En el mundo que viene, donde parece claro que no hay suficientes materias primas para mantener el nivel de desarrollo continuado al que está acostumbrado Occidente, será fundamental el reciclaje, la reutilización de materiales. Por ejemplo, usar los viejos jerseys para confeccionar mantas de cuadros, algo que ya hacía mi madre hace treinta o cuarenta años. Ella deshacía cada jersey y luego iba tejiendo cada cuadrado, para lo que usaba una plantilla de cartón para que todos fueran del mismo tamaño. Y luego los unía formando la manta, para lo que era clave el llamado punto de festón. Vean aquí unas imágenes, de los diferentes cuadrados listos para ser unidos y de la manta final.
Pues algo así es lo que yo hago con algunos de mis posts, como este que comienzo hoy sábado, después de mi carrera reglamentaria por el Retiro. Yo tengo preparados una serie de cuadrados temáticos y he de unirlos en un texto contínuo, procurando que no se noten demasiado las puntadas de las conexiones entre ellos. El arte del punto de festón. Es decir, que yo puedo empezar hablando de fútbol, por ejemplo, y pasar a un sesudo análisis político, y de este a un tema de Samantha Fish, omnipresente en este foro desde hace poco más de un año. Lo bueno de este sistema es que yo empiezo a escribir sin tener ni idea de por dónde va a tirar la cosa, voy tejiendo mi manta y es el propio hilo del texto el que me acaba llevando a donde quiere. Veámoslo.
El otro día, el Villarreal consiguió ganar la Europa League, tras derrotar en los penaltis al poderoso Manchester United, cuyo presupuesto multiplica por cinco el del modesto equipo español. Esta victoria se une a las del Lille en Francia y el Aleti en España, gestas muy celebradas por el personal, siempre dispuesto a admirar y honrar a cualquier David que se cargue al Goliath de turno. Pero ya saben que yo no veo fútbol de pago por la tele, porque para eso hay que apuntarse a una de las diversas plataformas de abonados que existen, algo que va contra mi religión. Así que me pasé la velada entretenido con el ordenador, poniéndome al día de cosas de más enjundia, relacionadas con la actualidad política, el urbanismo, o la cultura en todas sus formas. Y de vez en cuando consultaba el Marca para ver cómo iban.
Me enteré así de que el Villarreal se había adelantado en el marcador, que llegó con ventaja al descanso. Y que luego le empataron con gol del uruguayo Cavani. Y aquí viene lo que les quiero contar. La página del Marca, va poniendo comentarios escritos con las novedades minuto a minuto. Y, de vez en cuando, hay un tipo que añade otros apuntes con informaciones sacadas de las enormes bases de datos con las que cuentan los periódicos deportivos. Estos comentarios salen en otro color, sobre un fondo gris y debajo de una etiqueta que reza: documentación. Y miren ustedes cuál fue el comentario de los documentados sobre el gol del Manchester: Cavani es el tercer jugador de más de 34 años que marca un gol en una gran final europea para un equipo inglés. Tal cual lo he transcrito. Y ahora les pregunto: ¿creen ustedes que ese dato merece la pena de ser reseñado?
Es que no sé si se han dado cuenta ustedes de la gilipollez que supone aportar un dato como ese. Hombre, es que si fuera de más de 30, o de más de 40, no sé, números redondos. Pero no, es de más de 34. O si fuera el primero. Pero no: es el tercero. Y encima sólo entre los de equipos ingleses. El dato es tan relevante como si dicen que es el quinto jugador moreno y con barba, que marca en la segunda parte y luego se rasca el culo (con perdón). Ya pueden ver por dónde voy. La prensa de hoy está dotada de unos medios digitales que acumulan una cantidad de información nunca imaginada. Y encima, tú, periodista, puedes tirar de algoritmo y te nutren de informes a la carta, sacados automáticamente de los datos. Cuando yo empecé a trabajar con datos, eso se llamaba hacer un query. Pero un buen periodista tiene que manejar esa información sin perder su capacidad o su habilidad para informar.
Pues les puedo jurar que, durante el transcurso del citado partido de fútbol, cada poco salía un recuadrito con el fondo gris, con comentarios de esa índole. Y estoy seguro de que el tipo, cada vez que encontraba una idiotez de ese calibre, se quedaba súper satisfecho, pensando para sí mismo: qué demasiao, oyes, nadie encuentra datos como los míos, es que soy un crack. La realidad es que hoy en día se hace un periodismo muy malo, que se intenta camuflar con los datos que salen de las gigantescas bases que custodian los ordenadores. Pero la simple suma de datos elaborada por una máquina no garantiza una información de calidad. Para hacer buen periodismo, no basta con el dato. Hace falta además el relato. Porque la información basada en datos, sin un relato, es una mierda. Vean, por ejemplo lo que ha sucedido con el reciente conflicto entre Israel y Hamás, que ha terminado con el bombardeo letal de muchas barriadas civiles de la franja de Gaza. Veamos primero una foto significativa.
Los datos son bastante apabullantes. Según la BBC, 220 palestinos muertos, de ellos 63 niños, 1.500 heridos y 75.000 desplazados como los que se ven en la foto. En el lado israelí 10 muertos, dos de ellos niños y 200 heridos, por los cohetes lanzados por Hamas que lograron burlar el potente escudo antimisiles judío. La asimetría de las fuerzas es evidente. Pero la prensa, muy a menudo, se queda en esas cifras y luego da su versión del tema, de acuerdo con los prejuicios previos propios de la orientación del medio de comunicación de que se trate. En este caso, el relato de la prensa, digamos, de izquierda es muy simple: los judíos son unos fachas y unos cabrones, son los malos de esta guerra y por eso bombardean a la población civil sin piedad en cuanto les lanzan cuatro cohetes medio artesanales.
Por el lado de la derecha se contraataca diciendo que los de Hamas no son ningunos angelitos, que los misiles que tienen son peligrosos y no se fabrican en unas horas, sino que los han comprado en los mercados de armas, que camuflan sus unidades operativas entre los barrios más poblados usando a los civiles como escudos humanos, porque en el fondo las vidas de los suyos no les importan, como se ve cuando hacen atentados suicidas. Los dos relatos se limitan a dar los datos y repetir las opiniones que previamente tienen formadas, seguramente desde hace años. Desde luego que los de Hamas son unos cabrones pero, ¿tanto como para ponerse a lanzar cohetes que no tienen mucha capacidad letal, cabrear al enemigo y causar la muerte de 63 de sus propios niños. Yo creo que no. Muchos dirán que Hamas ha ganado la batalla de la propaganda, pero a qué precio.
Menos mal que Biden y la diplomacia USA han intervenido cuando ya estaba a punto de iniciarse una ofensiva por tierra del ejército israelí. Eso, de haber llegado a suceder, hubiera sido catastrófico para todos. Pero muy pocos periódicos han investigado qué había detrás de ese recrudecimiento de un conflicto que lleva muchos años latente. Les voy a pedir que lean un artículo del medio independiente CTXT que va a la raíz de este recrudecimiento y lo desenmascara con bastante fundamento, relacionándolo con la situación de bloqueo postelectoral en Israel, donde ha habido cuatro elecciones generales en los últimos dos años y el señor Netanyahu se niega a irse del poder para no perder su inmunidad parlamentaria, lo que le llevaría a afrontar diversos juicios por corrupción y otros delitos que tiene pendientes con la justicia israelí y que un día darán seguramente con sus huesos en la cárcel. Este artículo lo firma un profesor de periodismo, que insiste en el tema de la necesidad del relato frente al simple dato. Para leerlo han de pinchar AQUÍ.
Es bastante alucinante, pero yo me lo creo. ¿Y saben por qué? Pues porque tiene un relato bien elaborado. Uno puede estar más o menos de acuerdo con las opiniones que se vierten en este artículo, pero el relato está organizado cronológicamente y es muy sólido. Y yo puedo leer cosas con las que no estoy de acuerdo, pero valorar el relato. Por ejemplo, ya les he dicho por activa y por pasiva que estoy encantado de haberme venido a vivir a Madrid y no me iría de aquí por nada del mundo, salvo tal vez a lugares como París o New York si pudiera vivir sin estrecheces, algo prácticamente imposible. Sin embargo acabo de leer un libro que se llama La vida lenta, novela de Abdelá Taia, escritor marroquí radicado en Paris, cuyo protagonista piensa lo contrario.
Llegué a este libro de una forma curiosa. Ya saben que me salté una de mis clases de guitarra para ir a la presentación del último libro de Leila Slimani, también marroquí afincada en Paris. Se lo tuve que contar a Enrique, mi profesor de blues y se mostró muy interesado. Así que en la clase siguiente le llevé mi ejemplar firmado por la autora de Canción dulce, para que se lo leyera. Me lo devolvió una semana después (es un buen lector) y a su vez me prestó este otro. Entiendo que tanto Slimani como Taia están bien en París y no piensan en volver a su tierra, donde vivirían mucho peor, sobre todo ella. Pero el protagonista de La vida lenta es diferente. Es un homosexual que se tuvo que ir de Marruecos siendo un crío, porque nadie lo respetaba y todos los vecinos de su barrio se dedicaban a violarlo sistemáticamente, una vez que constataron su inclinación sexual.
En París, este hombre ya adulto, que se gana la vida como profesor de literatura francesa, siente una acusada nostalgia de la vida en Marruecos, del mogollón de las calles y las plazas en donde todo el mundo se roza, incluso del peligro y el riesgo que conllevaba su vida anterior. Ya saben que está demostrado científicamente que en una plaza pública caben más árabes que noruegos. Hay algo de autenticidad en esa vida callejera y mísera, que este hombre echa de menos entre la cosmopolita y estirada sociedad parisina. Y lo cuenta en unos párrafos magníficos que les voy a transcribir. No comparto el fondo de esa nostalgia por la tierra natal, y eso que mi vida en La Coruña no era así de mísera, pero me parece que la descripción de ese sentimiento es fabulosa. Les pido que lo lean.
Tras quince años de vida en París, ya no me sentía satisfecho de encontrarme en el corazón del frío mito intelectual construido alrededor de esta ciudad. Vivir en el centro de la villa legendaria no me bastaba. Echaba terriblemente de menos la realidad simple de la vida pobre, como en Marruecos, la realidad cotidiana, trivial incluso
Aparentemente, en París estaba tan libre, tan independiente, era tan dueño de mí mismo, tan maduro, tan cultivado… Pero a pesar mío una nostalgia del mundo de antes me habitaba ahora día y noche. No era una nostalgia de la gente de Marruecos y de su dictadura estéril, ni de la familia y todo eso, no, no. Más bien una nostalgia de las sensaciones fuertes, violentas, demasiado violentas, que sentía cuando estaba sumido en aquel mundo. El mundo. Aquí, en París, nadie me miraba, nadie jugaba conmigo, nadie se fijaba en mí. Podía pasar días y días sin hablar con nadie. Sólo yo en mí. En demasiado de mí.
Estaba yo. Solo yo. Después de destruirlo todo para ser por fin aparentemente libre, me daba cuenta de que no construía ya nada más con los otros, con el mundo. Avanzaba, Sí, Evolucionaba. Sí. Pero en la desconexión, en la soledad. Otra forma de soledad.
El mundo en París no me veía.
Y, al acercarme a los cuarenta, de repente quería que se me viera antes de que fuera demasiado tarde, que me molestaran, que me perturbaran, participar en un intercambio verdadero, aunque fuera fútil, y no en un intercambio donde todas las palabras se ven siempre sopesadas antes de que se digan, de que se pronuncien en serio, proclamadas con tanta certeza y arrogancia.
Me volvía como ellos también yo. Hablaba de manera precisa. Hablaba en muy buen francés, perfecto, falsamente dulce e increíblemente frío. Hablaba en un tono muy chic con la sensación de ser un estirado. Y, en el fondo, no decía nada. Nada se decía. Pasaban los días, los meses, la vida, y lo esencial no estaba ahí.
Ya ven qué forma tan certera de describir esa sensación ambivalente, la nostalgia precisamente de las cosas por las que este señor abandonó su tierra para venir a la gran ciudad. Como les he dicho, yo no comparto esa morriña, pero reconozco la maestría de este autor para describirla. La forma de contar una historia es clave, porque las historias han de ser verosímiles, creíbles. Si no, no funcionan. Y la realidad es muchas veces increíble, piensen sólo en la historia del eurodiputado húngaro ultraconservador al que pillaron en una fiesta gay y tuvo que bajar por una cañería haciéndose polvo las manos. La realidad supera siempre a la ficción y eso es lo que viene a expresar esta reciente pintada, fotografiada en algún lugar de la provincia argentina de Tucumán.
Cojonudo el mensaje, pero incorrecto gramaticalmente. Para que estuviera bien escrito tendría que ser: Esto supera la ficción. Debe de ser la realidad. El verbo deber, si no va seguido de un de, expresa un deber, una obligación. Por el contrario, cuando lo que quiere manifestar es una duda o probabilidad, ha de ir seguido de un de. El relato es un elemento clave, pero la ortografía ha de ser correcta para expresar cualquier tipo de mensaje. No muy lejos de Tucumán, otros grafiteros, en este caso de Ecuador, se dedican a ir por las calles de Quito corrigiendo en rojo la ortografía de las pintadas, como pueden ver en esta imagen.
Escribir correctamente es importante. Si ustedes escriben de forma chapucera, los diferentes errores que cometan distraerán a sus lectores potenciales. Un tema clave que hay que cuidar con esmero es la puntuación de los diálogos. Yo que soy un dandy y un snob, me declaro partidario incondicional del guión largo, a la hora de puntuar los diálogos. Pero puntuar los diálogos es una técnica y un arte que se aprende practicando. En una academia literaria que regentaba una amiga mía, usaban como ejemplo de puntuación de diálogos una conversación inventada entre Tarzán y Jane, muy divertida, que les transcribo a continuación. Aquí se recoge la casuística completa de convivencia del guión largo con los demás signos de puntuación. Véanlo con atención; esto no se enseña en las escuelas normales y no todo el mundo lo domina.
—Jane, ya no te quiero —dijo Tarzán.
—Tarzán —dijo Jane—, siempre te interesaron más los elefantes que yo.
Y Tarzán dijo:
—Hablar con ellos es mucho más estimulante.
—Pues me voy a Baltimore, a casa de mi padre —dijo Jane—. Y me llevo el vestidito de piel de leopardo.
—Perfecto —dijo Tarzán, irónico, y añadió—: Pues yo me quedo en la choza del árbol. Seguro que los babuinos querrán compartirla conmigo.
—¡Y pensar que he estado a punto de renunciar a la civilización por ti, hombre mono! —exclamó ella.
—¿Hombre mono? —repitió él, con una lágrima en el rabillo del ojo—. Ahí te has pasado.
Ya ven, aquí se ha hablado del partido del Villarreal, del conflicto de Gaza, de un novelista marroquí y de reglas de ortografía y de puntuación de diálogos. Cuatro cuadrados temáticos sin aparente interrelación conceptual. ¿Cómo relacionarlos entre ellos? Pues con el punto de festón. Y esta vez el hilo argumental no nos ha llevado a Samantha Fish, otra vez será. Que pasen ustedes un excelente fin de semana preveraniego.