El vórtice, como sin duda saben, es ese punto central de la espiral eólica que llamamos huracán, en el que se genera una especie de calma chicha sin vientos apreciables, que depara una falsa sensación de tranquilidad, amenazada por peligros reales o potenciales, o incluso imaginarios, que amenazan con arrasarnos en segundos. Mañana domingo, mis hijos viajan con su madre a reunirse en el norte de Lugo con su familia materna y pasar juntos la Nochebuena. Yo, un año más, me veré acogido en la casa de mi hermano Antonio, a donde tendré que acudir andando o en Metro, porque mis hijos, como de costumbre, me han pedido el coche para su viaje a las tierras del norte. Ayer empaqueté y envolví perfectamente el regalo que me ha tocado hacer para el amigo invisible y hoy he pasado por el mercado de Antón Martín para hacerme con una buena provisión de gambas de Huelva ya cocidas, que aportaré a la cena familiar como cada año.
En la pescadería, donde hace unos días constaté que no pensaban abrir el día de Nochebuena por ser domingo, había esta mañana una cola espectacular, que atestaba la acera de los impares de Santa Isabel, de modo que los peatones debían salirse a la calzada para seguir su camino. He estado en la cola casi una hora. En estas condiciones, yo creo que es fundamental el orden y estar muy pendiente de lo que va pasando, como estoy yo en general a todas horas. Pero, al momento de llegar, pregunté quién daba la vez y nadie me lo sabía decir. Hube de rastrear uno a uno: a ver, ¿usted a quién se la ha dado? Mi pesquisa terminó cuando alguien me señaló a una señora que estaba en el rincón derecho abstraída en la contemplación del móvil. Le pregunté y me dijo que sí, que la última era ella. Esto ya me molestó porque, si llegas a un sitio en el que hay semejante bochinche (agudizado por la incertidumbre de que se acaben las gambas o lo que vayas a comprar; el año pasado, el siguiente a mí en la cola se quedó sin gambas) y te dan la vez, no es de recibo que te abstraigas en tu mundo privado y no estés atenta a los que vienen detrás y piden la vez a voces.
Ya me cayó mal la señora en ese momento, pero la cosa siguió su curso. Cuando terminaron de atender al cliente anterior y el pescadero empezó a llamar a gritos al siguiente, le dejé un poco de margen a mi antecesora pero, ante su absentismo clientelar, la avisé: señora, que ya le toca. Sin mayores apuros, la doña guardó el móvil y empezó a pedir el pescado que buscaba. Ni las gracias me dio (yo podría habérmela saltado sin que se enterara), ni se disculpó con los demás o con el pescadero. En fin, hasta aquí todo entra en lo que podemos considerar normal o previsible; hay gente despistada y no tiene mayor importancia, a veces los atropellan o les roban o les adelantan en la cola, pero es problema de ellos. Lo peculiar es lo que viene ahora. Porque la señora pidió un pescado que no tenían en ese momento y el pescadero llamó a gritos al mozo para que le trajera uno de la cámara frigorífica. La señora tenía que esperar y entonces deslizó su comentario venenoso: –No importa, espero lo que haga falta y así le puede usted ir atendiendo a este señor, que está tan ansioso.
Hay que tener mala uva. Perfidia típicamente femenina y no quiero ofender a la mitad del género humano (porque para mí, el único género que existe es el humano; lo otro son sexos, como se precisaba en los formularios antiguos: sexo, V o M). Yo no estaba ansioso, pero sí me estaba poniendo un poco nervioso la pachorra de esta señora a un móvil pegada, así que no podía dejar correr un comentario tan inconveniente. Con la mejor de mis sonrisas le dije: –Señora, yo no estoy ansioso, sólo estoy pendiente de lo que sucede a mi alrededor, por respeto a los demás clientes. Debería haber añadido “y no abstraído en lo que me muestra el móvil, como hacen otras”, pero esa maldad no se me ocurrió hasta después, como suele suceder, y casi mejor, porque habría sido como ponerme a su altura de vieja amargada. La doña cerró la controversia con una media sonrisa, antes de enfrascarse de nuevo en la pantalla de su aparato, mientras el pescadero pesaba mis gambas y el resto de clientes me hacían llegar un silencio que quise interpretar como aprobatorio de mi conducta y mano izquierda.
Un incidente nimio para aderezar estas horas previas al primero de los vórtices del huracán navideño, porque no debemos olvidar que luego viene la Nochevieja y los Reyes. No saben cuánto deseo que se acabe todo esto para que las calles de mi barrio vuelvan a estar practicables, se reanuden el yoga y las clases de guitarra y mi vida se normalice para afrontar el año venidero. En estos días de preparación he cumplido con mis compromisos, estuve viendo a Osi y el Chikitín en la Bombonera de Vallecas, cené con mis amigos en La Llorería, donde creo que cada vez se come mejor, eché la mañana del miércoles en Torrelodones adonde subí a hacer una serie de gestiones que no les detallo, comí luego en el Matilda, fui a mi clase de guitarra y por la noche acudí a la T4 a recibir a mi hijo Kike. Lucas llegó al día siguiente y abajo ven cómo les ha recibido el gran Tarik Marcelino.
Para recibir a mis hijos, hice varias compras, como por ejemplo un champú a la altura de los que requiere Kike, que no se lava la cabeza con cualquier cosa. También me preocupé de tener la despensa bien surtida y de cosas como cortarle las uñas a Tarik, para que no las use como cuchillos contra ellos, en sus frecuentes juegos. Pero sobre todo, adquirí un pandoro en El Corte Inglés, después de chequear en la información de la OCU que es el más saludable de todos los que se venden por ahí. El pandoro es uno de los bollos más prestigiados de Italia, aunque menos conocido internacionalmente que el panettone. El pandoro no tiene tropezones de pasas ni frutas de ningún tipo, es un simple bizcocho bien cargado de mantequilla y con aroma de vainilla. Pero lo que más me gusta de él es que conlleva una liturgia específica.
El pandoro viene en una bolsa de plástico y fuera trae un sobrecito de azúcar glas. Antes de estrenarlo, hay que verter el contenido del sobrecito en la bolsa, cerrarla de nuevo y agitarla vigorosamente en el aire como una coctelera, para que el azúcar se reparta uniformemente por todo el exterior del bizcocho. Y de esta tarea, se encarga tradicionalmente el padre de familia, lo mismo que de descorchar las botellas de prosecco o del caldo que beba la familia italiana de turno. Ayer, primer día en que estuvimos los tres para desayunar, me hice cargo de la ceremonia, como corresponde a un buen padre, aunque no sea italiano. Lucas no conocía todo esto, pero le encantó el bollo y, en apenas dos días, entre los tres hemos dado cuenta de más de la mitad del pandoro, como atestigua la foto que acabo de hacer y que les muestro.
La bolsa de plástico es clave para una adecuada conservación de varios días, como ya se imaginan. Pero es hora ya de que les cuente que llevo unos días con un trancazo importante. Es ese catarro que al parecer está sufriendo media España, que empieza con una tos irritativa seca, luego continúa con mocos nasales y luego parece que va bajando a los bronquios. Digo parece porque yo no he llegado a esa fase. El tema apuntaba ya cuando acudí al aeropuerto la noche del miércoles y, por instancia de Kike, me hice la prueba del Covid al día siguiente, prueba que salió negativa. Vale, hay muchos virus sueltos por ahí, dicen los médicos y corroboran los epidemiólogos, que hablan de la revancha de los catarros de toda la vida contra la pandemia que los tuvo arrinconados unos años (cuando no nos quitábamos la mascarilla ni para lo que ustedes están pensando ahora mismo y no hace falta que les detalle).
Todo eso está muy bien. Pero yo tengo una interpretación paralela, más acorde con la línea místico-poética de este blog. Es la siguiente. Yo vengo estando un poquito justo de ánimos en los últimos tiempos, desde el bajón subsiguiente al regreso del fabuloso viaje a Londres que quedó aquí profusamente detallado, como ha detectado un lector anónimo sagaz que me envía ánimos al post anterior. Por unas cosas o por otras, he dejado de correr. No es para siempre, espero, pero esto del running requiere una cierta continuidad; no se puede bajar a correr hoy, y volver a hacerlo dentro de una semana. Entre el viaje y otros asuntos, llevo tres meses sin bajar a correr al Retiro. También estoy escribiendo menos en el blog, una tribuna que empieza a dar algunos signos de agotamiento, aunque en este caso espero revitalizarlo pronto.
El caso es que, una vez vuelto de Londres, me quedé directamente expuesto a la llegada de la Navidad, una historia que ya saben hace años que no es muy de mi gusto. Otros años, tenía muchos apoyos para pasarla con cierta dignidad, pero este año, dos de mis principales apoyos me están fallando. Ni corro ni afronto el mantenimiento del blog con demasiada ilusión, después de haber perdido este año a dos de mis más fieles, entusiastas y queridos lectores. Así que, entiendo que he bajado un poco la guardia, en dos temas cuya asiduidad o no, se realimenta sola. He bajado los brazos. Y cuando yo bajo los brazos, me suelo poner malo. No recuerdo cuándo fue el último catarro que me pillé. Hace una eternidad o, como dicen los ingleses: once upon a time. En resumen, que llevo tres días sobreviviendo a base de ibuprofeno. Y por supuesto, de escuchar a Samantha Fish. Mi hijo Kike me filmó ayer en el noble arte del samanthing, para dejar constancia, en el vídeo que les pongo abajo.
Los millennials como Kike suelen hacer estos clips muy cortitos y espontáneos, no como los más largos que idean los boomers como yo. Ya ven que estoy envuelto en ropa para conjurar el frío que se me mete en los huesos, mientras mis hijos andan por aquí en camiseta. El caso es que hoy, aparte de bajar a por las gambas, no he salido. Kike se ha ido con la bufanda del Atlético de Madrid a encontrarse con sus amigos fans y acudir al Wanda a ver el partido, que era a las cuatro. Lucas ha desaparecido también, sin decirme adonde iba. Así que me he quedado solo con Marcelino, rumiando mis penas. Y me he puesto, una vez más a escribir para ustedes. A pesar del trancazo, sigo al tanto de la actualidad política, a pesar de lo aburrida que es, al menos la española. Me preocupa mucho la deriva argentina, el tal Milei me parece un mastuerzo, que no les puede traer nada bueno. Al menos, desde que ganó ya no sale con la motosierra, pero sigue pareciendo igual de bruto.
No me produjo ese efecto, por ejemplo, la llegada al poder de la señora Meloni, de derecha profunda y conservadora, pero muy preparada, algo que no se puede decir de este fantoche porteño (ni de Abascal). Son países, en cualquier caso, no centrales. En donde de verdad nos lo jugamos todo es en las elecciones USA de dentro de menos de un año. Si Trump llegara al poder, sería una verdadera catástrofe. Y es penoso que los demócratas no tengan a nadie un poco menos anciano que Biden, al que cada día se le ve más gagá. Al lado de esto, nuestras mínimas escaramuzas son pecata minuta, o como decía el señor Caneda, a la sazón presidente del club de fútbol Compostela, pataca minuta. Por ejemplo, resulta que el otro día Ortega Smith le tira una botella de agua a uno de Más Madrid, durante el Pleno (eso se dice al principio). Luego el propio agredido precisa que el agresor lo que hizo fue dar un manotazo en la mesa, lo que provocó que la botella saliera volando, sin darle al agredido ni de refilón.
El incidente empezó porque Ortega, tras dar uno de sus discursos habituales, pasó al lado del otro, quien masculló para sí mismo la frase Qué asco, lo que desató la respuesta de matón del tipo. Y el agredido lo reconoce así. Desde luego, estos de la izquierda es que no aprenden. Hace poco, la señora Ayuso, tildó a Pedro Sánchez de hijo de puta, tal como captaron las cámaras. Pero esta señora no lo reconoce y dice que dijo me gusta la fruta. Y MAR, que es un genio, ha llenado los actos posteriores del PP de cestos de fruta que se regalan unos a otros. El ahora agredido (no me voy a aprender su nombre), podría sostener que dijo me gusta el tabasco. O me pica y me rasco. O menudo fiasco. O vengo de un atasco. O aquí hay que ponerse casco. O toma del frasco Carrasco. O me voy a comer un churrasco. Pero, nada; que no aprenden.
Con estas minucias, lo lamentable es que la gente no se fije en que el señor Almeida está utilizando los Plenos municipales, no para tratar de los temas de Madrid, sino para atacar a Sánchez, en sintonía con Ayuso, lo que le viene muy bien para que no se hable de los árboles que está talando por centenares en Madrid Río y en el Barrio de Comillas. No sé de qué se quejan en esta ciudad, que lo ha votado por mayoría absoluta hace cuatro días. Ahora que se jodan si les cierran el Retiro un día sí y otro también, o si les despluman el parque Madrid Río como un pavo para la Navidad. Ya ven que, sólo con ponerme a escribir para ustedes, me voy poco a poco reanimando, primer paso para curarme del trancazo, según mis parámetros blogueros. Prometo empezar a escribir con más asiduidad.
Por lo demás, aquí en España seguimos ocupando nuestro puesto en el mundo globalizado. No somos Francia, ni el Reino Unido. Ni siquiera Italia. Pero vamos tirando a nuestro buen saber y entender. Mucho peor están en dos tercios del globo, incluyendo toda África, Latinoamérica y buena parte de Asia. Sin irse muy lejos, en Marruecos sufrieron un tremendo terremoto este año. La cosa fue tan grave que el rey Mohamed tuvo que venir apresuradamente de París, donde pasa la mayor parte del tiempo, para dirigirse a la población y darles ánimos. Vean de que guisa se presentó y juzguen por ustedes mismos.
Hombre, yo entiendo que no se pudiera limpiar las legañas o afeitarse un poco, pero al menos podría haberse quitado el pijamón, para disimular. No es de extrañar que la gente del otro lado del estrecho se suba a las pateras. Y los que se adaptan bien a nuestro mundo, lo pasan bien y les queda margen para mandar dinero fresco a sus familias. Así que es tontería que nos quejemos: estamos donde estamos y ojalá el año que viene podamos decir lo mismo. A ver si se calma un poco la cacofonía del facherío, jaleada por fachapobres y cayetanos, y nos dejan vivir tranquilos. El año pasado les felicité las navidades en coreano. Pero ya que hemos hablado de África, esta vez les dejó con la felicitación de los niños del Masaka Kids Africana, un grupo radicado en un refugio solidario de Uganda. No cabe duda de que por allí es por donde nació la música y el ritmo. Lo dicho, que pasen una feliz Nochebuena, seguimos a la vuelta.
Cuídese, que este año los resfriados vienen muy malos. Y ya es bastante coñazo la Navidad, como para encima pasarla constipado.
ResponderEliminarGracias, amigo. La verdad es que salgo de estas fiestas con una sensación agridulce, con alivio de que se terminen y un poco cascado por la enfermedad. Feliz año, amigo.
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