En fin, esto de empezar a espaciar los posts de mi blog es adictivo; como cualquier otra droga, uno empieza por pasar de tres a cuatro o cinco días de lapsus, luego a cinco, luego a siete y el tema es imparable, porque, tanto para mí como para los lectores, se va generando lo que se conoce como tolerancia. Si hace un año o dos, yo hubiera estado nueve días sin publicar una sola entrada, mis seguidores habrían sin duda empezado a preocuparse y a mandarme mensajes: ¿te pasa algo? ¿estás malo? ¿estás desanimado? Ahora nadie me dice nada. Tranquilos que ya les explico todo.
En realidad estoy ocupadísimo tratando de mantener mi tren de vida hiperactivo y a la vez preparar una presentación gráfica para mi clase del próximo día 14 en París, cuyo tema base hace muy poquito tiempo que Alain me reveló y que no tiene apenas nada que ver con mis clases de años anteriores. Para ello he tenido que visitar a diversos colegas en busca de imágenes de sus proyectos urbanos y tratar de elaborar un discurso enhebrado sobre esas imágenes. Por si eso fuera poco, además estoy ocupado organizando el programa de la visita de los alumnos de Paris en la primera semana de abril, que tiene también su intríngulis. Y, por último, estoy programando un proyecto de gran envergadura, a desarrollar a partir de mediados de abril, del cual no les puedo todavía dar detalles, hasta que esté decidido y planificado, que ya saben que trae mala suerte anunciar las cosas antes de que estén aseguradas.
Este proyecto, ya les adelanto que va a influir en la dinámica del blog, de la manera que se precisará cuando toque. De momento, todos tranquilos, que yo sigo mi camino y ahora les pongo al día de mis actividades recientes más destacadas no relacionadas con mi presentación, la organización de la semana lectiva de abril, ni mi proyecto misterioso. Empezaré por decirles que mi admirada Samantha Fish no se ha llevado finalmente el Grammy al mejor álbum de blues contemporáneo de 2023, en la Gala que ha tenido lugar esta noche pasada en LA. Finalmente el premio ha recaído en el último álbum de Larkin Poe, el grupo que encabezan mis también admiradas Rebecca y Megan Lovell. Sam ha publicado un mensaje diciendo que para ella ha sido un honor participar y que espera ganarlo otro año. Así es como se encajan los golpes, con espíritu deportivo. Sam, como mandan los cánones, se hizo confeccionar un vestido específico para la Gala, sin renunciar a su estilo, con el que posó en el photocall antes de entrar al salón de actos. Vean la imagen.
¿Cómo dicen? ¿Que tendría que haber adelgazado un poco antes de enfundarse el vestido? Desde luego, mira que son ustedes malos/as y envidiosos/as. Sam no es modelo, le gusta mucho comer bien y la cerveza entre otros placeres y ella no vive de su imagen sino de su música, por lo que sería absurdo que haga un ayuno de varios días para poderse meter dentro del uniforme, como hacen las actrices que van a los Oscar. La verdad es que yo no tenía muchas esperanzas de que ganara, porque el disco nominado no me entusiasma demasiado, en comparación con los anteriores. Además, tenía grandes competidores, como el gordo (ese sí) Christone Kingfish Ingram o las chicas de Larkin Por, que finalmente ganaron. Rebecca y Megan se hicieron coser unos vestidos idénticos muy coloridos con los que también posaron en el photocall, como pueden ver abajo. Vean también el momento del anuncio del premio y como ambas se lo dedican a sus maridos y a su hermana mayor Jessica, con la que empezaron formando el trío de bluegrass The Lovell Sisters.
Por cierto, Samantha Fish y Rebecca Lovell comparten cumpleaños: el pasado 30 de enero, Sam cumplió 35 y Rebecca 33. Ya me encargué de enviarles sendas felicitaciones por sus redes sociales. Ese día, en medio de una serie de actividades insertas en los temas que les he comentado más arriba, tuve una interesante reunión con Nacho de Frutos, que es el director y propietario de la academia de yoga a la que vengo acudiendo desde hace dos años y medio. Yo empecé con mi amiga Elena de profesora y tuve la sensación de avanzar y aprender mucho hasta que ella se dio de baja de la academia. A partir de ese momento, mi sensación era la de estar un poco estancado en mi aprendizaje y me veía muy torpe en comparación con los demás alumnos de clase, como saben, básicamente chicas muy jóvenes y flexibles.
Nacho me explicó que estaba totalmente equivocado. Me dijo que en el Ashtanga Yoga hay tres niveles de aprendizaje y que, con unas pocas excepciones, todos los alumnos están en el nivel 1. Pero yo argüí: por ejemplo, las transiciones entre postura y postura, los demás las hacen con unos saltitos muy estéticos, mientras yo hago unas transiciones ratoneras más feas. A esto me respondió que lo de los saltitos es una cosa puramente acrobática que la gente hace para darse pisto, sentirse más gráciles y hasta ligar un poco; que lo importante son las sucesivas posturas en sí mismas y el acompasar la respiración en todas ellas. Mi hijo Kike, que lleva más años que yo en el yoga, me confirmó esa noche que era exactamente así. Por lo demás, Nacho me dijo que voy muy bien, que soy un alumno cojonudo que se esfuerza y progresa y que en más de 20 años que lleva dando clase nunca había conocido a nadie que empezara con el yoga después de los 70 y que le tengo admirado.
Lo que le faltaba a mi ego. Bien, el día siguiente, miércoles 31, vino marcado por mi paso por el quirófano de pequeñas intervenciones de la Clínica Puerta de Hierro, en Majadahonda. Allí estaba citado para que me extirparan dos carcinomas, uno bueno y uno malo, además de tomarme una biopsia de un tercero, en la nariz, del que los dermatólogos no se pronuncian sobre si es bueno o malo y quieren saberlo antes de decidir qué hacer. Acudí con mi coche después de resistir las presiones de varios amigos, amigas, ex y mediopensionistas, que insistían en acompañarme; que cómo iba a ir solo a una cosa así. Hombre, un chofer quizá me hubiera sido de utilidad, pero no imprescindible. Estaba citado a las 15.30. Llegué a las 15.00. Y no me llamaron hasta las 17.00. Luego estuve otros quince minutos esperando en un antequirófano y quince más vestido con la humillante bata con apertura trasera (que siempre he pensado si sería para los pedos).
Cada una de las tres intervenciones exige anestesia local, lo que supone dos pinchazos por operación, bastante dolorosos. Luego, te cosen con unos puntos y ¡hala! para casa. Me pasé todo el rato bromeando con la doctora, que no me encontraba el carcinoma del cocoroto y le dije que seguramente, desde que supo que lo iban a extirpar, se había acojonado y estaba intentando camuflarse, en una estrategia defensiva similar a la de ciertos insectos. Al terminar, me vestí, me tomé una caña en la cafetería del hospital y enfilé directamente a Palomeras para mi clase de guitarra (había tenido la precaución de cargar la eléctrica en el coche antes de salir, en previsión del retraso típico de estas cosas). Luego de la clase, llevé el coche a mi garaje, me obsequié con un sushi en el Jinode, que está al lado de casa y subí a verme en el espejo. Esta es la imagen.
Me dijo la doctora que durante 48 horas no me tocara nada en las tres áreas intervenidas. En cuanto pasaron, me desnudé, me di una ducha a temperatura templada y fui arrancando los esparadrapos. En la nariz tengo un punto y en los otros dos como cuatro o cinco en cada uno, unos verdaderos zurcidos que no aprobarían en un curso de costura, en donde serían seguramente tildados de currufones o culos de pollo. Me los lavé bien con agua y gel de ducha, me sequé y procedí a reponer los apósitos. El día 12 y no antes, he de ir al Centro de Salud de mi barrio a que me quiten los puntos. Espero que no me toque ninguna Tía Vinagres o china displicente, que tengo yo muy mala experiencia de ese centro. En cuanto a los resultados de las tres biopsias tomadas, me los darán entre cuatro y seis semanas después de las intervenciones, es decir, en cualquier caso a la vuelta de mi viaje a París.
Los dermatólogos hacen biopsias hasta de los restos de comida. En realidad, a mí me han extirpado los dos granitos porque han decidido que el del cocoroto es malo y hay que llevárselo rápido. Pero, ya de paso, me han quitado el del pecho que es bueno. ¿Por qué? Pues por la eventualidad de que en un futuro se malignice. Es decir, que esto es como la unidad de precrimen que salía en la excelente película Minority Report, que trataba de una patrulla que iba deteniendo a la gente cuando comprobaban que estaban empezando a pensar en cometer un crimen. Es el mismo procedimiento que usa el juez García Castellón, que dice que los del tsunami democratic no cometieron ningún acto terrorista, pero tenían in mente (sic) hacerlos. Y lo de los carcinomas buenos y malos me recuerda también a los socialistas buenos que buscaba Vox, para que se transmutaran en trásfugas y votaran a Feijoo.
Estas sesudas reflexiones metafóricas nos llevan al sábado pasado, anteayer, en que tenía invitados a comer en casa: Henry Guitar y Críspulo el batería, el primero acompañado por su señora, que finalmente estaba pachucha y no vino. Quería que probaran mi legendario potaje de garbanzos espinacas y bacalao, cuya receta ya les he explicado en el blog y pueden encontrarla en la etiqueta cocina, aquí a la derecha. Para ello, el martes por la noche puse a desalar una oreja grande de bacalao bien troceada. El miércoles por la mañana le cambié el agua y por la noche, a la vuelta de mis aventuras quirúrgico-músico-orientales, volví a cambiarle el agua y puse también los garbanzos en remojo. El jueves cociné el potaje en mi cocotte, y le puse dos chiltepines en vez de tres como cuando me lo hago para mí, para que mis amigos no sufrieran con el exceso de picante. Luego lo dejé enfriando en el fogón y por la tarde lo metí a la nevera a que pasara 48 horas, como mis heridas sujetas con puntos.
Les diré que estaba exquisito, de los que mejor me han salido. Nos tomamos unos vermús en la terraza al sol de mediodía con unas aceitunas de Campo Real y un plato de jamón granaíno de entrante y luego entramos a comernos el potaje al cuarto de estar, que cuando el sol se oculta tras las casas del otro lado de la calle, en la terraza empieza a hacer frío. Todos repetimos, Henry en dos ocasiones. Rematamos luego con un postre que trajeron ellos acompañado de unos cafés de mi De Longhi Magnífica. Como no habían venido nunca a mi casa, les mostré mi magnífico sombrero Stetson, como los que usaba John Wayne, que me compré en un capricho, en Tucson (Arizona) en un viaje inolvidable por el norte de Mexico. Mis amigos se lo probaron y abajo el testimonio gráfico de la ocasión.
Tras semejante comilona, nos colocamos para echar la siesta reglamentaria, momento que eligió el gran Tarik Marcelino para probar encima de cuál de los tres se estaba más cómodo. Finalmente, eligió a Henry, que cayó como un muerto. Críspulo se removía mucho y a mí me tiene muy visto. Nuevos testimonios del evento.
Por la tarde, procedí a mostrarles los instrumentos musicales que tengo en casa y que ellos no conocen, la guitarra que me regaló un querido amigo y el bajo que usó mi hijo Kike durante los cinco años que tocó en el grupo de hardcore Memories. Quedé en llevárselos a la escuela para que intenten ponerlos a punto con un lutier vallecano que controla Henry. Porque mi amigo Juanmi el Guitarrero, el lutier del Barrio de las Letras lleva más de un año desaparecido, desconozco qué problemas tiene. Críspulo quiso hacerse una foto con el bajo y el sombrero, para presumir ante los colegas del grupo Los Pure Tons del que es batería titular, y abajo tienen el resultado.
Después, para redondear un día completo, bajamos a la calle a tomarnos un último vino en el Bareto, un antro medio moderno de los que en los últimos años han sustituido a los bares de toda la vida de la zona de Atocha. Y nos despedimos a la puerta del Metro. Pero nuestro fin de semana no terminaba aquí, porque el domingo a mediodía teníamos reservadas entradas para ver un concierto de blues fabuloso en la Taberna Alabanda, un antro mítico del Lavapiés profundo, en donde la Sociedad del Blues de Madrid (SBM), de la que soy socio, organiza algunos conciertos los domingos, con un doble pase antes y después de comer, lo que permite que en el intermedio pidas algunas raciones, que es con lo que hace negocio el bar. Aquí el cartel anunciador.
En el blog hablé yo de Jack Smith once upon a time, es decir, hace una eternidad, creo que hace más de diez años, cuando me lo presentó una amiga común. Por entonces se hacía llamar Smiling Jack Smith y tocaba a menudo solo y a veces acompañado por su amigo David Gwynn y un tercero en discordia que tocaba la tuba. Eran tres norteamericanos que tenían diferentes trabajos en su tierra pero que, hace 40 años o más, decidieron dejarlo todo para venir a España y dedicarse a su pasión por el blues (no me extrañaría que su venida tuviera que ver con escaparse de la guerra de Vietnam). El caso es que les encantó nuestra forma de vivir y ya se han quedado. Lo que pasa es que Jack, que ya por entonces era bastante mayor, se marchó a la sierra de Guadarrama y hace tiempo que es difícil de escuchar, a menos que te desplaces a lugares como Cercedilla o Galapagar. Ahora se han buscado un contrabajo que responde al cortazariano nombre de Héctor Oliveira y es buenísimo.
La Taberna Alabanda es un lugar pequeño, en el que caben sentadas unas 45 personas. Antiguamente, no tenía mesas y entraban 60 oyentes de pié, pero ahora han decidido mejorar la comodidad. Lo que pasa es que hay que reservar entradas con tiempo porque se agotan enseguida. Yo había pedido una de socio y dos de amigo y nos dejaron alrededor de un barril, donde cayeron unas cuantas cervezas, antes, durante y después de las raciones del intermedio. Henry conocía a David Gwynn, al que tuvo de profesor cuando empezaba con la guitarra. Se trata por tanto de gente muy mayor. Yo creo que Jack pasa ya de los 80 y David seguramente es mayor de 70. Tocan las composiciones de Jack, algunas de ellas memorables, como esa que se llama The Truth is Gone: bajé a la esquina, a buscar la verdad, pero la verdad se había ido, busqué a un amigo que me diera la verdad pero la verdad se había ido (luego busca a un cura, a un rico, va a ver al presidente, pero todos le dicen lo mismo). Tomé un vídeo de parte de ese tema; con mi nuevo teléfono que aún no controlo, salió bastante borroso, pero el sonido es bueno. Véanlo.
Jack sigue tocando su guitarrilla de siempre, aunque a veces le gusta usar la afinación abierta, como hacen los buenos músicos. Pero normalmente tienen varias guitarras, cada una con una afinación diferente, Samantha cambia todo el rato de guitarras, a veces en medio de una canción. Jack sólo tiene una guitarra y debía dedicar unos minutos a cambiar la afinación cada vez que decidía hacerlo, de lo que se disculpó diciendo que su coche es muy pequeño y allí no le caben dos guitarras. Está mayor Jack, a quien saludé en el intermedio y le presenté a mis colegas. Tanto él como yo hemos dejado de ver a nuestra vieja amiga común por distintas circunstancias que no vienen al caso. En cuanto a David Gwynn, tiene una telecaster fabulosa, con la que se marca unos punteos que poca gente hace por estas tierras. Aquí los tres músicos al final del concierto.
Acabado el evento, salimos a la luminosa tarde de domingo de Lavapiés, con las terrazas petadas, como si emergiéramos de un platillo volante y fuéramos aliens. Caminamos hasta el Metro de Atocha y nos despedimos. Mis amigos tenían después ensayo con el colectivo La Palmera y me ofrecieron sumarme, pero yo estaba cansado y decliné la invitación. Quería además ver por Internet el partido del Dépor, que parece que vuelve por sus fueros y ya lleva tres victorias seguidas, la de ayer por 4-1. Estos últimos fines de semana el fútbol me está dando bastantes alegrías, entre la que no es la menor el hecho de que pierda el Barça y ver la cara de mosqueo que se le pone a su entrenador Xavi. Este señor no es consciente de la rechifla que nos traemos muchos futboleros a cuenta de ese careto que se le pone. Millán, el de Martes y Trece, le haría una imitación fabulosa. En fin. Que sean buenos y no se vengan abajo.
Xavi fue un gran jugador, pero es un entrenador pésimo. A este paso el Dépor se va a encontrar al Barça en Segunda División.
ResponderEliminarMe encantaría eso, pero de momento no es más que un delirio. Si seguimos jugando bien nos podemos encontrar en Primera en dos años.
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