Sí, señor. Aquí me tienen un año más, dispuesto a pasar la fiesta de fin de año totalmente solo en casa, aunque este año con la impagable compañía de mi querido gato, cuya aparición en mi vida es sin duda la novedad más trascendente de todas las que se han suscitado en este año que termina, cuyo resumen ya haré en algún post posterior, si es que tengo ganas. Para empezar, quiero recordarles la canción cuyo título parodia el de este texto. Stealers Wheels fue una banda efímera de rock surgida en Escocia a comienzos de los 70, es decir, hace más de 50 años. Formaron esa banda dos compañeros de escuela y amigos de la infancia: Joe Egan y Gerry Rafferty. Debutaron en 1972 y se disolvieron para siempre en 1975. En ese breve lapsus, lograron algunos éxitos notables y sobre todo esta canción que ha pervivido a lo largo de los tiempos. Escúchenla; se la pueden dejar de fondo sonoro, si lo prefieren.
Después de publicar algunas maravillas como esta, ambos músicos se pelearon y disolvieron el grupo, lo que les llevó a una lucha de varios años por los derechos. Luego, Rafferty emprendió una exitosa carrera en solitario, con hitos como el archiconocido tema Baker Street, con su inolvidable riff de saxo, que ya les puse en el blog con motivo de mis andanzas londinenses. Hace ya varios años que se murió este rockero de voz tenue y extraordinaria sensibilidad. La trayectoria de Egan es totalmente opuesta: sacó un par de discos en solitario que pasaron sin pena ni gloria, tras de lo cual abandonó la música y pasó a trabajar para el grupo editorial que regenta su familia, del que creo que actualmente es una especie de director ejecutivo (este no se ha muerto).
La canción, las armonías, el arreglo, la voz desmayada de Rafferty, suenan como si estuvieran grabadas en estos días. Sin embargo, tienen más de 50 años. Es que los de mi quinta tenemos que asumir que somos muy mayores, que nuestras referencias se hunden en los 60 y 70, que hace unos días el gran Keith Richards cumplió nada menos que 80 años. Yo inicié este blog hace más de once años, cuando no me consideraba para nada viejo y, a lo largo de sus años de desarrollo ustedes han podido asistir en directo a mi asunción progresiva de la vejez y la conciencia precisa de que más o menos estoy en el final del camino. Keith Richards dice que, cada vez que cumple años, se sorprende de no haberse muerto todavía. Y que le encanta hacer el amor a estas edades, porque uno no sabe si va a llegar al orgasmo o a un infarto. Genio y figura. Otros no parecen tan felices. Vean una imagen del homenaje que se le hizo a la memoria de John Lennon en Central Park, como cada 8 de diciembre. Se trata de tres rockers excelsos que se sumaron al homenaje. A ver si los reconocen.
¡Qué van a reconocer! Les digo: de izquierda a derecha, Graham Nash, Judy Collins y Art Garfunkel, este último con la cachaba y la gorrilla de los jubilados neoyorkinos. De alguno, tal vez ustedes pensasen que estaba muerto. Y hasta puede que estuvieran en lo cierto, y perdón por el humor negro. Esto no hay quien lo pare y cada Navidad es para mí otro período que hay que pasar como se toma uno un medicamento. Hace años que vengo organizando en mi casa la Fiesta del Solitario, para lo cual empecé por poner diferentes excusas: que no tengo con quién, que no me apetece ver a determinada gente que me acogerían con gusto. Algún año me he hecho un pulpo a la gallega con cachelos, otras veces unos simples huevos fritos y este año aun no he decidido cómo festejarlo, salvo las doce uvas que ya tengo compradas. Mis hijos se han largado, Lucas a Murcia con su chica y Kike algo más cerca con su madre, o sea que podría venir a comerse las uvas conmigo pero entiendo perfectamente que tenga planes más atractivos.
Esta diáspora filial se completa con la realidad de que, por mucho que sueñe, es prácticamente imposible que encuentre una pareja, tarea en la que he puesto empeño en años anteriores y ya casi no en este. Las mujeres son para mí una demostración viviente de la teoría algebraica de los conjuntos disjuntos, como ya les conté. En álgebra se considera conjuntos disjuntos a aquellos grupos de elementos que no tienen ningún punto en común, ni siquiera de tangencia. Pues las mujeres forman dos de esos conjuntos disjuntos. De un lado, están las que me gustan, algo inevitablemente ligado a una cierta lozanía, como la de las flores. Para las mujeres de este conjunto, yo no existo. Es que ni me ven por la calle y no las puedo culpar por ello. El otro conjunto es el de las que se interesan por mí, me hacen ojitos, me ríen las gracias, etc. El problema con estas es que no me gustan, como tampoco me gustan las flores marchitas. Disculpen que sea tan crudo.
¿Que puede que un día encuentre un punto de tangencia entre ambos conjuntos? No es probable, pero sí posible, yo soy un solitario sociable, simpático y amable y tampoco soy demasiado exigente dadas las circunstancias. Así que no cerremos ninguna puerta. Pero seamos realistas. Aunque este año, me ha venido a surgir una disculpa perfecta para no tener que dar ninguna excusa a los bienintencionados que insisten en invitarme a sus saraos: el famoso trancazo que les relataba el otro día, todavía no se me ha curado y continúa jodiéndome minuciosamente la existencia. Hace como veinte años que no me pillaba un constipado como este, que me dura ya once días contando este sábado 30 de diciembre. He hablado con un médico de primaria amigo mío que me ha dado la siguiente explicación.
Después de los años en que los catarros se habían reducido por las medidas preventivas anti-Covid y la predominancia del propio Covid que se comportaba como un matón de colegio, este año estamos sufriendo el contraataque. Por un lado nos hemos descuidado, dicen, pero es que además, el frente de los virus tiene tres agentes activos: la gripe A, el propio Covid y el llamado virus sincitial, o VRS. Yo me vacuné de los dos primeros antes de viajar a Londres, pero no tenía ni idea de que había un tercero. Mi hijo KIke, nada más bajarse del avión, me anunció lo que me esperaba, porque era lo mismo que le había pasado a él. La cosa, que dura al menos diez días, empieza con una tos seca irritativa sin mocos aparentes. Lo que pasa es que a mí esa tos ya me impedía dormir y eso de no dormir, te va minando poco a poco.
A continuación, te deja de picar la garganta y empiezas con mocos de nariz muy líquidos. Luego esos mocos se van espesando y van bajando a la garganta, pecho, vuelta a la garganta, vuelta a la nariz. Conmigo el jodido VRS se está dando un guateque prolongado. La cosa puede ser grave en bebés (donde degenera en bronquiolitis severa) y en ancianos que están muy pochos, digamos, como Joe Biden, el mejor contrincante que el Partido Demócrata tiene para oponer a Trump, que manda cojones. Este virus puede cursar con episodios de fiebre o no; en mi caso no creo haber tenido fiebre. A mí, lo que me mata es que no duermo, unos días por la tos que me desvela y otros porque la mucosidad que tengo en las vías altas me induce el miedo a no poder respirar, por lo que intento eliminarla por todos los medios, con resultados mediocres. Llevo sin dormir adecuadamente más de diez días. Mis noches son totalmente toledanas y el bueno de Tarik está seriamente preocupado.
Pero ya mi amigo médico me ha dicho esta mañana que se trata del VRS, virus respiratorio sincitial y, desde que lo sé, me estoy sintiendo bastante mejor; ponerle nombre a una dolencia es el primer paso para curarla, sabido es el poder terapéutico de la Onomástica, que así se llama la ciencia de ponerle nombres a las personas o cosas. A todo esto, yo le añadiría un factor más. Este año no ha habido otoño. Yo me fui a Londres en pleno verano o veranillo y regresé a un invierno crudo, con temperaturas que no se habían sufrido en Madrid desde hace años. De hecho, estoy usando el jersey que me compré en San Petersburgo cuando me perdieron la maleta, aventura que se relató detalladamente en el blog. Es un jersey de lana gruesa, que normalmente no me puedo poner en Madrid, porque me aso.
Son las consecuencias del cambio climático. Si Vivaldi hubiera vivido en estos tiempos, su obra más conocida no sería Las Cuatro Estaciones, sino Las Dos Estaciones. En fin, que ya es bastante coñazo la Navidad, como para encima pasarla entera con este desagradable VRS. Pero, como saben que yo trato siempre de ser positivo, la cosa tiene una ventaja: es la excusa perfecta para borrarme de las citas a las que no me apetece acudir. Ya la he usado en la comida del día de Navidad y en un concierto de flamenco al que me invitaba a ir Henry Guitar, porque el cantaor es hijo de un amigo suyo. Y la he esgrimido ya para la cena de mañana. Sin embargo, la enfermedad no me ha impedido salir al yoga un par de veces, seguidas de la correspondiente cena en el Ricla, y para el concierto que dio anoche el grupo Eclectia Project, del que les pongo un pequeño clip que grabé.
Sin embargo, hoy a mediodía mis amigos Henry Guitar y Críspulo me han llamado para ver si me iba a tomar el aperitivo con ellos al Dolmen, el bar gallego de Vallecas Villa donde ya hemos celebrado diferentes eventos, y les he dicho que me disculparan. Tengo que descansar y reponerme y no puedo entrar a todos los trapos. Pero el yoga entiendo que me va bien, puesto que se tonifica el cuerpo, se suda y se sale uno del encierro casero. Y la música en directo tiene también efectos curativos, como comprobé anoche. De todas formas, ustedes que me conocen, no se sorprenderán de la serie de mecanismos paliativos con los que estoy combatiendo al jodido VRS. Los médicos me han dicho que no hay nada para eso más que esperar a que se pase y que un antibiótico no sería indicado al tratarse de un virus. Así que les detallo los remedios que estoy usando, por si les resulta de utilidad.
1.- Un omeprazol por las mañanas, como protector gástrico de las demás cosas.
2.- Ibuprofeno de 400 pautado cada ocho horas (al levantarme, después de comer y antes de irme a la cama).
3. Vahos periódicos con hojas de eucaliptos recién hervidas, con una toalla sobre la cabeza, como me enseñó a hacerlo mi padre.
4.- Infusiones de jengibre y limón, remedio de la medicina ayurvhedica para las molestias de garganta, se venden en sobrecitos en herbolarios.
5.- Caramelos de regaliz para los picos de tos, de la marca Fisherman’s friend, que se venden sólo en gasolineras.
6.- Beber mucho líquido, agua con gas, zumos, etc.
7.- Escuchar a todas horas mis maravillosos discos de Samantha Fish.
Con esto voy tirando, en espera de tiempos mejores. He visto a Samantha Fish este año por cuarta y quinta vez en París en mayo y en Bexhil on Sea en octubre y me reafirmo en mi admiración hacia esta mujer, que ha terminado el año con varias buenas noticias para su carrera. Primero, Eric Clapton la invitó personalmente a participar en el festival Crossroads, que se celebró en septiembre en LA. Lo hizo por mail y la chica se creyó que alguien le estaba gastando una broma y estuvo a un tris de eliminar el mensaje como spam. Después, su último disco Death Wish Blues, con Jess Dayton, está ahora mismo nominado al Grammy al mejor disco de blues contemporáneo de 2023. Y por último, ha hecho de telonera en parte de la gira de la Steve Miller Band. Este Steve Miller (80 años) es un dinosaurio del rock cuya producción nunca me gustó especialmente, pero es un valor consagrado. Y en los conciertos la hacía subir al escenario a Sam para tocar la propina juntos.
Esta chica lleva un camino imparable al estrellato y se acordarán de mí cuando la gente empiece a hablar de ella en todos los medios. Les dejo de propina el vídeo grabado del final de uno de los conciertos de la Steve Miller Band. Ella, que llevaba pañales cuando Miller ya tenía grandes éxitos en las listas del Billboard, ahora se ve en la tesitura de darle réplica en directo, y lo hace con la brillantez acostumbrada. Así que nada, que aprovecho para desearles un próspero 2024. Que al menos no sea mucho peor que este. Sean buenos, si quieren.