril y que podemos simbolizar en la persona de Pujol. Estos se han volcado hacia el lado independentista como una huida hacia adelante, para tener una Justicia y una Hacienda propias con las que poder irse de rositas (su cambio de tendencia empezó cuando el FBI forzó a la banca de Andorra a tirar de la manta, como se ha contado en este blog). Y estos son los que han desequilibrado el tema. Ahora la sociedad catalana está, decima arriba o abajo a un 50% a favor de la independencia. Es una sociedad bastante fracturada, como se evidencia en el artículo de La Voz de Galicia que pueden consultar AQUÍ.

¿Hay alguna solución? Pues yo, sinceramente, ahora mismo convocaba el referéndum. Creo que la sociedad catalana está lo suficientemente informada, en el mundo interconectado en el que vivimos, como para votar en consecuencia. Me cuesta creer que haya una mayoría de borregos, aunque ya les ha pasado algo así a los británicos y a los estadounidenses. Si los independentistas perdieran el envite, se acababa el problema. Y, si lo ganan, allá les den. Entrarían en una problemática similar a la que están sufriendo británicos y yanquis. Tal vez se despertaran pronto de su sueño de convertirse en Dinamarca y se dieran cuenta de que se habían convertido en Eslovenia, por no decir algo peor. 

lunes, 5 de junio de 2017

639. La mala suerte

La mala suerte ha golpeado a alguien muy próximo a mí y hoy tengo el humor torcido. Es increíble cómo puede cambiar la vida de una persona en un segundo, por un descuido o una conjunción de fatalidades. Hoy tengo el ánimo bajo y ya les anuncio que en este post no les aguarda la habitual sonrisa (o carcajada) que siempre se esconde en algún rincón de mis textos. Están a tiempo de dejar de leer y pasarse a las loas al Real Madrid, cuya victoria más sonada ha dado una alegría enorme a tantos, entre los que me incluyo por motivos que ya explicaré en otro texto. La suerte influyó también en este partido que pasará a la historia. Yo siempre he sostenido que la suerte hay que currársela. Lo sigo pensando. Si no te lo trabajas, tienes garantizado que todo te saldrá mal. Pero la suerte, además de currársela, hay que tenerla. Y un segundo de mala suerte, te lleva al infierno en un momento. Te caes con todo el equipo. Lo más terrorífico puede aparecer en medio de tus rutinas más cotidianas, en el lugar en que te sientas más seguro.

En el mundo anglosajón hay un dicho muy significativo: the harder they come, the harder they fall. Algo así como: cuando más duro vengan, más fuerte se la pegarán. O cuanto más arriba lleguen, más dura será la caída. Y de eso precisamente va a tratar este post: de caídas desde lo alto. Caídas fatales, fruto de la mala suerte. Les repito, están a tiempo de dejar de leer. Luego no digan. El primer caso de caída desde lo alto es un suceso terrorífico, ocurrido en Madrid hace menos de un mes. Una pareja de jóvenes (17 años) se precipitó por el hueco de un ascensor desde un noveno piso. La noticia me dejó helado y leí algunas informaciones, sobre las que he elaborado un relato, por supuesto, imaginario. Entiendo que debe de haber una investigación abierta, que no es mi intención interferir y de la que quizá salga algún responsable penal. Flaco consuelo para los padres y amigos de las víctimas. Te puede atropellar un coche, te puede dar un síncope, te pueden pasar miles de putadas. Pero esto no. Esto es demasiado.

La historia nos habla de dos chicos formales, guapos, hijos de familias conservadoras y pudientes. Gente con contactos. Ambos chicos son brillantes en sus estudios, y están destinados a estudiar carreras tipo Empresariales, Económicas, o ICADE. Acabarán sus carreras por la vía rápida y empezarán una vida profesional de éxito. Creyentes, del colegio de los Jesuitas, tal vez del ámbito del Opus. Gente de bien, que no se desviaba del camino que entendían correcto. No me los imagino con tatuajes ni piercings. Ni bebiendo más de la cuenta. Acababan de terminar sus exámenes del bachiller, que habrían superado de calle. Y tenían una tarde para una pequeña celebración, antes de la prueba de acceso a la Universidad. Así que la chica decidió hacer una fiesta tranquila, en su casa del ático de un lujoso edificio recién rehabilitado, en el barrio más exclusivo de Madrid.

Eran como las cuatro de la tarde, y estaban en los preparativos de la fiesta con varios amigos, cuando la pareja decidió bajar un momento a la calle. Por muy castos y creyentes que fueran, tenían 17 años y se querían. Y, a esa edad, la hormona tira mucho, incluso a los más beatos. En mis tiempos la excusa típica era ir a por tabaco. –Me he quedado sin tabaco, ¿me acompañas? Dudo que estos chicos fumasen. No sé cuál fue la excusa. El caso es que salieron al descansillo y llamaron al ascensor. De la reforma reciente, el edificio había salido con un ascensor remozado. Para darle un toque moderno, le habían puesto una pared entera de espejo. Y, según fuentes fiables, parece que esa pared estaba sujeta solamente con silicona. A estas afirmaciones hay que añadirles el adverbio presuntamente, mientras la cosa esté bajo investigación judicial. Pero yo estoy construyendo un relato y no me cuesta imaginar que, una vez en el ascensor, los chicos, al verse solos, se dieran un abrazo y recostaran el peso de ambos contra la pared mal sujeta. Un segundo después caían por el hueco por donde circulan los contrapesos. Horrible.

El suceso, me dejó muy mal cuerpo y me recordó otro que me contaron hace más de treinta años, que afectó a un conocido mío. No tiene nada que ver, pero también hay una caída al vacío desde mucha altura y una implicación constructiva. Hablemos del señor X. El señor X es un tipo grandote, tirando a gordo, aunque es flexible y mantiene una cierta agilidad. Tiene un buen trabajo, una esposa que le quiere y dos niños pequeños. Hoy, la pareja los ha dejado con la canguro y se han ido al cine. Luego han picado algo por ahí con unas cervezas (X, que es un tragón, ha repetido de pinchos y de cerveza) y vuelven a casa muy contentos, incluso él un poco achispado. Viven en un piso alto de un edificio lujoso. No el último, pero casi. Al llegar al portal encuentran a su joven vecina de rellano, cuyo piso está pared con pared con el suyo. La chica es simpática pero un poco desastre. Tiene la mala costumbre de dejarse las llaves dentro de casa y esta noche le ha pasado de nuevo. Por enésima vez.

No es un problema grave. Ambos pisos comparten una terraza de apenas dos metros de ancho, corrida a todo lo largo de la fachada. Los tramos de terraza de los distintos pisos están separados por unos tabiquillos de borde superior en diagonal, como de 1,60 de alto junto al muro del edificio y perdiendo altura hasta 1.10 metros en el punto de unión con la baranda de la terraza. Como en las ocasiones anteriores, X se ofrece a saltar el tabiquillo, entrar en la casa de la vecina y abrirle la puerta desde dentro. Suben los tres en el ascensor, la chica todo el rato disculpándose por la molestia que les causa, dónde tendré yo la cabeza, Y X subrayando que no es molestia ninguna. En el fondo está encantado de poder ayudar a esta vecina tan despistada, pero tan agradable, que casi podría ser su hija.

La chica se queda en el descansillo, esperando que le abran, y X y su señora entran en casa, donde les abrazan sus hijos, que aun están despiertos. Todos salen a la terraza y la señora X parece tener un presentimiento. Con gesto preocupado dice: –Déjalo, es más fácil que pasemos a la niña, y hace ademán de cogerla y levantarla para pasarla al otro lado. Pero X no quiere que le estropeen su papel de desfacedor de entuertos y se adelanta. Tiene un pequeño taburete junto a la divisoria, que ha usado en las ocasiones anteriores. Ya hemos dicho que está gordo pero con buen tono muscular. Y la cosa es sencilla: basta sujetarse con la mano izquierda en la parte alta del murete, subir el pie derecho desde el taburete hasta la parte más baja, impulsarse hacia arriba y pasar, dando un pequeño saltito, con el cuerpo inclinado hacia el muro del edificio por seguridad, sin dejar de sujetarse con la mano izquierda. 

Así lo hace. Pero, cuando impulsa su voluminosa humanidad hacia arriba, el ladrillo de remate del murete se despega del resto de la construcción. El impulso lleva a X al vacío, adonde cae con el ladrillo fuertemente asido en su mano, delante de toda su familia. Horrible también. ¿Puede aquí haber alguna responsabilidad del arquitecto o del constructor? Lo dudo. Los ladrillos con los que se construyen este tipo de muretes son simples rasillas y no están preparados para trabajar a tracción. Es difícil achacar este suceso a otra causa que a una conjunción de fatalidades. Es como si estuviera escrito en alguna parte. Ciertas religiones impulsan a sus fieles a creer que todo está escrito con antelación. Pues, si así fuera, menudo cabrón el autor de semejante guión. Por eso yo prefiero creer en la fatalidad. En la mala suerte.

La tercera historia le sucedió al músico Eric Clapton en 1991. Clapton tenía un hijo de 4 años que se llamaba Conor, con una chica con la que mantenía una relación intermitente. Y estaba intentando salvar la relación y componer una especie de familia. Con esa intención alquiló un lujoso apartamento de muchas habitaciones en Nueva York, para pasar los tres juntos unas semanas de vacaciones, con sitio en el piso para una niñera que les ayudara. El día antes del suceso, Clapton había llevado al niño al zoo. Ese día se levantaron, Clapton fue a comprar unos bollos y su madre estaba duchándose, cuando Conor se puso a jugar al escondite con la niñera. Uno de sus escondrijos favoritos era en los ventanales, detrás de las cortinas.

Pero ese día no había cristal. Un operario estaba cambiando los cristales desde un andamio exterior. Acababa de retirar el cristal viejo y estaba a punto de reponerlo. Y el apartamento estaba en un rascacielos. Concretamente, en el piso 53. Años más tarde, Clapton le compuso a su hijo muerto una canción que, según cuenta, le ayudó a superar el duelo. Se la voy a dejar como un digno final de este post tan infrecuentemente triste. Su letra es estremecedora: ¿me reconocerás, si nos encontramos en el paraíso? ¿Me darás la mano? ¿Será todo como siempre?
Mis disculpas por el tono de este escrito. No volverá a ocurrir. Que tengan una buena semana. Procuren ser buenos. Y sean positivos. Si nunca les ha pasado algo así, pues celebren su buena suerte. En caso contrario, el ser humano encuentra la forma de aprender a convivir con una tragedia de ese calibre. Es difícil pero no imposible. Algunos lectores me alabaron en su día por mi sangre fría y mi forma de responder cuando me rompí el brazo. ¡Por Dios! Eso fue una minucia. Un percance ridículo. Eso no es nada comparado con una desgracia verdadera. Les dejo con la canción de marras.


jueves, 1 de junio de 2017

638. Viaje a la Toscana III

Tras pasar la mañana del martes visitando los monumentos más destacados de Siena y comer algo, por la tarde tomamos de nuevo el bus en dirección a San Gimignano, a donde llegamos de atardecida. San Gimignano es un pequeño pueblo medieval perfectamente conservado con sus torres altísimas (aquí no vino ningún Farnesio a derribárselas) y situado a unos 50 kms. de Florencia. Como El Escorial de Madrid. Eso quiere decir que, en la temporada turística (prácticamente el año entero, en Florencia), todos los tours-operators incluyen una excursión de un día a este bonito lugar. Es decir, que a eso de las 11 o 12 de la mañana llega un montón de autobuses, que vomitan hordas de chinos, alemanes y demás turistas habituales, que se desparraman por las callejas y abarrotan el pueblo hasta que se montan de nuevo en sus vehículos, en torno a las 8 de la tarde.

En consecuencia, el truco para evitar las masas invasoras es precisamente alojarse en el pueblo. Eso te permite pasear en soledad por los rincones más recónditos mientras anochece. Tomar un spritz-aperol en terrazas semidesiertas, cenar en un bonito restaurante sin tener que reservar y subir a la parte más alta de las murallas a la luz de la luna, a contemplar las estrellas a miles que se pueden divisar desde allí. Incluso tuve la suerte de ver unas luciérnagas, algo que no había conseguido desde mi niñez. Nuestro grupo se alojó en el hotel La Cisterna, en plena plaza mayor. Allí se puede dormir sin otro ruido que el de los grillos, y despertarse con el canto de los gallos. Desayuno, un último paseo, visita a los dos monumentos que hay en el lugar, uno de ellos la Torre Grossa, la más alta de todas, desde la que hay unas bonitas vistas. Y luego al bus, antes de que llegue el turismo tóxico. Aquí la típica vista del pueblo.



En Florencia teníamos tres noches reservadas en el Grand Hotel Adriático. Y dedicamos la tarde del miércoles, el jueves entero y la mañana del viernes a pasear por la ciudad y visitar una pequeña parte de los monumentos únicos que posee esta ciudad, cuna del Renacimiento y la más importante de las ciudades-estado del Medievo. A reseñar la Galería de los Uffizi, la Academia, en donde se puede ver el original del David de Miguel Ángel, Il Duomo, la impresionante catedral, cuya cúpula es conocida popularmente como Il Cupulone, que se ve desde todas partes y la Piazza della Signoría, centro urbano siempre repleto de turistas.

Más Santa María Novella, con los frescos de Ghirlandaio y el convento de San Marcos, en el que Fra Angélico decoró todas las celdas. Florencia es uno de los primeros destinos turísticos del mundo y supongo que ustedes, queridos lectores, han tenido el placer de visitarla y, en caso contrario, pueden encontrar muchísima información sobre esta ciudad maravillosa a la que le sobran los turistas en masa. He de decirles que basta cruzar al otro lado del río Arno (por ejemplo, por el maravilloso Ponte Vecchio), para encontrar esa otra Florencia libre de turistas, donde los florentinos viven su vida urbana y donde hay rincones bonitos y tranquilos, con bares y restaurantes recoletos y baratos y buenas terrazas para tomarse tranquilamente una cerveza. Aquí unas vistas. Empezando por la orilla no turística de Florencia, al otro lado del Arno.



El Ponte Vecchio, arriba y el Baptisterio, abajo.



Arriba, la cara B del David de Miguel Ángel. Abajo un spritz-aperol listo para ser bebido.



Eso sí, para ver bien la ciudad hacen falta entre cinco y siete días. Y ya que hemos mencionado la cerveza, les diré que la mejor es la Moretti (de las que yo probé) y que, en cambio, existe otra llamada Poretti que es malísima y con la que siempre te intentan dar gato por liebre. Así que, cuando vayan a un restaurante italiano y pregunten si tienen birra Moretti alla spina, no se dejen engañar: si les contestan que no hay Moretti, pero sí Poretti que es similar, cámbiense al vino, que los hay excelentes en Italia. Por lo demás, voy a ir abreviando, que no puedo estar un mes contando mis aventuras toscanas, porque la actualidad progresa y, como te descuides, te atropella. El viernes a mediodía tomamos un tren a Pisa y pasamos allí el resto del día, regresando por la noche también en tren. Pisa cuenta con los archiconocidos edificios de la Catedral, el Baptisterio y la torre inclinada, que merecen una visita (la torre, sólo por fuera), además del menos conocido cementerio. Allí se puede disfrutar del delicado encaje de las fachadas, obra, cómo no, de los Pisano, padre e hijo y otros de su escuela. Los habitantes de Pisa eran corsarios bastante violentos, que vivían del pillaje. Por ejemplo, la construcción de la propia Catedral fue financiada con los resultados del saqueo de la entonces ciudad árabe de Palermo.











Finalmente, el sábado recogimos nuestros trastos y nos encaminamos hacia el sur, en dirección al aeropuerto de Roma Ciampino, pero hicimos una última estación en Orvieto, para comer, dar una vuelta por la ciudad, hacer algunas compras y sobre todo visitar la impresionante Catedral, cuya fachada, que pueden ver arriba, está considerada la más bonita de Italia. Nuestro vuelo llegó a Madrid a las 8 de la tarde, y estaba en casa a las 9. Pero me tuve que acostar pronto, casi sin hacer la maleta, porque el domingo tenía el  bolo matinal que les anuncié: la visita de campo a Madrid Río para un grupo de ciudadanos, dentro de la Semana de la Ingeniería. Empezamos a las 10 de la mañana en Príncipe Pío y acabamos cerca del mediodía a la altura del Matadero. Allí me despedí del grupo y todavía tuve fuerzas de subir andando hasta las Bodegas Rosell, en donde me comí un bacalao al horno que estaba para chuparse los dedos. Una siesta, deshacer mis maletas y otra vez a dormir, que el lunes tenía que madrugar para ir al curre. Esta es mi vida. Y que no decaiga.

Quedan algunos temas de interés en relación con este viaje, pero ya los iré intercalando en sucesivos posts. Por ejemplo, la historia de cómo se construyó la cúpula del Duomo de Florencia y la importancia del gran Filippo Brunelleschi. Pero hoy es 1 de junio y por primera vez he debido acudir en Metro al trabajo, porque ya no tengo plaza de garaje. Como saben, las plazas se adjudican por seis meses y, según mis cálculos, el 1 de diciembre volveré a disfrutar de esa prebenda. Además, a partir del próximo día 15 y durante tres meses, mi horario se reducirá en una hora diaria, en honor al verano. Hace ya bastante calor y contra lo que suele pasar cada año, no ha llovido sobre las casetas de la Feria del Libro del Retiro, ni en las corridas de toros. Me temo que se avecina un estío tórrido. En estos momentos estoy en plena época de llegada de delegaciones extranjeras, como ya les iré contando.

Pero hoy, 1 de junio, se cumplen 50 años de la publicación de uno de los mejores discos de todos los tiempos, el Sargent Peppers’ Lonely Hearts Club Band de los Beatles. Hace 50 años, los Beatles estaban hasta los huevos de la histeria que se generaba en sus conciertos, donde las jovencitas chillaban y entraban en trance, y decidieron dejar de tocar en directo y recluirse a grabar un disco que rompiera todos los estereotipos. El Sargent Peppers marcó tendencia durante décadas, fue número uno de ventas durante meses en todos los países y puede considerarse que en el mundo del rock hay un antes y un después de este disco sublime. Como en todos los periódicos han hecho reseñas del evento y contado toda clase de interioridades de su proceso de grabación, me voy a limitar a dejarles el fabuloso tema que cierra el disco: A day in the life. Hoy, 1 de junio, ha sido un simple día en mi vida. He trabajado toda la mañana, he tenido un rato para escribir este post y ahora me voy a la Feria del Libro, donde una amiga mía firma ejemplares de su nuevo libro de poemas. Sean buenos.