Aquí me tienen de nuevo, aprovechando un pequeño ínterin dentro de mi viaje por las Europas que no da tregua y apenas me deja margen para escribir. El jueves madrugué para estar en casa de mi amigo Alain Sinou a la hora convenida, las diez de la mañana. Encontré a mi colega terminando de desayunar con el tercero en discordia, que se llama Lluis y es de Gerona (ya les he dicho que, si los locutores de la TeleGaita se refieren al filial del Real Madrid como O Real Madrid Castela, yo ya voy a decir siempre Gerona y Orense cuando hable en castellano). Mi primer plan era haber ido a dormir el día anterior a casa de Alain, pero al unirse al viaje el bueno de Lluis, pues la habitación de invitados quedó reservada para él.
A toro pasado ya les digo que nos lo pasamos muy bien en esta primera excursión de mi viaje. Alain ha cumplido 67 y es un tipo divertidísimo, del que ya se ha hablado bastante en el blog. En cuanto a Lluis, tiene 80 años cumplidos, está bastante sordo y lleva sonotones que no le funcionan demasiado bien, lo que le hace fluir en una sordera feliz, porque siempre está contento. Este lunes habrán salido ambos en dirección a Basilea, Múnich, Budapest y otros lugares, pero ya hemos constatado que para próximos viajes de ese tipo pueden contar conmigo si me avisan con tiempo. El jueves cogimos la autopista del norte y caímos a mediodía en Rouen, la capital de Normandía, ciudad preciosa con un par de catedrales espectaculares, de estilo gótico tardío. Una es la catedral oficial, pero la otra no le va a la zaga. Delante de una de ellas me hicieron esta foto, con una Leffe blonde pression de reglamento. Abajo, algunas de las casas típicas de la región normanda.
Frente a la catedral nos zampamos unos steak tartar estupendos, con buena cerveza y continuamos la visita de la ciudad. Una vez bajados los vapores alcohólicos seguimos hasta Le Havre, en donde habíamos reservado una noche en un hotel con encanto, llamado La Bonne Adresse. Era de día todavía, ya saben ustedes que en estas regiones del norte el atardecer es muy lento y agradable. Le Havre es una ciudad reconstruida después de resultar arrasada por los bombardeos americanos e ingleses, que destruían los barrios civiles para echar a los alemanes que no se querían ir de allí. Es la rutina de la guerra. Parece mentira que en una zona tan bucólica y rica se produjera hace poco más de 70 años una barrabasada como la sufrida por estos lares. Por ejemplo, la catedral de Rouen fue bombardeada primero por los alemanes y luego por los yanquis en el contraataque. No se terminó de reconstruir hasta cerca de los 60.
Le Havre es uno de los grandes puertos europeos del norte y la ciudad fue reconstruida según los planos de Auguste Perret, uno de los más importantes arquitectos de Francia en el siglo XX. Es una arquitectura racionalista la suya, pero muy personal, utilizando el hormigón armado con revestimientos de grava que le dan un toque característico. La mayoría de los bloques de viviendas son de cinco alturas, aunque hay también torres entre ellos. Es una arquitectura austera, bien concebida y rápida de construir: había que alojar a todos los desplazados que habían perdido su vivienda. La organización del espacio público es cartesiana y quizá con anchuras excesivas, que no se suelen ver muy concurridas por lo que parecen un poco desangeladas. Una de las atracciones de la ciudad es la visita de la vivienda piloto de esta magna reconstrucción, que en 2005 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Se hacía tarde y decidimos parar en una terraza para cenar algo de pescado. Y nos apretamos de entrada sendas raciones de boulots, que son unos caracoles de mar gigantes, parecidos a los bígaros pero mucho más grandes. Hay que sacarlos de la concha con un tenedor especial y masticarlos muy bien porque son musculosos. Después nos comimos unas raciones de raya con patatas al horno también muy ricas. Y nos fuimos a dormirla al hotel. Al otro día nos dimos un desayuno de bufet pantagruélico y continuamos la visita de la ciudad con un mercado central muy vistoso, el museo André Malraux, el primero que se construyó en Francia después de la guerra y finalmente la catedral, la obra más valorada de Perret, que reproduce en hormigón armado los espacios típicos de las catedrales antiguas. Abajo unas imágenes más. Primero los barrios residenciales de Perret.
Una escultura hecha con containers en la entrada del puerto.
Un museo con forma de flan, obra del arquitecto brasileño Niemeyer, que los hace todos iguales.
La estatua a los caídos de ambas guerras mundiales, que no falta en ninguna de las ciudades normandas. En este caso, con un cierto tufillo soviético (dicho esto sin ánimo de faltar al debido respeto a la memoria de los combatientes que nos permitieron tener el mundo que hemos disfrutado en las últimas décadas).
Dos fotos del mercado: los boulots, que se venden vivos, y una muestra de la huerta de esta región, que es muy rica.
Aquí algunas tomas de la catedral de Le Havre.
Como nos quedaba tiempo, decidimos dirigirnos a Etretat, un pequeño pueblo junto al mar, que no tiene mayor interés que los acantilados que tiene a los lados. Toda la zona de Normandía es una meseta bastante elevada, que llega hasta el mar generando grandes acantilados, pero en ciertos puntos la roca se ha derrumbado hacia el mar, generando playas como esta de Etretat o las de Omaha y Utah, bautizadas con nombres yanquis por las fuerzas que entraron en el gran desembarco del Día D. No muy lejos de esta zona hay enormes cementerios de soldados yanquis caídos en la batalla, visitados de vez en cuando por sus descendientes. En Etretat, no había ni pueblo, han construido una serie de casas a la manera normanda, con aires de pastelito, todas ellas dedicadas a hoteles y restaurantes. Hay el correspondiente paseo marítimo donde Lluis nos hizo alguna foto a Alain y a mí.
Era el momento de volver a París. Alain y
Lluis tenían entradas para el teatro a las ocho de la tarde, así que tomamos el
camino de vuelta. Yo le había dicho a Alain que soy un buen conductor y que
podía relevarle para que descansara. Pensé que no tenía demasiado interés en
dejarme el coche, que era un Citroen Picasso de marchas y no automático como el mío. Así
que ataqué el segundo tema que tenía en la cabeza. Habíamos hecho una especie
de fondo común, consistente en que Alain pagaba todo y luego dividiríamos por
tres, aprovechando su memoria prodigiosa. Así que le dije que esa noche hiciera
cuentas. ꟷNo
necesito esperar a la noche ꟷme
contestóꟷ en cuanto te deje el volante lo hago en un segundo. Vaya, esto de en un segundo es una expresión que me
faltó en el post anterior, en el que resalté en rojo todas las formas de
expresar premura que me vinieron a la mente.
Dicho y hecho. En la siguiente área de
descanso, nos detuvimos brevemente, me puse al volante y arranqué. Alain sacó
su móvil, anotó todos los gastos de los dos días, que tenía en la cabeza, hizo
una cuenta rápida, nos dijo la cantidad, nos mandó por whatsapp el número de su
cuenta, se recostó en el asiento y se quedó frito al instante, entre sonoros
ronquidos. Llevé el coche sin demasiados problemas (Lluis se había quedado
dormido atrás también) y, ya a la entrada de París, Alain cogió el volante de
nuevo. Como él esperaba, nada más entrar en el Peripherique, nos vimos inmersos en un atasco
monumental. Estábamos en el lado oeste de este anillo viario, similar a la M30
de Madrid, y teníamos que llegar al lado totalmente opuesto. Los carteles
avisaban de más de una hora para llegar al otro lado, justo por donde se entra
a la casa de Alain. Con ese retraso no llegarían al teatro, así que Alain se
desvió hacia adentro para ir a la zona
del teatro. Pero sólo para meterse en el atasco de la ciudad.
Alain hizo toda clase de ilegalidades
para adelantar posiciones en el atasco, pero ya se vio que por esta vía tampoco
llegarían a tiempo. Así que había que recurrir al Plan C: aparcar donde se
pudiera y coger el Metro. Alain vió un sitio a su izquierda, puso el
intermitente y rebasó el lugar para aparcar marcha atrás. Pero el enorme camión
que nos seguía no se percató de la señalización y se nos echó encima. Los
siguientes del atasco hicieron lo mismo, así que el camión tampoco podía ya
recular. Cualquier otro hubiera desistido y seguido hacia adelante a buscar otro
sitio. Pero Alain es muy cabezota. Él lo había hecho bien, era el camionero el
que se había equivocado. Y le correspondía a él arreglar el entuerto. Después
de un buen rato de tira y afloja (se escuchaban bocinas indignadas detrás)
Alain puso el freno de mano y salió del coche a hablar con el camionero.
Controlé la escena por el retrovisor, por si la cosa terminaba a bofetadas y
tenía que bajar yo también a apoyar a mi colega.
Un rato después, Alain regresó, se
sentó tranquilamente y se puso el cinturón. ꟷ¿Qué ha pasado? ꟷquise saber. ꟷNada, que era
ruso y entonces le he hablado en ruso y todo arreglado. Este hombre es
realmente increíble (yo ya sabía que había aprendido ruso en el colegio). Pero
la situación no estaba para nada resuelta. Era una calle con un amplio bulevar
central y, a cada lado, una fila de coches aparcados y luego dos carriles de tráfico. El camionero
ruso hacía lo posible por cambiarse de carril, pero no podía, porque detrás de
él todos se habían pasado al único carril libre y no le dejaban salirse con
su enorme monstruo. Después de un buen rato, le dije a Alain: ꟷ¿Quieres que me
baje a regular el tráfico? Torció la cara y dijo dubitativamente: ꟷPues no
vendría mal.
Así que, ni corto ni perezoso, me fui
al medio del atasco haciendo grandes señales de que se parasen un poquito
(subrayaba la mínima cantidad de tiempo comprimiéndola entre el pulgar y el
índice de la mano derecha). Mis aspavientos fueron mano de santo: el camión se pudo salir de la
ratonera, hice nuevos gestos de agradecimiento a los automovilistas y levanté
el pulgar hacia el ruso gritando: ¡¡¡NA ZDOROVIA!!! Para estas cosas basta con
tener un poco de cara dura; las canas y las arrugas hacen el resto. Aparcamos
el coche y caminamos al Metro. Yo me bajaba unas estaciones antes de mis
colegas, de los que me despedí con grandes abrazos en medio del atestado vagón.
Llegué a casa de Kike, que me esperaba con su chica para ir a tomar unas pizzas
cerca del Canal de Saint Martin. Y el sábado Kike y yo
caminamos hasta la cercana Gare du Nord para coger un tren a Lille y reunirnos
con su hermano Lucas.
Lille es una ciudad magnífica, que a mí me gusta mucho, desde la primera vez que la visité, con motivo de un congreso de urbanismo, allá por el año 98, varios lustros antes de que Lucas se fuera a vivir allí. Es un lugar lleno de vida callejera a pesar de que llueve casi todo el año, pero nosotros tuvimos la suerte de pillar unos días de sol en los que el personal sale fuera como los lagartos y llena las calles, las terrazas y los parques. Estuvimos los tres colegas todo el fin de semana juntos, hablando de nuestras cosas, que no voy a contar aquí. El sábado, después de coger un hotel, nos reunimos con Lucas para comer una carbonade, que es el plato de carne guisada con patatas fritas, emblema de la cocina local. Habíamos reservado en un estaminet, que es como se llaman los restaurantes tradicionales que sirven este plato. Por la tarde nos fuimos en el Metro a Roubaix, a ver el museo La Piscine, construido en un antiguo polideportivo art deco. Lucas y yo ya lo habíamos visto, tal como quedó reseñado en el blog, con sus correspondientes fotos. Les traigo una nueva para que lo recuerden.
De vuelta de Roubaix circulamos por diferentes terrazas, fuimos a cenar a un restaurante de sushi, en donde un chino te hacía los sushis a pedido, delante de ti y, por último, fuimos a encontrarnos con la panda de amigos de Lucas, para afrontar juntos el Saturday night. Nos sentamos en una terraza de noctámbulos y allí dos chicas se interesaron mucho por hablar conmigo en español, una de ellas había hecho un Erasmus en Cádiz y quería practicar. Hicimos muchas risas y, antes de dirigirnos al antro más duro de la noche, con música en directo a todo trapo, nos hicimos un selfi que les reproduzco más abajo. Luego estuvimos bailando y escuchando lo que tocaba una banda de metales espectacular, con varios trombones de varas, saxos, clarinetes y el bajo sustituido por un helicón gigante, que un gordo tocaba inflando mucho los carrillos. En estas ocasiones, y con la luz escasa de discoteca, uno se llega a olvidar de que es un septuagenario, marchoso, pero septuagenario.
Escuchen ahora un par de clips que les grabé a la banda de metales.
El domingo nos lo tomamos con más
calma. Amanecimos tarde y nos volvimos a juntar en el gran mercadillo callejero
del barrio de Wazemmes, donde uno se siente como en una ciudad del norte de
África. Yo tenía interés en reponer existencias de ras el hanout rojo, la variedad moruna del curry que compré en mi
anterior viaje a estas tierras y de la que ahora me agencié dos paquetes.
Compramos luego un par de pollos para comer en la nueva casa que Lucas comparte
con una compañera, que tiene un jardín comunitario muy agradable con unas mesas
de picnic que casi nadie usa. Después de descansar un rato, Kike y yo nos
fuimos a dar una vuelta por la ciudad y dejamos a Lucas que tenía que terminar
un trabajo que se le había quedado pendiente para el lunes. Por la noche nos
reunimos de nuevo a cenar en una pizzería y ya nos despedimos de Lucas para
irnos al hotel.
A lo largo de la velada ya nos
habíamos ido enterando de las proporciones de la debacle de la izquierda en las
elecciones locales, que yo les pronostiqué en el blog con ese mismo nombre
(debacle) si bien no esperaba que fuera tan tremenda. Y además merecida, porque
no se puede concurrir con esa división y esa tontuna. Como no aprendan la
lección, vamos directos a un gobierno de Feijoo con Vox. Por cierto, el grupo
Recupera Madrid, al que yo voté en la ciudad para expresar mi disgusto por la
oferta que se nos brindaba, sacó apenas 6.000 votos, menos incluso que las
8.000 firmas que pidieron que se pudiera presentar. Yo ya sabía que era una
forma de tirar mi voto a la basura pero con clase, como les dije, y al final esa miseria de votos cosechados tampoco les hubiera solucionado la papeleta a
los demás grupos. El problema de la izquierda en Madrid es más gordo que lo que
suponen 6.000 votos. En la Piscine, el día anterior, fotografié una obra de un
escultor francés que está en el jardín. Se llama precisamente La Debacle y
representa un grupo amplio de soldados que regresan derrotados de una tremenda
batalla. Véanla.
El lunes era fiesta en París (el
Pentecostés, que manda carallo) pero no en Lille, así que Lucas tenía trabajo
como cualquier otro día y nosotros tuvimos toda la mañana para ir a visitar el
gran parque del Vieux Lille, en cuyo centro está una enorme base de la OTAN a
la que no se puede acceder. Alain me contó que De Gaulle se había salido de la
OTAN en su día, mosqueado entre otras cosas porque no le habían dicho que iban
a desembarcar en Normandía, porque no se fiaban de él. Pero alguno de sus
sucesores volvió rápidamente al redil. A mediodía nos comimos unas hamburguesas
y tiramos hacia la estación para coger el tren de París. Por la noche, Kike y su
chica hicieron una cena de verduritas estupenda y muy sana, que ya estaba bien
de comer porquerías.
Entretanto, nos enteramos de que Sánchez
convoca elecciones generales para final de julio. Me parece muy bien. Después
de los resultados de este domingo, hubiera sido una agonía aguantar otro seis
meses escuchando a todos los medios de la derechona insistir con el sanchismo,
el propósito del gobierno de desmantelar España y lo de que los impuestos se
usan para que Sánchez viaje en el Falcon a los conciertos de rock y a sus
vacaciones en Canarias. Yo le entiendo muy bien a Sánchez, que nos está diciendo: si
eso es lo que os creéis la mayoría de los españoles, si preferís a Feijoo y
Ayuso, pues anda que os den, vamos a aclararlo cuanto antes y aquí me las den
todas. Tal vez sea la forma de que la izquierda espabile. De momento, hasta
Pablo Iglesias esta acojonado y dice que Podemos se tiene que unir con Sumar,
si no quiere acabar como Ciudadanos. Veremos por dónde tira la cosa.
Ayer martes tuve que hacer unas
gestiones rápidas en casa para sacarme billetes a Ámsterdam y reservar un
hotel. Como no les había contado cual era el plan A para los días siguientes,
no me veo obligado a revelarles que ha fallado y que he tenido que improvisar
un plan B. Lo cierto es que se me ha fastidiado una cita que tenía por la zona
de Bruselas por problemas de última hora y he tenido que reconfigurar mi
programa. Después de las gestiones salí a callejear por París, me acerqué al
Bataclán, para ver si podía vender algunas entradas que me sobran para el
concierto de hoy de Samantha Fish, pero estaba cerrado y entonces decidí coger
el Metro hasta el Bois de Boulogne y acercarme a ver el nuevo museo de la
Fundación Louis Vuitton, una obra de Frank Ghery, cuyos proyectos son siempre
iguales y, si no me creen, vean las fotos de abajo. También estaba cerrado, ayer no tenía yo mi día, pero lo pude ver por fuera.
Harto de luchar contra los elementos y
encontrarme todo cerrado, me recluí en casa para escribirles a ustedes, pero no
me dio tiempo a terminar el post. Esta mañana estoy completando la tarea, hoy
comeremos en casa y por la tarde noche saldré a pie al Bataclán a ver a mi
admirada Samantha Fish. Finalmente iré solo, porque Kike y su chica van a otro
concierto y Lucas no puede venir desde Lille. Las entradas de este concierto
las saqué a finales de 2021, cuando pensaba que no iba a tener muchas
oportunidades de ver en directo a mi diva preferida. Después de dos
aplazamientos, resulta que ya la he visto tres veces y que ahora viene con una
fórmula que no me gusta tanto como su formación anterior, con Matt Wade y Sarah
Tomeck. Pero ire a verla con la mayor ilusión y esperaré a ver si hace meets
& greets y la puedo saludar. El otro día, con motivo del cumpleaños doble
de su fiel bajista Ron Johnson y su colega guitarrero Jess Dayton, colgó la
foto que ven aquí abajo.
Por lo demás llevo todo el viaje con un sol de justicia, mientras me cuentan que en Madrid está diluviando. El mundo al revés. La lluvia es buena para ver si se recuperan un poco los pantanos, de cara al verano tórrido que nos amenaza. Mi amigo Boni me escribe que está preocupado por mi gato Tarick, que lo ve un poco estresado. Y para demostrarlo me manda una foto de estos días, que les muestro abajo. A pesar del nirvana que demuestra, estoy seguro de que, cuando vuelva, me mostrará una cierta desafección, para castigarme por haberlo dejado estos días. Sé mucho yo de psicología felina. Pero pronto me haré con él de nuevo. Disculpen la longitud del texto, pero es que después de una semana había muchas cosas que contar. Sean buenos.